LOS ESCÁNDALOS TOTALES DE LA MEDICINA CAPITALISTA(Recensión-Reseña)

LOS ESCÁNDALOS TOTALES DE LA MEDICINA CAPITALISTA. RECENSIÓN-RESEÑA del libro “Iatrogenia. La medicina de la Bestia. Origen de las enfermedades raras” de Enrique Costa Vercher(Doctor Nadie)

“La medicina ha avanzado tanto en los últimos tiempos que ya todos estamos enfermos” Aldous Huxley.

El objeto de nuestro estudio va a ser la medicina moderna, es decir, la medicina que todos conocemos, practicamos y consumimos y que, además, es valorada como la única medicina sin discusión posible por casi todos los ciudadanos, todos los políticos, todos los gobiernos y por todas las organizaciones nacionales e internacionales y por todas las universidades del mundo occidental. Es abrumadoramente considerada no sólo como la mejor medicina que haya conocido la humanidad, sino que además como la única que debe ser considerada medicina como tal y la única que debe enseñar la docencia médica universitaria oficial en todo el primer mundo y es , también, la única medicina que respaldan y permiten los poderes sociales encargados de velar por la salud de todos los ciudadanos de occidente y, por todo eso, es la única medicina que posee, incluso, capacidad legislativa y poder punitivo para lograr imponerse por obligación legal sobre la población.

Todos los políticos, junto a las universidades y los demás organismos oficiales sanitarios están al servicio o bajo el poder de influencia de las multinacionales de farmacia y, por eso, están sacando leyes que favorecen en exclusiva a la medicina industrial o medicina moderna aunque para ello tengan que violentar e, incluso, suprimir la propia libertad individual que es un derecho humano básico en todas las constituciones de nuestras democracias. Esta medicina moderna es una de las causas más importantes en la aparición de un fenómeno biológico nuevo en la historia de la humanidad occidental; un fenómeno muy grave puesto que debido al carácter tóxico propio de la medicina moderna ha motivado la aparición de unas enfermedades nuevas, de unas características desconocidas que está llevando a la población a una situación de probable extinción. Desde hace 30 años estamos asistiendo a un fenómemo de iatrogénesis(enfermedades producidas por los médicos y sus tratamientos) tóxica en todo el mundo moderno. Esta iatrogenia se inició en los años 50 del pasado siglo y ha ido y se va intensificando de manera acelerada y haciéndose cada vez más evidente y afectando a más gente, sobre todo jóvenes, a medida que pasan las décadas. La causa de esta iatrogenia general es la medicina moderna por su carácter exclusivo y de medicina única impuesta en esta sociedad. Nos referimos a la pandemia de las enfermedades raras que según el ministerio de sanidad español está afectando a más de tres millones de niños y jóvenes en nuestro país y a más de treinta millones en la Unión Europea. Otra pandemia exclusiva iatrogénica de la única medicina moderna es la gran cantidad de jóvenes estériles o castrados químicamente(por efectos secundarios de la medicación industrial) que hay en la sociedad desde hace 30 años. La infertilidad o esterilidad alcanza a la mitad de la población de jóvenes europeos y americanos y va en aumento a medida que pasan las décadas. Si a una población determinada se le ha aplicado una única medicina exclusiva y esa misma población presenta, en exclusiva, una serie de enfermedades que no afectan a otras poblaciones ni afectaban en el pasado a esa misma población antes de consumir esa medicina única y exclusiva se concluye que debe existir una relación de altamente probable causalidad entre la aplicación y consumo de esa medicina única, nueva y exclusiva y la aparición simultánea de esas nuevas y exclusivas enfermedades en la población.

Esa iatrogenia o mala praxis propia de la medicina moderna es consecuencia de que, en realidad, lo que llamamos medicina en el primer mundo es algo muy diferente de lo que se ha entendido por medicina desde siempre por todos los pueblos. La medicina moderna es un sucedáneo totalmente desconectado de la naturaleza e, incluso, totalmente enfrentada a las leyes del cosmos y prescisamente de esa separación le viene el carácter iatrogénico que le es intrínseco y que la caracteriza. La mentalidad comercial y la cultura industrial que impregna a la medicina moderna en occidente ha transformado a los médicos tradicionales que ejercían su profesión de una forma artesanal y siempre de acuerdo al orden cósmico, de acuerdo a las leyes de la naturaleza y a la moralidad en los actuales médicos modernos que, en realidad, son técnicos comerciales que por haber sido engañados por el Sistema de salud colaboran e inciden en el consumo de productos industriales(tóxicos) y biotecnología y que, al contrario de sus antecesores del pasado, desprecian los remedios naturales y actúan en contra de las propias leyes genuinas de la naturaleza. Es decir, practican una medicina industrial que, como toda actividad industrial es contranatural y antiecológica y en general está sola y exclusivamente motivada por y para la obtención de beneficios económicos por encima de cualquier otra consideración y, para conseguir dinero, no le importa que sus métodos y resultados tengan un carácter contranatural. Y precisamente en ese carácter contranatural reside el efecto espurio y iatrogénico que caracteriza a la medicina moderna o industrial. En la medicina moderna la mayoría de la práctica médica se basa en actuar, aplicar métodos y administrar productos industriales para obtener efectos contranaturales. La irreverencia y oposición al orden cósmico es una de las notas más características y exclusivas de la medicina moderna. Por eso no se parece en nada a lo que siempre se ha entendido por medicina en las tradiciones del mundo puesto que, en todas ellas, la medicina se ha basado en un exquisito respeto por las leyes y ritmos de la naturaleza, puesto que siempre y en todo lugar ésta ha sido considerada el reflejo del orden (cosmos) universal diseñado por la Divinidad y, por tanto, ese orden natural era considerado como imposible de superar en ritmo, armonía, belleza y perfección. La naturaleza, por ser obra de la divinidad, era considerada como sagrada e inteligente y no se podía ir en su contra del diseño inteligente y perfecto del cosmos. La medicina moderna se basa y se fundamenta en alterar las leyes de la naturaleza con productos industriales y con biotecnología y su carácter industrial y comercial actún con la convicción falsa, pero totalmente asumida,de que puede alterar impunemente el orden cósmico y las leyes naturales con sus productos industriales y su tecnología y, además, esa actividad contranatural es, presicamente, en lo que basa su supuesta superioridad sobre la medicina natural y tradicional y, sobre todo, en lo que se sustenta su carácter industrial y comercial y, de ello, extrae su inmenso y formidable poder económico y social. La medicina moderna no es medicina sino industria y negocio ajena a la salud de los pacientes y como sucedáneo falso, ha usurpado el papel de lo que verdaderamente fue la auténtica medicina y que se practicó en occidente durante miles de años. La medicina industrial ha alcanzado gracias al poder económico, un dominio social y legislativo tan formidable como el que tiene y que le asemeja de manera inquietante a una religión. En realidad, se ha convertido en una seudoreligión que además tiene un claro carácter fundamentalista y, como tal, posee un enorme poder jurídico punitivo que le permite encarcelar a médicos “herejes” y a padres y ciudadanos que libremente eligen tratar a sus hijos al margen de la “doctrina médica oficial”.

La mentalidad respetuosa y sumisa ante la naturaleza propia de la ciencia y medicina tradicionales, fue puesta en entredicho por primera vez por el filósofo británico Roger Bacon a finales del siglo XVI en Europa. Este pensador fue el primero que introdujo la semilla del pensamiento ilustrado en la consciencia colectiva de los científicos europeos. La idea ilustrada en pocos siglos se convertiría en un axioma primero y en un dogma científico que daría a luz a la sociedad industrial que transformaría el mundo de manera total. La idea afirmaba que el hombre mortal y de efímera existencia, el pequeño humano de toda la vida, aunque lo había estado ignorando durante toda su milenaria historia, en realidad, poseía en su naturaleza humana nada menos que “el fuego de los dioses”. Bacon pensó que todos los antiguos sabios y filósofos anteriores a él eran unos pobres ignorantes que no se habían enterado de que en realidad eran unos dioses demiurgos y que desconocían que tenían el poder de crear mundos a su medida y de superar, con su actividad,a la propia naturaleza. El verdadero hombre con luz e “ilustrado” era aquél que con su acción inteligente, su voluntad y su tecnología se atrevía a proclamarse dios demiurgo y se sentía capaz de transformar e, incluso, superar y mejorar el diseño cósmico genuino y natural. El hombre ilustrado era capaz de mejorar el cosmos con el fin de ponerlo a su servicio para el propio uso y disfrute, es decir, capaz de asumir su papel de “verdadero” dios creador de mundos(“la actividad humana es capaz de superar a la naturaleza”). El hombre europeo asumió esa revolucionaria “visión ilustrada” y, desde entonces, toda la literatura, la enseñanza y la cultura de la civilización europea u occidental ha estado exaltando y predicando en los tres últimos siglos la certeza y realidad de esa supuesta capacidad real de supremacía del humano sobre el cosmos. Había nacido un “luminoso hito” del pensamiento que inició una época de la historia de la humanidad que podríamos llamar “la edad de los hitos históricos” o la “edad de las revoluciones” que continuó con la revolución industrial en el “siglo de los inventos” y culminó en la actual “sociedad del bienestar”. Desde la revolución industrial, el hombre ilustrado, ebrio de poder tecnológico, por primera vez en la historia, está convencido de que puede enfrentarse a la naturaleza y vencerla. Hasta ese tiempo, el punto de vista tradicional de absoluta sumisión ante Dios y el cosmos tenía un carácter universal y no sólo era propio de occidente sino de todas las tradiciones milenarias del mundo occidental y oriental y como muestra la sentencia del libro sapiencial del taoísmo Tao-Te-King, en el poema xxix: “Quien intente conquistar el mundo (el cosmos) y modelarlo a su antojo dificilmente lo logrará. El mundo es un vaso sagrado que no se puede manipular. Tratar de manejarlo es deformarlo y agarrarlo es perderlo”. El pensamiento de Bacon ha transformado el mundo pero nuestro planeta y la vida que hay en él se ha deteriorado gravemente como consecuencia de nuestra civilización industrial y su actitud irreverente ante la naturaleza. Ahora, los ciudadanos actuales podemos comprender que deberíamos haber respetado el orden cósmico, pero quizá es demasiado tarde. Durante todo este tiempo de transformación de los científicos ilustrados, el industrial y el ingeniero los cambios y catástrofes en nuestro macrocosmos han contaminado el planeta y lo han echo casi inhabitable e imitándoles, los médicos, han llevado a cabo otros cambios en el microcosmos, es decir, sobre nuestros organismos y los cuerpos se han contaminado de igual forma. La profanación de la naturaleza no puede quedar impune.

Desde el filósofo ilustrado Kant somos y nos sentimos humanos mayores de edad y se creyeron con el poder humano y demiúrgico suficiente como para emanciparse de Dios, decidir sobre el propio destino y gastar la herencia a su antojo(la naturaleza). Esa naturaleza, ese cosmos sagrado, no era para los ilustrados tan grande, ni tan maravillosa, ni tan perfecta ni tan venerable cosa sino un mundo bastante desagradable y hostil, salvaje, molesto y peligroso. El caos hostil de la naturaleza necesitaba de un nuevo orden perfecto que traería la civilización industrial. Para convertir el mundo en una gran factoría industrial, la naturaleza salvaje y genuina ya no iba a ser el modelo de perfección a seguir sino el caos bárbaro que había que someter. Ya no se procuraba seguir e imitar sus leyes sino que era mucho más interesante y productivo conocer el modo de cómo neutralizarlas o cambiarlas o transformarlas, y con ello, sacar beneficio industrial. El conocimiento cinentífico y médico se apartó del latido y el ritmo de la naturaleza y el interés de la nueva ciencia positivista estaba en industrializar el mundo, profanarlo y explotarlo sin ningún tipo de miramiento: sustituir los bosques por monocultivos, a los animales salvajes en ganadería industrial, a los ríos en embalses, a las montañas en canteras, saquear los océanos y domar los ríos… Y para ello el nuevo científico ilustrado creó y diseñó máquinas, laboratorios, fábricas, etc para poder enfrentarse a la naturaleza y someterla al nuevo orden ilustrado. La civilización industrial y su medicina moderna se han emancipado de cualquier vinculación con el mundo trascendente de lo sagrado, del mundo espiritual, de la ley natural y de la moralidad religiosa que impidan la práctica de cualquier acción médica contranatural. Esa falta absoluta de moralidad y de respeto a la naturaleza son las que permiten en la actualidad la experimentación humana y animal y otras prácticas contranaturales propias y exclusivas de la medicina industrial. Esta pérdida de espíritu y naturaleza hace de la medicina moderna abandonar su carácter sagrado o moral, cósmico, holístico y artesano, es decir, ha dejado de ser medicina y se ha convertido en una “actividad” humana de carácter industrial, contranatural y tóxico, en un gran negocio bajo el gran poder del dinero.

Pero para hacer posible ese nuevo proyecto de cosmos a la medida, por tratarse de una nueva creación, todo tenía necesidad de ser un campo de nuevas experiencias, es decir, un experimento continuo. El hombre ilustrado se dispuso a crear un nuevo cosmos y una nueva sociedad donde todo iba a ser novedoso y distinto a lo natural, todo estaba por rediseñar y hacer, por experimentar, por ensayar y redefinir según los nuevos parámetros y nuevas visiones de lo que podría ser mejor para la nueva civilización. La civilización ilustrada en menos de un siglo industrializó toda la existencia y la actividad humana (agricultura, ganadería, pesca, enseñanza, oficios…) y por extensión el planeta entero. La medicina ilustrada se ha industrializado, y, con ello, ha asumido la idea de ser una actividad moderna y que ha progresado y que, con ese progreso, ha adquirido el poder demiúrgico propio de la ilustración y, ahora, ya puede superar también al propio diseño natural y, por tanto, ha creído tener el poder de transfdormar y, por supuesto, de “mejorar” con tecnología y con la industria al propio microcosmos humano. La medicina industrial con su aplicación masiva y, casi total, sobre toda la población occidental comenzó realmente en las primeras décadas que siguieron a la segunda guerra mundial. Y la nueva sociedad cobaya incorporó productos médicos industriales tóxicos y experimentales por ser nuevos y desconocidos y no podían ser conocidos sus efectos a priori o por anticipado sobre sus efectos en el organismo y, a posteriori, no han sido lo satisfactorios que se esperaba en un principio. En todo experimento humano se producen básicamente los efectos inmediatos o a corto plazo que son aquellos que se producen inmediatamente en los días que siguen al momento inicial del experimento, en el momento inmediatamente posterior a tomar o inyectar la medicación y, por otra parte, están los efectos retardados, tardíos o a largo plazo que son aquellos que se producen meses,años o incluso décadas de la administración del medicamento. Los efectos a largo plazo además de afectar a los propios individuos que han consumido los productos experimentales pueden afectar a sus hijos años más tarde, como así ha sido. En las causas de las enfermedades raras describiremos los efectos iatrogénicos de esas medicaciones industriales de carácter experimental que después de unas décadas han incidido sobre la calidad genética de los primeros ciudadanos cobayas a los que se aplicaron porque estas terribles enfermedades resulta que se están presentando exclusivamente en los descendientes de esos primeros humanos cobaya que se sometieron a este gran experimento de los años 60 en adelante. Por desgracia, esos efectos secundarios han sido constatados a posteriori y cuando ya no hay remedio para la población que ha actuado de grupo cobaya. Se evidencian por la aparición en los últimos 30 años de diversas pandemias de enfermedades raras, castración química de las parejas jóvenes y las enfermedades autoinmunes.

La invención del microscopio a mediados del siglo XIX dio origen de manera indirecta a una nueva teoría médica desconocida hasta entonces y que iba a cambiar para siempre el concepto de enfermedad. Este artefacto mostró a médicos y biólogos de la época que existía todo un mundo invisible de criaturas vivas que había pasado desapercibido a todos sus predecesores. A esas desconocidas criaturas vivientes se les dió el nombre genérico de microbios y ese descubrimiento científico dividió a la clase científica en dos bandos. El primer bando, el más numeroso en esa época, lo formaban los científicos que pensaron, con la lógica más elemental, que si esos microbios estaban en el cuerpo humano y lo habitaban, debían estar ahí desde siempre y, desde luego, desde antes de que el microscopio los hubiera hecho visibles, y si eso era así, debían ser inofensivos puesto que nunca les habían tenido en cuenta para explicar las causas de las enfermedades ni para explicar su evolución, ni mucho menos para curarlas; y si llevaban miles de años explicándose las enfermedades y curándolas sin tener en cuenta la existencia microscópica de esas criaturas era porque quizá, esos microbios recién descubiertos, eran connaturales a la fisiología humana y cumplieran algún tipo de función biológica desconocida hasta la fecha pero que, sin duda, se descubriría en el futuro contando con más tiempo y experiencia para observarlos. El segundo grupo de científicos encabezados y dirigidos, no por un médico, sino por un industrial en química llamado Louis Pasteur, afirmaba que esos microbios encontrados en el cuerpo humano eran , con toda seguridad, ajenos o alienígenas a la fisiología humana y, además, debían ser agresivos por necesidad y, por tanto, causantes de enfermedades. Los que afirmaban que eran agresivos acabaron imponiendo su opinión sobre el primer grupo de médicos y crearon una nueva teoría médica desconocida e inédita hasta la fecha: la teoría de la infección. Esta nueva teoría afirmaba que antiguas y conocidas enfermedades como las cistitis, las anginas o difteria, las bronquitis, las sinusitis, las gastroenteritis, etc, no eran el resultado de alteraciones y desequilibrio de los humores orgánicos, ni eran producidas por agresiones climáticas como el frío o la humedad como habían creído los médicos hasta la fecha sino que, en realidad, las causaban esos nuevos microbios. Y con esa afirmación totalmente prematura y con la imposición prematura de esta hipótesis sin confirmar, nació una nueva teoría médica: la teoría de la infección, que resultó ser una novedosa y revolucionaria manera de entender la naturaleza de la enfermedad, una manera desconocida hasta la fecha y que daría lugar, también, a una nueva medicina, la medicina industrial, y además, dio nacimiento a un nuevo tipo de enfermedades desconocidas hasta entonces: las enfermedades infecciosas. La novedosa teoría de la infección se impuso no porque sea verídica ni real, puesto que es falsa, sino porque fue una teoría científica muy simpática para la industria y el dinero y, desde luego, podemos decir que ha resultado ser un formidable negocio muy rentable hasta el día de hoy. La creación de la teoría de la infección fue el origen de la medicina industrial y el principal motor de la gigantesca y próspera industria médica y farmaceútica. Esta falsa teoría de la infección ha impuesto a los ciudadanos la necesidad falsa de medicarse, con medicación tóxica, contra nuestros microbios desde los primeros momentos de nuestra vida hasta el día de nuestra muerte y, por tanto, es la causa más importante, con diferencia, que ha motivado el consumo masivo de medicación industrial por la población actual y, por ello, ha sido la principal causa de la iatrogénesis generalizada que padece nuestra sociedad moderna, y de paso ha sido también el principal motor para la creación y desarrollo de la totipotente industria farmaceútica. Al afirmar que los microbios son agresivos y productores de enfermedades resulta necesario, para protegerse de ellos, la producción industrial y el consumo masivo de productos que nos defienden de su agresividad y se crea la necesidad apremiante de producir nuevos productos industriales desconocidos hasta la fecha y que sean capaces de combatir a esos nuevos enemigos, y para hacerlo hay necesidad de producir y consumir todos estos productos y, por eso,ha hecho falta la creación y desarrollo de la potente industria farmaceútica.

A lo largo del siglo XX mejoraron los microscopios y, a la vez, se fue adquiriendo mas experiencia y conocimiento de los microbios y de sus funciones y se ha visto claramente que aquel primer grupo de médicos que tenían la opinión de que nuestros microbios debían ser inofensivos y que no causaban ninguna enfermedad y que no necesitábamos consumir ningún producto industrial para combatirlos, en realidad, eran los que estaban en lo cierto y tenían la razón. Todos los seres vivos pluricelulares, es decir, todos los animales multicelulares en realidad somos ecosistemas de múltiples especies microscópicas (algas, hongos, bacterias, etc) que viven en el interior de nuestros organismos en simbiosis armónica en estado de salud total y perfecta. En 1958, el genetista y microbiólogo Dr. Joshua Lederberg junto con su esposa la microbióloga Dra. Esther Miriam Zimmer estudiaron varios ecosistemas ubicados en distintos sistemas orgánicos del cuerpo humano y pudieron describir detalladamente el conjunto de sus gérmenes o microbios que viven en su interior orgánico. A ese conjunto de especies microscópicas que viven en el interior del cuerpo humano lo bautizó con el nombre de microbiota y al conjunto de sus genes les llamó microbioma humano. La microbiota incluye, sin exclusión alguna, a todos aquellos microbios que fueron identificados como agresivos y causantes de enfermedades como la difteria, la meningitis, la neumonía, el cólera, etc por los primeros cazadores de microbios de principios del siglo XX. Toda esta información es desconocida incluso por la mayoría de los médicos en activo y por los estudiantes de medicina puesto que ha sido censurada y ocultada por el sistema de salud.

Hace cerca del 2000 años, un autor cristiano, el apóstol San Juan, en su conocido libro del “Apocalipsis” profetizó la aparición de un “algo” o “alguien”, de una fuerza o entidad confusa, difusa e indeterminada capaz de confundir con la mentira a todo el mundo y crear una situación general de alucinación mortal en toda la sociedad, y le llamó la Bestia, que es un “personaje” de naturaleza o esencia psíquica. La Bestia no manifiesta su existencia de una manera “corporal” o “física”, no es un ser concreto de carne y hueso sino que es de naturaleza psíquica. Su cuerpo no está formado de materia física sino que está formado por un conglomerado de conceptos e ideas que dan forma y estructura a una manera peculiar de pensar. Su esencia está formada por una manera de ver la realidad que es común o predominante en nuestra sociedad occidental. La Bestia es el “consciente colectivo” dominante en esta cultura moderna. Es una forma agnóstica o atea de “pensar y ver la realidad” de acuerdo a unos axiomas falsos aceptados por la mayoría de los ciudadanos actuales. La Bestia es un tipo de pensamiento o de consciencia que incita a creer en unas verdades que no son verdaderas y a tener una escala de valores invertidos. En definitiva, es una forma de vivir la vida propia de la cultura moderna o contemporánea que es esencialmente una forma falsa. Ese “consciente colectivo” dominante y compartido por todos es la Bestia propiamente, o sea, es una forma colectiva de pensar donde la conducta valorada como buena del ciudadano moderno está enmarcada dentro de unos márgenes que van desde lo legal a lo públicamente correcto y, todo ello, sometido de manera indiscutible al poder del dinero o a lo económicamente más rentable y donde la vida humana no tiene valor ni dignidad. Ese conglomerado de ideas y conceptos modernos que forman ese “consciente colectivo”, sobretodo en la mente de los líderes políticos y económicos que dirigen el mundo, eso, es la Bestia. La Bestia no es como un monstruo de carne y hueso sino una entidad real cuya cabeza es el dinero y que su “naturaleza” está hecha a base de esas ideas, esos anhelos, esas filosofías materialistas, utilitaristas, positivistas, existencialistas, que mueven el mundo y de esa escala de valores propios de la “cultura dominante”. La Bestia, por tanto, es ese “consciente colectivo” o esa “cultura moderna” que compartimos todos, que parasita nuestro pensamiento y dirige nuestra conducta que, por todo ello, domina y dirige a la “sociedad del bienestar” donde el dinero es el dios supremo. Ese “personaje” es una “entidad”cuya realidad o existencia está formada por los pensamientos, convicciones, norma sociales, ideas predominantes, intereses indiscutibles y visiones de la realidad que son mayoritarios en nuestra sociedad y que conforman y lideran nuestra cultura moderna. La Bestia habita nuestra mente y nuestro consciente colectivo y, desde ahí, dirige nuestra política, conducta social y personal y, en general, el sentido de nuestra vida en nuestra cultura actual y en nuestra sociedad.

En el “Apocalipsis” de San Juan se dice que esa Bestia estaría presa durante mil años y que, transcurrido ese período, sería soltada para parasitar la mente de los hombres. Ese período de mil años en que la Bestia ha estado encadenada, se corresponde al tiempo transcurrido entre el siglo IV, cuando el cristianismo fue instaurado como religión oficial en occidente por el emperador Constantino hasta el siglo XIV, cuando fue abolida la Orden del Temple, es decir, el período en que la Bestia estuvo presa y bajo control y, por tanto, sin poder ejercer su influencia y su dominio maléfico sobre la sociedad fue el tiempo de la Edad Media. Ese período de la Edad Media, fue el tiempo en que Europa se llamó la Cristiandad y no es por casualidad que ese tiempo medieval sea definido y descrito por los “modernos intelectuales”, profesores de universidad y periodistas actuales como una época de “obscurantismo” y de “barbarie” y como un tiempo de ignorancia y superstición felizmente superado por la aparición de la “ilustración” del pensamiento humano de los tiempos modernos.Los historiadores modernos pertenecen a la cultura de la Bestia y al fin y al cabo, siguen y son admiradores de su doctrina y de sus postualdos y hay que recordar que ésta estaba bajo control y, por tanto, sin poder imponer su influencia en esa época medieval puesto que en ese tiempo, la moralidad religiosa propia del cristianismo, impuesta por la Iglesia, regía la conducta personal y colectiva de los pueblos de la Cristiandad o, lo que es lo mismo, regía e inspiraba la cultura medieval en su totalidad. En la Edad Media el poder de los papas era enorme y los reyes y nobles que regían a los pueblos se sentían vasallos del poder espiritual de los papas y tenían un gran concepto de la moral cristiana y la imponían a sus súbditos. Es ese supuesta época “obscura” de la Edad Media, el dinero, esa cabeza principal de la Bestia estaba bajo el férreo y riguroso control de esa moralidad cristiana que practicaban todos los reyes y pueblos de Europa. Ese control sobre el dinero llegaba hasta tal punto que estaba totalmente prohibido por la Iglesia el cobro de intereses por aquellos que hacían préstamos, es decir, estaba prohibido el negocio bancario y, por tanto, la usura y la especulación en la que se basa la visión capitalista de la vida actual. Los negocios y las inversiones especulativas no existían o eran mínimas y, por tanto, no operaban ni regían la vida económica en la Edad Media. Por otra parte, los reyes y los nobles controlaban a los burgueses con impuestos y con el precio de los productos y el poco dinero que existía, como no se podía especular con él, se utilizaba bajo el control de clérigos y nobles para construir catedrales, monasterios y castillos o para hacer hospitales que, por cierto,entonces eran gratuitos y eran lugares donde se atendía a pobres y peregrinos. Por tanto, con el control de la producción y distribución del dinero por parte de la Iglesia y el control que sobre él tenían los reyes cristianos de la Edad Media se impidió, totalmente, el nacimiento, la creación y existencia del capitalismo,el mercado libre y de la especulación de una manera total y efectiva durante mil años. Es decir, durante la Edad Media se tenía controlada la cabeza de la Bestia, o sea, estaba controlado el dinero, que es tanto como decir que la Bestia estaba encadenada. De hecho, el negocio de la banca se inició en el renacimiento italiano, entre los siglos XV y XVI, con el nacimiento de las primeras repúblicas burguesas en Italia y Holanda que lograron zafarse de la influencia de la Iglesia. Precisamente fue en ese tiempo cuando la Iglesia empezó a perder poder social y político y su influencia sobre la sociedad empezó a ser reemplazado por el poder del dinero que, poco a poco, se liberaría de las cadenas y le iría ganando terreno a la Iglesia hasta lograr vencerla unos siglos más tarde. En la Edad Media la medicina era ejercida por monjes y clérigos que atendían gratis a los enfermos y no hacían negocio y, desde luego, no existían las empresas farmaceúticas, por tanto la medicina no era, ni tenía posibilidad de ser, un gran negocio ni una de las cabezas de la Bestia como lo es ahora. Con toda esa legislación medieval inspirada en la moral y la doctrina de la Iglesia era bastante improbable que el dinero, la especulación y la industria, principales cabezas de la Bestia, tuviesen alguna posibilidad de dirigir el mundo, como pasa ahora. Para los verdaderos disidentes del Capitalismo que no creen en los “valores modernos” de la Bestia la Edad Media no es una época oscura y bárbara sino un tiempo de mucha más bondad y mucho más humano que el actual, un tiempo luminoso de justicia, orden social y caridad cristiana donde no se permitía comerciar ni hacer negocio con las necesidades humanas, puesto que el dinero estaba sujeto por la moralidad cristiana. Al final de la Edad Media, los reyes europeos que habían estado aceptando la supremacía legislativa, moral y religiosa de la Iglesia se revelaron contra la autoridad espiritual de los papas y tomaron el poder de los pueblos de Europa. Se levantaron en armas contra el poder religioso sometiéndolo a su propio y particular poder político y militar y una vez emancipados de la autoridad espiritual decidieron servir al dinero antes que a Dios para agrandar y mantener su propio poder militar y económico. Con esta usurpación del poder por parte de los reyes se permitió, desde entonces, la actividad bancaria y el cobro de los intereses y los reyes y los nobles decidieron quitarle las cadenas y liberar a la principal cabeza de la Bestia. Los pueblos de Europa se emanciparon de la influencia de la Iglesia y olvidaron la doctrina cristiana que enseña que no se puede servir a Dios y al dinero y la nobleza y la burguesía y su capital fueron tomando el poder y engordando cada vez más y más y aparecieron los préstamos y los intereses bancarios y con la creación del capitalismo se dió prioridad, máxima libertad y, autoridad al poder económico que sustituyó al poder espiritual y finalmente, se dio adoración a esa importante cabeza de la Bestia, es decir, al dinero. La Bestia había sido liberada por la rebelión de los primeros reyes europeos que se levantaron contra el poder de la Iglesia y cuando los papas perdieron el poder social y el control sobre el dinero, los reyes se apoderaron de él imponiendo grandes impuestos a los burgueses que lo tenían y, como consecuencia, se hicieron ricos y, con ello, adquirieron gran poder. Pero, años más tarde, los burgueses y comerciantes se revelaron contra los reyes y los guillotinaron en la revolución francesa y les quitaron el poder en posteriores revoluciones y reformas liberales y, desde entonces y hasta el día de hoy, tanto nobles como burgueses como el pueblo llano, es decir, todo el mundo, ante la elección entre Dios y el dinero no tienen duda en elegir el dinero. Los cambios políticos que se produjeron al final de la Edad Media, en los tiempos del renacimiento, fueron los responsables directos de la creación y la introducción de la cultura del capitalismo a la que después le siguió la economía de mercado de Adam Smith y la revolución industrial que llevaron directamente a la supremacía total y exclusiva del dinero por encima de cualquier otro poder y a la cultura industrial de la producción y el consumo de productos que desembocó en el capitalismo salvaje que rige el mundo actual bajo la autoridad indiscutible del dinero. Con esa Bestia recién liberada, después empezaron los mil años del dominio y del poder soberano del dinero que es la cabeza principal de la Bestia que para ir tomando realidad o “encarnando” en la mente colectiva se sirvió de una serie de hitos del pensamiento o nuevas ideologías que produjeron cambios sociales y culturales muy reconocidos por los historiadores modernos como épocas de “progreso” y “adelanto” y de “despertar” intelectual y social como : el renacimiento, la ilustración, la revolución francesa, el capitalismo, el utilitarismo, el mercantilismo, las distintas revoluciones industriales, el socialismo, el positivismo científico, etc, que forman el “cuerpo” de la Bestia y aquí se fueron asentando las distintas cabezas de la Bestia con las que domina y reina sobre esta “sociedad del bienestar”. La principal es el dinero pero hay otras como la industria, la ciencia y la medicina, la moda, el capitalismo, el comunismo, el consumismo, el erotismo, la educación moderna, etc. Con ellas la Bestia reina con poder absoluto sobre esta sociedad moderna que no tiene ni practica ningún interés por la moralidad personal o social, no tiene ningún interés por la espiritualidad ni la trascendencia del hombre, ha desterrado de la cultura humana el amor y la compasión por las criaturas y ha substituido todos los valores tradicionales que se practicaron en la Edad Media, por los valores de la Bestia: el dinero, la avaricia y el consumo y, por eso, lo único que le motiva e interesa en esta sociedad de la Bestia es obtener el beneficio inmediato, aquí y ahora, por medio del dinero. Conseguir y dominar el capital económico es lo único que se considera “sensato” y digno de interés desde que la Bestia ha “encarnado” en la mente de los modernos ciudadanos y, por tanto, dirige toda la conducta personal y social en la “sociedad del bienestar”.

La general admiración por la “civilización moderna” y por el “progreso tecnológico y social” que profesan la mayoría de ciudadanos ya sean ateos, agnósticos o creyentes se debe a la poderosa capacidad que tiene la Bestia de mimetizarse y esconder su maldad intrínseca y su verdadera naturaleza satánica y mostrar una falsa apariencia de bondad, de progreso, de liberación, de civilización y buenos augurios. La Bestia, desde su liberación a fines de la Edad Media, no ha cesado de ofrecer muchos nuevos y llamativos hitos científicos y tecnológicos y otros hitos de carácter social como la igualdad, la democracia, los derechos humanos, etc. Todas estas novedades intelectuales y sociales y estos hitos tecnológicos fueron presentados por la Bestia como grandes “adelantos” o como “regalos” para la humanidad que han mejorado la vida del hombre civilizado. Sin embargo, todos estos acontecimientos, inventos y adelantos sociales, en realidad, son “lobos vestidos con piel de cordero” o “lobos depredadores” que una vez han adquirido el tamaño y la importancia a la que aspiraban, es decir, en la actual “sociedad del bienestar” van a acabar con dicha humanidad. Otra frase evangélica que puede ayudarnos a descubrir a esos “lobos disfrazados de corderos” que son esos hitos revolucionarios que nos ofreció la Bestia y que forman el meollo o el “preciso” y “apreciado” contenido de la civilización moderna es “por sus frutos los conoceréis”. Algunos ejemplos de los “frutos” que ha producido la Bestia que, en realidad, son muy evidentes para todo aquel que se ponga a observar el mundo actual por debajo del disfraz o en profundidad y, además, tenga tiempo y tranquilidad para poder reflexionar: Podríamos hablar de los nefastos “frutos” que ha dado la civilización de la Bestia a nivel espiritual y moral pero nos centraremos en los “frutos” a nivel psicológico, familiar y social que han producido las diversas revoluciones sociales y las novedosas filosofías modernas como el materialismo, el evolucionismo, existencialismo, el ateísmo, el positivismo científico, etc que son ideologías nuevas y propias de la modernez. Todas ellas han sido y son “lobos camuflados de corderos” que se han presentado en forma de hitos del pensamiento que se supone que pretendían “despertar” al hombre europeo de su sueño obscurantista medieval y “liberarle” de la superstición. El suicidio es una de las mayores causas de muerte entre los jóvenes en los países más avanzados o más civilizados o con mayor nivel de vida y de cultura moderna. El alcoholismo, la adicción a la droga y el consumo de medicación ansiolítica y antidepresiva junto con el consumo de opiáceos son verdaderas pandemias propias y exclusivas de la sociedad moderna e industrializada. Las depresiones, los síndromes de ansiedad y las enfermedades psíquicas en general baten records año tras año, sobre todo, en las sociedades más avanzadas. En la sociedad moderna se baten records cada año en el número de abortos, familias destruídas, asesinatos de mujeres y niños por violencia entre sexos. Y como consecuencia de toda esa violencia familiar y de pareja la soledad es una situación que ha adquirido una dimensión totalmente extraordinaria y desconocida entre la población europea de más de 40 años. La realidad innegable y muy evidente es que estos “frutos” son pandemias de esta cultura moderna y de que se producen de manera exclusiva y en mayor cantidad e intensidad cuanto más “avanzada” y “modernizada” es la sociedad. La pandemia del consumo formidable de ansiolíticos y de la gran dependencia de opiáceos es una muestra evidente de la angustia generalizada, de la tristeza desoladora, del hastío existencial y de la falta de sentido de la vida que hay en nuestra sociedad moderna y todo ello contribuye a su vez al aumento de suicidios. La “sociedad el bienestar” es incapaz de dar a sus hombres y mujeres el suficiente grado de felicidad, coherencia y sentido de la vida indispensable como para vivir la vida. Somos testigos de los “frutos” también muy evidentes que han producido dos de las cabezas más importantes de la Bestia: la industria y el comercio del mercado libre o capitalismo. Esta civilización moderna, siempre motivada por la obtención de dinero rápido y fácil, ha industrializado y ha comercializado toda la actividad humana y, esa industrialización, fue presentada y recibida como una verdadera bendición, como un “corderito” de lo más amable y generoso y los políticos modernos con euforia y confianza aplicaron el método industrial a todo el campo de la actividad humana, por ejemplo, a la agricultura: empezamos a utilizar fertilizantes, herbicidas, insecticidas que están acabando con numerosas especies de insectos como las abejas y escarabajos polinizadores y que han contaminado la tierra y el agua hasta los niveles actuales donde muchos de los productos de la agricultura industrial que consumimos son tóxicos; la maquinaria y el diseño industrial agrícola deforestó las selvas y las sabanas del planeta llenando la Tierra de monocultivos industriales que desplazan y exterminan a muchas especies vegetales y animales y a los propios pueblos indígenas que los han habitado durante milenios y que, finalmente, están desapareciendo. La agricultura y la ganadería industrial han hecho desaparecer a agricultores y pastores tradicionales que han abandonado los bosques y los campos y se han visto obligados a convertirse en obreros industriales y en “carne de cañon” para las industrias que los utilizan mientras ganan dinero y les lanzan al paro y la miseria de la noche a la mañana si, de repente, no hay ganancias. Siempre con la intención de ganar dinero industrializamos la ganadería y medicamos a nuestros animales con antibióticos, hormonas y piensos sintéticos y antinaturales y ahora la carne que comemos es tóxica y es un elemento que está contribuyendo por acción de esos químicos y hormonas a la esterilidad de nuestros jóvenes y otras enfermedades. La industrialización de la agricultura y la ganadería y el mercado libre y su libre competencia para obtener dinero,han logrado que nuestros alimentos sean tóxicos debido a los químicos fertilizantes, herbicidas, insecticidas, hormonas y antibióticos que se les administran tanto a los animales como a las plantas. La pesca industrial ha arrasado nuestros mares en pocos años y exterminado especies milenarias y, además, no hay manera de parar esa depredación puesto que cuanto menos queda más se encarecen las especies de siempre. Después de dos siglos de cultura industrial hemos contaminado nuestros alimentos y estamos a punto de aniquilar a más de la mitad de las especies de animales y vegetales que había antes de la revolución industrial y no pararemos mientras haya dinero que ganar. No podemos parar la depredación industrial puesto que existe el mercado libre o el capitalismo que tiene autoridad máxima para dirigir la política de todo el mundo. Todo eso lo hemos hecho en un período muy breve de tiempo histórico en que la Bestia anda suelta y rige el destino de la humanidad. ¿En cuánto tiempo más habremos acabado con todo? Para mantener esta producción y este consumo intensivo necesitamos quemar grandes cantidades de combustibles fósiles que producen gases industriales que están calentando el clima del planeta. Algunos científicos expertos están advirtiendo que, hoy en día, quizá hayamos sobrepasado el punto de no retorno, pero aunque sepamos eso, sin embargo, no podemos permitirnos parar la maquinaria industrial porque los ciudadanos de la modernez somos “adictos” al dinero y al consumo de cosas y artefactos que éste permite y no podemos permitirnos parar la máquina, en consecuencia, estamos obligados a aumentar cada vez más la industria, el capitalismo y la quema de combustible. No podemos dejar de producir para consumir y, por eso, hemos llenado de basura tóxica, de plásticos y de sustancias químicas venenosas todos los océanos del planeta. Los países adelantados exportan grandes cantidades de basura electrónica a los países pobres con la esperanza de alejar la basura de la puerta de sus casas pero ignorando la cruda realidad de que todos vivimos en el mismo planeta. Y, para colmo, hemos industrializado la guerra y en menos de un siglo hemos sufrido dos guerras mundiales de carácter industrial que han sido, con gran diferencia, las dos matanzas más gigantescas de la historia. Estas guerras se llevaron a cabo por motivos de dominio económico e industrial del mundo, es decir, por dinero. Además hemos sido capaces de fabricar las armas atómicas capaces de acabar varias veces con la vida sobre el planeta y desde que las fabricamos por primera vez, se han realizado más de dos mil pruebas nucleares y, como consecuencia de ello, hemos ensuciado de radioactividad nuestra atmósfera, y también hemos contaminado con bidones de residuo radioactivos nuestros océanos, hay varios submarinos nucleares hundidos, hemos sumergido miles de toneladas de armas tóxicas en los océanos… Y lo peor de todo es que las superpotencias necesitan seguir armándose para no perder su supremacía y su poder en esta sociedad moderna regida por la “ley del más fuerte”, las naciones tienen que seguir produciendo, consumiendo y contaminando para mantener y si es posible elevar su riqueza, su “nivel de vida”, su “producto interior bruto”, su “crecimiento económico”, adorar a las principales cabezas de la Bestia, a la industria, al consumo y al dinero. Con la doctrina de la Bestia presidiendo nuestra mente, dirigiendo la política y, en definitiva, liderando todos los ámbitos de nuestra moderna “civilización” no podemos ni siquiera pensar en permitirnos parar esta vorágine industrial. Ahora que, por fin, algunos empezamos a conocerla por sus frutos y empezamos a experiementar sus nefastas consecuencias resulta que nos tiene atrapados y dependemos de ella y lo más irónico y paradójico del caso es que la inmensa mayoría de los ciudadanos actuales, todavía y a pesar de todo, están convencidos de que esa “civilización de la Bestia” ha mejorado la vida de los humanos actuales que, además, están convencidos de que, gracias a ella, viven en la “sociedad del bienestar”. La Bestia les tiene engañados, les ha hipnotizado y les hace sentirse en deuda con ella. La Bestia es una gran actriz y domina el arte del disfraz y anda vestida de “buen pastor” que está llenando el mundo de “lobos vestidos de corderos” y, en realidad, es una manifestación de satán, el adversario de Dios, el depredador insaciable. Sin embargo, el conocimiento permitirá liberarse de ser un colaborador inconsciente de su siniestro plan, librará de forma radical de cooperar con la Bestia y de trabajar para ella y después de liberarse de la alucinaciónn colectiva que casi todos los demás padecen, llegará a comprender el sinsentido y la locura de toda esta “sociedad del bienestar” que se encamina confiadamente bajo la dirección de la Bestia hacia su propia aniquilación, aunque nadie puede detener su influencia satánica, pero al menos podrá soportar mejor el dolor que siente y el que sentirá, puesto que comprenderá lo que está pasando y por qué, y tendrá suerte pues está obligado a vivir en la sociedad de la Bestia caracterizada por el dominio de la mentira, el egoísmo, la rapiña, la aniquilación, etc. El desafecto comprenderá que el amor a la Verdad y, como extensión, a la humanidad por encima de toda otra consideración y el desapego personal a los “bienes” que puede procurar el dinero, es el único camino que existe para dar sentido a nuestra vida y ser feliz en esta sociedad farsante y seducida por el amor al dinero y al consumo. Nadie puede vencer a la Bestia pues se le ha dado todo el poder y lo único que se puede hacer es amar a las criaturas y con la esperanza de que la Bestia, tarde o temprano, morirá por si misma puesto que como le ocurre a todo parásito se extinguirá cuando acabe con su propia presa, es decir, cuando acabe de fagocitar a toda esta civilización moderna, engreída y alucinada que, sin ser consciente de ello,vive por ella y que la adora sin saber que, en realidad, es su presa y su alimento.

Hablando sobre la palabra que mata, es decir, la mentira hay que señalar cómo y cuando nació en occidente la medicina industrial y esta actividad humana que llamamos medicna moderna es mentira que sea eso, medicina, y de lo que trata, en realidad, es de un gran fraude económico e industrial que ha usurpado el lugar de ese antiguo arte al que se le conoció durante miles de años como medicina y que utilizaba la verdad y la palabra para curar que es lo contrario de lo que hace la medicina industrial que hace décadas que utiliza la mentira que mata para hacer negocio. El origen o nacimiento de la medicina de la Bestia o medicina industrial hay que datarlo a mediados del siglo XIX, cuando ante el formidable empuje de la civilización ilustrada, el progreso industrial y de los nuevos hitos de la Europa imperial del siglo XIX, los principios y valores espirituales y morales en los que había creído el hombre preindustrial desaparecieron del mapa intelectual de la mayoría de los europeos. Desde entonces y definitivamente el dinero es, por pura lógica, la máxima aspiración humana en la sociedad de la Bestia, es decir, en una cultura o civilización sin Dios donde el hombre ya no cree que pueda nadie juzgar su conducta después de la muerte y carece de moralidad, en una sociedad donde el dinero y el consumo que permite es la mayor aspiración para el hombre que no cree en otra cosa y no ve otra cosa más allá de las muchas necesidades animales o fisiológicas que tiene necesidad de satisfacer, donde el dinero es la cosa de más valor para un hombre que está convencido que lo único real es lo que puede vivir y disfrutar aquí y ahora y que tampoco siente ningún respeto ni veneración por la naturaleza. Cuando quedó claro que el único dios era el dinero, fue entonces, cuando la medicina occidental adoptó una mentalidad mercantil e industrial que no había tenido nunca y se propuso, por primera vez en la historia de la medicina, la posibilidad de poder vender a gran escala, en cantidades industriales y como un producto de consumo más nada más y nada menos que la propia mítica y legendaria inmunidad. La inmunidad: ese estado de ser propio de dioses y héroes y narrrado en leyendas y mitos que hace del personaje que la posee un ser invulnerable a los peligros, inmortal al lado de mortales, inaccesible al dolor y la muerte y, por tanto, un ser que no teme a nada ni a nadie. La inmunidad es una aspiración mítica que todo humano ha soñado poseer, es una quimera que todo el mundo quisiera comprar para vencer al miedo existencial a la debilidad, al dolor y a la muerte que todos tenemos, es un mito que se cuentan que posen todos los héroes del pasado y los actuales. Por hacer negocio, la medicina moderna se propuso fabricar y vender cantidades industriales de elixires capaces de otorgar a los mortales humanos la inmunidad. Por supuesto que era y es un fraude ofrecer realmente algún tipo de inmunidad pero a la nueva medicina industrial no le importaba mentir si con ello lograba hacer negocio y vender una supuesta inmunidad de “mentirijillas” y en cantidades indutriales para vender inmunidad industrial que es el antídoto por excelencia contra el miedo, era indispensable crear primero una gran cantidad, precisamente, de este sentimiento de miedo entre los ciudadanos. Se le encargó a la prensa industrial que es otra importante “cabeza” de la Bestia la creación de una gran mentira que fuese capaz de crear una enorme y continuada sensación de miedo entre la población. La prensa de la Bestia vió rápidamente que el reciente “descubrimiento” de los microbios, logrado por la tecnología del siglo XIX, era lo que se necesitaba para dar forma a una amenaza inédita y desconocida. Pensó que presentar a los microbios, recién descubiertos, como asesinos potenciales de niños y mayores era la mentira perfecta para crear miedo a escala mundial y, como consecuencia, poder vender inmunidad a niveles industriales. No había tiempo que perder y la comunidad Científica Internacional (en adelante, C.C.I.) y la prensa de la Bestia, estas dos cabezas de Bestia diseñaron el plan y empezaron a darle forma y realidad práctica a esa paranoia a los microbios con su gran poder mediático y académicoy, de esta manera, motivar el consumo de inmunidad industrial. Y desde entonces y hasta la actualidad, la C.C.I. valora mucho y otorga distinción y premios interenacionales a todos aquellos científicos que descubren alguna supuesta amenaza o ente microscópico que aterrorice a la población. De hecho, durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX, la mayoría de los premios nobeles de medicina fueron otorgados a médicos que “aislaron” e “identificaron” a los primeros gérmenes o microbios y, además, les acusaron de manera inmediata de producir enfermedades. Era importante premiar a todos los científicos que propagaran el miedo a los microbios y, por eso, la prensa se encargó de dar a conocer a unos personajes que ahora todos conocemos y les tenemos como ilustres científicos y médicos como: Louis Pasteur, Robert Koch, Neisser, Hebert, etc que fueron laureados y premiados como primeros cazadores de microbios y que fueron distinguidos por la docencia oficial como grandes benefactores de la humanidad. Una vez instalada la mentira el sistema médico-industrial premiaba y animaba a todo investigador que hallase un producto que fuera posible fabricarlo por toneladas y presentarlo, con el poder de persuasión de una buena campaña publicitaria en la prensa, como el producto que proporcionaba la deseada y oportuna inmunidad a todo aquel que lo consumiera. Durante todo el siglo XX, diversamente, hubo doctores que se opusieron a la mentira que mata, al fraude médico y a la iatrogenia que se iniciaba y lo hicieron con datos y observaciones objetivas que ellos habían obtenido y facilitado en las mismísimas clases prácticas y en los primeros métodos de sembrar y cultivar gérmenes. Estos doctores no recibieron ningún premio, nunca tuvieron reconocimiento oficial, de hecho, no salen en los libros de historia que manejan los escolares, la prensa ni siquiera les nombró jamás y no tienen calles y avenidas que lleven su nombre. Fueron relegados al silencio y al olvido por la sencilla razón de que sus hallazgos no asustaban a nadie, no podían servir para el negocio del miedo que recién se iniciaba, tampoco pretendieron vender, ni vendieron, ninguna patente industrial. Nunca fueron reconocidos por descubrir la verdad que cura y, por eso, nadie los conoce. Y en el momento actual, todo este gran poder industrial, económico, académico y mediático del que dispone la Bestia y su industria no está dispuesta a perderlo, no lo va a consentir. Y, para eso, ha puesto en marcha una inquisición despiadada contra todo aquel, médico, biólogo, o periodista científico que pregone la verdad y ose poner en duda la mentira que mata y que, sin embargo, tanto necesita para vender sus productos, presentarse como salvadora del mundo y seguir con el gran negocio del miedo.

Para el mantenimiento de la mentira de la teoría de la infección entre la clase médica, es decir, para seguir con el próspero negocio de la venta industrial de inmunidad ha sido necesario que la Bestia y su C.C.I. hayan manipulado durante todo este tiempo y hasta límites insospechados la formación científica que han impartido a los aprendices de médico desde los años 50 a esta parte. Con el tipo de información distorsionada que se imparte en la facultad, hasta el día de hoy, los estudiantes no pueden ser conscientes de que se les oculta el conocimiento de la microbiota humana y, por eso, ha sido posible mantener en vigencia y sin posibilidad de discutirla, una teoría médica totalmente falsa, obsoleta y superada y desmentida por la propia realidad científica comprobada repetidamente por muchos microbiólogos anónimos a lo largo de todo el siglo XX. Hasta los años 50 se estudiaba la asignatura de historia de la medicina en las facultades médicas pero se vació de contenido a partir de esa fecha. Esa supresión tenía una intención oculta y espuria, quería impedir que los estudiantes no supieran nada o no tuvieran la menor noticia de los fuertes debates y enfrentamientos académicos que se habían producido entre aquellos dos grupos de médicos enfrentados a principios del siglo XX: los debates que se habían producido entre los médicos que negaban la teoría de la infección contra los enfrentados de los que la afirmaban.

La Bestia y su C.C.I. introdujeron otra estratagema en la dinámica lectiva o academica de los estudiantes de medicina de los años 60. Se suprimieron, dándose también por aprobadas, las clases prácticas de siembra y cultivo de gérmenes que se habían realizado en todas las aulas durante las décadas anteriores a los años 50 y en todas las facultades de medicina de Europa. Se suprimieron porque esas prácticas de siembra y cultivo fueron la causa que permitió a los alumnos de ese tiempo, anteior a los años 50, conocer la realidad evcidente de que todos poseemos, en estado de salud perfecta, todas las especies de microbios que, en las clases teóricas, estaban siendo acusados de provocar enfermedades. La excusa que se dió para impedir que tuvieran las clases prácticas de siembra y cultivo de gérmenes fue por el supuesto peligro de infección entre los alumnos y para evitar la posible propagación entre la ciudadanía de enfermedades contagiosas.

La Bestia y su C.C.I. y su prensa multiplicaron la intensidad del miedo de la “sociedad del bienestar” justo antes de que la población actual se convirtiera de una manera total en una población cobaya integral por primera vez en su historia: ocurrió que a mitad de los años 40, la tecnología había introducido el microscopio electrónico en la práctica médica y este hito tecnológico había permitido ver, en los tejidos de la planta del tabaco, más partículas subcelulares que parecían tener algún tipo de vida. Se trataba de unos posibles seres que eran mucho más pequeños que las células y que las bacterias y estaban compuestos por ADN, ARN, lípidos y proteínas. Se observó que todas estas sustancias eran similares e, incluso, iguales en su composición química a las que poseían todas las células y todas las bacterias conocidas. Eran algo desconocido hasta la fecha y, rápidamente, la “bienintencionada” y “ honorable” Bestia y su C.C.I. no tardaron nada en ponerles el inquietante nombre de virus. Bajo la dirección de la Bestia y su C.C.I., todos los médicos y los ciudadanos fueron “adecuadamente” informados de que esos nuevos invitados que se acababan de descubrir y de los que no se sabía nada todavía eran, sin ninguna clase de duda, muy peligrosos y que había que defenderse de ellos, costara lo que costara, con nuevos productos industriales.Para facilitar las cosas al novedoso y formidable negocio que se iba a iniciar, resultó que los virus eran y son muy difíciles e incluso imposibles de ver, de aislar, de cultivar y de estudiar, lo que hizo pensar a la Bestia y su C.C.I. que eran “ideales” para convertirse en un negocio voluminoso e inagotable, por alguien que no disponga de un centro carísimo y altamente sofisticado de alta tecnología, es decir, por alguien que no cuente con unas instalaciones que le permitan el funcionamiento de un microscopio electrónico con una complicada infraestructura electrónica que haga posible la biología molecular. Esas grandes dificultades técnicas que presenta la observación y estudio de los virus no permiten, como en el caso de las bacterias, que ningún médico ni biólogo, ni estudiante pueda ver, sembrar, cultivar virus y poderlos estudiar por su cuenta. Los virus resultaron perfectos para que la C.C.I., con el control total de los escasos centros de virología, pudiera manejarlos a placer y afirmar cualquier cosa sobre los virus, sin tener que enfrentarse en debate a otros médicos que puedan poner en duda su existencia real y sin tener necesidad de dar explicaciones a nadie. Durante las últimas décadas de polución industrial del medio ambiente planetario, los virus le han servido a la C.C.I. para camuflar una enorme cantidad de desmanes tóxicos e industriales que se iniciaron al acabar la segunda guerra mundial. Se trata del hecho de que en los años 50 los gobiernos compraron los excedentes de la industria bélica, es decir, adquirieron a módico precio líquidos y gases venenosos clorados, organofosforados, DDT, agente naranja, etc que eran excedentes de la guerra química. Estos venenos se utilizaron de manera indiscriminada con las conocidas aspersiones aéreas y fumigaciones extensas en los años 50 y 60 para exterminar plagas de animales catalogados como indeseables para la agricultura industrial(conejos, topos, caracoles, etc) y para eliminar hierbas no productivas y plagas de insectos de varias clases. Se pusieron de moda las fumigaciones aéreas indiscriminadas que han hecho desaparecer tanto a algunas especies que eran el objetivo concreto del envenenamiento, como a otras muchas especies animales beneficiosas que, simplemente, estaban allí o compartían hábitat con las primeras. Durante esos mismos años y coincidiendo con este envenenamiento masivo del aire, de la tierra y del agua de extensas zonas geográficas, curiosamente, fueron “identificadas” y anunciadas por la prensa de la Bestia varias epidemias supuestamente producidas por virus que afectaron tanto a animales como a humanos, como la mixomatosis, diversas encefalitis, la misma poliomelitis, las hepatitis, etc que, en realidad, lo más probable y lógico hubiese sido relacionarlas con los efectos secundarios y efectos colaterales tanto de algunos medicamentos experimentales como de esos gases venenosos que se fumigaron de manera indiscriminada sobre todos los serres vivos incluido los humanos, o sea, sobre toda la totalidad de los seres vivos de toda índole y condición que necesariamente fueron afectados por esos venenos que impregnaron la atmósfera y las aguas de su hábitat o región donde vivían. Y resulta también elocuente la coincidencia en el tiempo de la desaparición de alguna de esas supuestas epidemias víricas con la prohibición de la fabricación y utilización de esos venenos.

Durante ese tiempo de inmediata posguerra y de auge de la industria química y farmaceútica se produjo otro hito(satánico) en la historia de la humanidad y de la medicina que, junto a las vacunas, los sueros y los antisépticos que ya se consumían, iban a contribuir de manera especial y formidable al gran negocio de las farmaceúticas, a la iatrogénesis masiva y a la creación de la sociedad cobaya en que se ha convertido la población del primer mundo. En la posguerra se introdujeron masivamente otras novedosas sustancias tóxicas en la totalidad de la población occidental: los antibióticos. Estos nuevos fármacos industriales fueron presentados por la C.C.I. como la esperada panacea para tratar las infecciones bacterianas. Los antibióticos fueron presentaos por la prensa, el cine y la literatura como un “milagro” de la ciencia y fueron recibidos por médicos y ciudadanos como verdaderos “corderitos” y se repartieron por toneladas con toda confianza entre la población de manera masiva y generalizada. Los antibióticos no solamente se han incorporado en aquellas personas que los han consumido personalmente sino que están presentes, desde entonces, también en nuestros alimentos animales (huevos, leche, carnes, etc) y desde ahí pasan a incorporarse con la alimentación diaria a nuestros organismos aunque no seamos consumidores directos. Por tanto, todos los ciudadanos sin excepción posible, estamos impregnados de estos productos en meyor o menor grado. 60 años después, es muy evidente para los genetistas serios y otros médicos actuales que el consumo masivo y continuado de antibióticos por parte de la población cobaya occidental, nacida a partir de los 50, es una de las causas de más peso objetivo ha podido tener en la iatrogenia general que se ha producido en la población de occidente afectando, sobre todo, a su salud genética o más concretamente a la calidad de sus genes y, como consecuencia de ello, los populares antibióticos han sido uno de los factores tóxicos que más directamente implicados en la dramática castración química o esterilidad que se ha cebado sobre los actuales jóvenes cobayas y también de la aparición, en exclusiva dentro de esa población, de la terrible pandemia de las enfermedades raras. Los antibióticos han procedido a destruir, a distorsionar y a aniquilar la capacidad de reproducción celular, han alterado irreversiblemente nuestros genes y han estropeado el mecanismo de transmisión del mensaje genético de nuestras células. Esta intoxicación masiva por antibióticos que afecta a toda la población occidental desde hace 60 años ha provocado esas dos grandes pandemias entre los recién nacidos de la población cobaya puesto que esas nuevas enfermedades tienen un origen genético reconocido por la propia medicina moderna y, resulta muy evidente que estas enfermedades de “nuevo diseño” y desconocidas por la medicina anterior a los años 60 son los efectos secundarios a largo plazo del consumo masivo y continuado de antibióticos puesto que éstos ejercen su acción, precisamente, distorsionando y destruyendo los genes de las bacterias pero también de las células normales. Por tanto, esas nuevas enfermedades raras que tienen un origen genético y comprobado son el resultado muy probable y lógico de haber intoxicado de manera grave e irreversible las moléculas de ADN de nuestro código genético por la acción de los antibióticos.

Va resultado de lo más “normal” ser estéril o tener algún hijo o nieto con alguna enfermedad rara, puesto que todos hemos consumido muchos productos médico-industriales y ahora sabemos que nadie ha podido escapar al gran experimento en nuestra “sociedad del bienestar”. Pero casi nadie ha podido escapar, precisamente, porque la medicina industrial es única y excluyente en el primer mundo desde hace sesenta años y esa situación de poder absoluto y de monopolio de mercado ha impedido la posibilidad de que alguien escapara, incluso, que imaginara la simple existencia de otras medicinas. Los seres humanos de toda la vida han venido sanando sus enfermedades y calmando sus dolores, durante miles de años antes de la revolución industrial, sin necesidad de acudir a una moderna farmacia, ni a un hospital moderno, ni disponer de antibióticos, hormonas, somníferos, etc puesto que estos elementos apenas tienen 60 años de existencia los más antiguos y esta realidad histórica innegable pone seriamente en duda el carácter de única, imprescindible y auténtica que se atribuye a si misma la medicina moderna e industrial. Si toda esa cobertura que nos ofrece la medicina industrial fuera o fuese necesaria, como parece ser que todo el mundo cree, los homo sapiens no llevaríamos milenios habitando este planeta, sin embargo, hemos viajado a través del tiempo y aquí estamos. La humanidad ha vivido milenios sin comprometer su supervivencia y creciendo con salud y conservando su capacidad de reproducirse de manera natural y gratuita, además, sin destruir ni contaminar su medio ambiento como hemos hecho los modernos en apenas dos siglos.

Durante los miles de años en que los humanos hemos vagado por este planeta, el tema de la salud era un conocimiento y una práctica popular que formaba parte del patrimonio de la gente del pueblo en general, patrimonio popular que le servía para curar las enfermedades y paliar el dolor tanto en Europa como en otras partes del mundo. La gente se curaba sus enfermedades más frecuentes y comunes y los chamanes, médicos y sacerdotes sólo eran requeridos en casos graves o difíciles que necesitaban dotes o conocimientos especiales. Los métodos y técnicas médicas que utilizaban los médicos tradicionales de todos los pueblos durante miles de años eran, en general, muy sencillos y de una lógica terapeútica aplastante de manera que salvo en casos excepcionales que requerían de técnica más sofisticada, como era el caso de algunas intervenciones quirúrgicas y el de enfermedades graves, esta sencillez de las técnicas médicas tradicionales permitía que la gente del pueblo las aprendiera con facilidad y las pusiera en práctica en su vida cotidiana. Los propios médicos tradicionales hacían de maestros (doctores) y enseñaban a los propios pacientes y familiares a preparar infusiones con plantas, a poner cataplasmas calientes o frías de hierbas o de arcilla, a preparar y aplicar aceites y pócimas sencillas, a realizar vahos calientes, a aplicar purgantes y enemas, etc. Y los ciudadanos, sobre todo las mujeres, tenían un conocimiento médico de cultura popular bastante útil y práctico que, una vez aprendido, pasaba de madres a hijas. Ese bagaje de prácticas higiénicas les permitía conocer, por ejemplo, un número de entre 20 o 50 plantas y raíces medicinales de su propio entorno que, preparadas y servidas, las ofrecían a sus hijos y familiares para corregir y curar una enorme cantidad de patología frecuente: resfriados, cistitis, gastritis, estreñimientos y diarreas, golpes y torceduras, insomnios y ansiedad, heridas y magulladuras, reumatismos, lumbagos y ciáticas, etc Para todos estosd cuadros frecuentes de enfermedad que en la práctica ocupan el 80 o el 90% de toda la patología aguda que padecemos los ciudadanos y que en la actualidad se tratan con productos industriales tóxicos, se tenía remedio en la propia casa y familia sin necesidad de grandes estructuras sanitarias sino que bastaba con la práctica y el conocimiento médico popular que tenían y practicaban en el seno del hogar tradicional las madres y las abuelas. Los pocos médicos y hospitales que entonces había se empleaban para los casos más complicados. En Europa, por ejemplo, los hospitales eran construidos por reyes , nobles y obispos y eran atendidos por monjes y clérigos que conocían la medicina y que curaban gratuitamente a los pobres sin familia y a los casos de enfermedades más graves que no habían sido resueltos en primera instancia. Quien se ha benficiado de este cambio de costumbres higiénicas de la población y de la desaparición del patrimonio médico ancestral, es decir, de la medicina natural popular, no han sido los ciudadanos que se han convertido en una población de cobayas enfermos y degenerados sino que ha sido toda la novedosa industria farmaceútica y los que viven de ella.

La Bestia, su industria médica y su C.C.I. se dieron cuenta enseguida, desde el principio de la revolución industrial,del enorme negocio que suponía el tomar o apropiarse de todo ese bagaje cultural milenario, todo ese saber y conocimiento natural, cósmico y gratuito que formaba parte de la medicina popular que utilizaba la gente para curarse y sustituirlo por productos industriales. La Bestia y su industria se pusieron manos a la obra para cambiar las costumbres ancestrales de salud popular y para reducir a la nada el conocimiento médico popular y milenario de los ciudadanos. Lo hicieron con el poder demiúrgico que posee la Bestia de cambiar la realidad con la sugestión e hipnosis y con el poderío que le otorga la propiedad exclusiva, en forma de monopolio, de toda la información a todos los niveles que posee en esta “sociedad del bienestar” puesto que su autoridad es tal que le permite dirigir a toda la prensa, la legislación, la educación, la universidad, la cultura y la salud. Si lograban esa aniquilación del conocimiento médico de la gente, podrían crear el gran negocio y abarcar todo el “mercado” de la salud y satisfacerlo con sus productos industriales y, para ello, lo primero que había que cambiar eran los estudios de medicina y alejarlos del conocimiento tradicional. Y para cambiar el conocimiento médico tradicional de los estudios universitarios había que apartar la atención de los estudiantes del conocimiento de la naturaleza y dar importancia al método experimental y al laboratorio, es decir, en los estudios de medicina no tenía que haber nada de cosmología, ni de dietética, ni de psicología, ni de botánica, etc. Para llevar a cabo ese reduccionismo científico que iba a empobrecer la formación antropológica, cosmológica y ética de los médicos y los iba a transformar en técnicos comerciales de productos industriales, se procedió a una reducción drástica de los temas de estudio y atención que debían aprender hasta la fecha. Así todo resultó más fácil y simple para el nuevo aprendiz de médico y mucho más comercial para la industria y esa facilidad de los estudios de medicina era como un regalito de la Bestia y todo el mundo quedó contento y satisfecho con el cambio de sistema educativo. Desde entonces ser médico era algo bastante sencillo y estaba al alcance de cualquiera: no se necesitaban grandes conocimientos en cosmología, ni filosofía, ni botánica, ni de historia de la medicina y, por supuesto,carecia de importancia la ética aristotélica y la moral religiosa y otras “zarandajas” morales o éticas que, en realidad, para la medicina industrial que se quería imponer eran , más que nada, un inconveniente que dificultaba el progreso científico y la mentalidad experimental de los educandos. Para los nuevos aprendices de médico bastaba con aprender unos protocolos de actuación que eran bastante fáciles de aprender y recordar y, con eso, era más que suficiente para poder distribuir, como buenos comerciales, los productos industriales que, una vez aprendidos, iban a ser la única medicación que utilizarían en la nueva y única medicina.

La transformación de la mentalidad médica no se limitó sólo a dar a los médicos modernos una visión totalmente materialista y mecanicista del cosmos y de la naturaleza del hombre; tampoco se limitó a negar o erradicar todo rastro de espiritualidad y de moralidad en la conducta médica y sustituirlo todo por un espíritu comercial e industrial que facilitara su transformación en técnicos comerciales sino que, además de eso, la preparación o la educación “ilustrada” de los médicos modernos incluía también en instaurar en ellos una mentalidad supremacista y paleta que les hiciese sentir y creerse que eran los mejores o incluso únicos médicos de la historia.que habían existido. Con el objetivo de destruir a la competencia médica tradicional, la C.C.I. y su docencia emprendieron una campaña de desprestigio contra esos médicos antiprogreso industrial que se negaban a aceptar los nuevos conceptos mecanicistas y materialistas ilustrados, sus nuevos métodos experimentales y sus novedosas técnicas médicas realizadas al modo industrial, es decir, con rapidez, de manera indiscriminada y en cantidades industriales. La C.C.I. inició una campaña de propaganda negativa contra la medicina tradicional y construyó una leyenda negra y una crítica desleal y llena de falacias contra la medicina natural que se había practicado en occidente durante milenios con el fin de que los nuevos aprendices de médico se sintieran superiores y miembros afortunados de una nueva raza de médicos “ilustrados” y, por todo ello, sintieran desprecio por los antiguos maestros tradicionales. Los nuevos médicos modernos, a diferencia de los antiguos, tenían que tener agallas para asumir retos peligrosos puesto que los médicos modernos eran “superiores” en todo a los tradicionales y, finalmente, había que convencerles de que someter a algunos pacientes sacrificados al riesgo de tomar medicación nueva y experimental valía la pena y era un precio a pagar de carácter inevitable y necesario puesto que si los nuevos aprendices de médico no estuviesen convencidos de su “categoría superior” y su supremacía intelectual, de la bondad del experimento humano y de la superioridad de los productos industriales sobre los naturales la nueva medicina moderna propuesta por la civilización industrial no podría tener ningún futuro. Pero había que suponer que los humanos anteriores a la revolución industrial eran incapaces de saber algo tan simple como si la visita de su médico había sido provechosa o no. Se adoctrinó a los estudiantes con otra leyenda negra sobre lo farsantes y anticientíficas que eran otras medicinas de otras tradiciones y culturas del resto del mundo como si los asiáticos fueran tontos. Este sentimiento de supremacía cultural propio de paletos mentales de ayer y de hoy se podía observar también con frecuencia y con todo descaro en la literatura y el cine.

En esa leyenda negra contra los médicos tradicionales, otro reproche que se les hacía por parte de los docentes del siglo XX, era predicar en las aulas que practicaban una medicina estancada en el tiempo que se basaba siempre en las mismas leyes y métodos y sin variaciones ni nuevos descubrimientos ni “adelantos” desde hacía miles de años. Los modernos catedráticos criticaban abiertamente que en la medicina antigua y tradicional no existía ni la investigación ni el progreso científico y, por supuesto, les criticaban su sentido ético y su moralidad que no les permitía ni siquiera pensar en realizar ningún tipo de experimento ni en humanos ni en animales. La medicina tradicional era una ciencia que no se nutría de nuevos descubrimientos ni de nuevas experiencias, pero no por falta de capacidad para hacerlo sino que esto era debido a que no estaba interesada en hallazgos revolucionarios ni buscaba nuevas medicaciones, ni nuevas patentes, ni nuevos métodos. Los modernos docentes hacían creer a los estudiantes que esa falta de “progreso” era la prueba palmaria que demostraba la oligofrenia de esa antigua raza de médicos, a la que debían despreciar y olvidar porque su incapacidad de haber obtenido adelantos y nuevos descubrimientos y su incapacidad de haber creado nuevos productos y medicaciones y, sobre todo, su incapacidad de enfrentarse a la Naturaleza y ser capaces de “vencerla”, de “transformarla” y de “mejorarla” demostraba su inferior nivel intelectual con respecto a los modernos médicos industriales que, siendo de una “raza superior” como eran, sí que se sentían capaces de crear nuevos métodos para enfrentarse a la naturaleza para mejorarla y progresar. Pero el conocimiento tradicional, al contrario del moderno, se basa en la transmisión de información que se tiene por cierta, verdadera y contrastada de generación en generación, puesto que si lo que se afirma por cierto, lo es verdaderamente y se corresponde con la realidad cbjetiva, el tiempo no lo cambia, ni lo puede cambiar pues no existe ni puede existir ningún fenómeno natural ni ninguna ley física que haya cambiado a lo largo de la historia o de un siglo para otro. Los médicos tradicionales se basaban en las leyes de la naturaleza y pensaban que si los conceptos y métodos médicos de sus antepasados eran ciertos y habían demostrado funcionar y se basaban en la realidad cósmica y en sus leyes constantes e inamovibles lo más inteligente era mantener ese conocimiento que se atenía a una realidad existencial constante o a una evidencia cósmica que no podía variar con el tiempo. Además todos los científicos y, por tanto, los médicos preindustriales veneraban a la naturaleza como expresión perfecta e insuperable del poder creador de Dios y nunca se hubiesen atrevido a pensar siquiera que pudiesen superarla, pensamiento éste propio y exclusivo de los científicos modernos. Esta fidelidad al conocimiento de los antepasados sobre las leyes cósmicas permitía a los médicos tradiconales utilizar métodos y medicación que eran harto conocidas desde antiguo. No tuvieron necesidad de experimentar nuevas medicaciones en sus pacientes y ponerles en peligro, es más, detestaban esta práctica moderna por abominable. Su juramento era “lo más importante es no dañar (al paciente)”. El primer aforismo de Hipócrates decía: “La vida es breve y el arte es largo, el experimento PELIGROSO y el juicio difícil”. Los aforismos eran colecciones de consejos y sentencias que pretendían adiestrar a los estudiantes no sólo en la práctica y en la técnica del arte médico sino que también pretendían educarles en la moral y la deontología con la que todo médico debe ejercer su oficio. Los médicos tradiconales no aceptaron nunca el experimento humano porque no se podían permitir la posibilidad de que “eso nuevo y desconocido” o “esa nueva medicación salida de una fábrica” que se pudiese administrar al paciente le pudiera perjudicar. Y como eso no se puede saber hasta que se prueba, no se arriesgaban por respeto a la salud de su paciente y por el temor de causarle un daño a un inocente. Los médicos tradicionales tenían un altísimo grado de moralidad, creían que la Divinidad les pediría responsabilidad por el buen o mal hacer en su arte, puesto que habían hecho un juramento y eran creyentes. Considerabn como una abominación el experimento sobre humanos y no fueron seducidos nunca por la novedad, la revolución científica ni por la búsqueda de nuevas sustancias experimentales y, por todo ello, no eran aptos para los nuevos tiempos de revolución industrial y como tenían esas restricciones éticas fueron desprestigiados y acusados de pseudocientíficos y sustituidos por los nuevos y flamantes médicos modernos que, en contraposición clara, tienen una “ética” mucho más laxa y acomodada a los intereses industriales y económicos y, por eso, creen que poner en riesgo la vida y la salud de los pacientes es un riesgo que pueden asumir y que practican con toda naturalidad y sin ningún problema ético. Los nuevos médicos de la única medicina son adeptos y practicantes de la medicina industrial que es , por su propia naturaleza y método, una medicina experimental en la que todos los pacientes tienen o se les aplica el papel de cobayas humanos.

Ese carácter experimental, del que tanto presume la medicina moderna, es lo que la invalida para ser precisamente eso: auténtica medicina. Puesto que el experimento, por su propia naturaleza y por su propia dinámica es incierto y aleatorio y, por tanto, tiene un grado indeterminado de riesgo y de peligro desconocido y, en consecuencia, no se pueden saber los verdaderos resultados hasta que todo se ha consumado y, siendo así, si los resultados no son los deseados o programados, una vez obtenidos, ya resultan inevitables para el paciente sobre el que se haya aplicado el tratamiento experimental puesto que los humanos sólo tenemos un sólo organismo para toda una sola vida, es algo elemental. A pesar de que el experimento, por su propia naturaleza azarosa e incierta, está desprovisto de compasión hacia el paciente cobaya, la civilización industrial y su única medicina moderna lo tiene como método imprescindible para su progreso basado en los nuevos hallazgos que se extraen, necesariamente, de los resultados experimentales observados en los propios pacientes a los que se les asigna sin compasión alguna el arriesgado papel de cobayas. Dios murió para la “intelectualidad” europea de los siglos XVIII y XIX y con Él murió toda moral tradicional y toda ética médica y como “a dios muerto, dios puesto”, desde entonces, en la Europa civilizada e industrial el dinero ocupó el puesto que siempre le había correspondido a Dios. Si no hay Dios puedes hacer lo que quieras siempre que te lo puedas permitir. Para Nietzsche y para todos los modernos científicos, médicos e industriales la muerte de Dios representaba una verdadera “liberación” y, desde entonces, ya no había ni podía haber pecado, ni culpa, ni Juez. Después de enterrar a Dios, la respuesta moral a la conducta del hombre estaba en el poder personal de cada cual o en el poder colectivo de las masas y ese poder, personal o colectivo, era otorgado por la posesión del dinero y/o del control y posesión de los medios de producción. El que poseía el dinero y/o el poder político, se convertía en un super hombre que era capaz de imponer y hacer realidad su voluntad por encima de los demás. Ese superhombre sólo obedecía a su voluntad sin límites y disfrutaba del privilegio de no estar sometido a la moral de todos, la moral tradicional, sino que disfrutaba de un tipo “especial” de moral “descubierta” por Nietzsche y a la que denominó “la moral de los señores”. Quien podía permitirse optar por esa moral, tenía el derecho de imponer su voluntad y sus intereses sobre los demás con impunidad total, sin ningún límite y sin tener que responder ante nada ni ante nadie. Los demás, los que por no tener dinero o poder político ni económico y no llegaban a ser superhombres, debían someterse a la voluntad de los primneros porque estaban obligados a seguir “la moral de los esclavos”. Éstos podían ser utillizados y sacrificados en poder de la economía del “señor”, en favor de su ciencia y en favor del progreso de la “civilización”, puesto que ésta era propiedad dexclusiva de los señores. Eso permitía a los grandes industriales la utilización inhumana y cruel de grandes masas de obreros, sometidos a la moral de los esclavos, y que, por ello, podían ser explotdos, ellos y sus hijos, de manera inmisericorde hasta la extenuación. Podían ser sacrificados realizando tareas inhumanas en las nuevas fábricas y minas para proporcionar riqueza a sus indolentes y caprichosos dueños que tenían la suerte de ser super hombres y, por tanto, propietarios de la vida de sus esclavos. Además de servir de carnaza para la incipiente civilización industrial y para satisfacer la indolencia sin límites de sus señores, los esclavos fueron inmolados con impunidad en las nuevas y terribles guerras industriales donde millones de europeos, con “moral de esclavos”, sirvieron de carne de cañón para defender los intereses de los gobiernos de sus señores y para que el “progreso” siguiera su marcha triunfal. Con este ambiente ilustrado y amoral propio de la que se llamó la civilización europea y civilización de civilizaciones no fue difícil que los médicos y científicos, sintiéndose del grupo de los señores, aceptaran la experimentación humana como un hito histórico que marcaba la diferencia entre el moderno “progreso” propio de la civilización ilustrada y la “barbarie” medieval propia de loa antiguos médicos y científicos que abominaban de esa práctica moderna y seguían la moral natural y cristiana tradicional y el respeto a la integridad humana y a la naturaleza.

Leyendo las biografías de los grandes cazadores de microbios y creadores de las primeras vacunas, se observa que para triunfar en el nuevo mundo de la medicina era más importante tener estómago y agallas que escrúpulos éticos y moral. Era imprescindible tener mucha más ambición de triunfar y obtener dinero y gloria que practicar la compasión por los demás hombres y era indispensable tener mas fe en el progreso técnico e industrial que en la Divinidad. Para triunfar en la nueva medicina industrial era necesario tener mentalidad de super hombre y “moral de señor”, y llenos de esas modernas “virtudes” y con la nueva mentalidad industrial todos los famosos cazadores de microbios utilizaron con absoluta normalidad y sin problemas mentales a cobayas humanos en sus experimentos, sobre todo a niños de orfanatos y a soldados y, sin embargo, en ninguna ocasión se les ocurrió experimentar esos productos nuevos sobre ellos mismos, lo cual demuestra que eran unos médicos positivistas supremacistas, desalmados y sin escrúpulos pero, desde luego,no eran tontos y practicaban la prudencia más estricta para sí mismos y no corrieron riesgos innecesarios, simplemente, utilizaron sin compasión a gente indefensa sometida a la “moral de los esclavos” como cobayas humanos con el fin de alcanzar el éxito personal y probar sus nuevos medicamentos experimentales. Absolutamente todos los gloriosos creadores de vacunas y sueros que fueron premiados con el Nobel y otros reconocimientos y ahora son ensalzados en los libros de historia y en las efemérides científicaas y médicas, todos sin excepción, hubiesen terminado en la cárcel por homicidios múltiples. Si no hubiesen gozado de inmunidad legal y carta blanca para la experimentación en cobayas humanos indefensos y sin importar el resultado ni el número de muertos, les conoceríamos como psicópatas en serie.

A la Bestia y su C.C.I. pensaron que sería muy conveniente dar un buen golpe de “propaganda” para que la población de la “sociedad del bienestar” redoblara su creencia ciega en el sistema de salud industrial y, para ello, decidieron presentar los primeros “resultados positivos” proclamando la prensa alguna noticia impactante, una “realidad innegable” y “demostrada científicamente”. Así demostrarían “sin lugar a dudas” que el gran experimento al que se habían sometido y al que estaban sometiendo a sus hijos estaba saliendo tan bien como se esperaba desde el principio y, además de eso, que se estaba transformando en unos “humanos nuevos” y, por supuesto, muy superiores biológicamente a sus antepasados milenarios, los antiguos homo sapiens de toda la vida. A la C.C.I. y su prensa se le ocurrió decir y pregonar en todos los foros de comunicación, nada menos que antiguas epidemias como la rabia y la viruela, y otras nuevas como la poliomielitis, habían desaparecido de la faz de la tierra gracias a las recientes, masivas y eficaces campañas de vacunación. La OMS fue la encargada por la C.C.I. para dar la gran noticia. Pero era una información inverosímil de un logro totalmente imposible en forma de anuncio publicitario que la prensa vociferó en todas partes para que la población cobaya se convenciera, más si cabe, de que todo aquello que estaba consumiendo, todas las vacunas, los antibióticos y demás productos químicos e industriales que tomaba y administraba a sus hijos eran buenos y tenían mucho sentido; eran necesarios e incluso imprescindibles para estar sanos y tener un nivel de impunidad y de vitalidad que nunca antes habían disfrutado los humanos antepasados suyos. Esas noticias de la prensa que anunciaban que se habían exterminado especies biológicas ultra-microscópicas que habitaban todos los rincones del planeta eran imposibilidades puras y simples. Erradicar especies microscópicas que habían habitado todos los rincones del planeta durante millones de años, y que lo habían logrado en un período breve de cinco o seis años de vacunación sistemática de la población era imposible. Esta mentira se convertiría en una “realidad dogmática” “asegurando” que las vacunas han salvado a millones de personas y, además, que es algo perfectamente demostrado por la “realidad” de los hechos y contrastado “científicamente”. La lista de enfermedades que la OMS afirmaba que habían desaparecido del planeta, eran todas ellas supuestamente producidas por un virus. Pero el avistamiento y estudio de los virus sólo se puede hacer en pocos centros de biología molecular que, por supuesto, están dentro del área de control de la C.C.I.Son escasos centros oficiales donde no puede haber disidencia ni oposición que ponga en peligro lo que afirme o niegue la indiscutible autoridad dogmática de la propia Bestia y su C.C.I. Nadie puede desdecir o poner en duda lo que a la C.C.I. se le ocurra afirmar o negar acerca de la vida o costumbres de estas criaturas ultramocroscópicas llamadas virus. ¿Es posible erradicar del planeta una especie biológica, ultra-microscópica y difícil de localizar, es más, siendo solamente posible su detección en los escasos y sofisticados laboratorios de alta tecnología y dadas esas características es posible conseguir su extinción y erradicación planetaria en un período inferior a una década? La respuesta lógica es que, dada la exrtrema dificultad de aislar y localizar a los virus, tal cosa debería ser y es totalmente imposible. Cabe preguntarse, si es imposible acabar con los piojos que se ven y se sienten, ¿cómo es posible erradicar a tres especies biológicas de virus invisibles y de extensión planetaria? ¿Cómo comprobarlo, si para ello se necesitan instalaciones que por su coste y complejidad técnica son escasas? ¿Quién ha hecho esa búsqueda y exterminio total y cómo se ha podido comprobar que esos virus, en el caso de que hayan existido en realidad, no están presentes en animales y hombres de la estepa asiática o en la extensa África o en cualquier tierra remota donde jamás se han tomado pruebas y que se hayan podido analizar en sofisticados institutos de biología molecular? Lógicamente esa afirmación de la OMS es imposible que sea cierta y, técnicamente, imposible de llevar a cabo y, además, afirmarlo y publicitarlo resulta completamente gratuito para la C.C.I., puesto que no arriesga nada con decirlo, tiene impunidad y “autoridad oficial” para poder hacerlo y no teme asegurarlo puesto que sabe que nadie de fuera de su control puede comprobarlo y negarlo oficialmente. La OMS habla de virus y no de bacterias, pues estas últimas se ven al microscopio y aunque son mas fáciles de erradicar, se puede comprobar cualquier afirmación sobre ellas.

Si dejamos aparte la publicidad de la C.C.I. y analizamos la realidad con lógica y con la ayuda inestimable del paso del tiempo podremos ver que no es verdad que hayan desaparecido ni, siquiera, disminuido ninguna enfermedad de las que padecían la raza anterior de humanos, la especie homo sapiens, por muy pregonada y dogmatizada que esté esta afirmación y por muchos y trucados estudios estadísticos oficiales que hayan repartido por todas partes; la humanida actual, en realidad, han padecido las mismas enfermedades que sus antepasados (difteria, neumonías, tos ferina, etc) aunque no tienen conciencia de ello y vamos a explicar por qué. La “nueva raza” es inferior y enfermiza, distorsionada genéticamente hasta la monstruosidad, estéril y enferma desde la juventud y, por todo ello, en serio peligro de extinción.

La C.C.I. y su prensa y sus ministerios de sanidad de todos los países anunciaron a bombo y platillo que las temibles enfermedades supuestamente infecciosas que habían asolado Europa en los años 20, 30, 40 como la difteria, cólera, tuberculosis, tos ferina, etc no habían sido erradicadas del planeta, pero que, sin embargo, se podía afirmar que habían disminuído hasta casi desaparecer, gracias a las campañas de vacunación, casi totales, llevadas a cabo sobre la nueva población infantil desde los años 50 y 60; y esa casi desaparición de antiguas enfermedades se reflejaba en los diversos gráficos estadísticos y en las numerosas publicaciones y artículos, todos ellos oficiales y “de total confianza”. Para lograr hacer realidad esa falsa desaparición de enfermedades conocida y temidas, o mejor, para simularla, puesto que no es posible hacerlas desaparecer, la C.C.I. recurrió a un ardid lingüístico ingenioso que le ha dado muy buenos resultados y que ha logrado convencer plenamente a ciudadanos y a médicos: para hacerlas desaparecer de las estadísticas, simplemente les ha cambiado el nombre. Los médicos desconocen que el mismo cuadro patológico se llamaba diversamente después de los años 50 que antes, aunque se trate de la misma enfermedad, como el caso de los sinónimos difteria, anginas y amigdalitis. La tos ferina se convirtió así en bronquitis aguda febril, bronquiolitis aguda, traqueo-bronquitis, bronconeumonía e incluso, asma bronquial con fiebre…. el cólera morbo en gastroenteritis, diarrea aguda, toxiinfección digestiva o salmonelosis.

De esta gran mentira que mata, la prensa, la radio y el cine han sido y siguen siendo un factor importante o unos medios imprescindibles en la creación de este gran fraude. Su capacidad de persuasión y de penetración en la intimidad de la sociedad actual y el poder de sugestión de las ondas y las imágenes es capaz de crear “realidades” inexistentes, de crear opiniones, bulos y noticias capaces de impresionar hondamente, e incluso, de convencer de la existencia “real” de “artefactos” y de producir “películas de terror” que pueden parecer reales pero que en realidad no lo son. La prensa ha sido un instrumento de mucho provecho al servicio d ella Bestia y su C.C.I., puesto que con sus historias irreales y falsas pero llenas de dramatismo y sensacionalismo han llegado a todas partes y rincones del planeta, llevando el mensaje de terror primero para crear la paranoia irracional a nuestros microbios y, después, de esperanza en los productos industriales que supuestamente proporcionaban la deseada y publicitada inmunidad pero, fianlmente, todo era mentira. En realidad, todo era publicidad de la buena para hacer negocio.

La gravedad que comporta el hecho de haber creído en la teoría de la infección radica en que esa creencia, además de falsa, ha comportado una práctica y un consumo de productos industriales que hemos introducido en nuestro cuerpo, por primera vez en nuestra historia biológica. Y esta práctica concreta y real se transforma en una gran tragedia si, al repasar la historia de estos productos, vemos que todos ellos, desde los primeros que se utilizaron a finales del siglo XIX y principios del XX a los de las últimas generaciones han sido y son productos tóxicos. Desde hace 60 años, ha obligado a la población de la sociedad del bienestar a incorporar a su biología genuina una enorme y continuada cantidad de productos tóxicos en forma de vacunas y medicación química que ha producido una iatrogenia total que ha sido la principal causa y el origen de las nuevas enfermedades que, por ser tan novedosas y desconocidas se llaman enfermedades raras y que afectan exclusivamente a los ciudadanos de la “socieadad del bienestar” por ser éstos de manera exclusiva han sido los primeros “cobayas” que han “disfrutado” y consumido los nuevos medicamentos industriales que la única medicina moderna les ha suministrado como un producto del “progreso” de una manera exclusiva.

Toda la quimioterapia tóxica ya sea esta antibiótica, anticancerosa, antiviral o de cualquier otra naturaleza es un fallo de bulto que no debería permitirse una persona con sentido común que reflexionara mínimamente en ello. Ese error inevitable e insuperable que posee todo método de quimioterapia es el siguiente: incluso si admitiéramos que nuestros gérmenes son peligrosos y creyésemos en las infeccciones, no podríamos aceptar la quimioterapia como terapia válida por una simple razón de lógica elemental que pasamos a explicar: el mecanismo de acción de los antibióticos y quimioterápicos en su totalidad, es decir, su acción tóxica y aniquiladora que ejercen sobre los gérmenes es poco o, mejor dicho, nada selectiva; puesto que la “fumigación” por quimioterapia afecta, sin discriminación posible, tanto a las bacterias como a las células normales de nuestro organismo y, por tanto, produce el mismo daño, es decir, envenena de igual manera al grupo de bacterias que supuestamente son su objetivo primordial que a las propias células normales que forman la estructura básica de nuestros tejidos y órganos propios. Producen el mismo envenenamiento colateral sobre las células normales que el que producen sobre las bacterias que son su objetivo; y ese efecto tóxico colateral sobre las células normales es totalmente imposible de evitar hasta el día de hoy.

Los daños producidos por ese consumo generalizado de antibióticos que, han sido una clase de daños que han ido apareciendo al cabo de varios años de haber iniciado su consumo, puesto que esas sustancias no suelen dar efectos adversos inmediatos, por lo menos, a las dosis que se suelen administrar, de hecho, esa ausencia relativa y disimulada de efectos secuandarios inmediatos o fulminantes en los antibióticos es lo que sirvió para que la C.C.I. los presentara como una medicación “ideal” en los años 50 y, por tanto, el problema de los antibióticos no está ni estaba, de una forma general, en sus efectos inmediatos a corto plazo, sino en los efectos colaterales que presentarían a medio y largo plazo. De hecho, esos efectos colaterales de espoleta retardada se empezaron a detectar en los años 70 y 80 cuando la población cobaya llevaba ya veinte o treinta a ños introduciendo en sus organismos de manera recurrente y confiada la nueva medicación experimental y de fabricación industrial. Lo malo es que los antibióticos iban a alterar, gravemente, sus genes y, por tanto iban a distorsionar su mensaje genético. Hay que esperar todos los resultados posibles para poder saber con seguridad todo el proceso al completo, pero para la industria médica, como para cualquier otra industria, esperar era perder tiempo y dinero y aunque fuera una medida prudente y necesaria y responsable, no cabía ninguna duda de que era antieconómica. Así que imperó el interés económico e industrial sobre el médico y el de la salud de la población y esos productos médicos novedosos y experimentales se aplicaron de una manera prematura, temeraria e imprudente y sin tener ningún tipo de consideración hacia el ciudadano y sin tener, todavía, conocimiento suficiente. Así desde los años 50 a los 80 los antibióticos estaban presentes en todas las medicaciones, por si acaso. Durante los años 80 y 90, la genética molecular que se iniciaba, empezó aidentificar una enorme cantidad de sustancias industriales que pueden alterar el mensaje genético haciendo posible que ese mensaje sea aberrante. La talidomida, el DDT, los defoliantes de la guerra del Vietnam, el phenol, las dioxinas, etc fueron causa de distorsión del mensaje genético y, como consecuencia, de la aparición de los primeros niños deformes y fetos monstruosos. Se constató, por primera vez, que algunos productos químicos afectaban a los cromosomas y sus genes a nivel molecular y, entre esas sustancias, estaban los antibióticos y demás productos de quimioterapia usados contra el cáncer. Pero lo más asombroso es que a pesar de ese efecto secundario de los antibióticos no se ha suspendido la administración masiva y constante de estos productos y de otra sustancias teratógenas propias de la quimioterapia.

En los años 70 y 80 aparecieron nuevas enfermedades causadas por el propio sistema inmunitario de los propios enfermos. La gran proliferación de enfermedades del sistema inmunitario propició la aparición de otra nueva especialidad, la inmunología médica y resultó que el responsable directo era el propio sistema inmunitario. Ese sistema inmunitario se había vuelto aberrante, traicionaba el propósito esencial de su función biológica y atacaba las propias estructuras orgánicas, es decir, el nuevo y “mejorado” sistema inmunitario de la nueva raza experimental se comportaba de manera distorsionada, no funcionaban bien y en lugar de ser un sistema orgánico de supervivencia y adaptación, como lo había sido durante miles de años, inexplicablemente, utilizaba sus energías y su fuerza biológica para atacar y destruir a sus propios sistemas orgánicos. Estas nuevas enfermedades se llamaron autoinmunes. El carácter endémico de las nuevas y desconocidas enfermedades debió detener las campañas masivas de vacunación sobre la población infantil puesto que es imposible no relacionar de alguna manera la aparición masiva de enfermedades del sistema inmunitario, con la simultánea manipulación masiva de ese mismo sistema con nuevos productos industriales de carácter inédito y experimental. Pero suponía reconocer el error de la C.C.I. y renunciar la Bestia a su negocio y las vacunaciones aumentaron exponencialmente. Para la Bestia las nuevas enfermedades no eran ningún drama sino una oportunidad de ampliar su negocio pues aumentan los clientes, la produccióny el consumo de medicaciones. La Bestia ha puesto en el mercado nuevos medicamentos que controlan en parte el sistema inmune como los antihistamínicos, corticoides sintéticos y los inmunodepresores a pesar de sus efectos colaterales tóxicos.

En el año 2000 la fertilidad de los jóvenes varones de la nueva raza de humanos, se ha reducido a la mitad. Este dato se traduce, en concreto, en la enorme cantidad de parejas jóvenes que, en nuestros días, son incapaces de reproducirse como lo ha hecho, desde siempre, la raza del homo sapiens, es decir, por medio del coito y la cópula normal humana. Esta castración química también afecta a las mujeres casi en el mismo porcentaje, aunque en ellas ha influido directamente, también, el uso excesivo de medicación hormonal industrial que se ha hecho común en nuestra sociedad para tratar de manipular el sistema reproductor para “mejorarlo” o “controlarlo”. En los años 70 y 80, simplemente, no existía la esterilidda en la población, salvo en casos muy excepcionales. Ha sido a partir de estas segundas y terceras generaciones de cobayas intoxicadas desde la concepción que han ido surgiendo exponencialmente una gran cantidad de casos de esterilidad y de enfermedades raras.

La enorme proliferación de centros médicos de reproducción asistida y de infertilidad del momento actual es el gran negocio de la Bestia y, por eso, lejos de estar preocupada por la castración de los jóvenes cobayas está encantada con la situación de esterilidad creciente que se observa día tras día. Todas esas situaciones catastróficas han ido apareciendo en las últimas décadas al tiempo que la prensa y la cultura modernas nos han ido convenciendo de que vivimos en la mejor de las sociedades que el hombre ha conocido y, con ello, han logrado ocultarnos la realidad de que estamos dejando de ser humanos y nos estamos convertiendo en seres experimentales, en humanoides con función de cobayas de destino incierto y que corremos el peligro de convertirnos en monstruos auténticos como resultado final de haber querido perfeccionar y superar nuestra propia naturaleza humana genuina. La monstruosa epidemia de las enfermedades raras es exclusiva de occidente y afecta sólo a ejemplares jóvenes de la nueva raza cobaya con tres millones de casos en España en 2018 y de 30 a 36 millones en Europa. Su causa es , sin ningún género de duda, genética y asi lo afirma la medicina moderna. Son producidas por defectos en la calidad de los espermatozoides y/o de los óvulos que se encargan de transmitir el mensaje genético y que afectan, exclusivamente, a los hijos recién nacidos de la tercera y cuarta generaciónes cobaya que, simple y llanamente, son niños humanos que nacen imperfectos, nacen estropeados, en el lenguaje industrial propio de la industria médica moderna se diría, con toda propiedad, que esos desafortunados niños nacen con defecto de fabricación.

Además, la medicina industrial ha desarrollado unas “doctrinas médicas” unos “modus operandi” y unas costumbres “higiénicas” con las que ha logrado “enseñar” una “cultura de la salud” que, en realidad, es un conjunto de verdaderas “trampas” comerciales para que toda la población cobaya que ya está contaminada no pueda dejar de estarlo durante toda su vida y no pueda escapar de ninguna manera de la iatrogenia. Una de esas prácticas higiénicas a la que nos ha acostumbrado la medicina moderna es la realización de análisis de sangre, radiografías, organoscópias, test de alergias, etc y demás chequeos médicos de control de la salud: los análisis de control rutinarios. Es otro hito de la medicina moderna derivada de la visión mecanicista del organismo humano. Esta visión inédita y desconocida en la medicina tradicional supone que todos somos máquinas más o menos iguales y que estamos formados por el mismo número y distribución de tuberías, líquidos, poleas, cables, lubricantes, etc y, con esta visión mecánica del organismo humano, el sistema de salud de la Bestia recomienda que nos hagamos esos controles y “chequeos” médicos. Esa moderna forma mecanizada de entender la naturaleza humana propia y exclusiva de la única medicina moderna, ha llevado a la estandarización de los hombres máquina y, por supuesto, al desconocimiento por parte de los modernos médicos y aprendices del valor que tiene la diferencia individual en medicina y en el cuidado de la salud personal. Puesto que la verdadera salud humana es una cosa muy distinta al moderno sentido de la salud a nivel estandarizado o estadístico que se entiende en nuestra sociedad. De hecho, el moderno y actual concepto estadístico de salud es algo totalemnte imaginario y por tanto irreal que ha sido inventado e introducido por la medicina moderna con el fin, plenamente comercial, de que los pacientes o clientes no dejen de consumir medicación industrial durante toda su vida. Ese plan luciferino, propio de la medicina moderna, que obliga al ciudadano de la “sociedad de bienestar” a tener la necesidadd e consumir medicación industrial la mayor parte de su vida y, para colmo, con la falsa sensación de estar totalmente cuidado por la mejor de las medicinas posibles. Para la medicina tradicional y artesana la diferencia individual de cada enfermo era una realidad de primera importancia para la buena aplicación y provecho de cualquier acto médico. Existían individuos únicos e irrepetibles que estaban enfermos y no enfermedades. Sin embargo, esa diferencia individual, propia de cada cual, no parece tener la menor importancia para la medicina moderna. Para la medicina mecanicista todos los humanos máquina somos iguales y, por lo tanto, debemos tener los mismos niveles de azúcar, lípidos, proteínas, la misma presión arterial, el mismo apetito sexual, la misma temperatura corporal, etc y además, debemos responder por igual a los estímulos, a las medicaciones y en general a cualquier maniobra que se realice sobre el organismo mecanizado, exactamente igual que pasaría con un electodoméstico o un vehículo mecánico. Esta visión uniforme de la vida humana es el resultado, consecuente y lógico, del interés exclusivo, por parte de la medicina industrial, por el estudio del humano a nivel mecánico y dinámico de la materia y la energía. Este estudio y exclusivo interés de la medicina mecanicista por la anatomía y la fisiología humanas llevó a la conclusión totalmente falsa y distorsionada de que como resulta que todos los humanos, sin distinción, tenemos el mismo número de huesos, músculos y tendones, las mismas glándulas, los mismos órganos, las mismas vísceras, los mismos neurotransmisores, etc se debe sacar la conclusión de que todos somos iguales como lo son los frigoríficos y, por tanto, funcionamos de igual manera, somos máquinas más o menos idénticas unas de las otras, con el mismo número de piezas, más o menos, y perfectamente sustituibles y estandarizables. A la medicina industrial le interesa la visión uniforme e indiferenciada de las naturalezas humanas, puesto que facilita y simplifica la aplicación del método industrial y la distribución masiva e indiscriminada de los medicamentos y facilita y simplifica, también, el estudio y preparación de los médicos y los predispone a ser lo que son: técnicos y comerciales de una industria. En contraposición a esta visión y a ésta pedagogía médica igualitaria y mecánica, estaba la visión holística e individualizada de la medicina tradicional que, se basaba en la armonía integral del cuerpo y de la mente por una parte y de la relación equilibrada del individuo con su medio ambiente, familiar, social y cósmico por otra. De esa interacción entre mente y cuerpo y del tipo de relación entre el individuo y el ambiente social y natural, resultaba que los humanos no eran iguales entre sí, sino que cada uno tenía una constitución física propia y un temperamento psicológico propios, es decir, una forma de ser y de comportarse o reaccionar ante la realidad humana y cósmica de manera distinta según quién y cómo es cada cual. Cada ser humano es único e irrrepetible y, por eso, cada cual reacciona de distinta manera ante una misma situación existencial: ya sea la toma de una misma medicación, ante una misma situación de peligro, ante la misma comida o ante cualquier otra situación existencial real. Estas diferencias eran tenidas en cuenta como muy importantes por los médicos tradicionales en el momento de examinar a un enfermo y proponerle una conducta higiénica y unas medicaciones que, necesariamente, no podían ser iguales a las de otro con otras características y otra forma de reaccionar distintas. Por eso las prescripciones que se hacían eran personales e intransferibles y específicamente indicadas para cada enfermo en concreto; en el argot médico tradicional se llamaban fórmulas magistrales y eran preparadas de distinta manera y en cantidades adecuadas para cada paciente. A la medicina industrial no le es grata esta manera de ver y ejercer la medicina, puesto que tantos matices y diferencias, tanto conocimiento y personalización de los pacientes, simple y llanamente, no permiten la fabricación industrial masiva y la distribución indiscriminada de “medicación” sobre grandes masas de población. No le salen las cuentas si tiene que fabricar medicación para cada paciente ni tampoco para pequeños grupos `puesto que, con tal ritmo artesano de producción y consumo, el negocio no es rentable. Esto es totalmente admitido en la cultura actual y las farmaceúticas no disimulan el desdén que sienten y practican ante enfermedades que no ofrecen un volumen comercial suficiente como para fabricar medicación en cantidades industriales y de esa manera obtener un buen margen de beneficios. La moderna docencia, para facilitar el carácter industrial de la nueva medicina hizo desaparecer el estudio de la diferencia individual de las constituciones y los temperamentos de los estudios médicos y a partir de mitad del siglo XX se estudió la naturaleza y la fisiología del humano como si todos los individuos fuésemos iguales y, además, reaccionáramos de igual manera ante los estímulos químicos, ante los fármacos y ante las situaciones existenciales. Lo que en verdad era interesante era la nueva medicina industrial, lo que tenía que saber el médico era que existían enfermedades y que no existían enfermos con nombre y apellidos y con una historia y circunstancias personales; sólo existían enfermedades y cada enfermedad tendría su protocolo de actuación y sus productos industriales concretos y precisos que se aplicarán a todos aquellos, sean quiénes sean y cómo fueran, que presenten una determinada enfermedad. Para lograr industrializar la medicina y ante la realidad innegable de que somos diferentes y variados, es decir, somos individuos irrepetibles y ante la imposibilidad de que esa diferencia no apareciera como evidente en los distintos análisis de funciones y sistemas que la medicina moderna utiliza sin cesar, la C.C.I. introdujo en la enseñanza y en la práctica de la medicina unos nuevos parámetros con el fin de uniformizar los protocolos y facilitar la práctica industrial de la medicina. Estos nuevos parámetros para identificar enfermedades son lo que hoy en día se conoce por valores normales o cifras clínicas o valores analíticos referenciales. Estos valores normales en que se basa toda la práctica de la medicina moderna, son valores referenciales o abstracciones que no tienen existencia en la realidad puesto que son sacados por medio de la media aritmética de los distintos y variados valores reales que puede presentar la población según las múltiples variaciones tipologías y estados mentales de cada individuo en concreto y que además varían en un mismo sujeto a lo largo del tiempo y varían también según la situación y el estado mental y la emocionalidad existencial del paciente. En el momento en que el ciudadano ingenuo y desprevenido ha caído en la telaraña de los valores normales, de repente, aparece el motor oscuro de la medicina industrial: el miedo a la muerte. El médico moderno, una vez vistos los resultados de la prueba, como está enrtrenado a reconocer enfermedades sin importarle la realidad personal del supuesto enfermo le dice al ciudadano que tiene una enfermedad que puede causarle la muerte o una parálisis grave si no se medica. El resultado de esta iatrogénesis psicológica producida por las palabras del médico moderno ante esos valores analíticos provocan un efecto vudú sobre el confiado ciudadano que, hasta ese momento, se encontraba la mar de bien y después de essa advertencia del médico aparece la preocupación en el ánimo del ciudadano. Y ese pánico se convierte en una seria paranoia y en el inicio de un tratamiento (tóxico) contra una “enfermedad” que desconocía hasta la fecha y que tendrá que atender durante toda su vida y que será el origen de una iatrogénesis química inevitable que le llevará a enfermar de otros sistemas orgánicos por los efectos secuandarios de la medicación que ha empezado a consumir de manera habitual y, para colmo, esa misma toma de medicación de por vida no le asegura, de forma total y definitiva, que no muera de esa hipertensión. Los valores normales, la uniformidad de los protocolos y de los tratamientos propios de la medicina industrial son una gran tela de araña para que la gran masa de población, tarde o temprano, quede atrapada en la sensación de que está enferma y en la “realidad” ficticia de que necesita normalizarse y, para ello, debe aplicarse al consumo de medicación industrial que le promete mantenerle seguro y tranquilo dentro de los valores normales siempre que mantenga la toma de medicación durante toda su vida. Con la supresión del estudio de las constituciones y los temperamentos, con la supresión del estudio de las plantas medicinales, con la supresión del estudio de la historia de la medicina y con la supresión del estudio de los remedios naturales, y con la aplicación de una medicina más simple, más homogénea, más indiscriminada, más industrial el campo comercial se amplía y, con él, el gran y próspero negocio de la medicina industrial.

El último hito de la medicina moderna es un nuevo y revolucionario método comercial especialmente satánico que ha adoptado la cultura industrial recientemente y que le ha procurado el aumento del margen de beneficio económico y, además, le ha permitido agrandar el negocio y mantenerlo próspero indefinidamente y sin mengua. La saturación del mercado que se produce cuando todo el mundo tiene de todo, de manera inevitable, ralentiza la demanda y, por tanto, la venta y, por tanto, la producción y el consumo y, por tanto, la ganancia del codiciado dinero. Todo el mundo admite que la obtención rápida y abundante de dinero es la máxima motivación y motor de esta civilización moderna, por eso, cuando se llegó a ese punto de saturación del mercado, la Bestia pensó una argucia para solucionar el problema que había surgido al ralentizarse el consumo por fabricación excesiva que, a su vez, ralentizaba la ganancia de dinero. Se dio cuenta de que la industria en su quehacer productivo, había intentdo conservar, por error y falta de previsión, un valor antiguo y desfasado propio de la artesanía y de los artesanos tradicionales: ese valor era el de hacer las cosas bien hechas o, por lo menos, el valor de hacerlas lo mejor posible. La Bestia con su espíritu comercial vio claro que, si quería seguir aumentando la ganancia de dinero, eso no podía seguir así puesto que la produccióny venta de objetos industriales de gran calidad y larga duración paralizaba el negocio y saturaba el mercado. Y para evitar esa detención de la fabricación y venta continuadas, a partir de la mitad del siglo pasado, se introdujo en la cultura industrial de la “sociedad del bienestar” un nuevo método muy rentable y que aseguraba la ganancia de dinero en la industria de fabricación de objetos: se inventó por primera vez el hito de la fabricación de objetos y cosas con obsolescencia programada. Se trataba de hacer los objetos útiles pero de corta duración, que funcionaran y resolvieran bien la necesidad para la que habían sido fabricados pero con una breve fecha de caducidad o, por decirlo de otra manera, con un período de utilidad efímero. El objeto ideal, o el colmo de la producción y la ganancia para la industria que quisiera fabricar y vender sin parar, era fabricar aquel producto destinado a funcionar una sola vez o lo que se conoce popularmente como consumo de objetos de usar y tirar. Ese método de fabricación ha dado nuevo impulso al comercio y la industria asegurando la producción y el consumo y aumentando la ganancia y el poder del dinero, pero al mismo tiempo y como consecuencia lógica, ha multiplicado la basura industrial en nuestro planeta. La medicina industrial no ha querido privarse de ganar dinero con el método de la obsolescencia programada y lo ha introducido en todos los protocolos del sistema de salud oficial y único que hay en la “sociedad del bienestar”. Si producía medicación, ésta tendría que ser un tipo de medicación que no curara las enfermedades, pero las aliviara y las hiciera más soportables en el tiempo, de manera que el número de pacientes, es decir, de clientes y consumidores, no menguara (lo cual sería contraproducente) sino que aumentara en número y cantidad y, como consecuencia lógica, la producción y el consumo no disminuiría sino que iniciaría un interminable y apetecible aumento. Además, se podría introducir la obsolescencia programada de forma disimulada, es más, dando la impresión a los consumidores de que con esa medicación se les estaba cuidadndo mejor que nunca, como así ha ocurrido. Como consecuencia de llevar más de medio siglo de medicina industrial con obsolescencia programada y de iatrogénesis general, la sodiedad cobaya actual se ha llenado de enfermedades llamadas incurables o crónicas y son las más frecuentes y de mayor incidencia y no se curan nunca por lo que requieren el consumo de medicación durante toda la vida del enfermo. Otro método de obsolescencia programada que ha utilizado la Bestia para asegurarse la fagocitosis de la mayor parte de la confiada población cobaya ha sido el negocio del narcotráfico legal. La característica de la sociead moderna del gran número de casos de suicidios que son una muestra evidente de la tristeza, la frustración y el escaso sentido de la vida con que transcurre la existencia de los ciudadanos modernos que viven inmersos en los “valores humanos” propios de la sociedad del bienestar, a la Bestia, no sólo le trae sin cuidado esa desesperanza general sino que ve en ella una oportunidad más de hacer negocio y ganar dinero. Y creó el mercado de la felicidad industrial y fabricó medicación capaz de cambiar temporalemnte el estado mental y emocional de los que la consuman, medicación que además de tóxica producía dependencia física y psíquica. Son fármacos que se han vuelto muy conocidos y populares que tienen un fuerte efecto calmante, sedante, euforizante o miorrelajante que, además, producen sus efectos durante el tiempo que se toman y desaparecen inmediatamente después. De manera que el paciente tiene necesidad de tomarlos continuamente y, con ello, queda enganchado, supeditado o esclavizado a ese medicamento y, como consecuencia, se transforma en drogodependiente. En España, por ejemplo, hay más de 20 millones de consumidores de somníferos, ansiolíticos, y antidepresivos que se sienten totalmente incapaces de dejar de tomar ese tipo de medicación con lo que más de la mitad de la población adulta es drogodependiente de uno o varios de esos fármacos y lo será de por vida y, como consecuencia de esta realidad, el negocio de este tipo de medicación industrial no para de prosperar, está apoyado por el gobierno, es narcotráfico puro y duro, se retroalimenta con obsolescencia programada y cuenta con miríadas de médicos y farmaceúticos que, como verdaderos “camellos”, distribuyen alegremente los productos entre la población.

En el libro del Apocalipsis podemos leer: “se le dio poder a la Bestia para enfrentrarse a los santos y vencerlos” y, por eso, sabemos que es invencible. Sólo nos queda resistir en la clandestinidad, escondernos y esperar a que la Bestia apocalíptica acabe de fagocitar a toda esta “sociedad del bienestar” porque, como parásito que es, morirá por si misma cuando acabe de parasitar a su propia presa, morirá cuando acabe con esta indolente y confiada “sociedad del bienestar”. Si para entonces queda alguna pareja de homo sapiens sano y con todas las posibilidades biológicas genuinas y naturales que siempre tuvimos los humanos en algún lugar del mundo quizá se puede volver a empezar de nuevo y formar una nueva humanidad de hombres y mujeres sanos capaces de vivir una vida genuina y auténtica como la que durante milenios vivieron los homo sapiens que, incluso, fueron felices y sanos, se amaron y tuvieron hijos sanos como ellos y disfrutaron de la vida mientras habitaron este maravillosos planeta llamado Tierra.

Alfredo Velasco

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