VIEJAS Y NUEVAS REDES DE PODER EN ESPAÑA

Viejas y nuevas redes de poder en España

El último número de la revista PAPELES analiza la influencia de las élites

En 2020, más de la mitad de estas doscientas grandes fortunas (64%) se localizan en Cataluña, Madrid, Comunidad Valenciana y País Vasco, concentrándose en estas áreas un valor patrimonial que representa casi la mitad (48,2%) del total.

En el estudio de la economía brilla por su ausencia la cuestión del poder. El enfoque convencional suele dejar en la oscuridad actividades económicas que no son más que meras operaciones de apropiación de la riqueza (social y natural), que llevan a cabo determinados individuos y empresas con el apoyo del Estado a través de la distribución discrecional de contratas, concesiones o licencias.

En el país de los aeropuertos y radiales sin tráfico que los justifique, del boom inmobiliario y del tsunami urbanizador sin apoyatura demográfica y de las corruptelas que asoman por cada esquina, es muy probable que el grado de fusión alcanzado entre las élites económicas y políticas no encuentre parangón con el de otros países de nuestro entorno.

“Los miembros de la élite del poder comparten origen, trayectorias y experiencias vitales y suelen estar ligados por lazos familiares, económicos o sociales. Poseen además el interés común de mantener el sistema que les favorece, por lo que trenzan redes de relaciones y troquelan instituciones para mantener y reforzar su posición prominente”, expone en la Introducción al número Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la Revista Papeles.

“Una gran parte de la burguesía local ha dejado de constituir una capa empresarial, dejando la gestión a un gran ejército de profesionales, y se han convertido en meros buscadores de rentas en los mercados financieros e inmobiliarios”, sostiene en el artículo titulado “Las élites capitalistas españolas entre dos crisis”, Albert Recio, profesor honorífico de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.

¿Cuáles son las redes de poder más influyentes en cada gobierno? ¿Qué cambios se producen con cada periodo electoral? ¿Qué perfiles mayoritarios ocupan las posiciones sociales dotadas de mayor capacidad de decisión? ¿Cuáles son los resultados concretos de estas condiciones?  “La morfología burocrática e ideológica puede persistir, aunque sus componentes humanos se retiren o dimitan”, concluye Andrés Villena en el texto titulado “La élite tecnocrática como garantía de la continuidad oligárquica en España”.

Las élites económicas tienen numerosos mecanismos de influencia sobre los poderes políticos: formales e informales. Una parte de la élite política y de la administración forma parte ella misma de la élite económica, bien por origen social, bien por la existencia de numerosas y variadas puertas giratorias, no solo de los políticos de más alto nivel (el caso más vistoso), sino también de muchos cargos medios que ocupan puestos en sectores económicos clave, como es el caso de altos técnicos de Hacienda que ocupan puestos relevantes en empresas de asesoría fiscal.

Los grupos dirigentes no ejercen el poder en el vacío, sino al amparo de marcos institucionales que establecen las reglas de juego propicias para sus exclusivos intereses. “El poder reticular de este grupo de grupos aproxima a una parte de la burocracia de élite a las redes que trascienden los periodos electorales, formando así parte de los mecanismos de intercambio entre las distintas élites de poder”, según Andrés Villena,  doctor en Sociología y economista.

Desde mediados del siglo XX, con la modernización del régimen franquista, a partir del Plan de Estabilización de 1959, los tecnócratas vinculados al Opus Dei y al mundo empresarial comienzan a desplazar al ejército, a la jerárquica eclesial y a los sectores falangistas de los principales núcleos de decisión. Va llegando al poder una élite tecnocrática que se conformará como el máximo garante de la continuidad de la oligarquía española. Tal y como apunta Andres Villena “La democracia española, pese a haber articulado mecanismos de separación de poderes y de protección social que algunos gobiernos han logrado expandir con cierto éxito, se ha fundamentado, desde el final de la Transición, en una imperfecta sustitución entre gobernantes atentos, persuasivos y negociadores zorros”.

El nivel de adaptación de estas élites al proceso de globalización de los últimos años del siglo pasado, optando por un modelo especialmente rentable para sus intereses, ha sido notable. “Un modelo en gran medida depredador y rentista”, apostilla Albert Recio.

“Estas criaturas gubernativas han mantenido importantes rasgos en común: un fuerte componente burocrático en los ministerios de más peso, un discurso económico con escasas variaciones en lo esencial, así como una fuerte vocación de colaboración con el mundo económico-empresarial que, en muchas ocasiones, ha contribuido a difuminar las barreras existentes entre la administración de los asuntos públicos y los de las grandes empresas privadas”, apunta Andrés Villena.

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