TWITTER ES EL DUEÑO DE LA IMPRENTA

Twitter es el dueño de la imprenta

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La cancelación de las cuentas del presidente de Estados Unidos plantea no solo un debate sobre la censura en internet, sino una reflexión acerca de la mentira que siempre ha supuesto la libertad de expresión y que ahora se evidencia en el ciberespacio

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

La semana anterior, el mundo se sorprendió con la noticia de que dos de las redes sociales más importantes, Twitter y Facebook, habían suspendido primero y cancelado después las cuentas del presidente de Estados Unidos. Por supuesto, la cancelación de las cuentas obedeció a la incitación -irresponsable, por decir lo menos- que Trump hizo a sus seguidores a que no se dejaran “robar las elecciones” y al consiguiente asalto al Capitolio en Washington, que configuró una de las escenas más grotescas de esta, la evidente agonía del imperio estadounidense.

Las reacciones a la decisión de estas redes sociales -Facebook con casi 2.500 millones de usuarios y Twitter con más de 340 millones- se movieron entre dos polos: El primero, que celebró la cancelación por considerarla responsable, debido a las consecuencias imprevisibles que estaban teniendo las publicaciones de Trump, llamando a la desobediencia civil o directamente incitando a la violencia. Por otro lado, los voceros de la ultraderecha exhibieron su rostro más hipócrita al condenar la decisión por hallarla contraria a la libertad de expresión.

Es comprensible que cualquier persona con un mínimo espíritu democrático sienta al menos un alivio de que semejante orate haya sido silenciado en el ciberespacio -una de sus principales tribunas- pero la decisión de las redes sociales no deja de ser inquietante porque por una parte sienta un precedente preocupante para el futuro de la libertad de expresión, y por otra deja entrever la inmensa hipocresía que se esconde justamente tras el significado real que tiene la propia libertad de expresión, esta vez en las redes sociales.

Libertad de expresión vs. Responsabilidad

Uno de los primeros debates que se han abierto tiene que ver con los límites de la libertad de expresión. Es conocido que la Declaración de los Derechos Humanos, la Constitución e incluso el buen juicio reconocen que cualquier individuo debe tener la libertad de expresar sus pensamientos y opiniones sin restricciones, en especial porque cuando se imponen limitaciones a esa libertad, se está muy cerca de incurrir en comportamientos autoritarios o dictatoriales.

No obstante, la libertad de expresión no puede ser ilimitada porque, como lo indica un principio básico de convivencia, cualquier libertad implica una responsabilidad. Una cosa es quemar la bandera de Estados Unidos -como en el caso Texas vs. Johnson, cuando en 1984 un juez reconoció el derecho de cualquier estadounidense a “profanar los símbolos patrios”, absolviendo al militante comunista Gregory Lee Johnson por haber quemado la bandera en una protesta contra el belicismo del gobierno- y otra es gritar “¡fuego, fuego!” en un teatro atestado de gente. Lo primero claramente es el ejercicio de un derecho ciudadano, lo segundo es una irresponsabilidad criminal.

En el caso que nos ocupa, una cosa es que Trump haya utilizado la mentira como su principal herramienta discursiva -cerca de 30 mil trinos durante todo su mandato, según el Washington Post– y otra cosa es que haya lanzado arengas temerarias a una multitud armada con fusiles de asalto. Lo primero -las mentiras- ha servido para sembrar el odio y la desinformación entre sus seguidores, algo condenable sin duda pero que ha sido asumido como pintoresco por los grandes medios y las redes sociales. Lo segundo -las arengas- ha desencadenado el famoso asalto al Capitolio.

Lo novedoso -y que ningún medio se atreve a denunciar- es que lo segundo ha sido una consecuencia de lo primero, es decir, la avalancha de mentiras ha abierto el camino para que esas multitudes fanáticas estén dispuestas a usar la violencia. Dicho de otro modo, la tolerancia y complicidad de los medios y las redes con el estilo incendiario de Trump ha provocado este estallido de violencia y los que presumiblemente vendrán.

He aquí la gran hipocresía de los medios y de las redes sociales con respecto a la libertad de expresión. Les gusta cuando les da audiencia, pero se escandalizan cuando conduce a la violencia, una violencia que ellos mismos han contribuido a incubar.

El futuro de la libertad de expresión

Uno de los principios de la llamada “tecnoutopía” es que internet es un espacio libre, ajeno a las restricciones que imponen los gobiernos. Por ello, cualquier persona con un dispositivo electrónico puede proferir sus opiniones sin ningún impedimento. No obstante, esta libertad no es total.

Ya es conocida la censura que han impuesto las redes a opiniones que no son de su agrado, como la advertencia de que RT es un medio financiado por el gobierno ruso o la cancelación de las cuentas del grupo llamado “Segunda Marquetalia”. Lo irónico es que mientras se advierte que Rusia financia RT, no se dice nada de que Inglaterra haga lo mismo con la BBC o que Estados Unidos financie VOA. Lo mismo sucede con los grupos “extremistas”. La “Segunda Marquetalia” fue cancelada mientras toda suerte de grupos fascistas campean a sus anchas por las redes sociales.

Pero el problema no es solo ideológico o geopolítico. Lo más grave es que los gobiernos democráticos de todo el mundo tienen legislaciones que protegen y regulan la libertad de expresión mientras estas decisiones las están tomando empresas privadas, grandes conglomerados de comunicaciones que monopolizan el acceso a internet y obedecen a los intereses de sus accionistas sin responsabilizarse con sus usuarios.

La soñada “anarquía” del ciberespacio no es sino una entelequia, debido al control que de facto ejercen estas empresas sobre los contenidos que circulan en la red. A este paso, la libertad de expresión no será un derecho ciudadano sino un privilegio que podrán ejercer quienes tengan suficiente capital o quienes emitan opiniones que coincidan con las de los dueños de las empresas tecnológicas.

Censura o regulación

Un medio como VOZ, que ha sido víctima de la censura y la persecución, no puede unirse de forma acrítica al coro que aplaude la cancelación de las cuentas de Trump, porque entendemos que el problema es mucho más complejo. No se trata de celebrar la censura a nuestros contradictores y condenar la que se ejerce contra nosotros. Porque el problema no está en la censura en sí, sino en el carácter que ha adquirido la comunicación en el siglo XXI. La censura siempre será indeseable, pero los excesos en el uso de la libertad de expresión también tienen consecuencias imprevisibles y -casi siempre- perjudiciales para la convivencia democrática.

Por ello, de lo que se trata es de identificar que la comunicación en la actualidad no tiene ese carácter libre que muchos optimistas le otorgan, como de hecho nunca la ha tenido. Lo que sí es cierto es que, como sostiene el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta. Y hoy, en tiempos de redes sociales cuando la prensa tradicional está pasando por un momento de transición, al parecer la libertad de expresión se ha convertido en la voluntad de los dueños de Facebook, Twitter y Google.

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