ENTENDIENDO LA AUTO-LESIÓN COMO COMUNICACIÓN CORPORALIZADA

Entendiendo la auto-lesión como comunicación corporalizada

Un artículo publicado recientemente en Social Theory & Health explora el infligirse daño sin intención suicida o la autolesión desde una perspectiva de comunicación social corporalizada. Los autores, Peter Steggals, Steph Lawler y Ruth Graham, argumentan que la autolesión se ha entendido sobre todo como una condición psicológica interna de la persona. A través de una serie de entrevistas en profundidad a personas que se autolesionan, a personas que tienen relación con quienes se autolesionan, y a quienes comparten ambas experiencias, se sugiere que, por el contrario, la autolesión sin intención suicida es un conjunto de conductas profundamente corporalizadas y comunicativas.

«En este artículo, exploramos algunos de los procesos comunicativos, los espacios y los impactos asociados a la autolesión, utilizando un examen fenomenológico informado de las experiencias de los padres que viven e interactúan con hijos e hijas que se autolesionan. Sostenemos que, en un nivel de comunicación interpersonal, en la vida social de la autolesión subyace una intensa, compleja y sutil actividad comunicativa, aunque a menudo es ambigua», escriben los autores.

A medida que el número de visitas a urgencias relacionadas con autolesiones sigue aumentando en distintas partes del mundo occidental, el infligirse daño y las autolesiones sin intención suicida se han convertido en el centro de varias iniciativas clínicas.

La psicoterapia dialéctico conductual (DBT) ha demostrado reducir tanto las autolesiones como los intentos de suicidio. Las intervenciones que desarrollan la autocompasión consciente resultan esperanzadoras en el tratamiento de los trastornos alimentarios. Sin embargo, un metaanálisis de 2016 cuestiona la «evidencia de poca calidad» de la investigación relacionada con estas intervenciones.

Algunos investigadores creen que el daño autoinfligido debe entenderse como una forma de comunicación interpersonal de personas que pueden tener dificultades para expresar sus emociones de otro modo.

Este estudio recoge este tema del daño autoinfligido como un fenómeno profundamente corporalizado, interpersonal y social, en vez de considerarlo exclusivamente como un malestar «intrapsíquico» e individualizado. Reconceptualizar la autolesión de un modo que incluya sus componentes corporalizados y relacionales puede ayudar a entender cuál es la mejor manera de desarrollar iniciativas de sanación.

Los autores realizaron 26 entrevistas fenomenológicas en profundidad en Inglaterra con personas que se autolesionan, personas que tienen relaciones sociales con quienes autolesionan y personas que tienen ambas experiencias. Su análisis de los datos se orientó en «tres niveles posibles de comunicación: el interpersonal, el intersubjetivo y el intercorporal». Se entrevistó a 20 mujeres y 6 hombres, incluyendo 9 madres y 3 padres. Dos de los padres o madres tenían su propio historial de autolesiones, mientras que el resto no lo tenía.

Los autores explican el nivel «interpersonal» de la autolesión como un fallo en la comunicación normativa. Muchos de los padres entrevistados explicaron que incluso antes de conocer la autolesión, sus hijos e hijas se aislaron en sus propios mundos. Esto se había entendido como un comportamiento adolescente habitual hasta que se descubrió la autolesión.

Resulta interesante, que también a algunos de los padres les resultó muy difícil comunicar sobre la autolesión:

«Como explica Rachel: «No podía decir palabras… No podía usar la palabra ‘autolesión’, no podía, o ‘dañarse a si mismo’, o ‘hacerse cortes’; no podía usar esas palabras, no podían salir de mi boca, eran demasiado dolorosas”».

En el caso de varios padres esto se unía a un sentimiento general de incertidumbre acerca de cómo tratar a sus hijos e hijas. Temían que pudieran desencadenar una respuesta dolorosa o empeorar la situación.

Como señalan los autores, estas susceptibilidades y fracasos en torno al lenguaje muestran un «colapso parcial» en todo el sistema familiar, en lugar de exclusivamente en la persona que se autolesiona.

Además, incluso ante algo tan simple como una puerta cerrada uno de los padres podía entenderlo como un signo de una forma de comunicación importante. Aunque una puerta cerrada se puede considerar como un «rechazo» a comunicar, este rechazo es en sí mismo comunicacional.

Al abordar la «intersubjetividad», los autores describen este nivel como persistente incluso si la comunicación normativa se obturó. Enumeran fenómenos como el lenguaje corporal e incluso los espacios físicos como relevantes.

En una entrevista, una madre explicó que encontró cuchillas de afeitar en el dormitorio de su hija. Le hizo saber a su hija que las había encontrado, pero no las retiró. Los autores se refieren a la habitación de la hija como un «tablón de anuncios alternativo», en el que se podía dar un tipo de comunicación indirecta, ya que la hija siguió dejando cuchillas de afeitar por ahí incluso después de que su madre las descubriera.

Además, la hija le dijo a un trabajador de salud mental el sitio del dormitorio en el que su madre podría encontrar antiguas notas de suicidio. Esta habitación servía como un terreno y un modo de comunicación alternativo, una «zona de comunicación», que recogía aquello para lo que la comunicación verbal tradicional no servía.

Según los autores, las formas de comunicación intersubjetivas, como el ejemplo del dormitorio, suelen ser ambiguas, en lugar de aludir a una intención consciente.

Los autores entienden que el tercer nivel de comunicación, el «intercorporal», es una forma más básica de comunicación corporalizada.

En un ejemplo, una madre dijo que descubrió las autolesiones de su hija cuando fue a tomar el sol en el jardín con una «camiseta de tirantes», que dejó a la vista las cicatrices en sus brazos. La madre pensó que se trataba de una decisión deliberada de su hija, como si estuviera dispuesta a compartir su experiencia, aunque los autores afirman que la ambigüedad era algo obvio.

Los autores entienden este tipo de revelación como una «redefinición de los límites» del secreto o de señalar un nuevo espacio social. Cuando la hija desvela las cicatrices en su cuerpo «hace partícipe a su madre» del secreto, y la madre decide no desvelarlo a su marido o a su propia madre por miedo a la vergüenza y al estigma.

De algún modo, esta angustia se compartía ahora entre las dos, después de que la hija tomara la decisión (plenamente consciente o no) de desvelar sus cicatrices.

Los autores creen que estas entrevistas ponen de relieve una interpretación distinta de la autolesión no suicida, no como algo meramente privado, sino también «público» en el sentido de que el cuerpo y los «espacios físicos habitados» pueden ser altamente comunicacionales.

Para finalizar, describen cuatro componentes en esta reformulación del cuerpo: como esencial, con una visión ampliada, relacional y comunicacional. Para estos puntos toman como referencia al filósofo existencialista Maurice Merleau-Ponty, y su concepción del cuerpo vivencial, significativo y relacional, como el nivel que sustenta la conciencia.

Los autores concluyen:

«Las perturbaciones y agitaciones del campo comunicacional en el hogar familiar que hemos descrito aquí demuestran que la autolesión no se debe pensar como algo individual o social, secreto o desvelado, privado o compartido. Hemos encontrado que lo personal no es algo que esté totalmente constreñido a las fronteras corporales, sino que se amplía hacia afuera a través de otros cuerpos, relaciones y espacios.

De este modo, aunque la autolesión puede experimentarse como algo intensamente personal, la mejor manera de conceptualizarla es como un fenómeno profusamente comunicacional: incluso aún cuando esa comunicación no sea abiertamente interpersonal y plenamente deliberada, del tipo que suele considerar el paradigma emisor-receptor».

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