EL TRISTE APRENDIZAJE DEL INDIVIDUO MODERNO

El triste aprendizaje del individuo moderno

Viernes.23 de octubre de 2020 0 visitas Sin comentarios
Heleno Saña.#TITRE

 

Cuanto más sensible es el hombre, más destinado está a sufrir. Eso explica que la mayoría de ellos intente ahuyentar de su corazón la solidaridad y la ternura con los demás y reserve sus sentimientos para sí mismos y sus allegados más próximos. Es el triste aprendizaje del individuo moderno: endurecerse, asfixiar ab ovo todo acceso de bondad y de piedad hacia los que sufren, paso previo para poder cultivar su ego sin reparos mentales y efectivos. De ahí el grado de insensibilización a que ha llegado y de su creciente capacidad para vivir con la conciencia satisfecha en un mundo cada vez más inhumano y brutal. Extinguir de su alma toda la tradición moral de la humanidad: he ahí la divisa del hombre contemporáneo, una actitud que constituye el rasgo central de las tendencias destructivas de la posmodernidad. Lo que el espíritu de los tiempos exige es la desenvoltura, el cinismo, la dureza de corazón. Pero de lo que el hombre no se apercibe es de que al inhibirse de su conciencia moral pierde automáticamente el fundamento más sólido que posee para dar a su vida el mayor sentido posible. Y lo peor es que ni siquiera se da cuenta de la trampa que se tiende a sí mismo, una de cuyas manifestaciones es la soledad íntima a que su autocentrismo le condena.

(…)

El tipo de consuelo que el individuo de la actual sociedad de consumo suele elegir es un reflejo mecánico del individualismo posesivo y del egoísmo canonizados por la ideología burguesa como bienes supremos. De ahí que lejos de trascender subjetivamente la realidad de lo dado permanece prisionero de ella. Es decir, lo que el individuo medio añora no es vivir en un mundo cualitativamente distinto al de hoy, sino instalarse en él en las mejores condiciones posibles.

Asistimos así a la paradójica situación de que nuestro tiempo reúne en sí dos modelos de irracionalismo: el que impera en la misma realidad y el que se aloja en la mente de los insatisfechos. Creo por ello plenamente justificado definir la hora histórica que estamos viviendo como un mundo que ha perdido el sentido de la trascendencia y vive encerrado, física y espiritualmente, en la inmanencia construída por las élites dominantes.


La libertad individual forma sin duda parte irrenunciable de toda sociedad racional y humana, pero si es disasociada de su sentido comunitario está expuesta siempre al riesgo de absolutizarse a sí misma como lo único importante y a desentenderse de valores no menos decisivos como la justicia social y económica. Eso explica que el liberalismo no haya sido capaz de crear otra forma de organización socioeconómica que el capitalismo, razón por la cual el Estado liberal se ha caracterizado siempre por el reparto desigual de la riqueza y por el dominio de unas clases sobre otras. A la luz de estos hechos, resulta impropio hablar de Estado de derecho, de Estado democrático o de Estado constitucional, como hacen continuamente los apologetas del statu quo.


Personalmente creo que si el hombre contemporáneo no ha encontrado en general la felicidad que anhela se debe en no poca medida a que su vida está condicionada más por las exigencias casi siempre incómodas de la vida cotidiana que por la visión de lo infinito. Y si tuviera que definir la civilización moderna en una fórmula breve, diría de ella que es una civilización caracterizada por la hegemonía casi absoluta de lo finito sobre lo infinito. Eso explica asimismo su superficialidad y su incapacidad para dar al hombre la calma interior o la paz de espíritu que toda vida provista de sentido exige. De ahí que Nietzsche definiera al individuo moderno, con sobrada razón, como un “ser sin soledad”. O dicho más directamente: malgastamos demasiado tiempo en actividades mecánicas y muy poco en la reflexión sobre lo esencial y eterno. Es el precio que tenemos que pagar por haber creído que el concepto de lo útil consiste en fabricar y usar toda clase de artefactos y utensilios técnicos, sin caer en la cuenta de que con ello no hacemos más que convertirnos en devotos cumplidores de la ideología burguesa y su glorificación del consumo material como summun bonu.

Extraído de: Heleno Saña. “El camino del bien. Respuesta a un mundo deshumanizado”. Fundación Salvador Seguí Ediciones (CGT), Madrid 2013.

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