CONTRA LA DISCRIMINACIÓN POR EDAD

Contra la discriminación por edad

 

«…este texto, que más que un libro de ensayo es un cuaderno de notas, un amoroso vagabundeo al país de la literatura y la poesía, una investigación abierta al encanto de los encuentros y al azar de las preguntas en esos lugares de “retiro”, recoge las cosas que he visto»

Esto dice Laura Adler (Caen, 1950) refiriéndose a un libro de Victor Hugo, El arte de ser abuelo, y ciertamente a lo que ella se entrega en su «La viajera de noche», editado por Ariel, se podría aplicar palabra por palabra a su libro; hay notas, reflexiones, anécdotas, ejemplos, citas, etc.. La periodista, ensayista editora , productora de radio y célebre biógrafa (son destacables sus acercamientos a Marguerire Duras, Hannah Arendt, Françoise Giroud y Simone Weil), habla en esta ocasión de sí misma, de escenas vividas por ella o por otras, al tiempo que busca apoyos en diferentes escritores, músicos, cineastas y artistas (la lista resultarían interminable, así que me limitaré a unos cuantos: Paul Nizan, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Marcel Proust, Gustave Flaubert, René Chateaubrian, Virginia Woolf, Jean-Luc Godard –que la terre soit douce pour vous; mientras escribo se da la noticia de su fallecimiento-, Claude Monet, Günther Anders, Nathalei Sarraute, Michel de Montaigne, Emmanuel Kant, Emmanuel Lévinas, Paul Celan, Philip Roth, Régis Debray, Johnny Halllyday, etc., etc., etc.), tomando algunas palabras de sus obras o de sus diarios, o anécdotas de su vida, tomándoles, en algunos casos como verdadero ejemplo de vidas vividas intensamente (Marguerite Duras, Annie Ernaux, Simone de Beauvoir y Edgar Morin, de manera relevante), sin dejar de dar algún tirón de orejas que otro a algunas voces que caen en los tópicos discriminatorios, al tiempo que racistas o similares.

«Hay algo peor que un viejo sin ningún signo distintivo: una vieja. Hay algo peor que una vieja, y es un viejo pobre. Hay algo peor que un viejo pobre: una vieja pobre», desde el principio se ve la dirección que adopta la autora, y el acento feminista que marca su trayectoria: luchar contra la discriminación y marginación que padecen los viejos y, de manera especial las viejas, que en algunos casos cobran jubilaciones realmente míseras o no las cobran. En esta sociedad -se refiere de manera detallada a la situación de su país del que aporta cifras relacionadas con la demografía y las previsiones de ésta- en que impera el consumo, la hiperproducción, el afán por la novedad permanente, y la juventud como modelo, los viejos…poco menos que tienen como destino la poubelle. Son reducidos, los viejos, en general a seres sobrantes, no productivos a los que se les asignan lugares que en no pocas ocasiones son salas de espera para la muerte; las viejas, ya a partir de cierta edad, son consideradas como objetos, no de deseo como lo fueron en sus tiempos jóvenes, sino como trstos inservibles, y si se muestran competitivas en ciertos terrenos se las considera como impostoras o como usurpadoras…más si se refiere al ejercicio físico (significativa la anécdota de una señora que siendo virtuosa en natación, fue reprendida, en la piscina, por un joven molesto que consideraba que la mujer quería hacer ostentación de que era más que los demás) y nada digamos si alguna se campanea en relación al sexo: a cierta edad de eso no se habla, y si se hace, del mismo modo que si el modo de vestir resulta -digamos que- seductor, los insultos o descalificaciones surgen de inmediato: qué se habrá creído, no se da cuenta de que es una vieja. Saca a relucir la autora el ejemplo de otras sociedades actuales, obviando las de la Antigüedad, en las que no solamente se respeta a los anciano sino que se les venera al considerarles la viva imagen de los ancestros (los kikuyu); entre los wolof y los serer, en Senegal, la anciana madre del rey era venerada; estos casos responden a una visión bastante común en la África negra. No sucede lo mismo en otras latitudes en las en las que se responsabiliza a las viudas de la muerte de sus maridos, expulsándolas de la sociedad, caso que se da en la India, mas, sin ir tan lejos en otros país más cercano que también empieza por i, Italia se celebraba el cuarto domingo de Cuaresma una fiesta de significativo nombre: la aserradura de la vieja…La imagen dominante de las viejas como brujas, locas, seres que quiebran el orden simbólico de la sociedad, impera en la literatura, en las imágenes y en el imaginario social.

Distingue Laure Adler, entre sentimiento de la edad y la experiencia de la vejez. En lo que hace al primero, señala que cada cual se considera joven o viejo dependiendo no solamente de su carácter, sino también de diferentes momentos que hacen que en un mismo día uno se pueda sentir viejo y en otro joven, ya que una cosa es ser y otra es sentirse, y no resulta adecuada ni pertinente la edad del carnet de identidad, sino que hay otros factores que juegan en la construcción de la vejez, como es, además de la mirada propia ante el espejo, y la mirada de los otros, nada digamos si la mirada de otros va acompañada de palabras, que puede suponer una desagradable toma de conciencia repentina y cruel. Se puede constatar que hay viejos a los veinte años y jóvenes a los setenta, a los que se puede añadir un abanico fluctuante.

El paso del tiempo atraviesa nuestras vidas y hace que aumente la edad, con celebraciones de cumpleaños que a algunos repatean y a otros deprimen directamente al pensar en la cifra…de ahí esas zarandajas de la crisis de los cuarenta, de los cincuenta o de los vaya usted a saber; Michel Tournier cuando cumplió los setenta y cinco años declaró: «hoy es mi cumpleaños. ¿Diremos que soy un adulto viejo o un joven anciano? Me da igual»…y es que el tiempo fluye y muchas veces se da la pretensión de frenarlo de creer que no se mueve. No le faltaba razón a Pierre Bourdieu cuando decía que «no se sabe a qué edad empieza la vejez, igual que no se sabe a qué edad comienza la riqueza».

El cambio de los tiempos también provoca cambios en el lenguaje y así se emplean términos que evitan nombrar la temida y aborrecida vejez, como edad avanzada, tercera o cuarta edad (a no mucho tardar se hablará de la quinta), los seniors, se habla de la silver life, y estos vericuetos del lenguaje acaban desvelando una marca de distinción entre quienes tienen medios para vestir guay, para ir al gimnasio y atiborrarse a masajes, cremas y otras vainas, lo que hace de ellos unos viejos con dignidad, y quienes no tienen dónde caerse muertos, poseedores de una indigna vida…Del mismo modo que hay residencias para ancianos con todo tipo de comodidades y otras que se asemejan a guarderías en las que se trata a los internos como verdaderos idiotas, infantiliándolos. Mención especial merecen las cuidadoras que con salarios de miseria hacen la vida más llevadera a no pocos ancianos y ancianas, a pesar de que con respecto a ellas se dan unos niveles de consideración nulos, cuando no abiertamente despectivos.

El libro, que en el mercado hexagonal vendió más de 120000 ejemplares, tomó el título, inspirándose en el último texto que escribió Chateaubriand en el que Laure Adler leyó: «la vejez es una viajera de la noche: la tierra queda oculta para ella, solamente puede ver el cielo», es una abierta reivindicación de los valores de la vejez, del debido respecto hacia ella, y una llamada a asumir el paso del tiempo, apostando por seguir siendo yo misma, aun siendo ya otra.

Un libro que presta atención a un tema que no ha de ser preocupación de una franja de la sociedad sino que ha de interesar a todas las edades si en cuenta se tiene que el trato y consideración de los mayores, de las viejas y viejos, es una marca del nivel de civilización…siendo, por otra parte, el horizonte que a todos espera.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

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