PLANES MILITARES Y CORPORATIVOS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO

PLANES MILITARES Y CORPORATIVOS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO

Mientras que las preocupaciones de las empresas no son otras que las ganancias, en los nuevos escenarios climáticos en Washington DC, un importante grupo de elites políticas se reunió para valorar los probables impactos del Cambio climático sobre los intereses de la seguridad nacional. Los estrategas militares publicaron “Climate cataclysm: The foreign policy and national security implications of climate change”. La humanidad ha entrado en la “era de las consecuencias”, la cual será crecientemente definida por la “intersección entre cambio climático y la seguridad de las naciones”. Los investigadores formularon tres escenarios sobre posibles impactos climáticos (esperado, grave y catastrófico). Los autores emitieron duras advertencias sobre poblaciones enteras que son forzadas a desplazarse o que pierden la vida en el Sur global. El informe prevé disturbios sociales, conflictos, millones de migrantes en movimiento, y un uso cada vez más extendido de leyes de excepción para controlar la protesta. “Al inicio miles, después millones y más tarde cientos de millones de personas con hambre se dirigirán hacia Europa”, y “la UE tratará de replegarse detrás de altos muros y de bloqueos navales, una estrategia de contención que si bien será juzgada como moralmente indefendible y que provocará malestar interno y empobrecimiento, también será reconocida como un asunto de supervivencia”. “El altruismo y la generosidad se verán debilitados”. Esto da cuenta de una amenaza a la seguridad sin precedentes, una amenaza a “nuestra sociedad, nuestra forma de vida, y nuestra libertad”. En conclusión: los militares deben estar listos y recibir más recursos para lidiar con un mundo más desordenado y conflictivo.

Después del colapso de las discusiones de Copenhague en el año 2009 se reformuló el cambio climático como un tema de seguridad.

La crisis ambiental choca con los dos legados de la guerra fría, el militarismo y la economía desenfrenada del libre mercado, para encender los conflictos existentes y crear nuevos patrones de violencia. Es un paradigma que busca mantener el control antes que abordar los problemas de fondo. Tal ideología y tal práctica están al servicio de los intereses de quienes tienen poder y recursos; por su naturaleza, actúan en contra de las acciones orientadas a la redistribución del poder y de la riqueza y por lo tanto no discuten las inequidades que subyacen a la crisis climática. Las estrategias de seguridad se concentran en la protección de activos, recursos y cadenas de aprovisionamiento contra la inestabilidad social provocada por el cambio climático. Lo que unifica a todas estas estrategias es la externalización de las amenazas. “Las amenazas ambientales son algo que los extranjeros hacen a los americanos o al territorio americano”, nunca son algo provocado por EEUU o las políticas occidentales, por su propia naturaleza, por tanto, el enfoque militar y de seguridad ignora las causas sistémicas del cambio climático y por la misma razón hace caso omiso de los cambios que debieran introducirse en EEUU y en las instituciones, estructuras y políticas occidentales.

Las políticas de seguridad relacionadas con las de escasez, han engendrado una serie de subnarrativas: seguridad alimentaria, seguridad hídrica, seguridad energética, y otras similares. Estas narrativas persisten dentro del paradigma del “control” militar, ignorando aspectos de justicia y equidad y garantizando que aquellos con recursos los continúen manteniendo, independientemente de cómo, por qué y a qué coste. La “seguridad” ha sido radicalmente condicionada desde el 11-s y está siendo conscientemente utilizada para justificar medidas coercitivas contra la población.

El lado corporativo de la nueva agenda de seguridad se sitúa a través de la lente de la gestión de “riesgos” y la promoción de la “resiliencia” corporativa, es decir, de la continuidad de las ganancias. La narrativa de la seguridad ha sido usurpada por las elites corporativas para defender el statu quo y consolidar su poder. El cambio climático supone riesgos y oportunidades para las corporaciones. La resiliencia acepta como un hecho el empeoramiento del cambio climático y, en lugar de adoptar acciones radicales para prevenirlo, busca la adaptación. Utilizada con el mismo vigor en el complejo militar-industrial, la resiliencia implica el “desequilibrio como principio organizativo”, en el cual se ayuda a las poblaciones a “sobrevivir” mientras se apoya a las corporaciones y al capitalismo a “prosperar”.

Las corporaciones transnacionales continuarán gozando de una relevante influencia en la formulación de políticas, tanto a través del cabildeo como por el resultado de medidas neoliberales antiregulatorias que comparten los políticos de centro de los países más industrializados.

El objetivo se ha reducido esencialmente al liddism o “tapismo” (es decir, mantener la tapa sobre los asuntos), una estrategia que es “tanto generalizada como acumulativa, implicando un intenso esfuerzo para desarrollar nuevas tácticas y tecnologías que puedan evitar problemas y suprimirlos a medida que aparecen”.

Las respuestas del estado ante el desastre autocumplido son caracterizadas como “pánico de la elite”. El pánico a la descomposición social proporciona una justificación a la militarización de las zonas de desastre. Y en el centro de todo, una narrativa moralmente cargada sobre los “saqueadores”. La respuesta a los desastres es solo una parte de un “conjunto cada vez mayor de técnicas para tomar el control en las situaciones de crisis”, que sirven principalmente para mantener “estructuras de autoridad existentes y acuerdos de propiedad” y hacer a la gente “pasiva, dependiente y, por lo tanto, gobernable”. La preocupación global securitaria se corresponde con medidas represivas cada vez más frecuentes, y en restricciones drásticas de la libertad de expresión y asociación en todo el mundo. En el núcleo de la seguridad descansa el objetivo esencialmente represivo de lograr que las cosas sigan igual, no importa lo injustas que sean.

El catastrofismo avisa sobre probables consecuencias de una expansión del estado. Expansiones adicionales de vallas fronterizas, patrullas navales, contratistas militares, servicios de seguridad privatizados, sistemas de vigilancia y drones de vigilancia del clima. De hecho, desde 2008 la industria de la seguridad ha crecido un 5% anual a pesar de la recesión en todo el mundo.

En la medida en que la responsabilidad por la continua destrucción recae sobre los alineamientos contemporáneos entre el poder y el capital, y no sobre la humanidad como un todo, esta nueva era debería llamarse en realidad como “Capitaloceno”.

La militarización ocurre debido a “el pánico de las elites”, el miedo al desorden social y el temor a los pobres, a las minorías y a los inmigrantes. Este miedo da lugar a que policías y militares prioricen la protección de la propiedad sobre la vida de los seres humanos. Los activistas medioambientales se han colocado de forma particular en primera línea de la represión estatal.

La sobredimensionada capacidad militar de EEUU-su complejo militar-industrial- ha creado poderosos intereses que dependen de la guerra y que por lo mismo la promueven. Esta nueva economía de la represión contribuye a difundir una ideología xenófoba y bélica.

La política del “bote salvavidas armado” consiste en responder al cambio climatico a través del armamentismo, la exclusión, el olvido, la represión, la vigilancia policial y el asesinato. Podemos imaginar un autoritarismo verde que surge en los países ricos, mientras que la crisis climática empuja al tercer mundo al caos. Este tipo de “fascismo climático”-una política basada en la exclusión, la segregación y la represión- resulta terrorífica y está condenada a fracasar.

El lenguaje de la adaptación sugiere que la gente debe adaptarse al cambio climático, en lugar de argumentar que son las estructuras de poder y los procesos que generan la crisis climática los que deben cambiar.

La escasez que predice carencias en el futuro debido a la combinación del crecimiento poblacional con las dificultades climáticas. La solución propuesta que domina estas “inseguridades” es siempre la misma: expandir la producción, estimular mayor inversión privada y el uso de nuevas tecnologías para superar los obstáculos. No se consideran en absoluto los aspectos ligados a la distribución, la injusticia y la explotación ambiental o el valor de la autonomía o el control local. Estos temas se descartan como inviables e irrelevantes. Pero la escasez es fundamentalmente creada por  la forma de distribución de los recursos. Las instituciones mundiales declaran “intensificar sosteniblemente” la agricultura en las décadas futuras, consolidará un modelo agrícola industrial que es definitivamente insostenible y que depende de combustibles fósiles baratos y del transporte global.

Al transferir la responsabilidad de la crisis a las masas mundiales de personas pobres, el ambientalismo de corte malthusiano alivia la presión sobre aquellas corporaciones, estados-nación y ejércitos que tienen una responsabillidad significativa en las actuales inseguridades. Y los estados explotan el populismo autoritario en nombre de la escasez intentando colonizar la imaginación política.

El neoliberalismo al tiempo que ha debilitado o eliminado las funciones del estado de protección, regulación y redistribución, se han sobredimensionado las capacidades represivas y militares.

La resiliencia demanda que utilicemos nuestras acciones para acomodarnos al capital y al estado, y para la continuidad de ambos, en lugar de ofrecerles resistencia.

El modelo empresarial de las grandes corporaciones es destruir el planeta. Los bancos y los seguros son los máximos inversores en combustibles fósiles. Las finanzas especulativas han encontrado un mercado de riesgos climáticos que amplían su actividad.

El objeticvo principal de los ejércitos es garantizar el orden mundial actual, sin importar lo injusto o insostenible que sea, y son parte del problema.

Los estados son propietarios de parte importante de las principales empresas mundiales y controlan el mercado de hidrocarburos y la minería y han internalizado el beneficio a corto plazo y a toda costa de las empresas privadas ,y crean un buen ambiente de negocios e inversión negandose a regular con normas limitativas medioambientales o sociales al sector privado. También son parte del problema.

Los estados a nivel mundial se han lanzado a preparar “estados de excepción” para hacer frente a las “emergencias complejas”. Las estrategias que los estados están poniendo en marchan probablemente fracasarán, pues parecen no entender, y menos aún abordar, las causas de las emergencias complejas, siendo incapaces de identificar los sectores sociales que se tornarían vulnerables en este proceso.Debemos resisitir al estado de excepción permanente.

Los desastres naturales se alimentan también de otras acciones antropogénicas, particularmente del crecimiento poblacional, la urbanización y la destrucción de la resiliencia ecológica y social. Es la forma en que la sociedad trata de afrontar esos riesgos, la falta de recursos para hacerlo o, en algunos casos, la decisión simplemente de ignorarlos, lo que en última instancia determinará si tales amenazas y pérdidas se materializarán y, de hacerlo, quiénes serán los afectados. “El terremoto no mató a la gente, sino las regulaciones de construcción y las debilidades en el apoyo y el rescate”.

En el marco de la globalización, la dependencia de las sociedades modernas de líneas de abastecimiento mundiales, de la producción alimentaria industrial, de la infraestructura transnacional, de las comunicaciones y de la tecnología, ha exacerbado su vulnerabilidad. La “sinergia negativa” entre los principales “factores de estrés” se profundiza por la acción de un “multiplicador”, es decir, por la interconectividad del sistema global. Los problemas seguirán en aumento y, por lo tanto, el sistema tenderá a debilitarse en el largo plazo. Esto puede conducir a un “fallo sistémico” en el que el engranaje ya no es capaz de responder, lo que podría traducirse en una ruptura sistémica o una “abrupta ruptura de nuestros sistemas sociales y tecnológicos vitales”. Se está creando una “tormenta perfecta”, en la que convergen una triple crisis de alimentos, agua y energía, generando una serie de emergencias complejas a medida que los estados tratan de enfrentarlas, no consiguiendo en muchos casos mantener el control ni proveer los bienes y servicios requeridos. En lugar de afrontar las causas subyacentes o adoptar medidas para proteger a los sectores sociales más vulnerables, los gobiernos parecen concentrarse más en la preparación de medidas ante la crisis orientadas a militarizar las emergencias y a socavar los derechos humanos.

Los poderes adoptados en nombre de la preparación y gestión de emergencias se han hecho más coercitivos, otrogando un papel más relevante a militares y a agentes de seguridad privados. Pero la securitización es, de por si, de poca relevancia sino se abordan las raíces de los potenciales peligros en  Europa. Se imponen estrategias para abordar emergencias a corto plazo en detrimento de las vulnerabilidades que se advierten en el largo. Esto implica “arrebatar las opciones políticas a los seres humanos, especialmente las opciones de resistencia”.

El activismo y la protesta se convierten en signos no de la necesidad de una modificación de las políticas, sino de amenazas a la seguridad que deben ser evitadas, neutralizadas o impedidas. La violencia real en un mundo afectado por el cambio climático no es aquella ocasionada por los disturbios, sino la provocada por los barones de los combustibles fósiles que provocan el cambio climático y destruyen la vida de la población. Es preocupante que, con frecuencia, las evaluaciones de riesgo que efectúan los gobiernos citen la disconformidad social y la resistencia como grandes amenazas a la seguridad, en lugar de apreciarlas como una señal de fallo dentro del sistema.

El objetivo de las nuevas políticas de seguridad no es solo el mantenimiento de la ley y el orden, sino la total pacificación de poblaciones vulnerables e inquietas. Pero muchas comunidades han desarrollado una notable respuesta frente a los desastres. Pese al sufrimiento, la crisis siempre hace aflorar el altruismo y la solidaridad entre la gente. Desastre tras desastre, y casi siempre de forma desapercibida para los medios de comunicación, vemos a las comunidades apoyándose, protegiendo a los más vulnerables y movilizando atención y asistencia de manera eficiente y efectiva. Esto es lo opuesto a las respuestas inadecuadas o militarizadas de las elites: “Los desastres a menudo revelan que el mundo podría ser otra cosa, revelan la fuerza de la esperanza, la generosidad y la solidaridad, revelan que la ayuda mutua es un principio vital natural, y muestran a la sociedad civil como algo que espera tras bastidores para actuar cuando se requiera”. Estas experiencias inspiradoras son también las que generalmente orientan el proceso de reconstrucción. La resiliencia a largo plazo demanda de un modelo socioeconómico que reduzca la vulnerabilidad en lugar de exacerbarla. Sin el acceso universal a los servicios básicos, una educación para todos, la lucha contra la inequidad y la creación de una cultura de colaboración y solidaridad en lugar de una de competición e individualismo, es muy difícil construir uuna sociedad verdaderamente resiliente. Hay 7 caracterìsticas clave que harían que una comunidad se convirtiera en resiliente: diversidad, capital social, ecosistemas saludables, innovación, colaboración, sistemas regulares para la retroalimentación, y modularidad (diseñar un sistema en el que si un elemento falla o se rompe no afecte al todo). En algunos aspectos fundamentales, esto constituye la antítesis de los sistemas y prácticas en los que se basa nuestra actual economía globalizada que, por el contrario, ha estimulado los monopolios corporativos, la monocultura, la centralización del poder, la destrucción ambiental y el individualismo. Las soluciones efectivas a la crisis del clima necesariamente supondrán cambios de gran alcance respecto al actual sistema económico. El único camino cierto para prevenir la constante erosión de las libertades civiles en manos de los estados de excepción es la movilización de una resistencia permanente, que bloquee las propuestas militares y que genere alternativas. La resistencia sigue siendo la mejor forma de alcanzar la resiliencia.

“Lo que veo en todo el mundo es gente común dispuesta a enfrentar la desesperación, el poder e incontables avatares para devolver cierta apariencia de gracia, justicia y belleza a este mundo”.

La imagen reflejada en el cambio climático es paranoica y volcada excesivamente en los aparatos de seguridad del estado, que carecen de la imaginación y del mandato para concebir ninguna solución que no sean catáctrofes y disturbios sociales. En el fondo de este escenario se entrevé a las elites corporativas que aprecian solo riesgos y oportunidades y que utilizan el lenguaje de la desestabilización del clima y los temores sobre la seguridad para beneficiarse de ambos. La seguridad solía significar la capacidad de las personas para cuidar de si mismas y de otros, pero la promesa de la seguridad humana-libres de necesidad y libres de temores- está quedando eclipsada por una seguridad corporativo-estatal que ofrece un término comodín para una serie de políticas inmorales y cuestionables. La seguridad provee actualmente de un marco omnipresente para políticas que buscan consolidar los intereses de los poderosos. A los ojos de las elites, la comunidad y personas que sufren las consecuencias se han convertido en desechables. Las víctimas se ven como amenazas en vez de ayudarles. Se trata de una respuesta perversa e irracional que amenaza con desmantelar unas libertades civiles labradas con enorme esfuerzo, afianzar las desigualdades existentes y sofocar el debate político, al tiempo que protege al sistema de su profundo cambio necesario.

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