LA COCINA DE LA DEMOCRACIA

La cocina de la democracia

Ante el encarcelamiento de Pablo Hasel.

El premio Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel relata una fábula que al parecer le contó el escritor uruguayo Eduardo Galeano a propósito de la democracia. En un establecimiento hostelero el cocinero reunió a una gran cantidad de animales; vacas, cerdos, pavos, corderos…, y les habló así – ¡Tienen ustedes que decidir con que salsa van a ser cocinados! Ante el silencio general se alzó trémula la voz de una humilde gallina, que dijo: – Yo no quiero ser cocinada con ninguna salsa.

Ignoro si el ilustre Galeano siguió o no su relato, afirmando que pasó con tan atrevida ave; nada bueno, supongo, pero lo cierto es que Pablo Hasel está en prisión por haber manifestado reiteradamente que no quieres ser “democráticamente” cocinado.

Las movilizaciones que se están sucediendo en apoyo al rapero han puesto el foco en los límites de la tan cacareada como escasa libertad de expresión, y la existencia y persistencia de figuras punitivas como las injurias a la corona (con la que está cayendo), la ofensa a los sentimientos religiosos, la utilización torticera del delito de odio, etc. Recuerdo que hace años una conocida, refugiada política del Congo (entonces Zaire), me comentó que cuando pidió asilo aquí le dijeron que esto era una democracia y que ella pensaba que en una democracia cada cual podía decir lo que pensaba, y ahora se daba cuenta de que había muchas cosas que aquí no se podían decir.

La incomodidad del poder ante la significativa respuesta frente al encarcelamiento de Hasel ha sido evidente, ya que se airea la trastienda de la cocina de este autodenominado Estado de Derecho (así, con mayúsculas, como les gusta afirmar los voceros del poder), lo que ha llevado a muchas voces a plantear la revisión de ciertas figuras delictivas tildadas de anacrónicas por el propio Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

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Incluso, una parte del Gobierno está barajando la concesión de un indulto para Pablo Hasel, que no deja de ser un parche a un problema de fondo, y es que las tribulaciones del rapero en cuestión es un aviso a navegantes para quien señale por ejemplo que nuestro campechano rey emérito no solo tiene cuentas multimillonarias de procedencia más que dudosa en Suiza y diversos paraísos fiscales, sino que, añado yo, vive amparado por el Emir de Dubai, que tiene secuestrada a su propia hija por ser disidente: ¡Una Joya! Y también es una advertencia para quien cuestione el sacrosanto capitalismo en todas sus facetas.

Paralelamente estamos asistiendo, a resultas de las cargas policiales que se han producido en las manifestaciones pidiendo la libertad de Pablo Hasel, como los portavoces informales del poder repiten como cacatúas que una parte de las personas que se están movilizando ejercen la violencia y éste es un límite que no se puede tolerar: es más cómodo para el sistema poner el foco en la consecuencia y no en la causa, confiando en que la ideología dominante, que al fin y a la postre hegemoniza el pensamiento mayoritario, sirva para deslizar la idea de que existen medios pacíficos para resolver todos los conflictos, porque vivimos en una democracia imperfecta, sí, pero democracia al fin y al cabo.

Estos palmeros pasan de puntillas sobre las actuaciones policiales, cuya violencia es exponencialmente mayor que la de la gente que protesta, bajo el amparo de la impunidad de la que gozan.

Lo cierto es que la realidad sociopolítica en este Estado, y episodios como el que nos ocupa, apunta a que para un sector no tan minoritario de la gente la idea de que por medios pacíficos e institucionales se pueden satisfacer las demandas populares empieza a resquebrajarse.

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Dicho claramente: si el Estado y las instituciones de éste, tras más de 40 años de protestas mayoritariamente pacíficas, no responde a las más básicas aspiraciones de la clase trabajadora y la juventud popular, y la entrada en las instituciones de supuestos tribunos que iban a cambiar las cosas no sirve más que para dar un barniz lustroso a una realidad podrida, no puede extrañarnos que se abra paso la idea, viendo el ejemplo de la vecina Francia, que no basta ser más y tener razón (algo subjetivo, es cierto), sino que si no rompes algo de mobiliario urbano (aunque sea de mala educación), nadie te hace ni caso.

Porque el temor fundamental del poder es que se desenmascaren los manejos de la cocina, no vaya a ser que nos demos cuenta que tan solo podemos decidir con que salsa vamos a ser cocinados.

Fuente: La Haine

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