EXTRACTO ENTREVISTA A MIQUEL AMORÓS

Has escrito un libro de rock. ¿Por qué? (El rock y las teorías radicales nunca se llevaron bien.)

Más bien se trataba de un folletito. Yo, como muchos jóvenes radicales, fui un amante del rock y esa música destapó mi rebeldía primeriza. Visto en la distancia, fue un fenómeno completamente nuevo que se convirtió, por lo que a los jóvenes se refiere, en el vehículo de expresión de su malestar existencial y de sus deseos de libertad total. De alguna forma fue el instrumento de la creatividad artística de la juventud y un arma para cambiar la vida. Durante un tiempo (entre finales de los cincuenta y principios de los setenta pasados) constituyó la banda sonora de la rebelión generacional. Proporcionó, aunque fuese efímeramente, una seña de identidad a quienes rompían con el viejo mundo y sus valores. Antes de corromperse en el show bussiness, de asociarse con los alcaloides o de degenerar en un narcisismo artístico, fue una promesa de fraternidad y felicidad.

Existe una incomprensión de cara al rock por parte de la movida radical ¿Cómo lo explicas?

La sociedad ha devenido plenamente espectacular y la música pop es un simple detalle periférico de entretenimiento, puro ruido de fondo amoblando un vacío. Diversión significa conformidad. El rock actual no tiene nada que ver con el de entonces, no ocupa una posición central en la vida de las nuevas generaciones, ni es capaz de albergar y potenciar eficazmente la voluntad de transformación radical de la sociedad presente. Es el acompañamiento trivial de un frenesí intrascendente y evasivo, infantilizador y onanista, tanto en sus formas más comerciales, como en sus versiones más pretendidamente rompedoras.

Antes de hablar de la corriente anti-industrial ¿Cómo se despertó tu interés por ella?

En la Encyclopédie se creía que la crítica de la sociedad de clases ya estaba hecha en lo esencial (la crítica situacionista) y que solamente cabía centrarse en los funestos detalles nuevos (las “nuisances”). La “nocividad” era el principal resultado de la producción capitalista. Sin embargo, se introducía un elemento diferenciador, la crítica de la idea de progreso. Según ella, la ciencia y la tecnología no eran neutras: había saberes y técnicas que contribuían a la libertad y otras que reforzaban la esclavitud. El papel de los investigadores, expertos, asesores y tecnócratas, en tanto que clase auxiliar en la nueva fase ultranociva del capitalismo, quedaba al descubierto. Además, el modo de producción industrial era esencialmente embrutecedor y lo seguiría siendo aunque los medios estuvieran en manos de los obreros. Eso obligó a los redactores de la EdN a visitar la obra de varios autores que se habían aventurado por ese camino, como Mumford, Adorno, Horkheimer, Anders, Simone Weil, Ellul, Charbonneau y otros, para intentar revelar el contenido verdadero de las luchas contra los efectos nocivos de la producción capitalista, como por ejemplo, los provocados por las centrales nucleares, las grandes infraestructuras, la polución atmosférica, la invasión de compuestos químicos en la vida cotidiana, la ingeniería genética, la urbanización depredadora, la estatización y burocratización de la vida social.

Anti industrialisme

¿Nos explicas brevemente el concepto de la crítica anti-industrial?

Es la crítica del capitalismo en el periodo final de la industrialización del mundo, aquél en el que todas las actividades humanas adquieren las características de una producción de masas, es decir, industrial.

¿Por qué emplear el término “anti-industrial”, que obliga a mantenerse en el terreno de la economía, mientras que los análisis no se quedan ahí?

Pues eso, porque la vida cotidiana de las personas queda sometida a los imperativos típicos de la fabricación masiva, porque todos los actos cotidianos y en general, todas las actividades sociales, son mercantilizables, y, por lo tanto, susceptibles de un tratamiento económico y objeto de una producción industrial. No llevamos la crítica al terreno de la economía. Es la economía, asistida por la tecnología punta, la que lleva el mundo a su terreno.

¿Cuándo y de donde proviene dicho término?

Eso no lo sabría decir con certeza. Puede que nos inspiráramos en la “Dialéctica de la Ilustración” de Adorno y Horkheimer. En el caso concreto del Estado español, se usa de preferencia la palabra “antidesarrollista” y su origen es claro: el “desarrollismo” fue la política económica que caracterizó la etapa industrializadora y urbanizadora de la dictadura franquista. El término “antiproductivista” también es equivalente.

¿Cuáles son los principales temas a tratar?

El primero que se trató fue el de la penetración de la industria nuclear de la sociedad. La crítica a las insuficiencias del movimiento ecologista se impuso a continuación. Luego, la crítica del papel opresivo de la tecnología moderna, especialmente de la informática, todavía en mantillas (estábamos en los ochenta). En fin, los temas no faltaron: la crítica del urbanismo totalitario y en general, de las agresiones al territorio; la crítica del automóvil privado (la motorización), la de emblemas faraónicos del poder como el Tren de Alta Velocidad, la de la agricultura sin tierra, la de la modificación genética, la del catastrofismo de Estado, la de la degradación del lenguaje, la de los mecanismos de la domesticación, la del uso de energías no renovables… El tema al que yo he prestado más atención es el capitalismo “verde”.

¿Cuál es la diferencia entre anti- industrial y antidesarrollista?

No hay ninguna diferencia. En el estado español “antidesarrollismo” es un término más popular, forjado en la oposición a los planes industrializadores de la pasada dictadura (“planes de estabilización y de desarrollo”). Ir contra el “desarrollo” significa ir contra el crecimiento económico, contra la dictadura del rendimiento, en fin, contra las imposiciones de la técnica y la acumulación de capitales. Y se sabe que una economía capitalista que no crece, que no se desarrolla, se hunde. El beneficio decae hasta desaparecer. Sin embargo, no es el caso de una actividad productiva orientada a la satisfacción de necesidades.

Reflexiones

¿De qué modo el fracaso del viejo movimiento obrero participa en el nacimiento del anti-industrialismo?

Es evidente que la pérdida de peso social del proletariado de las fábricas y el desarrollo de las nuevas clases medias asalariadas, consecuencia de lo que Camatte llamaba “el dominio real del capital” y los situacionistas denominaban “la colonización de la vida cotidiana por la mercancía”, daban lugar a fenómenos de integración, servidumbre voluntaria y desclasamiento. Eso producía contradicciones importantes en las ideologías obreristas y vacíos teóricos en la crítica social. El anti-industrialismo o antidesarrollismo trataba de rellenar esos huecos y de resolver esas contradicciones, sin lo cual es imposible un cálculo estratégico.

La corriente anti-industrial analiza el progreso, la técnica, etc., de forma diferente a los marxistas e incluso de las corrientes radicales, que contemplaban la automatización de la producción como una liberación del trabajo, una vez que fuera autogestionada. ¿Se trata de una simple diferencia o significa una ruptura más global con el punto de vista marxista?

Cierto que la automatización de una producción “indetournable” (inutilizable en sentido liberador) y centralizadora no podrá sino concluir en una autogestión de la miseria. La producción es producción de mercancías, producción de dependencia y alienación, o sea, de relaciones de sumisión; por lo tanto no se puede autogestionar, hay que desmantelarla. El planteamiento rompe con el marxismo clásico; no obstante, no lo hace con todos los marxistas. Los hay que pensaban que la emancipación no pasaba necesariamente por un progreso tecnoindustrial, incluso que éste podía ser un obstáculo y un factor de sumisión. Cito de carrerilla a Georges Sorel, Walter Benjamin, Ernst Bloch, Dwight MacDonald, José Carlos Mariátegui y Herbert Marcuse. Hay enfoques como por ejemplo, el de la economía sustantiva (Karol Polanyi) o el de la parte maldita (Georges Bataille) que también irían en ese sentido. De todas formas, incluso la metodología marxista limpia de leninismos y reformismos tiene grandes limitaciones teóricas, dado que el progreso, y su concreción filosófica, el determinismo histórico, juega un papel relevante en ella. No hay un principio absoluto de verdad sobre el que construir una vanguardia o un partido, no existe teoría alguna que nos proporcione la clave exacta del funcionamiento social, no hay finales felices asegurados y los dolores de la historia pueden alumbrar tanto una época de confusión y barbarie, como una de libertad. Jaime Semprun decía que cuando sobreviene la catástrofe, lo principal es ponerse a salvo aprendiendo a sobrevivir. La teoría es lo de menos.

Pongo un ejemplo del alejamiento con el marxismo: la ruptura con la idea de una clase social portadora del futuro liberador, o sea, el determinismo histórico.

Es posible que la enorme frustración de perspectivas promocionales, la acumulación de miserias o el malestar civilizatorio conduzcan a determinados sectores de población afectados a desear cambios radicales en la sociedad y en sus vidas, y que tal voluntad subversiva de vivir en libertad se vea favorecida por desfallecimientos del poder, crisis económicas repentinas y parálisis de sus aparatos represores. La vida libre puede abrirse camino entre un montón de ruinas, pero tal posibilidad tiene muy poco que ver con la idea de una clase revolucionaria, dirigida u orientada por una vanguardia esclarecida, destinada por la historia a dirigir el mundo tal como es hacia metas más altas que solamente ellos son capaces de precisar. Suena a mitología burguesa.

Zerzan dijo que las desgracia empezaron con el nacimiento de la agricultura; otros dicen que el origen de los males fue el cristianismo al colocar al hombre por encima de la naturaleza. ¿Cuál es tu opinión?

El punto de vista moralizante y maniqueo se complace imaginando un paraíso terrenal, una Edad de Oro donde todo el mundo cazaba, recolectaba y era feliz, que finalizó con la llegada de la maldita “civilización”, fuera esta el neolítico, el Egipto de las pirámides o el imperio romano. La crítica anti-industrial es hija de la razón y de la ciencia, no de la ignorancia, de la fe o de las creencias de la horda cazadora recolectora. Condenar cualquier “civilización” equivale a condenar al género humano en su conjunto, pues el hombre, en tanto que ser social, es espontáneamente civilizador. Calificar moralmente un fenómeno histórico lejano como el lenguaje articulado, el cultivo de la escanda, el comercio de metales o el monoteísmo tiene poco sentido. Solo son momentos del movimiento azaroso e inconsciente de la humanidad, sin metas ni objetivos a largo plazo. Además, el origen del mal queda mucho más cerca: es el capitalismo, el régimen a través del cual la economía se adueña de todas las demás actividades humanas y las somete a sus leyes. La regresión histórica es imposible y las prédicas sobre el retorno a situaciones propias del paleolítico o de la Antigüedad paleocristiana conducen a la formación de sectas inmovilistas, que se consuelan no demasiado lejos del mundanal ruido con sus fábulas anticivilizatorias y la permacultura.

¿Cuáles son las relaciones entre la corriente anti-industrial y los anarcoprimitivistas? ¿Y con la ecología radical?

Yo, particularmente, me siento cercano a los ecologistas radicales y libertarios. No tanto con los decrecentistas, que suelen apelar al Estado como ejecutor supremo de sus propuestas. El anarcoprimitivismo es un callejón sin salida. Como opción personal puede entenderse, pero no sirve como alternativa social, pues no se trata de ofrecer una fórmula de vida frugal y autosuficiente para que los convencidos la sigan en la medida que puedan. El caso es que no es cuestión de individualismo, de iniciativa individual, sino de comunitarismo, de acción colectiva. Se trata de formar parte del movimiento social que surja de la quiebra de los mecanismos de la dominación para así, colectivamente y en el calor de la lucha común, dar rienda suelta a la voluntad de vivir de otro modo.

(La entrevista a Miquel Amorós tenía que efectuarse en Toulouse el 30 de marzo de 2020, pero fue pospuesta sine die por el estado de alarma declarado con motivo de la pandemia).

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