LA VIOLENCIA EN EL SALVADOR: CUANDO EL CAPITALISMO SE CONVIERTE EN UNA MAQUINARIA DE MUERTE

La violencia en El Salvador: Cuando el capitalismo se convierte en una maquinaria de muerte

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El fracaso del capitalismo ha abierto una serie de problemáticas que demandan urgente resolución en aras de hacer viable cualquier forma futura de vida. No se trata más de una crisis coyuntural o particular, sino de una crisis terminal y profunda. La prueba de ello es que su manifestación se deja sentir en los más diversos aspectos de la existencia humana. La economía, la política, la salud, etc. Vivimos en la era de las crisis múltiples.

Específicamente en países como El Salvador esto implica un desgarre de los vínculos sociales que encuentra expresión en formas extremas de violencia. Las pandillas son un mal endémico en nuestra sociedad. Tal hecho es sabido por todos, lo que pocos (o nadie) se ha propuesto abordar es la dimensión sistémica y amplia del problema, la cual encuentra su anclaje en un modelo social basado en la marginación de crecientes sectores de la población, en el deterioro de sus niveles de vida y en la imposición de una lógica en la que los beneficios de entidades económicas configuran las relaciones entre las personas en su totalidad.

El boom económico acaecido durante la postguerra en el siglo XX, implicó un crecimiento económico y relativa prosperidad en los países del norte, pero también incrementó las brechas sociales e impuso una lógica de desarrollo en la cual las más fundamentales nociones como la de los derechos humanos y el bienestar común, debían entregarse como sacrificio a la insaciable exigencia del Dios capital, cuando así fuera requerido.

Las potencias, por medio de diversos mecanismos como los organismos financieros internacionales, impusieron esta lógica de desarrollo a los países periféricos, llevando a cabo lo que Stuar Hall denominó una Revolución Neoliberal. Mediante privatizaciones, se desmantelaron las instituciones públicas encargadas de aliviar el sufrimiento de la gente o de garantizar una perspectiva de vida. Cuestiones como la seguridad social fueron otorgadas al mercado y puestas a disposición de corporaciones ávidas de ganancias. El espacio público fue reconfigurado y convertido en un enorme mercado, con el consecuente aumento de la desigualdad, floreciente desempleo, miseria, ira y desesperación. La seguridad social, la estabilidad económica y la provisión de bienes públicos como la educación, dieron paso a la ansiedad económica, la inseguridad existencial y una cultura del miedo.

Absortos dentro de esta realidad, los valores de la solidaridad o el bien común fueron sustituidos por el lenguaje del individualismo, socavando las esferas públicas que permiten a las personas actuar en conjunto como agentes colectivos y ciudadanos críticamente comprometidos. Un frío discurso puramente económico fue impuesto y los valores morales sustituidos por el cálculo comercial, complementado con expresiones de intolerancia sin complejos, ira y resentimiento.

La cultura, un espacio atravesado por afectos, mutó en un espacio en el que cada uno se encuentra encerrado en sus propios sentimientos y emociones. Un individualismo enconado redujo al mínimo cualquier noción de comunidad. Esta realidad fue acompañada de una pedagogía según la cual todos los problemas son privados de su dimensión amplia y afrontados de manera individual y privada. En la cosmovisión del capitalismo, cualquier pobre, desempleado, o persona que se encuentre fuera de los límites de lo que el mercado busca absorber para generar ganancias, es considerado perdedor o desechable. Visto como desechos humanos, una creciente cantidad de personas son percibidas como anti humanos sin rostro y símbolos del miedo y patología.

En la era del capitalismo de casino, millones de personas son constantemente condenadas a la marginalidad, quedando a merced de bandas criminales, que encuentran aquí un terreno fértil para construir y alimentar una maquinaria que, por medio de la violencia y la muerte, se inserta en la lógica financiera. Es, como arriba he sostenido, esta lógica la única que importa, mientras los seres humanos se vuelven cada vez más desechables. Por tanto, cuando esta maquinaria reclama con sangre una mayor cuota de poder, lo primero que deberíamos evitar es reducir el asunto a un problema político restringido (a lo meramente electoral) y abordarlo como un asunto político en un sentido amplio, vinculado al modelo de vida construido históricamente en nuestro país y por tanto como una crítica al capitalismo.

Para decirlo en simples palabras. Una pregunta ingenua puede bastar para probar el contenido económico, de la última ola de asesinatos que enfrenta el país ¿Quiénes son los asesinados? Los mismos pobres, trabajadores, excluidos y marginados los cuales, en nombre de la libertad tal y como la entiende el capitalismo, han sido privados de toda seguridad social, quienes carecen de prácticamente cualquier derecho, son quienes pierden la vida, cada vez que los grupos criminales los utilizan para ejercer presión sobre algún gobierno. El contenido de clase se vuelve palpable en este punto. La solución por tanto no pasa por sacar más policías o soldados a las calles, sino por un cambio estructural profundo, vale decir por una revolución, que elimine estructuras de privilegio y genere en cambio nuevos espacios públicos que potencien los vínculos sociales, haciendo de la solidaridad y el bien común una práctica constante, en lugar de meros conceptos abstractos.

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