AMENAZAS DE LA SOCIEDAD PSICOLÓGICA

            Uno de los rasgos que caracterizan las sociedades desarrolladas contemporáneas es el aumento de los síntomas psicopatológicos de los individuos que las conforman señalando los epidemiólogos de la salud mental que solo el 20% de la población está libre de ellos. Las crisis de la familia y las relaciones personales, las presiones laborales o el paro, y un sistema educativo cada vez más inhumano, hacen estallar los mecanismos psiíquicos de adaptación a la realidad instituída. El estrés, la tristeza, la ansiedad, los suicidios, los ataquies de pánico, la bulimia y la anorexia, la sensación de soledad y del absurdo de la realidad empiezan a convivir con nosotros como una normalidad estadística. Mas generalizada aún, la demanda de gratificación instantánea es cada vez más apremiante, el cinismo, la desconfianza y la apatía corroen los valores y actitudes necesarias para la reproducción de la sociedad y la “epidemia” de la droga y otros fenómenos de escapismo amenazan a la sociedad por el rechazo del trabajo y el sacrificio. Producto de la falta de amor, de la alienación extrema de una sociedad dividida y del empobrecimiento cultural y espiritual, empieza a predominar un egoísmo voraz acompañado de un profundo sentimiento de vacío, unido a una rabia sin límites oculta a menudo bajo la superficie causada por la sensación de dependencia que provoca una vida de dominación.

El desorden mental que acarrea seguir adelante tal y como están las cosas, se trata actualmente casi por completo con bioquímica, para reducir la conciencia individual de una angustia socialmente inducida. Los tranquilizantes son hoy día las drogas más extendidas mundialmente y los antidepresivos baten records de ventas. Se obtiene así un alivio temporal (al margen de los efectos secundarios y sus propiedades adictivas), mientras todos nos hundimos un poco más. El conformismo social, basado en su mayor parte en sucesivas experiencias de derrota y resignación, fomenta la idea de que el terreno personal es el único en el que tiene cabida la autenticidad. Esa demanda de plenitud es insatisfecha por los terapeutas y la nueva iglesia que constituye la Psicología no da esperanza a los sometidos mientras el Sistema solo atiende las necesidades de la clase dirigente.

En realidad, la Psicología actúa como una técnica de control social para cubrir las necesidades del Sistema consumista y burocrático de regulación y jerarquía. Para la Psicología el dolor y la frustración del individuo de redefinen como enfermedades y, en algunos caos, suprime los  síntomas, mientras un mundo insano continúa con su racionalidad tecnológica que excluye cualquier rasgo espontáneo o afectivo de la vida: la persona es sometida a una disciplina diseñada a costa de su sensualidad para hacer de ella un instrumento de producción y consumo. Así, la enfermedad mental es un escape inconsciente y primario de este diseño, una forma de resistencia pasiva. El Estado se beneficia de la autoridad sanitaria cuya perfección consiste en contar con la voluntad de un potencial disidente cuya rebeldía es castrada y enfocada hacia comportamientos valiosos para el Sistema.

La Psicología reduce a personal una cuestión social, contempla al individuo como problema aislándolo y rehusando considerar a la sociedad como un todo que comparte la responsabilidad de las condiciones que se dan en cada ser humano. La Psicología impide llegar a la raíz del mal y participa de la desintegración social que sufrimos hoy en día pretendiendo cambiar nuestra personalidad evitando toda reflexión  sobre los efectos del Capitalismo sobre nuestras vidas o nuestras conciencias.

Como reacción a la sociedad psicológica proliferan también los “grupos de apoyo” basados en la igualdad de los miembros y ajenos a toda comercialización, proporcionando una gran fuente de solidaridad y trabajando contra el aislamiento y la alienación que supone tratar la dolencia emocional al margen del contexto social. Ahí, el deseo de autonomía y valorización propia, de ser amados por nosotros mismos independientemente de nuestras capacidades o cualidades crea un valor propiamente aitinstrumental y anticapitalista, fomentando el deseo revolucionario de transformar la realidad para así cortar de raíz el mal que nos hace sufrir. Así nace la revolución interior de no delegar la asunción de nuestras propia experiencias, de nuestra vida, en un control jerárquico cuya tecnología pretende dominarnos ideológicamente, y cuyas imposiciones nos impiden cambiar un mundo que refuerza nuestra incapacidad para cambiar.

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