EL CUERPO GORDO COMO ESPACIO POLÍTICO: GORDOFOBIA, CAPITALISMO Y CLASE

El cuerpo gordo como espacio político: gordofobia, capitalismo y clase

23/02/2022

El defecto de la gorda va más allá de la corporalidad: el cuerpo se convierte en un reflejo de la incapacidad para transformarse.

Rut Navarro Mahiques

La concepción histórica de la gordura ha ido evolucionando y adaptándose a los valores de cada época, pero el estigma hacia los cuerpos gordos sin duda no es algo reciente. Actualmente, la visión de la gordura guarda una estrecha y compleja relación con el capitalismo. Hay una exigencia por encajar en un sistema en el que la autogestión del cuerpo deviene reflejo de la capacidad de asimilación a los modelos neoliberales. De igual modo, el aumento de la gordura entre la clase obrera tiene un papel fundamental en el desarrollo de la gordofobia. La gordura simboliza la incapacidad adaptativa de la clase obrera a los estándares neoliberales.

El historiador francés Georges Vigarello analiza cómo desde la Edad Media la mirada sobre los cuerpos gordos se intensifica y recrudece. En el imaginario católico, el gordo es un pecador preso de la gula; durante los conflictos sociales la gordura se encarna en el vientre burgués, símbolo de la opulencia y estatus social; en la actualidad, las personas gordas son alguien desprovisto de voluntad, amor propio y capacidad para cambiar.

A partir de finales del siglo XIX empieza a haber un mayor interés social por el cuerpo y se instaura el modelo de rechazo social a las corporalidades gordas que habitamos actualmente. Por parte de la comunidad científica aumenta el interés en medir y clasificar la gordura, estableciendo las bases para el actual Índice de Masa Corporal. De esta manera, se relaciona la altura con el peso creando unos parámetros de normalidad corporal. Igualmente, se señalan claramente dos tipos de gordura: la derivada de los excesos y la producida por la enfermedad. Con esta nueva mirada, la gordura es en ambos casos mayoritariamente reversible y, por tanto, tratable. Es aquí donde finalmente se rompe con la dualidad entre ‘obeso’ fuerte y robusto, y ‘obeso’ débil, que había prevalecido desde la Edad Media. A partir de la década de 1880, la publicidad referente al mercado de las dietas se dispara, evidenciando el rechazo social a la gordura. Asimismo, se empiezan a poner de moda los ‘truquitos milagro’ que aún perduran, como caldos, tés, ensaladas y comer en pequeñas porciones para distraer al hambre y perder peso.

Paralelamente, se empieza a tener una mayor curiosidad (o morbo) por la ‘extrema’ gordura, que se ve como algo monstruoso digno de ser exhibido. En este sentido, las personas gordas, especialmente las mujeres, eran desnudadas y mostradas en ferias para el entretenimiento ajeno. Sabrina Strings, en su libro Fearing the black body: the racial origins of fatphobia (Temor al cuerpo negro: los orígenes raciales de la gordofobia), defiende los orígenes raciales de la gordofobia en la exhibición de mujeres negras gordas. Las mujeres gordas eran mostradas como ejemplo de decadencia y salvajismo, sus cuerpos gordos encarnaban todo aquello que las mujeres blancas no debían ser. Así pues, el miedo a la gordura se entrelaza con el racismo. La autora defiende que la concepción de las mujeres negras como seres salvajes, sin intelecto, incapaces de controlar su apetito y sus conductas sexuales, lo que evidencia las raíces coloniales de la gordofobia. La exhibición de lo ‘anormal’ permitía a las espectadoras distanciarse de ‘lo otro’, asociando delgadez con blanquitud y gordura con negritud.

A partir de la década de 1920, hay un cambio de paradigma en el que la apariencia musculosa y ágil toma un mayor protagonismo perfilándose la actual imagen del cuerpo, y equiparando gordura con falta de rendimiento. La paulatina desaparición del corsé (usado incluso en hombres gordos) provoca una mayor fijación en el cuerpo de las mujeres y sus curvas. Se analizan y establecen dos clases de gordura femenina: la que experimenta un engordamiento esférico y aquella cuyas caderas concentran esta gordura. La prominencia del vientre sigue viéndose como una característica netamente masculina.

Por otro lado, es en este momento cuando obreros y campesinos empiezan a ser caricaturizados con cuerpos gordos, antaño reservados a la burguesía. La gordura comienza a ser un fenómeno creciente entre la clase obrera, produciendo un mayor distanciamiento y rechazo hacía las corporalidades gordas, que se asocian cada vez más con la pobreza y la vulgaridad. Empiezan aquí las comparaciones entre lo que Vigarello denomina los ‘civilizados’ deformes, aquella gente obrera con cuerpos gordos, y los ‘primitivos’ fuertes, ágiles y burgueses, que respondían a un modelo corporal más ‘cuidado’. Nunca la gordura se había denunciado tanto como en este momento. En el caso de las mujeres, la crítica es más salvaje, puesto que se promueve una delgadez alejada de las formas redondeadas pero sin llegar a ser ‘masculina’.

Con el nuevo siglo y la intensificación de la crítica a las corporalidades gordas, se empieza a tener una mayor preocupación por la gordura inscrita en lo cotidiano, es decir, de las ‘formas discretas de gordura’ como la celulitis. Además, con la ampliación de los datos sobre la gordura y el auge de la cultura de la delgadez, hay un desplazamiento del estigma: el gordo deja de ser simplemente un tragón y es alguien que evita, que elude la delgadez y que no se esfuerza lo suficiente en encajar en la norma. El defecto de la gorda va más allá de la corporalidad: el cuerpo se convierte en un reflejo de la incapacidad para transformarse.

La popularización de la balanza como objeto imprescindible en todo hogar juega un papel fundamental en la criminalización de la gordura.CLIC PARA TUITEARLigado al auge del capitalismo, se aboga por el ‘autogobierno’ y la responsabilidad individual de las personas para cambiar, para encajar en el modelo productivo de corporalidad. La popularización de la balanza como objeto imprescindible en todo hogar juega un papel fundamental en la criminalización de la gordura. El control social se materializa en el plano íntimo y aumenta la presión sobre la responsabilidad individual de entrar en la ‘normalidad’. Por lo tanto, se naturaliza la obsesión por el peso y se advierte como un comportamiento sano, necesario para la autoconservación.

Más allá de las dietas, se confirma la obesidad como patología y se afianza todo un mercado y una profesionalización alrededor de esta. La prioridad ya no es solo encajar en el modelo estético sino también en el médico. La persona debe ser productiva en términos de mercado y para esto debe estar sana, es decir, estar delgada. Esto conlleva un sufrimiento doble para la gente gorda, por un lado, la difícil aceptación de la gordura y, por el otro, la inalcanzable meta de la delgadez. Se produce una pérdida de la identidad donde el cuerpo se vive como una constante evidencia del fracaso. De este modo, el adelgazamiento se impone como parte de una conducta adaptada y la gordura se concibe como una enfermedad social.

Así pues, durante los siglos XIX y XX hay una transformación de la visión del cuerpo. La importancia y la atención que se le da no ha variado especialmente, es el estatus el que se ha desplazado. El cuerpo es, en este momento, el centro de la identidad. Este desplazamiento está ligado al individualismo y al auge del capitalismo. Schorb plantea que la asociación entre delgadez y el reconocimiento como buena ciudadanía está a la par con la degradación política de la clase obrera en el discurso neoliberal. El aumento de las corporalidades gordas entre la clase trabajadora la retrata como incapaz de adaptarse a las exigencias de autosuficiencia y autorresponsabilidad. De este modo, se interrelaciona gordura y pobreza, entendiendo que ambas tienen sus causas en la falta de capacidad adaptativa de la clase obrera.

Biopoder, biopegagogías y capitalismo

La incorporación individual de la vigilancia, ilustrada por Foucault en el panóptico, cambia la mirada: el individuo se convierte en la fuente de su propio sometimiento. Además, con la normalización de los parámetros para medir la delgadez, toda aquella que no entre en la norma va a ser señalada y marginada, sirviendo como representante de todo aquello que nadie quiere ser. Como explica Hannele Harjunen, el peso y la talla se convierten en un asunto de biopoder y en un espacio para la acción disciplinaria y el castigo. Toda persona debe poner sus esfuerzos en ser capaz de presentar un ‘cuerpo neoliberal’ que encarne los valores neoliberales. Como explica Foucault, el cuerpo se convierte en útil cuando es a la vez un cuerpo productivo y un cuerpo sometido.

El biopoder ha servido para instaurar y normalizar las prácticas orientadas a la delgadezCLIC PARA TUITEARAsí pues, el biopoder, es decir, el gobierno y la regulación de los individuos y la población a través de prácticas relativas al cuerpo, ha servido para instaurar y normalizar las prácticas orientadas a la delgadez. La clasificación, medición y jerarquización de los cuerpos no es casual, responde a una motivación que va más allá de la preocupación médica y que se relaciona con el control social.

Wright y Harwood hablan de la biopedagogía entendida como un conjunto de prácticas destinadas a la normalización y disciplina de los cuerpos gordos o en riesgo de ‘convertirse en’. Los sistemas de control se basan en el autogobierno creando un imperativo moral en el que la persona es responsable del ‘mantenimiento y cuidado’ de su cuerpo. Por ende, el ejercicio y la dieta (la vida fitness) se instauran como prácticas asociadas al éxito. Laura Contrera lo explica al decir que vivimos en sociedades de control en las que existe una imposición de la vida saludable que nos obliga a ‘mejorarnos’ para encajar. Todo para tener una presencia digna de ser vista y elogiada en términos de mercado. El concepto de biopoder nos ayuda a entender que el cuerpo es un espacio político en el que se materializan y reproducen los valores sociales. La pedagogía alrededor de la lucha contra la obesidad se vende como necesaria, reproduciéndose la visión de los cuerpos gordos desprovistos de voluntad. Así pues, estas biopedagogías no solo se desarrollan en las escuelas, sino que impregnan desde las redes sociales, la televisión, la radio, los anuncios y hasta los carteles en las salas de espera de los hospitales. Algunas buscan explícitamente cambiar el comportamiento de las personas que lo leen (como las campañas contra la ‘epidemia de la obesidad’), mientras que en otros casos los mensajes son más sutiles y calan más profundamente.

Por tanto, la íntima relación entre capitalismo y gordofobia no puede ser obviada. El imperativo del autogobierno corporal y las prácticas de control sobre él evidencian que hay un interés más allá de la preocupación por la salud. Instituciones como el mercado se aprovechan de la gordofobia para sacar beneficio; además, la industria de las dietas y de la belleza se alimenta de esta concepción validada socialmente.

Por todo esto, no podemos desvincular la lucha contra la gordofobia de la lucha contra el capitalismo. De igual manera que no podemos ignorar que el sistema capitalista atraviesa a todas las corporalidades en términos de género, capacidad, clase y raza y que, por tanto, existe una lucha común. La gordofobia no es un hecho aislado; como hemos visto, hay una profunda relación con el género, pero también con la marginalización de los cuerpos discapacitados, racializados y de clase obrera. Cabe preguntarse, pues, de quiénes son los cuerpos que se señalan cuando se habla de la gordura como un problema y entender que la patologización de los cuerpos disidentes no puede tener un espacio dentro de los movimientos emancipatorios, pues así reproducimos y perpetuamos el neoliberalismo.

 


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