Los huesos de la memoria y la verdad
Hay libros que se leen en un suspiro, la lectura del que comento en esta página, dependiendo del estómago y los escrúpulos de cada cual, es de los que hace que los suspiros se sucedan páginas tras página, ya que no hay una sola en la que no haya algún hecho infame, que cierto se entreveran con ejemplos de dignidad. Conste que la lectura es de fácil acceso, ya que tanto el estilo como el género, podría calificarse de crómica, está alimentado por la oralidad de las numerosas entrevistas y visitas in situ que la periodista polaca Katarzyna Kobylarczyk (Cracovia, 1980) ha realizado para la elaboración de su «Costras. España hurga en sus heridas», editado por Crítica. Vaya por delante que el libro fue galardonado con el premio Ryszard Kapuscinski de Reportaje Literario; del mismo modo que no me corto en recomendar esta obra como texto en los centros de enseñanza, más cuando las tentaciones neofranquistas (¿neo?) asoman la garra por todas las esquinas de la piel de toro hispana. Franco la muerte, cantaba el bueno de Léo Ferré.
Ciertamente el libro hace buena la expresión del cantante monegasco. La autora da cuenta de diferentes exhumaciones, al tiempo que va desvelando las circunstancias de detención, desaparición y abandono de muchos de los restos óseos hallados. Toda una geografía de la ignominia de Milagros, Málaga, Sevilla, Pajares de Adaja, Aguadillos de la Fuente de las Rosas, Fuentes de Andalucía, etc. que Kobylarczyk visitó, asistiendo a la búsqueda promovida por diferentes parientes de los asesinados, cuyos cadáveres fueron arrojados en cunetas, zanjas o fosas, y por diversas asociaciones de memoria histórica; allá charló con quienes se dedicaban a las tareas de exhumación y se enteró, y nos lo da a conocer, de las vicisitudes de detención y asesinatos de muchos seres con nombre propio, de quienes nunca se supo el destino final, a lo más en el caso de algunos que fueron hallados con anterioridad, constaba que había sido a causa de la guerra. Además de los parientes que mostraron tenacidad por conocer el destino final y la ubicación de los suyos, la autora entrevistó a algunos de los antropólogos forenses que participaron o dirigieron las tareas de recuperación, como el lector de huesos Francisco Etxeberria o Francisco Ferrándiz, de los que recibió lecciones acerca del modo de hallar la identidad de los huesos hallados, del modus operandi de los asesinos y de los objetos que duraban más que los propios restos orgánicos: monedas, cristales de gafas, suelas de zapatos, dientes de oro, botones, grafitos de lápiz, navajas, etc. en aquellas tierras de los muertos que en los pueblos se conocían pero se callaban por temor, y que eran evitados en lo que hace a cultivar, obstaculizando que los pequeños se acercasen a tales lugares difundiendo para ello diferentes leyendas que espantaban a los posibles muchachos de tales parajes.
A través de las conversaciones la periodista se entera del final que esperaba a todos los rojos, considerados como tales a «quien hablaba más de la cuenta,(y de forma inapropiada), quien frecuentaba los lugares indebidos, quien exigía demasiado, quien ondeaba la bandera inadecuada, quien leía periódicos impropios, quien firmaba en lugares que no correspondía, quien no mostraba entusiasmo por la causa nacional, quien participaba en las manifestaciones». La amplitud de los criterios utilizados para considerar no adictos al alzamiento y miembros, en consecuencia, de la anti-España, eran estrictos y así muchos inocentes, no implicados en militancia alguna, eran liquidados desde el primer momento por medio de listas que circulaban basadas en las informaciones de diferentes vecinos delatores. Varias cosas van quedando aclaradas al paso de las páginas: así, la colaboración que se establecía entre falangistas de diferentes pueblos para intercambiarse la limpieza de indeseables, haciendo que los de un pueblo se encargasen de la de otros, buscando lugares algo alejados para liquidar a los elegidos y así borrar las pistas de adónde habían sido llevados; igualmente queda claro que muchas veces, como queda claro en algunas de las localidades nombradas, no eran víctimas de la guerra ya que en tales pagos no había habido frente de guerra, ni combates. Se dan a conocer otros medios realmente crueles de quitar de en medio a los no conformes: así los carceleros pasaban la noticia de a qué hora iban a ser puestos en la calle algunos presos, lo que hacía que bandas de falangistas y otras yerbas les esperasen a la salida y les liquidasen. ..y qué decir de que tras dispararles en la cabeza y rematarles ya en la fosa, como quedan claramente explicado en los informes forenses, los colocasen cabeza abajo para que sus almas no subiesen al cielo…tal vez mejor ya que allá se encontrarían otra vez con sus verdugos, hombres de bien ellos.
En muchos casos el silencio era mantenido por miedo a posibles represalias, aun después de haber finalizado la guerra, y que concluida ésta, llegó la paz de los cementerios, para aquellos que en tales camposantos hubiese hallado el reposo; tal silencio era promovido, y lo es todavía, por quienes decían que era mejor olvidar el pasado, no remover las cosas, sin reparar en que los muertos muertos están pero los vivos merecen la paz de conocer la verdad, de saber el paradero de sus parientes muertos, asesinados, ya que la herida ha de ser sanada.
En los años de paz, de la nueva España, las represalias por lo que habían hecho los abuelos u otros parientes, recaían en sus herederos, tanto en lo que hace a buscar trabajo, cuando no en otros asuntos más graves de cara a subsistir.
El libro tiene el mérito de ir combinando las tareas relacionadas con las labores de exhumación (aspecto en el que las páginas se convierte en un verdadero manual de las técnicas que se utilizan, y hasta de cuestiones relacionadas con la matemática de los huesos de cada ser humano, y la distribución de los 103 millones de huesos acumulados en el suelo hispano), con las discusiones acerca de la memoria histórica y las leyes que han ido legislando al respecto; se cuelan igualmente algunas declaraciones de los vencedores, Franco a la cabeza, exigiendo castigos ejemplares, ya que ninguna piedad ni clemencia se podía, ni debía, tenerse con quienes habían luchado contra España. Algunas coplas del catecismo patriótico español, y otros materiales del nacionalcatolicismo, que describían lo que es ser un español como es debido.
Si la primera parte, Flores y moscas, se centra en los aspectos que de manera resumida he expuesto, la siguiente, La montaña hueca, se centra en el sueño, luego hecho realidad, del caudillo por construir un monumento en honor a los caídos por Dios y por España, al que por cierto fue él mismo, cadáver ya, a parar, con el desalojo posterior: el Valle de los Caídos. Se explican los diferentes pasos en su construcción, los retrasos y las injerencias del propio Franco que era aficionado a la arquitectura y que no se privaba a la hora de discutir sobre la construcción del monumento y del cementerio subterráneo. Se dan a conocer los empresarios responsables de la construcción, y el recurso a prisioneros para utilizarles como mano de obra. La mano dura del generalísimo quedó plasmada, ya en 1939, con la Ley de Responsabilidades Políticas que alcanzaba a todos aquellos que o hubiesen mostrado entusiasmo con la Causa, alcanzando el duro peso de la ley hasta en los ya muertos.
No queda ahí el contenido de la obra ya que se extiende a los huidos al extranjero participando allá en la lucha contra el nazifascismo, acabando algunos de ellos en los lager nacionalsocialistas como Mathausen,etc., viéndose la colaboración de las autoridades hispanas que o bien miraban para otro lado o bien se hacían lo locos, como quedaba claro en alguna entrevista que la pionera Monserrat Roig hiciese al respecto a algún jerifalte franquista, Ramón Serrano Suñer.
El repaso concluye con una parte dedicada a la acción violenta del lado republicano con respecto a sacerdotes y combatientes cruzados. Como no podía ser de otro modo, esta cuestión ocupa menos espacio que los anteriores aspectos tratados y ello es natural si en cuenta se tiene que en el mayor de los casos los muertos del llamado bando nacional recibieron una sepultura debida al tiempo que los homenajes, honores y monumentos; mientras que los del otro lado quedaron perdidos en las cunetas, sometiendo a sus familias al dolor, a la ignorancia y a la pretendida indignidad, de unos seres que fueron asesinados como ejemplo de dignidad y libertad…y las historias de familias enteras, de numerosos fusilados, al igual que las labores por hallar las fosas y los desaparecidos allá yacentes quedan expuestas con una claridad meridiana y accesible a los lectores, en un esfuerzo por colaborar en restañar las heridas que todavía continúan abiertas en ese país de nombre España, que realmente – como decía el lema- es diferente, y basta para confirmarlo ver cómo se han tratado estos temas en países como Bosnia, Argentina, Chile, Polonia…
No me importa repetirme: el libro es clarificador donde los haya, y entreteje de manera ejemplar diferentes aspectos históricos, políticos, ideológicos, relacionados con la memoria, con los recuerdos del pasado y con las heridas que perduran.
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P.S.: no me resisto a señalar, a pesar de que no es una cuestión que entorpezca la lectura y comprensión de la obra, que hay algunas expresiones -calculo que es cosa de la traducción- que realmente crujen, o que al menos a servidor le han saltado al ojo:
+ “gendarme de la Guardia Civil”, en vez de decir miembro o número de,
+ “gobiernos regionales” en vez de autonómicos (p. 37 por ejemplo)
+ “Frente Nacional” cuando lo correcto sería decir Frente Popular (p. 90).
Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared