LAS MULTINACIONALES SE ADUEÑAN DE LA CUMBRE POR LA ALIMENTACIÓN

Las multinacionales se adueñan de la cumbre por la alimentación

Este es el contexto en el que la Asamblea General de Naciones Unidas anunció la celebración de una Cumbre Sobre los Sistemas Alimentarios, el 23 de septiembre, en Nueva York. La propuesta no provino de ningún Estado miembro de la ONU, sino del Foro Económico Mundial y otras entidades del sector privado, despreciando abiertamente la larga historia de debates y elaboración de políticas globales para la alimentación y la agricultura encabezada por la FAO.

Centenares de organizaciones que luchan por la alimentación y la agricultura buscan desenmascarar esta Cumbre porque intenta posicionar la visión de las grandes corporaciones como las reunidas en el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates.

La Cumbre arrancó en mayo de 2021 con una serie de encuentros, principalmente virtuales, para hablar sobre alimentación sana, consumo sostenible, producción favorable a la naturaleza, eliminación de la pobreza y resistencia ante las vulnerabilidades. Sólo que la participación virtual, en la práctica, reduce a los verdaderos protagonistas de los sistemas alimentarios a meros espectadores.

Las previas cumbres mundiales sobre alimentación, en 1996, 2002 y 2009, lograron acuerdos importantes sobre el rumbo de la agricultura y la alimentación. Sus procesos incluyeron las voces de organizaciones de base y de la sociedad civil y lograron el derecho humano a una alimentación adecuada para todas las personas.

Siglos de injusticia y despojo

Pero el origen empresarial de esta nueva Cumbre y su metodología excluyente resultan en una agenda lejana de los problemas reales, que enfatiza la digitalización y automatización de la agricultura. Propuestas que descienden de un equipo sin especialistas en cuestiones sociales, que promueven soluciones técnicas ante problemas históricos de injusticia y despojo.

Y es que al ser una idea que se origina en el sector privado, los magnates piden que se le dé el mismo peso a su opinión que a los compromisos de un jefe de Estado. Esto es el “multisectorialismo”, y pone en el mismo nivel lo que le interesa a una comunidad campesina que lo que persiguen Microsoft o Amazon.

Los arquitectos de la Cumbre insisten en que un problema crucial es la falta de información sobre cultivos, rendimientos y nutrición que pueda transformarse en datos masivos y a su vez combinarse con datos sobre mercados, procesamiento y distribución. Que se masifiquen los celulares, los drones, robots o tractores sin conductor en las regiones agrícolas del mundo. Que se registren y vigilen digitalmente los terrenos arables, con sus problemas y sus habitantes. Que la tenencia de la tierra también se registre y gobierne digitalmente. Que se borren en pocas generaciones saberes únicos sobre la producción de alimentos que tienen campesinas y campesinos, eliminando su capacidad de acción, su independencia y posibilidad de soberanía alimentaria.

El discurso de la Cumbre habla de arreglar el “sistema alimentario roto”, pero no explica a cuál sistema se refiere. La cadena agroindustrial no está simplemente rota, sino que es activamente dañina. Utiliza 75% de las tierras agrícolas del mundo, consume al menos 80% del agua dulce y es responsable del 90% de los gases con efecto de invernadero procedentes de la agricultura. Esa es la parte de la alimentación global que está rota. Dominada por corporaciones, dependiente de los insumos químicos y de los combustibles fósiles; promueve la uniformidad de los cultivos para producir alimentos malos o muy costosos.

La narrativa del “sistema alimentario roto” oscurece el hecho de que la mayor parte de la humanidad —el 70 por ciento o más— obtiene su comida principalmente de las redes campesinas de subsistencia. Para las corporaciones es clave afianzar la idea de que su ruta es el único camino a seguir. Si el sistema está roto, dicen, hay que arreglarlo con tecnologías novedosas y fórmulas corporativas. Alejarse lo más posible de lo que muchas organizaciones han definido como Soberanía Alimentaria.

Una discusión real sobre los retos de la alimentación y la agricultura tendría que señalar el rol criminal de la cadena agroindustrial, incluyendo su responsabilidad en las pandemias. Es cierto que hay graves rupturas que deben abordarse, pero la Cumbre ignora en su discurso cuestiones clave sobre los devastadores impactos de la agroindustria en el clima, la tierra y el bienestar de la gente. La transformación que requieren los sistemas alimentarios no puede quedar en manos de quienes han ocasionado tantos daños. Las corporaciones siempre buscarán convertir los problemas en nuevos negocios.

En el discurso de la Cumbre se habla mucho de “soluciones basadas en la naturaleza” y “producción favorable a la naturaleza”. Estos términos dejan mucho a la interpretación, no provienen de los debates sobre el hambre, y pueden usarse para hablar de cualquier idea que suene vagamente positiva, incluso aquellas que son claramente contrarias a la agroecología.  Son términos perfectos para maquillar de verde los proyectos de las industrias que supuestamente se suman a la lucha contra la destrucción ambiental.

La alimentación como negocio

Mientras el discurso de la Cumbre está lleno de este tipo de conceptos técnicos y vagos, las referencias a los sistemas de saberes y cuidados campesinos, indígenas o tradicionales son prácticamente inexistentes.

Es una Cumbre que intenta convencernos de que los sistemas alimentarios que funcionan son aquellos donde se pueden hacer buenos negocios. Y para que el negocio sea rentable, la agricultura, el procesamiento y la distribución de alimentos deben entrar en la ola de la digitalización y las biotecnologías de punta. Campos robotizados, manipulaciones genéticas, soluciones producidas con algoritmos, inundación de “Smart phones“… aunque el hambre de los pueblos tenga origen en el despojo, el racismo y la falta de tierra; aunque la gran mayoría de quienes producen alimentos no tengan siquiera conexión a internet.

Una cumbre que verdaderamente busque arreglar “el sistema alimentario roto”, tendría como núcleo y fundamento los intereses de comunidades campesinas, agricultores familiares, pastores, pescadores, pueblos indígenas y agricultores urbanos, que son quienes ya producen comida para la inmensa mayoría de la población del planeta. Una verdadera reparación de los sistemas alimentarios no puede venir desde el Foro Económico Mundial, los gobiernos ricos y las asociaciones comerciales internacionales.    Hay cada vez más respuestas de los movimientos que luchan por terminar verdaderamente con el hambre y la malnutrición. Estas respuestas vienen de lo profundo de las redes campesinas y llegan a cada vez más trabajadores explotados, comunidades desplazadas, migrantes humillados, poblaciones enfermas por la comida chatarra, víctimas de epidemias y sin sistemas públicos de salud y alimentación que les respondan.

Para las organizaciones y movimientos por la alimentación, comer es un derecho irrenunciable, no una oportunidad de negocio. La ruta para lograrlo es la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria propone que se produzca comida para la gente antes que para el negocio. Cuida la tierra y es coherente con las historias y culturas de los pueblos. Promueve el comercio transparente, que garantice ingresos dignos, y reivindica que los consumidores controlen su alimentación y nutrición. Exige que la tierra, los territorios, las aguas, las semillas, el ganado y la biodiversidad estén en manos de quienes producen los alimentos.

En este momento de catástrofe climática y colapso de la biodiversidad, no podemos permitir que los sistemas de importancia crítica que realmente nos alimentan sean capturados por empresas privadas. La alimentación no debería ser secuestrada por empresas privadas para convertirla en mero negocio.

Agencia ALAI – Ecuador

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