CANADÁ. EL DÍA DE LA VERGÜENZA

Canadá. El día de la vergüenza

En los últimos meses se han descubierto sepulturas y fosas comunes de cientos de niñas y niños indígenas en los terrenos de antiguos internados canadienses. En un brutal intento de asimilación forzosa y aniquilación de los pueblos indígenas, llamados indios, sucesivos gobiernos obligaron a ingresar a las y los menores indígenas en esos internados, donde eran objeto de toda clase de vejaciones y agresiones, con el fin de privarles de su identidad, su cultura y sus lazos con sus comunidades

Las autoridades ocultaron los cadáveres. Desde los tiempos de John A. Macdonald, no hacen ningún esfuerzo por ocultar sus intenciones. Escuche a Duncan Campbell Scott, uno de los arquitectos de la política de internados, en 1920: “Quiero deshacerme del problema indio. No creo que este país deba seguir protegiendo a una clase de personas que son incapaces de ser autónomas… Nuestro propósito es continuar hasta que ya no quede ni un solo indio en Canadá que no se haya asimilado a nuestra sociedad, que no haya ya ninguna cuestión india ni ningún ministerio de Asuntos Indios.”

Los internados no son un mero error, un fallo del sistema o un momento de desconcierto en la gloriosa historia de Canadá. Los internados son el sistema que funcionaba según lo previsto, un sistema que tenía el propósito declarado de hacer desaparecer a los pueblos indígenas. Llamémoslo por su nombre: hubo un genocidio. Un genocidio planificado por el gobierno, formalizado por leyes y ejecutado por congregaciones religiosas de este a oeste del país. Un genocidio que mató a niñas y niños, destruyó comunidades y privó a pueblos enteros de su identidad, de su lengua y de su cultura milenaria.

Cuando se entierra pequeños cadáveres en una fosa común sin ni siquiera recordar sus nombres, sin ni siquiera advertir a sus progenitores, se borra su existencia. No se les trata como a seres humanos, sino como a bestias. Los menores que sobrevivieron quedaron marcados con hierro candente por los maltratos físicos, sexuales y psicológicos que sufrieron en los internados. Desde hace tres años visito las comunidades indígenas de Quebec. De una generación a otra, bastante después del cierre de la última escuela, la sombra de los internados está en todas partes. La cólera también.

Hace algunos días, una mujer anishnabe dijo todo lo que pensaba de las palabras vacías que se han escuchado estas últimas semanas: “Espero que los oblatos dejen de negar que han quebrado a nuestro pueblo. Los antiguos gobiernos sabían muy bien cómo nos han tratado, y cerraron los ojos. Querían matar al pueblo indio en nuestras personas, y encargaron la misión a los oblatos; ¡ambos son responsables!”

Tiene razón. Las declaraciones defensivas de las congregaciones religiosas no alteran para nada el hecho de que el papa se niegue a pedir perdón. Las lágrimas de cocodrilo de Justin Trudeau no nos harán olvidar que el Estado canadiense acaba de gastar más de 3 millones de dólares en combatir a las y los supervivientes del internado de Sainte-Anne, en Ontario, ante los tribunales. Las patrullas armadas de la Gendarmería Real de Canadá (GRC) en territorio wet’suwet’en nos recuerdan que Canadá jamás ha rendido verdaderamente las armas.

Mientras los gobiernos y las iglesias no asuman su responsabilidad, la reconciliación es una falacia. Asumir su responsabilidad es tratar los lugares de los internados como potenciales escenarios de crímenes. Protegerlos. Cooperar con las comunidades, no solo las familias, para efectuar registros rápidamente en todos los escenarios del territorio. El gobierno de Quebec no tiene ningún motivo válido para retrasarlos.

Hay que mostrar en nuestras escuelas las leyes de asimilación, el infierno de los internados, así como el traumatismo intergeneracional creado por el colonialismo. Hay que formar a nuestras y nuestros enseñantes a mantener conversaciones a veces difíciles con su alumnado sobre los horrores que se han producido en nuestro país, no en la otra punta del mundo. Las cosas han cambiado desde la época en que contaban a mis padres la historia de gentiles misioneros frente a los crueles indios, pero todavía queda camino por recorrer.

Hay que reconocer que los pueblos indígenas tienen razón cuando hablan de racismo sistémico en Quebec y en Canadá. Lamentar el pasado sangriento de Canadá, como hace [el primer ministro quebequés] François Legault, es fácil. Más difícil, pero mucho más importante, es admitir que el pasado invade el presente. Cuando un policía asesina a una joven madre de 26 años a la que se supone que tenía que ayudar en Nuevo Brunswick, cuando Joyce Echaquan muere en uno de nuestros hospitales bajo una lluvia de insultos racistas, el cáncer del colonialismo sigue matando.

Dicen que la verdad siempre vuelve a la superficie. Los registros realizados en los lugares de los internados no solo han hallado tumbas anónimas, fosas comunes, cientos de cadáveres de niños y niñas. Han desenterrado las raíces genocidas de Canadá.

Soy independentista. Nunca he celebrado la fiesta nacional de Canadá. El 1º de julio, para mí, es sinónimo de cajas de mudanza, no de orgullo canadiense. Este año, es un día de vergüenza para Canadá. Os invito a insistir en ello marchando codo con codo con nuestros hermanos y hermanas indígenas. Para honrar la memoria de las víctimas, luchar por la verdad, reclamar, nosotros y nosotras también, que se haga justicia.

Manon Massé es activista quebequesa, militante del partido Québec solidaire.

https://www.journaldemontreal.com/2021/06/30/le-jour-de-la-honte

Traducción: viento sur

vientosur.info/el-dia-de-la-verguenza/

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