LA DISTANCIA DEL OLVIDO

Hay memorias que nunca llegaron a ser. Que fueron sepultadas por el silencio del olvido, que sopló sobre las huellas de su existencia y nadie las echó de menos. Anónimos seres cuyo destino fue desaparecer de cualquier recuerdo. Pero hubo otras, las de muchas mujeres. A ellas, a su silenciado sacrificio, entregado y sincero, quiero dedicar estas palabras que sean el eco de las voces que se quedaron injustamente en una dimensión ausente y oscura. Me refiero a las mujeres de la inmediata posguerra de 1939 que tuvieron que reconstruir las ruinas de la devastación que los hombres provocaron y no supieron evitar. Entre cartas amarillentas que he leído con el pudor del extraño que irrumpe en la intimidad ajena, me he podido aproximar a sus vidas, a sus preocupaciones y a sus agonías. Como me sucedió con los escritos del abuelo Manuel Martínez Iborra donde se concentra el dolor que tuvieron que soportar estas mujeres ante los fusilamientos, encarcelaciones masivas y represiones. Eran las mujeres de “los rojos”, de los derrotados en una contienda cruel e inhumana que todavía arrastra sus consecuencias. En una de sus desesperadas cartas, la abuela, Maria de la Concepción Montero, comunicaba a su marido que tuviera paciencia, que ella, con su hijita Marieta en brazos, iba por los despachos solicitando clemencia para él, una conmutación a la pena de muerte. Recorrió kilómetros pasillos; llamó a muchas puertas, pero eran tiempos donde la valentía escaseaba y nadie movía un dedo por nadie. El silencio del miedo. En una de esas cartas que conserva su familia, el abuelo Manuel, miembro del Comité Revolucionario de Massamagrell, perteneciente al Partido Socialista Obrero Español, le escribió a su mujer:

Foto archivo. Biblioteca Nacional

“… Maria digo que aunque me veas como me veas no te preocupes por mí, que por mi no hay nada que hacer. Porque es tanto el resentimiento que tengo, que se me van las ganas de escribir. Porque no hago más que pensar en lo que he hecho yo por el pueblo y no lo quieren reconocer. Así es que lo que tengo dentro de mi clavado, lo que he hecho y no me lo puedo llevar de mi pensamiento. Así es que cuida de la familia y manda recuerdos a mis hermanas y cuñados. Besos para los chicos, y muchos besos y abrazos para ti, Maria”

A ellas, a su ilimitado esfuerzo me refiero. Con hijos hambrientos que mantener vivos y a los que sacar adelante, representan la verdadera lucha por sobrevivir entre una sociedad hostil y rencorosa. Ellas son las auténticas heroínas relegadas, no ya a un segundo plano, sino, como ya he dicho, a otra dimensión: la del ostracismo, de la más injusta desmemoria que podemos y debemos reparar. Que habla de reconciliación, pero aún se oye lo de «no remover -su- mierda».., donde los políticos se pronuncian sobre la historia, a su manera e interés, no estaría de más por su parte dejar a un lado los numerosos homenajes a personajes ilustres, renombrados, y les dediquen a estas mujeres valientes y abnegadas sus demagogos discursos; que al menos, si no suelen ser acertados en muchos casos, tienen repercusión social. Tengan la honestidad y honradez de recordarlas de vez en cuando, porque, posiblemente, algunas de ellas son sus propias madres o sus abuelas. Las víctimas de las guerras no son sólo los muertos que ocasionan. También son víctimas circunstanciales los vivos de esas tragedias, que los amaron o aman y sufren o sufrieron durante tanto tiempo y silencio el dolor de su ausencia.

Benjamín Lajo Cosido

memorialista

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