El negacionismo climático mengua entre la derecha internacional, pero lo que viene es igual de aterrador
Por Oliver Milman
Movimientos de extrema derecha de Europa y Estados Unidos vinculan la catástrofe medioambiental con el miedo a la inmigración y en algunos países el discurso ha llegado a las formaciones conservadoras tradicionales.
Frente a las ruinas del Coliseo, Boris Johnson explicó en Roma por qué detrás de la caída del imperio romano también había un motivo para abordar la crisis climática. En aquella época, igual que en la nuestra, dijo, el derrumbe de la civilización giró en torno a la debilidad de sus fronteras.
“La caída del imperio romano fue, en gran parte, resultado de la inmigración descontrolada, el imperio ya no podía controlar sus fronteras, la gente entraba por todos lados”, dijo el primer ministro británico durante una entrevista realizada en vísperas de la conferencia de la ONU por el clima en Escocia celebrada en noviembre.
La civilización puede ir hacia delante o hacia atrás, como dice Johnson, y el destino de Roma representa para el primer ministro una dura lección de lo que puede ocurrir si no frenamos el calentamiento global.
Esta narrativa que combina el desastre ecológico con los temores a una inmigración desenfrenada ha florecido en los movimientos de extrema derecha de Europa y Estados Unidos y está llegando al discurso político dominante.
Fuera cual fuera la intención de Johnson, el primer ministro británico estaba siguiendo una corriente de pensamiento de parte de la derecha, que ha pasado de negar abiertamente el cambio climático a utilizar sus consecuencias para reforzar sus líneas de batalla ideológicas (y a menudo, racistas). En muchos casos, las personas que en todo el mundo siguen esta línea de pensamiento se están haciendo eco de ideas ecofascistas cuyas raíces se remontan a una época anterior de nacionalismos basados en la patria y la sangre.
Populismo medioambiental
En Estados Unidos, una demanda del fiscal general republicano de Arizona exige la construcción de un muro fronterizo que impida la llegada de migrantes desde México argumentando que “provocan directamente la emisión de contaminantes a la atmósfera, dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero”.
En España, Santiago Abascal aboga por la restauración “patriótica” de una “España verde, limpia y próspera”. Sin embargo, durante la tramitación de la ley de cambio climático, el partido presentó una enmienda a la totalidad en la que no negaba el calentamiento de la Tierra pero ponía en duda que la causa fuera la acción humana.
En Reino Unido, la formación de extrema derecha British National Party dice ser el “único partido verde de verdad” del país debido a sus políticas de migración. Y en Alemania, el partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha dejado atrás algunas de sus burlas hacia los modelos científicos del clima y ahora alerta de que las “duras condiciones climáticas” en África y Oriente Medio provocarán una “inmensa migración masiva hacia los países europeos”, lo que exigirá el endurecimiento de las fronteras.
En Francia, el partido Reagrupamiento Nacional [antiguo Frente Nacional] ha dejado de ser bastión del negacionismo climático para fundar una sección verde llamada Nueva Ecología con la que Marine Le Pen, la presidenta del partido, promete crear la “principal civilización ecológica del mundo” centrándose en alimentos cultivados localmente.
“El ecologismo es el hijo natural del patriotismo porque es el hijo natural del arraigo”, dijo Le Pen en 2019. “Si eres nómada, no eres ecologista; los que son nómadas no se preocupan por el medio ambiente, no tienen patria”, añadió. En la derecha europea, el eurodiputado de Reagrupamiento Nacional Hervé Juvin es considerado una de las principales figuras dentro de lo que él llama el “localismo verde y nacionalista”.
Ignorar o despreciar la ciencia ya no es la efectiva arma política que era antes. “Ahora se ve muy poco negacionismo climático en las conversaciones de la derecha”, dice Catherine Fieschi, analista política y fundadora de la organización Counterpoint, especializada en seguir las tendencias del discurso populista. En lugar de negacionismo, la creciente corriente de populismo medioambiental trata de mezclar alarma por la crisis climática con desprecio hacia las élites gobernantes; y la añoranza de un regreso a las tradiciones, a la naturaleza y a la familia con los llamadas a deportar a los inmigrantes.
Migrantes climáticos
Millones de personas ya se están viendo desplazadas de sus hogares debido a desastres agravados por el cambio climático, como inundaciones, tormentas o incendios forestales, especialmente en el África subsahariana, en Oriente Medio y en el sur de Asia. En agosto Naciones Unidas afirmó que Madagascar estaba al borde de la primera hambruna del mundo causada por el cambio climático.
El número de personas desarraigadas se va a disparar aún más: según algunos cálculos, en 2050 llegará a 1.200 millones de personas. Aunque la mayoría de los desplazados se quedarán en sus países, se estima que muchos millones buscarán refugio fuera de sus fronteras. Como han advertido el Pentágono y otros organismos, esta alteración gigantesca en la vida de tantas personas está llamada a provocar tensiones internas y externas que se convertirán en conflictos.
La reacción de la derecha a esta tendencia ha dado lugar a lo que los académicos Joe Turner y Dan Bailey denominan ecobordering [neologismo que combina las palabras que aluden a la política de fronteras y a la ecología], un enfoque que considera esencial restringir la inmigración para proteger la administración de la naturaleza por parte de los nacionales y donde la responsabilidad de la destrucción del medioambiente se achaca a las personas procedentes de países en desarrollo, ignorando que en las naciones ricas el consumo es mucho más elevado.
En un análisis de 22 partidos de extrema derecha en Europa, los académicos descubrieron que esta idea es un pensamiento muy extendido entre los partidos de derechas, que “presenta los efectos como causas y normaliza aún más las prácticas racistas en la frontera y la amnesia colonial de Europa”.
Turner, experto en política y migración de la Universidad de York, dice que establecer un vínculo entre clima y migración es lo lógico para políticos como Boris Johnson porque casa con el viejo tema de la derecha de referirse a la superpoblación en los países más pobres como una de las principales causas del daño medioambiental. En términos más generales, también es un intento por parte de la derecha de recuperar una iniciativa en cuestiones medioambientales que, durante mucho tiempo, ha estado en los partidos ecologistas y de centroizquierda.
“El sustento de la extrema derecha europea es el rechazo a la inmigración, ese es su pan de cada día, así que empezar a hablar de política verde se puede ver como una estrategia electoral”, dice Turner. En su opinión, estas formaciones están llevando la culpa hacia los inmigrantes de dos maneras. En primer lugar, los acusan de trasladarse a países con mayores emisiones y sumarse luego a esas emisiones, como dicen los representantes de la derecha en Arizona. En segundo, dicen que están trayendo hábitos supuestamente destructivos y contaminantes desde sus países de origen.
Una mezcla de este pensamiento etnonacionalista y maltusiano se está colando en las campañas políticas. En la investigación de Turner y Bailey hay un panfleto político del Partido Popular Suizo, el principal partido de la asamblea federal de Suiza, con la imagen de una ciudad abarrotada de gente y coches escupiendo contaminación. El eslogan dice ‘detener la inmigración masiva’. En otro anuncio de la campaña de la formación conservadora se dice que un millón de inmigrantes hará necesaria la construcción de miles de nuevas carreteras y que “el que quiera proteger el medioambiente en Suiza debe luchar contra la inmigración masiva”.
Según Turner, la extrema derecha describe a los inmigrantes como “malos custodios de sus propias tierras que además no tratan bien la naturaleza en Europa”. “Así es como aparecen esos titulares con solicitantes de asilo comiéndose cisnes y todas estas ridículas estrategias para alarmar”, dice. “Se basan en esta idea de que impedir a los inmigrantes que vengan es, en realidad, defender un proyecto ecologista”.
Los expertos tienen claro que los principales responsables de la crisis climática son los ricos de los países ricos. Entre 1990 y 2015, según un estudio, la cantidad de dióxido de carbono cuya emisión pudo atribuirse al 1% más rico de la población mundial fue más del doble que el dióxido de carbono atribuible al 50% de la población mundial con menos ingresos. Los habitantes de Estados Unidos son los que provocan más emisiones per cápita del mundo, pero la llegada de nuevos habitantes a países con altas emisiones no significa un incremento del mismo nivel en las emisiones de esos países. Un estudio de la Universidad Estatal de Utah descubrió que los inmigrantes solían “utilizar menos energía, conducir menos y generar menos residuos” que los estadounidenses nacidos en el país.
“Proteger a nuestra gente”
Aun así, la idea de hacer sacrificios personales es difícil de digerir para muchos. Cada vez hay más aceptación de la ciencia del clima y existe un descontento generalizado por lo poco que han hecho los gobiernos para limitar el calentamiento global, pero el apoyo a las políticas contra el calentamiento global cae en picado en cuanto aparecen medidas que implican gravámenes a la gasolina o impuestos similares. Según un trabajo de investigación del que Fieschi es coautora, esto ha provocado que “los que rechazan estas políticas adopten el lenguaje de defensores de la libertad”.
“Están aumentando las acusaciones de una supuesta histeria climática creada por las élites para explotar a la gente de a pie”, dice. “Las soluciones de las que se habla implican gastar más dinero en los estadounidenses que lo merecen, en los alemanes que lo merecen, etc., y menos dinero en los refugiados. El mensaje es ‘sí, vamos a tener que proteger a la gente, pero protejamos a nuestra gente’”.
Esta reacción se ha hecho visible en movimientos de protesta como el generado en Francia con los chalecos amarillos, que se convirtió en la mayor movilización del país desde la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas, cargaban contra un impuesto sobre el carbono que llevan los combustibles.
En Internet, Greta Thunberg o Alexandria Ocasio-Cortez son los blancos preferidos para difundir memes donde las hacen pasar por nazis o demonios que pretenden empobrecer a la civilización occidental con sus ideas, supuestamente radicales, para combatir el cambio climático.