CIUDADANÍA FAST-FOOD. EL DERECHO AL TIEMPO

Ciudadanía fast-food. El derecho al Tiempo.

Dío Muñoz Espí

Hoy, haciendo la compra en el supermercado, me he fijado en un estante destinado exclusivamente a comida precocinada (is not this pure ideology, Mr. Žižek?). En este estante es innegable que había una serie de productos que pasarían el examen de
algún nutricionista (funcionando como un sistema operativo, el capitalismo se encuentra en permanente actualización). No obstante, habían otros productos que ya simplemente a nivel estético te sientan mal sin haberlos ingerido. Dentro de esta categoría me fijé en una pizza para calentar en el microondas cuyo embalaje decía: “+ cómodo, + rápido, 4 minutos y crujiente”. ¿Qué indica esta pizza precocinada sobre nuestro momento? ¿Qué subyace aquí? Con las gafas de la ideología puestas recordé el excelente ensayo de  Jorge Moruno No tengo tiempo: geografías de la precariedad; también me vino a la mente un estudio que leí hace tiempo el cual exponía cierta correlación entre la clase social y la obesidad1. Estas reminiscencias me llevaron a la siguiente pregunta: ¿por qué es un negocio la pizza “cuatro-minutos-y-crujiente”? O saltando más arriba, para ver más lejos: ¿por qué las prisas? ¿Por qué en la sociedad actual cada vez más gente tiene la necesidad de hacerse la comida en cuatro minutos?

Sí, está claro, somos muchos/as a los que cocinar nos aburre soberanamente -un poco lo que ocurre también con el gimnasio. Sin embargo, nos guste más o menos, cocinar, alimentarse de forma sana, es una actividad esencial para llevar un estilo de vida
saludable. Y cocinar bien exige tiempo, un tiempo material (curioso oxímoron) del que muchas personas no disponen: hablamos de jornadas laborales de ocho horas más la prórroga que decida el árbitro, del tiempo de desplazamiento de las casas a los centros
de trabajo, de la hiperconectividad que se impone en muchos trabajos (y que a menudo se traduce en una hiperdisponibilidad laboral). Todo esto va restando demasiadas horas a un día que sólo tiene 24. Al final, como sostiene Moruno, la disputa por el tiempo también es una cuestión de clase. En España, con nuestros particulares horarios, el éxito de la venta de la comida basura, de la fast-food, es un síntoma de ello. Lo es también, desde hace mucho, en Estados Unidos, donde ya ha alcanzado una categoría de institución cultural. Ante la carencia de tiempo material que genera el turbocapitalismo neoliberal, es perversamente lógico que triunfen alimentos cuya preparación requiere cuanto menos tiempo mejor. Si uno llega del curro con apenas tiempo para comer e ir recoger a su hijo, para ir a clase, para lo que sea, es comprensible que opte por calentar en el microondas un plato precocinado y
en cinco minutos esté hincando el tenedor. De otra forma, cocinando un plato nutricionalmente completo y sano, probablemente tardará cuestión de 15, 20, 30 o 40 minutos; pero recordemos: no puede permitirse ese tiempo porque no dispone de él.

En 1883, Paul Lafargue publicó su obra más notable: El derecho a la pereza. En este ensayo, Lafargue esboza una crítica al capitalismo de su tiempo, vindicando una reducción de la jornada laboral –fruto de la incipiente tecnologización- y ensalzando el
ocio. El derecho a la pereza, en última instancia, no era y es más que el derecho a negarnos, en tanto que seres humanos, a ser mercancía. Paradójicamente, el derecho a la pereza es el derecho a poder realizarnos en tanto que seres humanos.La propaganda, desde “El trabajo dignifica” (sobre todo al dueño de la factoría) al moderno elogio de “la cultura del esfuerzo” (sobre todo el de los trabajadores), insiste en lo contrario. Sin embargo, lo cierto es que el trabajo asalariado no siempre dignifica y pocas veces realiza. Lo que sí nos realiza y dignifica son los ratos con la familia, con los amigos, los ratos leyendo los libros que queremos leer, los ratos viendo las películas que queremos ver, en definitiva, disponer de tiempo libre para poder hacer lo que queremos. Hablar de tiempo libre supone hablar de la condición indispensable de la ciudadanía, y Marx era muy consciente de ello cuando distinguía entre “el reino de la necesidad” y “el reino de la libertad”:

El reino de la libertad sólo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores […], por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha. […] Pero este siempre sigue siendo un reino de la necesidad. Allende el mismo empieza el desarrollo de las fuerzas humanas, considerando como un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo solo puede florecer sobre aquel reino de la necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral es la condición básica. (El Capital, libro III)

Póngase atención: “el reino de la libertad sólo comienza allí donde termina el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores”. El reino de la libertad empieza en aquel momento en el que ya hemos terminado nuestra jornada de
trabajo, cuando ya hemos hecho las compras necesarias del día, y cuando, al fin, nos encontramos en disposición de hacer lo que realmente queremos. Nos encontramos con nuestro tiempo libre: nos encontramos con nuestro tiempo; nos encontramos con
nuestra libertad. El camino a seguir para aproximarnos hacia este reino de la libertad parece claro: “la reducción de la jornada laboral es la condición básica”.

Para Sócrates, los ratos de ocio representaban “la mejor de todas las adquisiciones”.

Dos mil años después, Marx escribía lo siguiente:

Una máquina de hilar es una máquina de hilar, solo bajo determinadas condiciones se convierte en capital. En tanto que máquina, ahorra esfuerzos a la humanidad y la libera del imperio de la necesidad. En tanto que capital, alarga la jornada laboral e
impone al hombre el yugo de las fuerzas naturales. (El Capital, libro I)

Si cuando fueron escritas esas líneas la máquina de hilar ya permitía ahorrar esfuerzos a la humanidad, imaginemos por un momento la cantidad de tiempo y trabajo que – correctamente empleadas y dirigidas- podrían ahorrar las máquinas, herramientas,
ordenadores y robots actuales. Tiempo y trabajo ahorrado que podrían convertirse en esa adquisición que tanto le gustaba a Sócrates, y que nos permitiría a muchos acercarnos a ese “verdadero reino de la libertad” del que sólo unos pocos disfrutan
hoy. Por desgracia, bajo condiciones de turbocapitalismo (o, si se prefiere, de turboneoliberalismo), el reino de la necesidad cada vez se impone más despóticamente; mientras, el reino de la libertad cada vez se vuelve más pequeño y distante.

Voltaire sostenía que el efecto de la filosofía sobre las almas es volverlas tranquilas. Parafraseándole, se podría decir que el efecto del capitalismo neoliberal sobre las almas es volverlas intranquilas. Ciertamente, no hay, no puede haber, tranquilidad
cuando esa “locomotora sin frenos” que es el capitalismo no para de acelerar y acelerar hacia el abismo (la metáfora es de Walter Benjamin, y no, nosotros no somos los viajeros: somos las ruedas sobre las que se mueve). No hay tranquilidad cuando la sociedad está completamente sometida a una lógica literalmente inhumana y totalitaria como la impuesta por el nuevo Cronos: el Mercado.

En nuestro día a día, la  tranquilidad brilla por su ausencia cuando para comer te calientas una pizza de cuatro minutos en el microondas, no porque te apetezca (que a veces nos ocurre a todos), sino porque es la opción “más rápida”. Esta anomalía pone en evidencia la diferencia entre una sociedad ciudadana (tal y como exigía la Ilustración) y una sociedad proletarizada2, al servicio del Mercado, la versión moderna del absolutismo. Partiendo de estas condiciones, es evidente que a nivel estructural la configuración de los horarios laborales o la alimentación no están orientadas al bienestar humano. El ocio es algo secundario y accesorio, pues, bajo condiciones capitalistas, el ser humano antes que ser humano es mercancía (mercancía especial, eso sí, portadora de fuerza
de trabajo).

El jornal de un trabajador ha de permitir su subsistencia, y, a la larga, la reproducción biológica de la clase trabajadora. Ahora bien, para subsistir el trabajador no necesita un tiempo de ocio considerable o comer saludablemente. No necesita experimentar la
dignidad humana que defendió Kant, porque el hombre “no es un fin en sí mismo”. Es suficiente con que disponga de un par de horas –si no minutos- al día para el ocio. Y en estrecha relación con esto, basta con que disponga de un par de platos u opciones
culinarias de rápida preparación: la diabetes, la obesidad, la hipertensión, la depresión, la ansiedad, ya vendrán después, porque el turbocapitalismo no puede parar.

Y sí, la enajenación era esto. Ahora les dejo, mi pizza se me está pasando, y no me gusta demasiado crujiente.
https://www.aesan.gob.es/AECOSAN/docs/documentos/nutricion/observatorio/Informe_Breve_ALADINO2019_NAOS.pdf
https://www.youtube.com/watch?v=Rx1zteM06EU&t=534s

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