Apuntes contra la nueva normalidad que planean los capitalistas
Es importante para poder proyectar nuestras vidas tener un diagnóstico del presente, comprender dónde estamos parados y los planes de quiénes hoy se frotan las manos preparando una nueva reestructura del capital. Es importante entender que muchos de estos procesos ya se venían gestando y que la epidemia sólo les acelera y allana el camino.
En lo que sigue presentamos un pequeño vistazo a algunas características del presente buscando insumos para poder planificar nosotros nuestra “nueva normalidad”
Si algo tenemos en común con los capitalistas es que sabemos que la normalidad va a cambiar. La diferencia, sin embargo, tiene que ver con las bases sobre las cuales queremos que se estructuren nuestras vidas.
Por un lado, el capitalismo y su dominio sobre la vida humana, y por otro, una vida ecológica, igualitaria, creativa, libre y satisfactoria entran en una disputa a muerte…
1. El Estado contra las comunidades
La historia puede leerse también como el desarrollo del dominio estatal sobre las formas comunitarias. Las arqueólogas continúan encontrando indicios de autoritarismo, de estructuras estatales, en el pasado de las comunidades humanas, tanto como sociedades sin un poder separado, sin jefaturas.
Eso no debería ni bajonearnos ni llenarnos de falsas esperanzas. Como dijo La Boétie, que la injusticia social lleve tiempo sobre la tierra no la justifica, más bien la hace más vergonzante. El Estado, y su forma de relación, han estado siempre en guerra contra las comunidades. En la actualidad la embestida de las fuerzas estatales contra otras formas de existencia se ha profundizado. En nuestro territorio, el último “impulso proletario”, la huelga general del 73, un acto de resistencia contra la embestida fascista que impuso la dictadura cívico-militar, marcó el fin de un proceso y el comienzo de otro vinculado a esta embestida.
Luego de la derrota de la huelga se aceleró un estatismo que terminó imponiendo nuevas formas de sociabilidad pautadas por un mercado en renovación. En esos años varias formas comunitarias propias de la época fueron de a poco degradándose y cayendo. El capitalismo financiero reestructuraba el mundo y aquellos que se sentían unidos por ciertas características comunes irían de a poco separándose.
Era el momento de la irrupción de un nuevo imaginario social con su nacionalismo, resignación y el negocio de la democracia liberal como único horizonte. La tan mencionada sociedad fragmentada de hoy debe mucho a esos años.
Los noventas cimentaron luego las bases para el “nuevo uruguayo”, una especie de nuevo pacto entre el mercado y la población que abandonaba toda reticencia a la estupidización. Un amplio proceso de ataque contra los vínculos significativos mientras se formaban otros reglados por el negocio, el espectáculo y la mercancía lograba imponerse definitivamente.
La pérdida de estructuras socializantes como clubes, boliches, centros de ocio barriales y lugares de trabajo poblados fueron desapareciendo mientras las personas se apartaban unas de otras. De a poco los laburantes fueron transformados en una nueva y siniestra figura: el cliente.
Hay que recordar también la llegada de “joyitas de la crisis” como la pasta base y después el híper consumo propagado en tiempos de izquierda cuando los commodities trajeron más dinero y crédito.
En una sociedad fragmentada, con un nivel de lenguaje y abstracción disminuidos, sin contra instancias para reaccionar, la resistencia comenzó a debilitarse significativamente. Y en una sociedad menos resistente, y con estructuras como los sindicatos en general y los partidos izquierdistas en particular funcionando paraestatalmente, la suerte estaba echada. El Estado ha ido acorralando a las diferentes comunidades, a las diferentes formas de relacionarse no putadas por el lucro, o sea, no mercantiles, para potenciar un solo tipo de vínculo: el vínculo comercial-estatal. La frutilla de la torta ha sido la continua recuperación de la subcultura alternativa por el mercado y la cultura subversiva por los partidos de izquierda. La revolución social necesita comunidades de lucha.
2. De la explotación a la autoexplotación
La posición particular de dependencia de cada región es establecida por el capitalismo financiero a la vez que desarrolla un proceso global uniformizante. No son Estados de bienestar los que se están derrumbando en Sudamérica pero un montevideano medio está hoy atado a las mismas trampas telemáticas que un londinense, los servicios se tercerizan y en todas partes se contrata personas como si fuesen empresas con las mismas responsabilidades pero con menos garantías.
El nuevo tipo de sujeto que crean las nuevas formas de relacionamiento posee características universales amén de dónde se encuentre, la diferencia cultural aporta sólo algún matiz.
Hace tiempo que el emprendedurismo es la mierda de moda, cada persona es su propia “marca” y el teletrabajo es visto como una forma de ‘liberación’. Hasta ahora las empresas automatizadas no habían logrado rendir más que las que tienen gente, hecho que ha cambiado con la epidemia.
De todas formas, el capitalismo ya había encontrado un modo de aumentar la productividad. La pujanza por un mayor rendimiento ya no le pertenece a los dueños de las empresas sino a sus propias empleadas.
La era de la autoexplotación llegó para quedarse, no te piden que hagas por la empresa sino por vos mismo. Al igual que los esclavos dejaron de servir económicamente frente al surgimiento de la clase obrera, los obreros dejaron de servir económicamente frente al cliente. El sujeto espectador-consumidor-empresario quiere rendir lo más que pueda.
El capitalismo industrial le dio paso al financiero y con él aquellos obreros antes hostiles fueron recibiendo tarjetas, créditos, atención personalizada y más “ventajas” como llevarse el trabajo a sus casas. Si cada una pasa a ser una “empresa”, y tanto la posición social como la ganancia dependen de uno mismo, la explotación se va convirtiendo en autoexplotación.
En este sentido, los obreros tenían una ventaja en comparación a los emprendedores, sus compañeros compartían intereses y no eran sus competidores. Ahora nuestros vecinos creen ser empresarios, entran felices a grupos de WhatsApp del trabajo, sus jefes o encargados les escriben a cualquier hora, firman contratos solos, compiten solos, se “forman permanentemente” solos y solas se quedan. La revolución social necesita refractarios.
3. La soledad exigida
El sujeto actual, el sujeto “solo”, que se lo “deja solo”, que es o se cree su propio jefe y se esfuerza por alcanzar una exigencia siempre creciente, termina finalmente padeciendo las consecuencias. La depresión ha sido catalogada como la enfermedad de la vida actual, una epidemia con más daños que la actual del COVID 19.
Muchísimas personas padecen depresión y eso es un síntoma del tipo de sociedad en la cual vivimos. Si sumamos soledad, autoexigencia y finalmente impotencia, el resultado parece cantado. Tanta exigencia para el trabajo, para el cuerpo, para la diversión y hasta para la salud sólo puede traer enfermedad.
El mandato del deber del siglo pasado tenía algo positivo, venía “de afuera”, tenía exterioridad, venía de la Ley, de los otros, y siempre podías mandar a cagar a los otros, pero cuando la exigencia por divertirse, distraerse, formarse para el trabajo y competir viene de “dentro” todo se hace más difícil. Si fuimos animales de circo obedeciendo a regañadientes al látigo del domador y pasamos luego a buscar la galleta de nuestro entrenador, hoy somos nosotros mismos los que nos imponemos nuevos trucos.
Somos nosotros, nos repetimos incesantemente, los que queremos ser lindas, atléticas, sanos, rendidores o buenos hijos. Cientos de libros de ideológica imbecilidad liberal, de autoayuda, nos dicen que todo es posible si lo “queremos realmente”, así que parece que lo que nos aleja de las metas del mercado o nuestros sueños somos nosotros mismos. La revolución social necesita que nos dejemos un poco tranquilos.
4. La soledad acompañada
Podemos estar solos pero jamás tranquilos. Algún distractor nos acompaña siempre para “matar el tiempo”. Al parecer el tiempo es el enemigo y la distracción un arma. Un mundo de afectos reducidos, de necesidades sociales latentes y capacidades de entendimiento en baja es ganancia para los negociantes. Distraerse es no enfocarse en una realidad que es la mediación de algún aparato que nos llena de datos o imágenes.
Sin datos es difícil pensar pero cuando sólo hay una sucesión ininterrumpida de datos pensar es imposible. La distracción continua y la incapacidad de aburrirse o prestar atención se une a la exigencia de consumo no permitiéndonos parar un momento. Nuestra soledad está demasiado acompañada y por eso no paramos nunca.
En la antigüedad, Heráclito, un filósofo de Éfeso, fue bastante vilipendiado pues su propuesta acerca del devenir del ser parecía chocar con la lógica común. Si todo está indefectiblemente en movimiento, nada hay que permanezca, nada hay que tenga sentido, nada existe. Pero su énfasis no estaba en lo que deviene sino en su opuesto.
Todo está en movimiento decía pero gobernado por una lógica subyacente, una razón, un sentido “detrás” del movimiento. El énfasis estaba en la estabilidad y no en la inestabilidad.
Hoy hemos perdido cualquier sentido del movimiento constante de las cosas, sólo existe inestabilidad y eso nos convierte en espectadores viendo todo pasar sin más. Hoy somos anti-heraclíteos y el mundo sólo un sinsentido de sucesiones de instantes para consumo. La revolución social necesita que paremos y encontremos razones.
El peor virus es el capital.