¿DEMOCRACIA HA DICHO?

Desde el inicio de su desmitificadora travesía, David Graeber elogia la horizontalidad frente a la verticalidad, en la medida en que no hay un arriba al que se haya de obedecer, sino que los debates, las decisiones, los acuerdos se dan, o se han de dar, en la base, en la que todo dios puede participar, y en la que el intento es alcanzar un consenso, y no imposiciones que son dictadas por diferentes poderes, especialistas, etc.
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Hace unos días hablando de una obra de entrevistas del /con el activista y antropólogo David Graeber (Nueva York, 1961- Venecia, 2020), al final del artículo mencionaba el último libro suyo traducido por acá: «El Estado contra la democracia», editado el año pasado por Errata Naturae. El repaso es de hondura, en la medida en que el autor desvela todas las falacias, o ideas recibidas, que en torno a tal término se han difundido y asentado a lo largo de la historia.

Nadie rechaza abiertamente la denominada democracia, hasta se puede recordar aquel dictador que hablaba de “democracia orgánica”, que debía ser la que le salía de sus órganos. El problema reside en que el uso de la palabra no responde a la propia etimología griega del término, ya que siempre se han dado diferencias y exclusiones, amén de desigualdades flagrantes a la hora de pronunciarse y decidir acerca de la marcha de la sociedad. Ya en la propia democracia griega, aireada como la primera y fundadora de tal tipo de forma de gobierno, quedaban fuera de tal ámbito los esclavos, las mujeres y los metecos. Desde el inicio de su desmitificadora travesía, David Graeber elogia la horizontalidad frente a la verticalidad, en la medida en que no hay un arriba al que se haya de obedecer, sino que los debates, las decisiones, los acuerdos se dan, o se han de dar, en la base, en la que todo dios puede participar, y en la que el intento es alcanzar un consenso, y no imposiciones que son dictadas por diferentes poderes, especialistas, etc. Desde el comienzo igualmente, se nombran diferentes experiencias y comunidades en las que se cumplen las condiciones señaladas, y en las que se comparten ciertos principios esenciales: autogestión, asociación voluntaria, ayuda mutua, rechazo del poder estatal…); nombrados quedan los casos de los zapatistas, los desocupados argentinos, los okupas holandeses o los antidesalojo de los asentamientos marginales sudafricanos.

La exploración del ensayo está organizada en cinco pasos que se entrelazan entre ellos, dando una visión de conjunto de una claridad meridiana. El primer paso se centra en desmontar la de idea de tradición occidental. Recurre para ello a Samuel P. Huntington, como modelo de una serie de falacias que erigen a Occidente como un todo unificado, cuyos valores con pretensiones universales han de extenderse a otros lugares; denuncia Graeber la utilización que realiza el autor del choque de civilizaciones, de los términos de civilización y cultura como si de la misma cosa se trataran, no distinguiendo entre los que usando el término de Pierre Bourdieu podría considerarse habitus, que vendrían a ser las costumbres que conforman la cultura, y la civilización tomando base en las grandes obras, literarias y filosóficas que conforman la tradición y los valores propios del llamado Occidente. Además esta confusión simplificadora puede aplicare a otros lugares del mundo en los que domina el confucianismo, taoísmo, islam, etc. lo que hace que se dé una unificación de los continentes o las áreas culturales absolutamente falaz. Visita igualmente las tesis del antropólogo Lucien Levy-Bruhl que consideraba a los países no-occidentales como poseedores de un pensamiento pre-lógico. Otra de las ideas asentadas son puestas en solfa: así las referidas a los supuestos valores que son exportables por Occidente a otros lugares, las libertades, los derechos humanos, que son la cara buena cuando se ocultan otros aspectos dominantes como son el individualismo, el imperialismo, la violencia que exportan al por mayor, y que ha convertido a Europa, por ejemplo, en escenario privilegiado en lo que hace a guerras, y crímenes genocidas, como el organizado por el nacionalsocialismo, etc.

El siguiente aspecto analizado es la idea de invención de la democracia, dejando subrayado que la democracia no es un invento y que tampoco es, como habitualmente se vende, un invento griego. Mira a otras experiencias de otras zonas ajenas a Occidente en las que se han practicado diferentes formas de funcionamiento democrático, directo y asambleario. En lo que hace a Occidente muestra las diferencias existentes entre Grecia y Roma, dejando ver los defectos o carencias en lo que hace a la democracia griega por las exclusiones que en ella se daban, además de que las armas jugaban un papel de importancia en la imposición de decisiones; señala que en Roma, la forma de gobierno dominante era más que la democracia la República, y sigue la pista a las valoraciones negativas que pesaban sobre la democracia, ya desde Grecia, basta ver la postura de Platón, y tras la época oscura en la que la obediencia a la voluntad divina se erigía en polo dominante, la denominada democracia renace en los tiempos modernos, siendo considerada como sinónimo de caos tanto pos los revolucionarios franceses o estadounidenses. Así, en lo que hace al supuesto ideal democrático, y su supuesto origen occidental, indica como generalmente las ideas acerca de otras zonas han sido vistas por los antropólogos u otros exploradores con una mirada etnocéntrica en la que el bagaje que el observador llevaba era considerado como la medida óptima de todas las cosas. Muestra igualmente las relaciones estrechas entre la riqueza y las Constituciones dichas democráticas, unión palpable en el caso de los fundadores de los USA.

Destaca la importancia del sistema-mundo en el que lo fundamental son las interacciones que se dan entre diferentes concepciones, y destaca las reincorporaciones que se adoptaron en el caso de EEUU, por ejemplo, al tomar algunas formas de organización de los iroqueses, aunque el pensamiento dominante trataba de ocultar o desterrar tales ideas tomadas en préstamo ya que de los indios, léase salvajes, nada bueno se podía esperar. Qué decir de los piratas cuyas normas hacían que se diesen ciertas formas de elección del jefe y la posibilidad de destituirlo, no pocas veces en forma de motines; el ejemplo de los piratas, de bandidos sociales Hablaba el historiador Hobsbawm, es claro en lo que hacía a la convivencia de lenguas y de seres de diferentes culturas y procedencias, ingleses, franceses, españoles, holandeses, suecos, africanos, etc., aplicándose en tales ambientes la democracia directa. Enfatiza las zonas de improvisación cultural, y los cambios que de manera constante en las costumbres y los valores, no dependiendo pare ello de ningún canon de textos filosóficos o literarios, sino de los comportamientos de los individuos creando distintas formas de cohabitación. También señala la importancia del modelo organizativo de la China imperial y su peso en las naciones europeas, como mostraban los testimonios de Leibniz, Montesquieu o Voltaire; en este orden de cosas, incluye a Slavoj Zizek como defensor de cierto eurocentrismo al defender que la izquierda ha de atenuar las críticas a éste. Y a través de las medidas pinceladas que ofrece define la práctica democrática «bien como una serie de de procesos igualitarios de toma de decisiones, bien como gobierno que se realiza en el debate público,[que]tiende a surgir en situaciones en las que una comunidad gestiona sus problemas fuera del control del Estado».

El recorrido finaliza señalando la crisis del Estado, siendo éste quien detenta el monopolio de la violencia, proponiendo los ejemplos de sociedades que funcionan sin Estado…destaca el caso del zapatismo; muestra su cercanía con las tesis de Mignolo sobre el zapatismo, aunque no se priva de mostrar también algunos desacuerdos con respecto a éste, en cuanto que dice que los zapatistas no tuvieron otro remedio que adoptar el término democracia, Graeber subraya que éstos emplearon el termino adoptándolo a su situación y a la pluralidad presente en sus filas…el rechazo de dicho término se ha dado en algunas ocasiones, los aymara en Bolivia, al identificar tal término con quienes les han impuesto su dominio…se refiere a los espejos deformes que se produce en algunos países en los que las élites gobernantes incentivan formas de participación popular, que suponen un engaño al crear ilusiones que mirando de cerca, tratan de fomentar el mercado, centro de gravedad del sistema neoliberal. Antonio Negri, Giorgio Agamben o Walter Benjamin le acompañan en la idea de lo fundamental que resulta la violencia en el funcionamiento del Estado que se oculta tras las caretas huecas de la representación del pueblo y otras martingalas.

A través de todo el recorrido se palpan los elogios de la forma de organización de democracia directa, mas las dos últimas páginas, que me cuesta no transcribirlas tal cual, dejan ver su firme defensa de una refundación de la democracia basada en la autogestión de comunidades autónomas -destacando la práctica zapatista- y señalando la importancia de los espacios intermedios, que tiendan a extenderse a zonas más amplias, creando espacios de deliberación entre iguales; finalizando con unas pinceladas acerca de los intelectuales que habitualmente se han posicionado del lado de las élites, siendo Graeber de la opinión de que «la mayoría de ellos sigue creyendo en la imagen distorsionada que devuelven los diversos espejos deformes, que no tienen una auténtica fe en las posibilidades de la democracia popular. Pero es posible que eso también pueda cambiar»…y él se incluye entre los que «tienen derecho a intentarlo».

Decía el poeta René Char, al que por cierto se cita en el libro, «Obedeced a vuestros puercos que existen. Yo me someto a mis dioses que no existen». Pues eso.

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