¿Por qué muchos jóvenes no creen en la política?
Vivimos en una plutocracia abonada por muchos bien intencionados que imaginan vivir en un sistema donde cuenta la opinión de la gente para tomar decisiones que pudieran interferir en los planes de los que mandan de verdad. Los que mandan de verdad nos han venido educando para hacernos creer que el mundo que ellos diseñan para todos nosotros es algo aceptable y tan normal que tiene que ser aceptado como el único posible y deseable. Y si el Sistema Iglesia afirma que fuera de ella no hay salvación, el Sistema de los ricos del mundo con diferentes fachadas y el mismo propósito explotador y alienante niegan que pueda haberla sin ellos.
Vivimos en una distopía instalada en la conciencia de las masas como algo normal, y la forma de gobierno que los ricos calzan como un guante es esto que llaman democracia. Pero tal cosa- “gobierno del pueblo para el pueblo”- es todavía algo que ha de ser conquistado pacíficamente desde la calle y con principios éticos pacíficos y altruistas que incluyan a la naturaleza y al mundo animal. Y contra todo ello se conjuran a diario los políticos conservadores y ultras con su defensa del pensamiento único y sus aparatos represivos al servicio de la plutocracia mundial. Seamos realistas y no nos dejemos engañar.
Algunas personas nos interesamos por la justicia, la libertad, la unidad y todos aquellos valores sin los cuales la vida nos resultaría penosa, triste, y para muchos insoportable, y por eso hay suicidios. Nadie protesta, se manifiesta, se margina o se suicida por ser feliz, por disponer de lo necesario para vivir, por ser amado o por gozar de libertad. Quien protagoniza alguna de esas situaciones negativas sin poderlas remediar pese a todos sus esfuerzos, podría estar ante un asunto kármico y estar cosechando en esta vida los efectos de sus causas. Por ejemplo, fue injusto, coaccionó a alguien, contribuyó a crear conflictos y enfrentamientos, empujó a otros a una vida indigna y cosas por el estilo, y llegado el momento algo de eso le cayó encima como un golpe del destino. Y si algún sentido tiene la acción política es el de procurar aliviar las situaciones penosas de la ciudadanía. Sin embargo, este propósito no es fácil de cumplir, como veremos.
¿Es aplicable a la acción política la misma vara de medir que a una persona?…
La política es el arte de conseguir por métodos pacíficos que diferentes posturas ideológicas existentes en la sociedad sean capaces de dialogar y llegar a acuerdos para conseguir el bienestar de los ciudadanos. El bienestar de los ciudadanos debería ser siempre la meta de la acción política, de los partidos políticos y de los gobernantes. Difícilmente estaría en contra de este punto de vista una persona de buena voluntad y amante del bien ajeno tanto como del propio. Sin embargo, la vida política no parece tener mucho que ver con la buena voluntad de las buenas gentes y se presta a muchas trampas. La principal de ellas es la lucha por el poder de los gobernantes y de los que aspiran a gobernar.
Cualquiera con buen corazón y cargado de inocencia podría pensar que la competencia por el poder es una especie de celo bienhechor: cada partido quiere superar al otro en mejorar el bienestar, la salud, la educación, la libertad o la justicia de las personas bajo su mandato. Pero si alguien piensa esto es que vive en una realidad virtual como la que cuentan los telediarios. Y aunque tenga el mejor corazón del mundo puede tener la inteligencia en estado de hibernación.
La dura realidad, la de verdad, nos muestra que la política es un arte sucio, vil, rastrero, donde ciertos grupos de poder financiero, industrial y mediático estrechamente unidos por intereses afines, se enfrentan a otros grupos de poder financiero, industrial y mediático tan estrechamente unidos entre sí como lo están otros. Cada uno de esos grupos de poder tiene su propia expresión política, su partido representativo. ¿Alguien creía otra cosa? Cierto que existen grupos alternativos bienintencionados que intentan aliviar las necesidades de los pueblos, pero si quieren tener alguna posibilidad de ser escuchados tienen que someterse a las reglas del juego de los grandes grupos de poder, lo cual termina por restarles credibilidad y fuerza.Y es que todo se resume en esto: en una lucha por imponer los propios criterios entre facciones desiguales en poder económico y mediático opuestas en ideología.
Derechas, izquierdas, centro, son palabras vacías, tan solo indicaciones livianas de equipos de poder
El nombre de los equipos políticos o partidos, no los definen de verdad, pero son útiles para que las gentes les crean, les voten y terminen por someterse a las reglas de su juego. Ese juego, por desgracia, deja a un lado nuestras necesidades reales o las aborda con recortes, porque no es el juego de la verdadera política, no es el de la competencia por hacer mejor la vida de los ciudadanos eliminando lo que conduce a las desgracia mundial, como es la voracidad y violencia de los ricos y la resignación ovejuna y la envidia o el consumismo voraz de los demás para que el sistema siga produciendo cosas, sino la pugna, a veces descarnada, por ocupar poder, gozar de privilegios económicos, sociales y personales de los equipos de poder que consiguen los votos sumisos ciudadanos, y nada más. Así ha sido hasta ahora, y explica bastante la desafección por lo político de tanta gente y en especial los jóvenes. Y es que este modo de ejercer la acción política en que los supuestos beneficiarios son excluidos de participar directamente en las decisiones que conciernen a sus vidas sin ser consultados exhaustivamente y sin la posibilidad de revocar a los cargos electos no puede considerarse como política, sino como antipolítica, o seudopolítica. Eso permite que los partidos coloquen en sus filas a toda clase de individuos, a menudo impresentables, que llegan a diputados y hacen leyes, frecuentemente con secretismos inconfesables. Por ejemplo, y por citar algo concreto, los Tratados de Libre Comercio entre Europa y los EEUU o Canadá. Esta es una forma como otra de antidemocracia. Construir leyes que rigen un país a espaldas de quienes las tienen que acatar sin posibilidad de participar en su elaboración ni de ser cambiadas cuando erosionan el bien común, es una forma de antidemocracia. Así que vivir creyendo en el actual sistema es haber caído en algo parecido al mundo orweliano, en una mentira vivida como realidad: una distopía vivida con conformismo.
Los Parlamentos, las catedrales de la Democracia, han perdido su capacidad de tomar decisiones , porque las directrices se hallan fuera, en Bruselas, en EEUU, en la Bolsa, en el poder persuasivo de los lobbies en todas partes. Por obra y desgracia de todos ellos, la política, degradada, se ha rebajado a politiqueo. Y el politiqueo ocupa en los medios el lugar de la política y el tiempo de políticos, tertulianos y otras gentes que interese sacar a la palestra. El politiqueo es a la política como el Vaticano al cristianismo: impostura y distracción.
Cuando por existir en un país algún partido que las defiende en serio, el juego de la democracia se escora hacia las clases populares de modo que los más favorecidos por la fortuna pierdan demasiado poder, o que aquellas, ejerciendo su derechos reconocidos en el juego, aumentan sus cuotas de libertad, independencia, o poder, hasta poner en peligro el dominio efectivo de los ricos, aumenta su nerviosismo y esto fácilmente desemboca en enjambres de noticias falsas, medidas represivas, leyes restrictivas de derechos, recortes, y otras medidas que abren al final la caja de Pandora del fascismo. El fascismo, expresión extrema del poder de los ricos, es al mismo tiempo, su grito de miedo ante el poder popular. Y el miedo del fascismo todos sabemos cómo actúa. Lo vimos en la Alemania nazi, en la Italia fascista, en el Franquifascismo español que ocupa escaños en el Parlamento para vergüenza de todos los españoles, igual que otros de sus semejantes gobiernan en otros países de esta Europa desnutrida de principios de todo tipo.
Es posible que haya personas en este país o en otros que caigan en la trampa y les voten ; que gentes de buena fe crea que los corruptos, ladrones y mentirosos que han gobernado empobreciendo y robando por los cuatro costados durante tantos años, o que han sufrido el fascismos y sus lacras, crean que ha tenido una milagrosa metamorfosis y ahora el autoritarismo es la mejor opción para conseguir eso que tanto quiere la gente en todas partes a menos que su inteligencia se encuentre en coma: justicia, libertad, unidad, prosperidad. Pero que no esperen tales cosas, pues lo único que pueden dar los neofascismos y regímenes autoritarios no puede ser otra cosa que lo que siempre dan: miedo, mentiras, corrupción, robos y pasado: mucho pasado y muy oscuro.
Es comprensible que los jóvenes estén desencantados de la política. Al fin y al cabo lo que pueden percibir fácilmente es un forcejeo por el poder entre bandos políticos sostenidos por los ricos, salvo excepciones como PODEMOS. Y los ricos si tienen algún interés por los jóvenes no es otro que el de explotarlos. Entre tanto, más de la mitad en paro, otros en trabajos precarios y discontinuos y otros emigrados para buscarse la vida, no resulta estimulante para ellos el participar en un juego cuyas reglas les excluyen .Así que están hartos y desencantados y esto no es bueno para el futuro de ningún país. Antes nos rebelábamos los jóvenes y esto es lo que por suerte comienza a suceder en todo el mundo a consecuencia del cambio climático. Por algo se empieza.