El trincar no se va a acabar

Partamos de una hipótesis: el trincar no se va a acabar, porque la corrup- ción no es una excrecencia o una Degeneración del sistema demócrático de representación parlamentaria vigente, sino que forma parte de su misma esencia y es por tanto inherente a él. Como el verano y los mosquitos, no se concibe una cosa sin la otra.

Hay quien sostiene que es una cuestión de latitudes: los países del Sur son más pro- pensos a todo tipo de trapicheos y camba- laches mientras el Norte calvinista es mucho más estricto en el control de la cosa pública y por tanto los índices de putrefacción son sensiblemente menores. Yo, en cambio, me inclinaría a pensar que el alto grado de disi- mulo e hipocresía propios de estas socieda- des puritanas hace que los mecanismos de fraude sean más sutiles y sofisticados pero no necesariamente menores.

Establecida la hipótesis de partida y para no generalizar de manera innecesaria, tal vez habría que matizar algunos aspectos de la cuestión. En primer lugar y a la vista de lo que hay, podríamos conjeturar que la mugre de la corrupción, en cuanto a canti- dad y calidad, es una cuestión de sexos. En eso que llaman España, por no ir más lejos, los casos más conocidos son cosa de hom- bres; las mujeres, hasta ahora, se han limi- tado a ejercer de cómplices necesarias para conseguir prebendas a su marido (De Cospedal) o ignorar la presencia de coches de lujo en el garaje de su pareja y de paso sacar algún viaje a Disneyworld o algo de confetti para sus fiestas (Mato). En cual- quier caso, pecata minuta, pecados veniales que si bien no disculpan o incluso agravan su responsabilidad por el hecho de ven- derse por tan poco, nos ayudan a centrar el mogollón: insisto, los más notorios casos de corrupción que abonan los pudrideros polí- ticos, tanto como los Consejos de Administración de las grandes empresas, son como el coñá, cosa de hombres.

Por otra parte, hay quien aventura que una  decidida  regeneración  de  todos  los estamentos de representación, desde con- cejales a ministros, con una limpieza a fondo de las alcantarillas del sistema y una adecuada Ley de Transparencia, acabaría con esa lacra. Me temo que hay tantos frus- trantes ejemplos históricos de la imposibili- dad práctica de semejante operación higié- nica que sólo podría confiar en ello aquel que esté dispuesto a creer que los niños vie- nen de París en alas de una cigüeña.

Pedirle a la mayoría -la excepción con- firma la regla- de concejales, consellers o ministros que no malversen caudales públi- cos y no los utilicen en su propio beneficio, el de su partido o el de sus amiguetes, es pedirle peras a un melonar. Como le diría el escorpión a la rana: está en su naturaleza. Aquel que tiene poder de decisión sobre las arcas públicas, suele tener tendencia a usar de los dineros de todos con arbitraria prodi- galidad, presentando una notable queren- cia a hacer favores retribuidos y actuar para que el dinero que él maneja, mediante una compleja y desvergonzada serie de artilu- gios contables, totalmente “legales”, sufra una curiosa metamorfosis redistributiva inversa y pase de manos de los más necesi- tados y fritos a impuestos, a los yonquis de la codicia que jamás lo necesitarán, contri- buyendo así a ahondar la insalvable sima de la desigualdad.

Así pues, no caigamos en la ingenuidad cómplice de pensar que esto tiene remedio cambiando algo de forma lampedusiana porque eso equivaldría a pensar que con una  remodelación  del  Gobierno  o  unas elecciones anticipadas, las cosas serían dife- rentes de manera significativa.

Habría que recordar una vez más, aún a riesgo de resultar cansino, que la llamada corrupción política no es sino la torna o la propina que los verdaderos amos del tin glao arrojan a sus políticos en pago a su obediencia y sus servicios prestados. Y evi- dentemente lo hacen con dinero público, no lo van a poner de su bolsillo. ¡Faltaría más!

Que aprovechando la coyuntura, algún espabilao -llámese Bárcenas o Roldán- sise a lo grande y se forre, entra dentro de la lógica del invento.

Así las cosas, si alguien quiere creer en fantasías animadas de ayer y de hoy, que vaya pidiendo elecciones anticipadas. La corrupción continuará inasequible al desa- liento, pero al menos servirá para que los que voten piensen que esta vez, algo ha fallado, pero que las próximas… ¡Ay las pró- ximas!… Esas sí que sí… Las urnas son tan inofensivas para los amos del cortijo, que siempre permanecerán abiertas para aque- llas almas cándidas que sueñan en que su voto sirva para algo más que para apuntalar el inicuo estado de cosas actual.

Roldán o Bárcenas, con ser despreciables, no son sino la anécdota-zanahoria con la que nos entretienen y distraen, para que olvidemos lo evidente: el verdadero corrupto es el propio sistema capitalista. Mientras no acabemos con él, seguiremos hablando de raterillos de tres al cuarto; aunque hayan afanao 50 millones.

Post scriptum: Por supuesto, doy por supuesto que esto es un supuesto cuento de ciencia-ficción y que todos los persona- jes e instituciones nombrados más arriba son corruptos supuestos y… presuntos.

Así que, cuando más pronto que tarde, tal como está el patio, algún presunto desco- nocido, harto de tanta iniquidad impune, se dedique a rebanar presuntamente algunas presuntas yugulares de alto standing: ¿Será también simplemente, un caso de presunta violencia?

 

RAFA RIUS

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