GUERRA Y CRISIS CLIMÁTICA. LA TRANSICIÓN

Guerra y crisis climática. La transición ecológica ante sus límites

 

“No nos hagamos trampas en el solitario”, dijo Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, recientemente, en un acto organizado por la patronal vizcaína Cebek, “estamos descarbonizando Europa, pero a fuerza de exportar empresas, empleos y emisiones de dióxido de carbono a otras partes del mundo; el acero y el cemento chinos emiten juntos más dióxido de carbono que toda la economía europea, y si hacemos imposible la actividad industrial en Europa las empresas se irán”.

En el mismo evento, Imaz advirtió de que Europa se puede encontrar con problemas graves de suministro de energía “en o seis siete meses” e ironizó con la recurrente expresión de que “el gas es el pasado”: “que nos lo digan el próximo invierno si el gas es el pasado”. Para el CEO de Repsol, la transición energética comenzada en Europa ha descuidado dos pilares esenciales para el futuro de la economía de la Unión: la seguridad del suministro y la competitividad en el precio. Europa se enfrenta a un duro invierno de cortes de suministros y precios exorbitantes de la energía tras el inicio de la guerra en Ucrania. El gas ruso va a dejar de llegar con normalidad y no podrá ser sustituido de inmediato por el gas natural licuado procedente de otros lugares que, en todo caso, deberá ser obtenido a un precio mucho mayor.

La necesidad de replantearse el diseño previamente delineado para el proceso de transición ecológica en la Unión Europea, late en todo el discurso de Imaz. Repsol ha intentado transformarse, dejar de ser una petrolera, y convertirse en una empresa multienergía, con fuertes inversiones en las renovables, de la mano de Amancio Ortega, fundador de Inditex. Pero la tremenda tormenta geopolítica que representa la guerra de Ucrania pone en suspenso gran parte de los presupuestos fácticos en los que se sustenta la estrategia de descarbonización en el continente. El proceso de transición ecológica en Europa, por tanto, podría ser repensado y rediseñado.

Paralelamente, BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, que administra casi 10 billones de dólares (hay que recordar que el PIB español no llega a los dos billones), manifiesta públicamente que va a implementar un cambio de estrategia respecto de sus exigencias climáticas en los consejos de administración en los que participa. BlackRock, que hasta ahora se había presentado como una organización que fomentaba las inversiones verdes y las propuestas climáticas en las juntas de accionistas, desde la premisa, sentada por su consejero delegado, Larry Fink, en 2020, de que “el riesgo climático es un riesgo de inversión”, considera ahora que muchas de estas propuestas se han vuelto “demasiado extremas o, demasiado prescriptivas” en el actual contexto.

Para BlackRock la guerra de Ucrania cambia el escenario e impone nuevas necesidades. Ahora se requiere, de urgencia, más inversión a corto plazo en la producción de combustible tradicional para garantizar la seguridad energética. El megafondo norteamericano rechazará en los consejos de administración en los que se sienta, por tanto, las propuestas destinadas a dejar de financiar a las empresas de combustibles fósiles, a obligarlas a desmantelar activos, o a marcarles objetivos de obligado cumplimiento de reducción de emisiones en sus cadenas de suministro o relativas a sus clientes.

La guerra y el interminable shock en las cadenas de suministro empujan, también, a las empresas a replantearse sus prioridades en un nuevo escenario. Según un informe de PwC, redactado sobre la base de la información aportada por 244 directivos responsables de grandes compañías internacionales, la dirección de las empresas tiende a centrarse en la mejora de la eficiencia económica de sus procesos y en la minoración de los costes. Sin embargo, sólo un 21 % de ellos considera ahora una prioridad la automatización de procesos o la mejora de la resiliencia de sus cadenas de suministro. Un porcentaje aún menor menciona la digitalización de los procesos o la mejora de la sostenibilidad en las cadenas de valor, como una de sus principales prioridades. Si bien se puede interpretar que la situación de colapso de las cadenas globales de suministro impulsará un proceso de relocalización hacia territorios de proximidad de muchas actividades, lo cierto es que los grandes gigantes industriales de nuestro tiempo no pueden moverse con la flexibilidad y rapidez que sería necesaria en un contexto de inseguridad económica y subida prevista de los tipos de interés.

Es decir, el proceso de transición ecológica, tan trabajosamente delineado y arrancado a la élite global por las movilizaciones ecologistas, se enfrenta a un enorme “cuello de botella” que puede convertir el Green New Deal prometido en un intento fallido de lavarle la cara con algunos añadidos verdes a una economía de guerra sometida a las contradictorias pulsiones de descarbonizar y aumentar la producción de inmediato.

Si bien los Fondos Next Generation EU han sido ya aprobados e incluyen entre sus criterios principales de concesión la sostenibilidad, entendida como la simple descarbonización de la movilidad y la expansión de las energías renovables, las decisiones fundamentales que acompañan al proceso de transición ecológica europeo van, cada vez más acusadamente, por otro camino. Hace poco conocimos la propuesta de la Comisión Europea que implicaba que la “taxonomía verde” para las inversiones que se va a aprobar considere como sostenibles las relacionadas con la energía nuclear y el gas. Al mismo tiempo, la urgencia bélica en Europa impulsa la inversión en la dirección de la mejora de la infraestructura gasística y petrolera (construcción de nuevos ductos para garantizar el suministro en Hungría y otros países, al margen de los combustibles rusos; edificación de plantas de regasificación del GNL estadounidense en Alemania, etc.). El gasto “verde”, que ya en el propio plan de transición comunitario se dirigía fundamentalmente a salvaguardar las posiciones futuras de mercado de las grandes energéticas y no a generar una trama social sostenible desde la soberanía económica de las poblaciones, puede ser desviado de nuevo hacia el esfuerzo bélico y la subsistencia del viejo modelo “fosilista”, con la excusa de las urgencias impuestas por la guerra.

El proceso de expansión de las energías renovables no va a ser abandonado, ya que se ha mostrado con un jugoso mercado para numerosos actores económicos de todo tipo, siempre que se diseñe de una manera centralizada y oligopólica. La viabilidad futura de la movilidad electrificada a gran escala, sin embargo, precisa de niveles aún mayores de inversión en I+D+i. Si ya era dudoso que se pudiera superar la barrera tecnológica y ecológica que impide de momento la expansión del coche eléctrico (necesidad de determinados minerales raros, falta de electrolineras, etc.), en el nuevo escenario económico global va a ser muy difícil movilizar la inteligencia y el capital necesarios a gran escala para sustituir sustancialmente el parque móvil actual por vehículos de este tipo.

El mundo va a tener que decidir, o una transición ecológica mínimamente digna de tal nombre, o la deriva autoritaria y el tendencial caos climático que acompañarán al proceso, ya iniciado, de décadas de guerra abierta o fría con los países emergentes. La geopolítica ha colisionado con el Green New Deal. En el momento exacto en el que es imprescindible una acción concertada para evitar los peores efectos del cambio climático, las élites globales se enfrentan abiertamente por la hegemonía futura.

Los grandes capitales no pueden disciplinarse a sí mismos. Su pulsión básica es la acumulación, a la que se subordina todo lo demás. No se trata de una elección consciente ni de una falla moral, sino del impulso esencial, material, que impone un mercado competitivo donde el grande se come al chico. Para disciplinar a los capitales hace falta grandes dosis de presión social y una fuerza material que pueda imponerles límites. Nuestros dirigentes políticos están a otra cosa: decidir quiénes, de entre ellos, llevaran el cetro de mando sobre un futuro mundo devastado. La transición ecológica será también una gran transformación de las estructuras del poder económico y político, una transformación propiamente civilizacional, o no será.

 

José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared

 

Imagen de portada: Autor: Vladimir Morozov  – Licencia Creative Commons: © Vladimir Morozov 2019

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