CÓMO LA INDUSTRIA PETROLERA PERFECCIONÓ SU RELATO ESTRATÉGICO SOBRE EL CLIMA: DE LA NEGACIÓN AL RETRASO

Cómo la industria petrolera perfeccionó su relato estratégico sobre el clima: De la negación al retraso

A pesar de innumerables  investigaciones,  juiciosvergüenza social y regulaciones que datan de décadas, la industria del petróleo y el gas sigue siendo formidable. Después de todo, han hecho que consumir sus productos parezca una necesidad humana. Han confundido al público acerca de la ciencia del clima, han comprado la eterna gratitud de uno de los dos principales partidos políticos de Estados Unidos y han superado repetidamente los esfuerzos regulatorios. Y lo han hecho, en parte, pensando en el futuro y luego actuando despiadadamente. Mientras el resto de nosotros jugábamos a las damas, sus ejecutivos jugaban al ajedrez tridimensional.

A medida que el cambio climático se ha convertido en foco mundial, varias empresas energéticas están acusadas de minimizar su responsabilidad en el calentamiento global.

En junio de 2020, el fiscal general del estado de Michigan en Estados Unidos demandó a la compañía petrolera ExxonMobil y a otras por llevar a cabo “campañas fraudulentas” en las que intentaban restar importancia a la evidencia científica detrás del calentamiento global.

Pero, ¿qué hay detrás de estas acusaciones? ¿En qué se parece este caso al de la industria tabaquera, cuando hace décadas trató de maquillar los efectos nocivos del tabaquismo?

Incoherencias

Para entender lo que sucede hoy tenemos que remontarnos 40 años atrás. Más precisamente al año 1981, momento en que Marty Hoffert realiza hallazgos sumamente alarmantes. A través de la creación de un modelo ha podido demostrar cómo se estaba calentando la Tierra de forma muy significativa. Ese calentamiento, provocaría cambios climáticos sin precedentes en la historia humana.

Hoffert ha sido uno de los primeros científicos en crear un modelo para predecir los efectos del accionar de la hiper industrialización capitalista sobre el cambio climático. Lo hizo mientras trabajaba para Exxon, una de las compañías petroleras más poderosas del mundo, que después se fusionaría con Mobil.

Por aquél entonces, Exxon ya gastaba millones de dólares en una investigación innovadora. Quería liderar la carrera científica emergente para comprender cómo el calentamiento global causaría cambios en el clima que dificultarían la vida humana.

Hoffert compartió sus predicciones con el Consejo directivo de Exxon, mostrándoles lo que ocurriría si continuaba la quema de combustibles fósiles en autos, camiones, buses y aviones. Momento en el que notó ciertas incoherencias entre los hallazgos y algunas declaraciones públicas de los CEO’s de la compañía. Contradecían a sus propios grupos de investigación de clase mundial.

Enojado, el científico abandonó inmediatamente Exxon y se convirtió en académico líder en este campo. “Lo que hicieron fue inmoral. Sembraron dudas sobre el cambio climático cuando sus propias investigaciones confirmaban lo grave que era la amenaza“, había sentenciado Hoffert.

Durante décadas, las petroleras han venido propagando que el cambio climático era algo irreal, insignificante, aunque sabían a lo que se iba a enfrentar la humanidad en un futuro cercano. Tenían en su poder la información científica de primera mano. Pero ahora, buscan de convencernos, con la creación de un relato manipulador, de que hay mucho tiempo para dilatar la transición energética.

A pesar de innumerables investigaciones periodísticas, demandas judiciales, escraches y regulaciones estatales, la industria petrolera y gasífera mantiene un poder inconmensurable. Ha logrado que el consumo de sus productos sea visto como una necesidad humana. Ha sembrado confusión en el público acerca de las ciencias del clima, ha comprado a fuerza de millones la eterna gratitud de uno de los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos y una y otra vez ha salido airosa de los esfuerzos regulatorios. Y todo esto lo ha logrado, en parte, adelantándose a los acontecimientos antes que nadie y actuando decididamente y sin piedad. Mientras el resto del mundo juega a las damas, sus ejecutivos juegan al ajedrez tridimensional.

El mito de Rockefeller

Ida Tarbell fue una de las periodistas de investigación más famosas de la historia estadounidense. Mucho antes de que Bob Woodward y Carl Bernstein destaparan el Watergate, los informes de Tarbell sacudieron el monopolio de la Standard Oil. En 19 artículos –que se convirtieron luego en el best seller La historia de la Standard Oil Company, publicado en 1904–, Tarbell expuso a la luz las controvertidas prácticas de la empresa. En 1911, las autoridades federales usaron los hallazgos de Tarbell para dividir la Standard Oil en 33 empresas mucho más pequeñas.

David había destrozado a Goliat. El gobierno de Estados Unidos había establecido un precedente para las generaciones futuras de cómo acabar con los monopolios. John D. Rockefeller, el propietario de la Standard Oil, había perdido. Los buenos habían ganado. O eso parecía entonces.

En realidad, Rockefeller vio con rapidez lo que se le venía encima y terminó beneficiándose enormemente del desmembramiento de su empresa. Se aseguró de retener acciones sustantivas en cada una de las 33 descendientes de la Standard Oil y de posicionar a estas nuevas compañías en partes diferentes de Estados Unidos, de forma que no compitieran entre sí. En conjunto, las 33 hijas de la Standard Oil hicieron a Rockefeller muy muy rico. De hecho, la ruptura de la Standard Oil triplicó su riqueza y lo convirtió en el hombre más rico del mundo. En 1916, cinco años después de la disolución del monopolio, Rockefeller se convirtió en el primer milmillonario de la historia.

La industria petrolera ha usado campañas de confusión sobre el cambio climático. Algo parecido a lo que hicieron las compañías tabacaleras.

Controlando la ciencia del clima

Las grandes petroleras también vieron venir el cambio climático. Como han documentado abundantes informes de investigación y estudios académicos, los propios científicos de las empresas decían a sus ejecutivos en la década de 1970 que quemar más petróleo y otros combustibles fósiles sobrecalentaría el planeta. (Otros científicos lo habían estado diciendo desde la década de 1960). Las empresas respondieron mintiendo sobre el peligro de sus productos, mitigando la conciencia pública y presionando contra la acción del gobierno. El resultado es la emergencia climática actual.

Menos conocido es cómo las compañías de petróleo y gas no solo mintieron sobre su propia investigación. También montaron una campaña sigilosa para monitorear e influir en lo que el resto de la comunidad científica aprendió y dijo sobre el cambio climático.

Las empresas integraron científicos en universidades y se aseguraron de que estuvieran presentes en conferencias importantes. Los nominaron para ser colaboradores del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, el organismo de la ONU cuyas evaluaciones desde 1990 en adelante definieron lo que la prensa, el público y los legisladores pensaban que era verdad sobre la ciencia del clima. Si bien los informes del IPCC, que se basan en la ciencia del consenso, fueron sólidos, la participación científica de Big Oil les dio una visión interna del camino a seguir. Más ominosamente, introdujeron el arte de cuestionar la ciencia del consenso en foros donde se analiza cada palabra.

La industria estaba empleando una estrategia iniciada por las compañías tabacaleras, pero con un giro. A partir de la década de 1950, la industria tabacalera cultivó una red de científicos en voz baja en decenas de universidades y escuelas de medicina estadounidenses, cuyo trabajo financió. Algunos de estos científicos participaron activamente en investigaciones para desacreditar la idea de que fumar cigarrillos era un riesgo para la salud, pero la mayor parte era más sutil; la industria apoyó la investigación sobre causas de cáncer y enfermedades cardíacas distintas del tabaco, como el radón, el asbesto y la dieta. Era una forma de distracción, diseñada para desviar nuestra atención de los daños del tabaco hacia otras cosas. El plan funcionó durante un tiempo, pero cuando se expuso en la década de 1990, en parte a través de demandas, la mala publicidad acabó con él en gran medida.

La industria del petróleo y el gas aprendió de ese error y decidió que, en lugar de trabajar de forma subrepticia, trabajaría a la intemperie. Y en lugar de trabajar principalmente con científicos individuales cuyo trabajo podría ser útil, buscaría influir en la dirección de la comunidad científica en su conjunto. Los científicos internos de la industria continuaron investigando y publicando artículos revisados ​​por pares, pero la industria también financió abiertamente colaboraciones universitarias y otros investigadores. Desde finales de la década de 1970 hasta la década de 1980, Exxon fue conocida como pionera en la investigación climática y como patrocinadora generosa de la ciencia universitaria, apoyando la investigación de los estudiantes y las becas en muchas universidades importantes. Sus científicos también trabajaron junto con colegas senior de la NASA, el Departamento de Energía y otras instituciones clave, y financiaron desayunos, almuerzos, y otras actividades en reuniones científicas. Esos esfuerzos tuvieron el efecto neto de crear buena voluntad y lazos de lealtad. Ha sido efectivo.

Los científicos de la industria pueden haber estado operando de buena fe, pero su trabajo ayudó a retrasar el reconocimiento público del consenso científico de que el cambio climático fue inequívocamente provocado por la hiper industrialización, está ocurriendo ahora y es muy peligroso. La amplia presencia de la industria en el campo también le dio un acceso temprano a la investigación de vanguardia que utilizó en su beneficio.  Exxon, por ejemplo, diseñó plataformas petroleras para adaptarse a un aumento más rápido del nivel del mar, incluso cuando la empresa negó públicamente que se estuviera produciendo un cambio climático.

Naomi Oreskes lleva décadas investigando las campañas de incertidumbres de las que se acusa a la industria petrolera.

Acción política

Las temperaturas altas, récord del caluroso verano de 1988, fueron la clave. La gran noticia se difundió. De acuerdo al científico de la NASA Jim Hanse, “el efecto invernadero se había detectado y estaba cambiando nuestro clima”.

Los líderes políticos tomaron cartas en el asunto. En el Reino Unido, la primera ministra Margaret Thatcher reconoció la amenaza global: “El desafío medioambiental que involucra a todo el mundo requiere una respuesta equivalente por parte de todo el mundo”.

En 1989, el jefe de estrategia de Exxon, Duane Levine, redactó una presentación confidencial para el directorio de la empresa. Se trata de uno de los miles de documentos de archivo de la compañía que luego fueron donados a la Universidad de Texas en Austin.

“Estamos comenzando a escuchar el inevitable llamado a la acción“, decía el documento y añadía que debían darse “pasos draconianos irreversibles y costosos”.

Kert Davies ha revisado los archivos de Exxon. Solía ​​trabajar como director de investigación en la organización activista Greenpeace, donde investigó la oposición empresarial al cambio climático. Esto le inspiró a crear el Centro de Investigaciones Climáticas.

“Les preocupaba que el público tomara acción y promulgara cambios radicales en la forma en que consume energía y se afectara su negocio”, explica. Añade que este miedo también se puede ver en otro documento del archivo que establece la llamada “posición de Exxon”, que debía “enfatizar la incertidumbre” sobre el cambio climático.

Lucha judicial

Algunos investigadores afirman que esto fue solo el comienzo de varias décadas de campañas para influir en la opinión pública y sembrar incertidumbre sobre el cambio climático.

En junio de 2020, el fiscal general de Minnessota, Keith Ellison, demandó a ExxonMobil, al Instituto Americano del Petróleo (API) y a Industrias Koch por engañar al público.

La demanda argumenta que “documentos desconocidos previos confirman que los imputados tenía bien entendidos los efectos devastadores que sus productos causarían al clima”. Agrega que, a pesar de contar con esta información, la industria “ejecutó estrategias de comunicación públicas que no solo eran falsas, sino también altamente efectivas“, que servían para “deliberadamente restar importancia a la ciencia” detrás del cambio climático.

Las acusaciones en contra de ExxonMobil y otros, que la compañía ha calificado de “sin fundamento”, se basan en las investigaciones que durante años han llevado a cabo personas como Kert Davies o Naomi Oreskes, profesora de historia de la ciencia en la Universidad de Harvard.

“En vez de aceptar la evidencia científica, decidieron luchar en contra de los hechos“, dijo Oreskes.

No lo llame metano, es gas “natural”

La manipulación subjetiva ha sido una constante, y dirigida a la opinión pública através del marketing publicitario. El metano es un gas de efecto invernadero aún más potente que el dióxido de carbono, pero ha recibido mucha menos atención. Una de las razones es que la industria del petróleo y el gas ha posicionado al metano, que los expertos en marketing etiquetaron ingeniosamente como “gas natural”, como el futuro de la economía energética. La industria promueve el gas metano como un combustible “limpio” que se necesita para salvar la transición de la economía de carbono de hoy a la era de energía renovable de mañana. Algunos van más allá y ven el gas como una parte permanente del panorama energético: el plan de BP es energías renovables más gas en el futuro previsible, y la compañía y otras grandes petroleras invocan con frecuencia “bajo contenido de carbono” en lugar de “sin carbono”.

Excepto que el gas metano no está limpio. Es unas 80 veces más potente para atrapar el calor en la atmósfera que el dióxido de carbono.

Hace tan solo una década, muchos científicos y ambientalistas veían al “gas natural” como un héroe climático. Los publicistas de la industria del petróleo y el gas alentaron este punto de vista presentando al gas como un asesino del carbón. El Instituto Americano del Petróleo pagó millones para publicar su primer anuncio de Super Bowl en 2017, presentando al gas como un motor de innovación que impulsa el estilo de vida estadounidense. Entre 2008 y 2019, API gastó más de $ 750 millones en relaciones públicas, publicidad y comunicaciones (tanto para intereses de petróleo como de gas), según un análisis del Centro de Investigaciones Climáticas. Hoy en día, la mayoría de los estadounidenses consideran que el gas es limpio, aunque la ciencia demuestra que no podemos alcanzar nuestros objetivos climáticos sin hacer una transición rápida de eso. La conclusión es que no podemos resolver un problema causado por los combustibles fósiles con más combustibles fósiles. Pero la industria ha hecho que muchos de nosotros pensemos lo contrario.

Hay pocas posibilidades de que la industria del petróleo y el gas pueda derrotar a las energías renovables a largo plazo. La energía eólica, solar y geotérmica, que son limpias y competitivas en costos, finalmente dominarán los mercados energéticos. Investigadores de la Universidad de California, Berkeley, GridLab y Energy Innovation han descubierto que EE. UU. puede lograr un 90 % de electricidad limpia para el año 2035 sin gas nuevo sin costo adicional para los consumidores. Pero la industria del petróleo y el gas no necesita ganar la batalla a largo plazo. Solo necesita ganar en este momento para poder seguir desarrollando campos de petróleo y gas que estarán en uso durante las próximas décadas. Para hacer eso, solo tiene que seguir haciendo lo que ha hecho durante los últimos 25 años: ganar hoy, luchar de nuevo mañana.

Campaña de incertidumbre

En el mismo año de la presentación de Levine, en 1989, muchas compañías energéticas e industrias dependientes de combustibles fósiles se juntaron para formar la Coalición Global por el Clima, que involucró a políticos y medios estadounidenses.

Luego, en 1991, el organismo comercial que representa a las empresas eléctricas en los Estados Unidos, el Instituto Edison Electric, creó una campaña llamada Consejo de Información para el Medio Ambiente (ICE) que tenía como objetivo “Reposicionar el calentamiento global como teoría (no como hecho)”.

Algunos detalles de la campaña se filtraron al periódico The New York Times.

“Ejecutaron campañas publicitarias diseñadas para socavar el apoyo del público, enunciando cosas como: ‘bueno, si el mundo se está calentando, ¿por qué Kentucky se está enfriando?’ Hicieron preguntas retóricas con el propósito de crear confusión y dudas”, explicó Oreskes.

El Edison Electric Institute no respondió a las preguntas sobre el ICE, pero le dijo a la BBC que sus miembros están “liderando una transformación de energía limpia y están unidos en su compromiso de obtener la energía que proporcionan lo más limpia posible”.

En 1990 hubo muchas campañas de este tipo. La industria planeó “identificar, reclutar y capacitar a un equipo de cinco científicos independientes para participar en la divulgación de los medios”.

Esta fue una táctica importante que asumía que el público sospecharía si la propia industria petrolera desestimaba el cambio climático, pero confiaría en la opinión de científicos aparentemente independientes.

Las compañías impulsaron a estos científicos a participar en debates de televisión, confundiendo a la audiencia general con detalles técnicos complejos.

El problema es que algunos de estos científicos que se mostraban escépticos sobre el cambio climático estaban recibiendo dinero de la industria petrolera.

Bob Brulle, profesor emérito de la Universidad de Drexel en Estados Unidos, estudió la financiación del “movimiento en contra” del cambio climático. Identificó 91 instituciones que negaron o restaron importancia a los riesgos del cambio climático, incluyendo al Instituto Cato y el ya desaparecido Instituto George C. Marshall.

Brulle descubrió que, entre 2003 y 2007, ExxonMobil dio US$7,2 millones a estos organismos. Mientras, entre 2008 y 2010, el Instituto Americano del Petróleo donó casi US$4 millones. En un reporte de 2007, ExxonMobil aseguró que cortaría la financiación a estos grupos en 2008.

Por supuesto, muchos investigadores argumentarían que ese dinero no influyó en sus investigaciones en contra del cambio climático. Parece que algunos tenían otra motivación. Y es que la mayoría de las organizaciones que se oponían o negaban la ciencia del cambio climático eran expertos de derecha, que solían estar en contra de las regulaciones. Estos grupos fueron aliados convenientes para la industria petrolera, ya que tenían motivos ideológicos para pronunciarse en contra de la lucha contra el cambio climático.

Poca confianza en la ciencia

La empresa petrolera ExxonMobil dijo a la BBC mediante un comunicado que “las acusaciones sobre la investigación climática de la compañía son inexactas y deliberadamente engañosas”.

“Durante más de 40 años, hemos apoyado el desarrollo de la ciencia climática con gobiernos e instituciones académicas. Ese trabajo continúa hoy de una manera abierta y transparente. Las declaraciones deliberadamente seleccionadas atribuidas a un pequeño número de empleados sugieren erróneamente que se llegaron a conclusiones definitivas hace décadas”.

Pero académicos como David Michaels temen que el uso de la incertidumbre en el pasado para confundir al público y socavar la ciencia haya contribuido a una peligrosa erosión de la confianza en hechos y expertos en todo el mundo hoy en día. Como ejemplo, cita las actitudes de la sociedad hacia temas modernos como la seguridad del 5G, las vacunas y el coronavirus.

“Al manipular cínicamente y distorsionar la evidencia científica, los fabricantes de dudas han sembrado en gran parte del público sobre la ciencia, lo que hace mucho más difícil convencer a la gente de su utilidad y vital importancia. No hay duda de que esta desconfianza hacia la ciencia y los científicos hace que sea más difícil detener la pandemia de coronavirus“.

Parece que el legado del “manual del tabaco” sigue vivo.

Una telaraña de oleoductos

Este es un ejemplo final de cómo la industria del petróleo y el gas planea la próxima guerra incluso cuando sus adversarios todavía están luchando en la última. Casi nadie fuera de unos pocos bufetes de abogados, grupos comerciales y personal del Congreso en Washington, DC, sabe qué es o qué hace la Comisión Reguladora Federal de Energía. Pero la industria del petróleo y el gas lo sabe y actuó rápidamente después de que Donald Trump se convirtiera en presidente para sentar las bases de décadas de futura dependencia de los combustibles fósiles.

FERC ha sido durante mucho tiempo un sello de goma para la industria del petróleo y el gas. La industria propone gasoductos y la FERC los aprueba. Cuando la FERC aprueba un oleoducto, esa aprobación le otorga dominio eminente al oleoducto, lo que en efecto hace que el oleoducto sea casi imposible de detener.

El dominio eminente otorga a una empresa el derecho legal de construir un oleoducto a través de las propiedades de los propietarios, y no hay nada que ellos o los funcionarios estatales o del condado puedan hacer al respecto. Un par de estados han bloqueado con éxito, aunque temporalmente, tuberías invocando estatutos federales como la Ley de Agua Limpia. Pero si esos casos estatales llegan a la Corte Suprema actual, es casi seguro que los tres jueces designados por Trump (Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney-Barrett) fallarán a favor de la industria.

Los ejecutivos de la industria del petróleo y el gas aprovecharon la llegada de Trump a la Casa Blanca. En los primeros días de su administración, investigadores independientes escucharon las reuniones comerciales públicas de los ejecutivos, quienes hablaron sobre “inundar la zona” en la FERC. La industria planeó presentar no solo una o dos, sino casi una docena de solicitudes de gasoductos interestatales. Trazados en un mapa, los oleoductos proyectados cubrían gran parte de los EE. UU. que parecían una telaraña.

Una vez que los gasoductos están en el sistema, las empresas pueden comenzar a construirlos, y los comisionados de servicios públicos en todos los rincones de Estados Unidos ven esta “infraestructura” de gas como un hecho consumado. Y los oleoductos están construidos para durar décadas. De hecho, si se mantiene adecuadamente, una tubería puede durar para siempre en principio. Esta estrategia podría permitir que la industria del petróleo y el gas mantenga la dependencia de los combustibles fósiles durante el resto del siglo.

En retrospectiva, está claro que los líderes de la industria del petróleo y el gas utilizaron la negación climática absoluta cuando convenía a sus intereses corporativos y políticos durante la década de 1990. Pero ahora que la negación absoluta ya no es creíble, han pasado de la negación a la demora. Los esfuerzos de marketing y relaciones públicas de la industria han destinado recursos masivos a un mensaje central de que, sí, el cambio climático es real, pero que los cambios necesarios requerirán más investigación y décadas para implementarse y, sobre todo, más combustibles fósiles. El retraso climático es la nueva negación climática.

Casi todas las principales compañías de petróleo y gas ahora afirman que aceptan la ciencia y que apoyan políticas climáticas sensatas. Pero sus acciones hablan más que las palabras. Está claro que el futuro que quieren es uno en el que todavía se utilicen abundantemente los combustibles fósiles, independientemente de lo que diga la ciencia. Ya sea vendiendo pesticidas mortales o combustibles fósiles mortales, harán lo que sea necesario para mantener sus productos en el mercado. Ahora que estamos en una carrera hacia un futuro de energía limpia, es hora de reconocer que simplemente no se puede confiar en ellos como socios en esa carrera. Nos han engañado demasiadas veces.

Fuentes: BBC/Phoebe Keane/The Bulletin/Naomi Oreskes/Jeff Nesbit/
REDCOM
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