¿ESTABLISHMENT LIBERAL?

¿ESTABLISHMENT LIBERAL?

Al tiempo que entraba en vigor la Ley Mordaza en España en julio de 2016 era traicionada la Primavera Griega. Su ministro de Economía de la izquierda radical de Syriza  Yanis Varoufakis opinaba sobre su experiencia política con las instituciones europeas y transnacionales, presuntamente neoliberales, de la siguiente manera:

A pesar de que estoy orgulloso de haber desempeñado un papel en la Primavera Griega y del auténtico susto, aunque breve, que se llevaron los irresponsables e inhumanos acreedores de Grecia, nuestra derrota tuvo unos costes enormes. Los griegos más débiles y necesitados fueron los que asumieron el coste de la factura económica de la derrota. Al mismo tiempo, quienes pagaron el precio político fueron las personas de ideas progresistas de todo el mundo, que acabaron con el corazón roto cuando vieron que Syriza sucumbía al dogma del NHA- No Hay Alternativa-, y con el mismo entusiasmo del que hace gala el Winston Smith de Orwell cuando se da cuenta de que quiere al Gran Hermano. Pero siempre es más fácil asumir la derrota si uno puede verla como un simple episodio de una lucha mucho más amplia.

Contemplar los intentos de la Unión Europea de gestionar la crisis es un poco como ver “Otelo”; uno se pregunta cómo es posible que nuestros gobernantes puedan estar tan engañados… En esta titánica batalla  por el alma y la integridad de Europa, las fuerzas de la razón y del humanismo tendrán que hacer frente al creciente autoritarismo.

Dije estas palabras en 2013, en un discurso titulado “La guerra sucia por el alma y la integridad de Europa”. Cuando aún no había pasado un año de mi dimisión, el pueblo británico votó a favor de abandonar la Unión Europea. Entonces, en noviembre de 2016, Donald Trump empezó a divertirse por la Casa Blanca. Los euroescépticos xenófobos aparecían por todas partes –en Francia, Alemania, Países Bajos, Italia, Hungría, Polonia-. El escandaloso tratamiento a los refugiados que llegaban a las costas de Grecia era un síntoma de ese mismo cambio. Mientras tanto, los comentaristas políticos y aquellos que tienen el poder empezaron a inquietarse por este desafío inesperado al establishment liberal.

Después de pasar por un enfrentamiento muy potente con ese mismo establishment, “liberal” es el último adjetivo que utilizaría para describirlo. Hubo un tiempo en el que el proyecto liberal versaba sobre la disposición a “pagar cualquier precio, soportar cualquier carga, enfrentarse a cualquier adversidad, respaldar a cualquier amigo, oponerse a cualquier enemigo, con el objetivo de conseguir la supervivencia y el triunfo de la libertad  con esperanza y justicia”, según las emotivas palabras de JFK. Un establishment que por sistema recurría a la manipulación de la verdad para anular un mandato democrático e imponer unas políticas  que hasta sus propios funcionarios sabían que estaban condenadas al fracaso no puede describirse como “liberal”. Empobrecer a fulano para mantener a mengano en su puesto es lo opuesto al liberalismo. Otra cosa que no puede llamarse liberalismo, o incluso neoliberalismo, ha invadido el establishment sin que nadie se haya dado cuenta.

(…)

La víctima era obligada a fingir que había pedido su castigo y que los acreedores sólo estaban respondiendo con generosidad a esa petición. En la guerra del Vietnam, un anónimo oficial estadounidense alegó en una ocasión que había destruido un pueblo entero para salvarlo del Vietcong; ahora, y de forma parecida, el ahogamiento presupuestario de nuestro país se celebraba como una forma razonable de devolver al redil a aquel pueblo extraviado. En cierto sentido, Grecia experimentó colectivamente el mismo tratamiento que reciben los pobres británicos cuando acuden a las oficinas de empleo para solicitar un subsidio, donde deben aceptar la humillación que representa tener que propugnar frases de “reafirmación” como “mis únicas limitaciones son las que me pongo yo mismo”.

En la hoguera de las ilusiones posterior al crac financiero de 2008 y a la consecuente crisis del euro, el  establishment europeo perdió cualquier mínimo sentido del autocontrol. Pude ver con mis propios ojos  lo que sólo puedo describir como una lucha de clases pura y dura, que pone en el blanco a los débiles y favorece a la clase dirigente de forma escandalosa. Me llamó la atención, por ejemplo, que algunos de los empleados de mi ministerio, en concreto el presidente, el consejero delegado y los miembros del consejo del Fondo Helénico de Estabilidad Financiera(HFSF) estuvieran cobrando lo que, desde mi punto de vista, eran unos salarios tan altos que resultaban ofensivos. Para ahorrar, pero también para restaurar la ecuanimidad, utilicé los poderes que la ley me otorgaba para anunciar un recorte salarial del 40 % en los altos cargos, lo que reflejaba la reducción media de los salarios que había tenido lugar en Grecia desde que empezó la crisis, en 2010. El consejero delegado, que estaba cobrando 180.000 euros en un país donde un juez del Tribunal Supremo no gana más de 60.000 euros al año y el primer ministro unos 105.000 euros, cobraría ahora 129.000 euros; una cifra todavía muy elevada según los estándares establecidos por la crisis griega. ¿Y acaso los acreedores, que por regla general estaban deseando reducir los gastos de mi ministerio en salarios y pensiones, acogieron mi decisión con entusiasmo? NO, no lo hicieron. Al contrario, Thomas Wieser, en representación de la troika, me escribió en repetidas ocasiones para pedirme que diera marcha atrás en mi decisión. ¿Por qué? Porque eran los salarios de unos funcionarios que la troika consideraba suyos. Después de dejar el ministerio, aquellos salarios aumentaron hasta un 71%; el sueldo anual del consejero delegado se disparó hasta los 220.000 euros.

Esto es lo que ocurre cuando aquellos que ostentan un poder injustificado pierden la legitimidad y la confianza en si mismos: se vuelven desagradables. Sin ningún interés por ganar el debate intelectual o ideológico, el establishment recurrió a campañas de difamación y a medidas punitivas a sabiendas de que resultarían en menos prosperidad y menos libertad. Utilizó la fuerza bruta para imponer políticas que ni siquiera Ronald Reagan y Margaret Thatcher hubieran apoyado. Y una vez que el establishment sofocó la rebelión, impuso una serie de conjuros que debían cumplirse por el simple hecho de invocarse, como el Memorándum  implantado sobre los derrotados, y se dedicó a acallar cualquier intento de debate o de indagación critica. En pocas palabras, se convirtió en un establishment muy antiliberal.

Durante mis conversaciones  con los acreedores, a menudo les advertía de que en realidad no les interesaba aplastarnos. Si nuestro desafío democrático, europeísta y progresista acababa estrangulado, una crisis cada vez más virulenta acabaría produciendo una especie de internacional xenófoba, antiliberal, anti europeísta y nacionalista. Eso es precisamente lo que ocurrió después de aplastar la Primavera Griega. ¿Y cómo respondió el denominado establishment liberal al contragolpe nacionalista e intolerante que su oscuro y peligroso antiliberalismo había provocado? Un poco como el parricida que solicita clemencia al tribunal, y que pide la indulgencia del juez porque se ha quedado huérfano.

Extraído de VAROUFAKIS, YANIS: “Comportarse como adultos. Mi batalla contra el establishment europeo”, Deusto, Barcelona, 2017, 718 págs.

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