LA GUERRA EN UCRANIA. UNA DESCRIPCIÓN SUMARIA DEL ESCENARIO BÉLICO

LA GUERRA EN UCRANIA. UNA DESCRIPCIÓN SUMARIA DEL ESCENARIO BÉLICO

Actualmente se están desarrollando 59 conflictos bélicos en el planeta. La mayor parte de las veces se trata de guerras olvidadas, ignoradas por los medios de comunicación que se ocupan de ellas solo por la llegada ocasional de oleadas de huidos a las fronteras o por la implicación, a través de misiones militares en el exterior, de los ejércitos de los países del norte del mundo. Se definen como “guerras de baja intensidad”, pero causan destrucción, pobreza y víctimas (120.000 en 2020) a la par que las de “alta intensidad” comentadas por los medios de comunicación.

Todas las guerras están causadas por razones económicas y de poder: tras las motivaciones religiosas, étnicas, territoriales y “éticas” (aunque una guerra nunca puede ser ética, cada vez se utiliza más esa excusa) siempre hay alguien que gana y que, cuando pierde algo, lo considera una inversión para ganar más todavía en el futuro.

Asombra que en los razonamientos que se hacen sobre la guerra de Ucrania no se tenga en cuenta para nada este dato. Que no se haga lo que en otros tiempos se llamaba un análisis de “clase” buscando entender las motivaciones de poder en el origen del conflicto. Se echa en falta este tipo de análisis que ha comportado la deriva belicista en sectores de la izquierda institucional que en tiempos se llamaban “pacifistas” y en partes del  movimiento anticapitalista y libertario. En todos los países que constituían la Unión Soviética, a excepción de los países bálticos, quien detentaba parcelas de poder económico y político en nombre del Partido Comunista, se lo ha apropiado, con métodos en parte legales y en parte mafiosos, una vez constituidos los nuevos  estados. El poder político está gestionado por autócratas, ininterrumpidamente en el poder durante décadas, que una vez cesan, por motivos biológicos, han sido sustituidos por otros autócratas. Rahmon, presidente de Tayikistán, y Lukhasenko, en Bielorrusia, están en el poder ininterrumpidamente desde 1994. Putin está en el poder en Rusia desde hace 23 años, Mirziyoyev, en Uzbekistán desde hace 20. Cuando no lo son por décadas es porque el autócrata precedente ha durado mucho, como Nazarbaev en Kazajstán, que de secretario general del Partido comunista de Kazajstán (y presidente de la República Socialista Soviética kazaka) se ha mantenido en el poder de 1990 a 2019.

El poder económico ha caído en manos de un restringido reducto de personajes responsables de las empresas estatales en tiempos de la URSS, que se han convertido en sus dueños. Estos sujetos (y sus familias) tienen estrechísimos lazos con el poder político y a veces desempeñan papeles institucionales. Más que una clase social, se trata de una casta en la que se entra (salvo rarísimos casos) por derecho de nacimiento. En la terminología utilizada en esos países son llamados “oligarcas”.

Hay que subrayar otra cosa para comprender la renta en esos países. En Rusia el uno por ciento más rico detenta el 58 por ciento de la riqueza del país; en Estados Unidos, el 10 por ciento más rico detenta 18 veces lo poseído por el 10 por ciento más pobre. La pirámide social estadounidense tiene un mayor peso de la alta burguesía respecto de la rusa, pero quien detenta la palanca no cambia, solo que en EEUU, aun estando guiados por oligopolios, estos personajes no son llamados oligarcas sino emprendedores.

También en Ucrania están los oligarcas que, a falta de un autócrata que sustituyese a Kucma en el poder de 1992 a 2005, se han alternado en la gestión del Estado: todos los candidatos a la presidencia ucraniana y sus valedores proceden de esa casta. En 2008, el hombre más rico de Europa era un oligarca ucraniano (Rinat Akmetov) y, en la época, los oligarcas ucranianos tenían un patrimonio parejo al 85 por ciento del PIB del país. La mayor parte de ellos militaba en el Partido de las Regiones, cuyo líder, Janukovic, fue elegido presidente de Ucrania en 2010.

Tres años más tarde, los oligarcas ucranianos vieron descender su patrimonio al 45 por ciento del PIB y Akmetov bajó al décimo puesto entre los europeos más ricos. Esta debacle de los oligarcas ucranianos ha determinado la opción de cambiar de referente internacional de la unión euroasiática, controlada por Rusia, a la Unión Europea (en la que, por cierto, Ucrania no entró, precisamente por la presencia de los oligarcas y por su alto nivel de corrupción).

Cuando Janukovic, en 2014, rechazó firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, estalló la revuelta. Sobre el modelo de la victoriosa protesta, llamada “revolución naranja”, utilizada en 2014 para echar al propio Janukovic, que había ganado las elecciones mediante embrollos electorales, los manifestantes se habían concentrado en la plaza central de Kiev, la plaza de la Independencia, que en ucraniano se llama Majdán Nezaléznosti.  La opción de Janukovic fue ahogar la protesta en sangre. Durante los violentos enfrentamientos, extendidos por el resto del país, hubo centenares de víctimas, casi todas manifestantes, y algún policía.

Pocos días después de la fuga de Janukovic, el ejército ruso invadió Crimea. Hay que subrayar que la invasión se completó en tres semanas y sin encontrar resistencia. A la vez, armadas, financiadas y apoyadas con el envío de mercenarios de Moscú, se crearon milicias filorrusas que tomaron el control de muchas ciudades de la cuenca del río Donec, que en ucraniano se llama Donetsky Bassei y se lee abreviado Donbás.

El Donbás era la región más rica de Ucrania(en la época producía el 20 por ciento del PIB), y, precisamente por ello, la mayor parte de los oligarcas es originaria de allí. El ejército ucraniano estaba  en desbandada entre deserciones, fugas y acuerdos de algunos comandantes con los rusos, y otro oligarca, Kolomoiski, financió con decenas de millones de dólares a una treintena de grupos paramilitares (Aidur,Jarkiv,Azov y otros) reclutados entre los forofos del fútbol y los grupos fascistas, creando un ejército personal de 12.000 hombres. Estas milicias han reconquistado parte del territorio tomado por los paramilitares rusos, formados a su vez por grupos fascistas, como el Vostok (financiado por Akmetov), y por mercenarios rusos de la Wagner (que en Donbás recibió su bautismo de fuego).

Además de reconquistar importantes ciudades a los insurgentes (Jarkov, Mariupol), las milicias ucranianas han causado estragos a los filorrusos en otras partes del país. El episodio más famoso es la “matanza de Odesa”, donde fueron quemadas vivas 42 personas en el incendio de la casa de los sindicatos. Para demostrar el hecho de que no existen nazis  “buenos” ni nazis “malos”, ambos grupos paramilitares se han hecho responsables de crímenes de guerra, tanto que ni Rusia ni Ucrania se han adherido al Tribunal Penal Internacional contra los crímenes de guerra. Lo que hace de todo punto veleidosa la petición de Biden (por otro lado, los EEUU tampoco se han adherido al Tribunal) de procesar a Putin por crímenes de guerra.

De 2014 a 2022 en Donbás, según el informe de la OSCE, se han producido 14.000 víctimas; 3.404 civiles, 4.400 paramilitares y del ejército ucraniano, 6.500 paramilitares filorrusos. La división del Donbás ha determinado una profundísima crisis económica en la región. El PIB del Donbás es ahora el seis por ciento del PIB ucraniano, y el PIB per cápita de la región, que era de 3.700 dólares en el período de 2007-2013 (con el ucraniano a 2.800 dólares per cápita) ha caído a 1.100 dólares en el período 2014-2020 (mientras que el ucraniano “solo” ha descendido a 2.100 dólares  anuales).

En el resto de Ucrania, de 2014 en adelante, las formaciones paramilitares se han integrado en el ejército ucraniano, respetando su línea de mando, manteniendo el nombre original (como el Azov) o convirtiéndose en batallones anónimos (como el Aidar). A este peso en el plano militar no ha correspondido otro tanto en el plano electoral. El partido más a la derecha de los presentes en las elecciones ucranianas, Pravy Sektor, a pesar de reivindicar haber tenido un papel de primer plano en la revuelta del Maidán (aunque ninguna de las centenares de víctimas pertenezca a esta organización), nunca ha conseguido un gran consenso popular: en las elecciones bascula en torno al dos por ciento de los votos. El oligarca que le había financiado, Kolomoiski, se ha convertido en el padrino político de Zelenski. Putin utiliza esto para calificar de “nazi” a Ucrania. Ucrania no es “nazi”, es un país donde los capitalistas gestionan el Estado y utilizan incluso hasta a las milicias fascistas para reforzar su propio poder. Tras la invasión de Crimea y del Donbás, en Ucrania se ha difundido un fuerte sentimiento contra Rusia, incluso entre la población de habla rusa y a pesar de que están extremadamente difundidas las parejas en que uno es rusófono y el otro ucranófono. Mientras que antes de 2014 la contienda electoral habitual se daba entre  un oligarca filo UE y otro filorruso, desde 2014 los filorrusos no han vuelto a tener éxitos electorales. En la primera vuelta de las elecciones de 2019 (que han visto la victoria de Zelenski en la segunda vuelta con el 75 por ciento de los votos) el candidato filorruso (Boyko) ha sido el cuarto, con el diez por ciento de los votos.

El nacionalismo ucraniano ha sido utilizado por los partidos en el poder para acrecentar su propio consenso electoral. A través de los años se han promulgado diferentes leyes para imponer el uso de la lengua ucraniana en todos los ámbitos públicos (en las relaciones con el Estado, en la escuela, en la televisión y en la radio). Anteriormente se había previsto el bilingüismo en algunas ciudades y regiones del país en vista de que, a parte del treinta por ciento de rusófonos, hay importantes minorías húngaras, polacas y rumanas concentradas en algunas áreas.

Esta política ligislativa de ucranización forzosa de las minorías ha estado acompañada de intimidaciones policiales en perjuicio de la comunidad rumana de Besarabia, y de agresiones por obra de la extrema derecha hacia personas y centros culturales.  El único episodio que ha tenido eco internacional ha sido la agresión al Forum de las Minorías Nacionales de 2017, y sólo porque estaban presentes parlamentarios polacos, húngaros, rumanos y moldavos mientras la reunión era interrumpida por grupos fascistas. Zelenski, judío y rusófono, ha construido parte de su propio éxito político precisamente sobre la intolerancia de parte de la población precisamente ante esa escalada nacionalista. La otra parte de su éxito la ha construido presentándose  como una faceta nueva y declarándole la guerra  a la corrupción y a los oligarcas. Una vez elegido no ha hecho mucho en un sentido ni en otro. Se estudia la ley contra los oligarcas para excluir a sus protectores(con Kolomoiski a la cabeza) de la definición de “oligarca” y de hecho se limita a prohibir la financiación directa a los partidos políticos. Esta decepción ha conducido a una ruptura de los consensos en torno a su figura, que antes de la invasión rusa habían descendido al 20 por ciento.

Esta era la situación en Ucrania a principios de año. A nivel internacional, los países occidentales estaban en fase de reorganización militar, tras la ruinosa fuga de Afganistán, y política, con el Brexit, el desencuentro estadounidense entre el nacionalismo de Trump y el imperialismo de Biden, la salida de Merkel de la escena política alemana y las elecciones francesas. Putin ha pensado aprovecharse invadiendo Ucrania.

La explicación de las motivaciones declaradas de Putin como casus belli de la invasión, ha hecho aguas por todas partes. Quería desmilitarizar Ucrania, que ahora está más armada que nunca. Quería desnazificarla y hoy las formaciones militares han adquirido un crédito que no tenían ni en sueños. Quería el reconocimiento de Crimea y del Donbás, y es difícil que llegue más allá de un “alto el fuego” sobre poquísimos territorios conquistados hasta ahora (en relación al esfuerzo bélico). Quería echar al gobierno Zelenski y ha transformado a este en un “padre de la patria”. Quería parar el avance dela OTAN en el Este y ha obtenido el efecto contrario. Macron en 2019 había declarado que la OTAN estaba “clínicamente muerta” y, tras el desastre de Afganistán, la única cosa que la mantenía en pie era el aparato militar industrial. Gracias a Putin, ahora la OTAN está más viva que nunca y de hecho se amplía con la petición de ingreso de Suecia y Finlandia.

En vista de que esta ampliación de la OTAN al Este es un argumento utilizado también por algunos “compañeros” para justificar la guerra, no está mal decir dos palabras sobre el particular. La OTAN, como el Pacto de Varsovia, son alianzas militares cuyo principal objetivo no era no hacerse la guerra sino tener a los países miembros bajo la esfera de influencia de EEUU o la URSS. Las invasiones de Hungría y Checoslovaquia, o Piazza Fontana y demás masacres, nacen de estos acuerdos. La que llamamos “guerra fría” ha sido un período de ausencia de conflictos entre los dos bloques y de conflictos internos en cada uno de ellos.

Afirmar que Rusia tiene razón al no querer a Ucrania –u otros países- en la OTAN significa aceptar la lógica de las “esferas de influencia”. Yo quisiera que Italia saliera de la OTAN y no me parece bien que sean los EEUU los que decidan si Italia puede entrar o salir. Aceptar una situación en la que un estado, reivindicando su papel imperialista, pretende decidir que puede o no puede hacer una población u otro estado es algo normal en la lógica estatalista e imperialista. No lo es en absoluto  para quien se declara por la autodeterminación de los pueblos.

Volviendo a los motivos de Putin para la invasión rusa de Ucrania, si hubiesen sido los reales hubiese sido un fracaso estrepitoso. En realidad el problema de Putin era otro: el consenso interno. Su partido, Rusia Unida, ha pasado del 40 por ciento de los votos en 2007 al 25 por ciento en las elecciones de 2021, con una disminución constante de votos y un abstencionismo cada vez mayor (y acusaciones de pucherazo). También el referéndum constitucional de 2020 para eliminar el límite de mandatos a su candidatura ha vencido solo con el 53 por ciento de los votos (contando las abstenciones). La oposición (Navaluny y Zhirinovski) en Rusia es nacionalista.

Con la invasión de Ucrania y el relanzamiento del mito de una Rusia fuerte y potente, Putin ha aumentado sus apoyos. El Levada Tsentr, único instituto de encuesta independiente de Rusia, estima la tasa de aprobación a Putin en 83 por ciento, nivel nunca antes alcanzado. Es de señalar que incluso el número de “no contesta”, que señala una desaprobación que no se quiere expresar, es bajísimo. Una gran parte de la opinión pública rusa apoya la invasión de Ucrania. Este dato va a mayor mérito de quienes en Rusia se han opuesto a la guerra (15.000 han ido a la cárcel).

Los países occidentales, con EEUU a la cabeza, han enviado armas y dinero a Ucrania. Parece curioso que nadie se haya preguntado quién paga los costes de las armas enviadas. La respuesta es sencilla: los paga Ucrania. La mayor parte se trata de préstamos que serán repartidos dando materialmente dinero a las industrias bélicas de los mismos países que conceden la financiación y que venden (a precios elevados: ni el financiero ni el vendedor tienen interés en hacer rebajas) los sistemas armamentísticos a Ucrania. La financiación a “fondo perdido” es una pequeña parte de las ayudas enviadas. En este caso se envían existencias de almacén que permiten la financiación de la industria bélica o del ejército del país que reparte los fondos. El grueso de la financiación son préstamos, repartidos separadamente del abultado beneficio que quedará al final del conflicto.

Los EEUU, que están representando la parte del león enviando armas y ayuda por cerca de cuarenta mil millones, lo han hecho sirviéndose de la “Lend-Lease Act”, una ley que prevé que, cuando los EEUU dan armas por una cierta cifra, quien la recibe debe pagar el alquiler anual y saldar el débito en cinco años y, si no lo hace, resarcirlo por otros bienes de igual valor. Las “ayudas” estadounidenses serán pagadas por la misma Ucrania, que deberá ceder una importante parte de sus propios recursos a los EEUU para pagar la deuda contraída. Tras el saqueo bélico de los rusos, asistiremos al saqueo posbélico de los países occidentales.

El otro instrumento utilizado por los occidentales para apoyar a Ucrania es la sanción en perjuicio de Rusia, que se ha revelado del todo inútil. Las sanciones han influido en tres aspectos de las transacciones internacionales rusas: las transacciones financieras, las reservas de divisas y el comercio.

En lo que se refiere a las transacciones financieras, Rusia (a excepción de algunos bancos) ha sido excluida del circuito Swift. El Swift es un protocolo de comunicación utilizado por cerca de 11.000 instituciones financieras de 200 países para intercambiar el dinero entre las diferentes cuentas. Más que un verdadero daño, la exclusión del circuito es para Rusia un verdadero engorro. Sobre todo porque los bancos rusos no sujetos a sanciones son precisamente lo que mueven más dinero en las transacciónes internacionales. Solo el Gazprombank (utilizado por la Gazprom para la venta de gas y petróleo al exterior) factura cerca de mil millones de dólares al día. También porque China está desarrollando un circuito paralelo, el Chips, que de momento comprende alrededor de 200 grandes  instituciones financieras de 45 países. Para un ruso que tenga una actividad relevante en el extranjero bastará con abrir una cuenta en una de las instituciones financieras que adoptan ambos circuitos. Después están las criptomonedas. Es mucho más fácil, sobre todo en un país bajo embargo, hacer transacciones en dinero a través de bitcoins que en circuitos “oficiales”. Subrayo, que ante la volatilidad del bitcoin, para regular las transacciones financieras internacionales a través de criptomonedas son preferidas las “stable coins”, que tienen su valor anclado en una divisa de referencia y que, en este periodo, son más probablemente utilizadas por los rusos para rodear el bloqueo del Swift. El defecto sucedido estos días (debido a problemas con los algoritmos de cobertura) en una de las principales stable coin (TerraLabs) creo que no es ajeno a la guerra cibernética que se está combatiendo paralelamente a la que se entabla sobre el terreno.

El bloque de las reservas rusas de divisas ha sido otra de las sanciones. En el momento de la congelación, Rusia tenía el equivalente a 630.000 millones de dólares en reservas de divisas. De ellos, sólo 250.000 millones de dólares estaban en el exterior. 90.000 millones estaban en China, que no está adherido al bloque. De hecho, el bloque constaba solo de 160.000 millones de reserva. La cosa no ha creado ningún problema a Rusia, que tiene una deuda pública de 296.000 millones (el 20 por ciento del PIB) y obligaciones a cancelar antes de fin de año de solo 5.000 millones. El único problema que tiene Rusia es que sus obligaciones se negocian en el mercado estadounidense y el gobierno está pensando en prohibir el Merchant Bank estadounidense, que trata de reembolsar los títulos rusos. Esto constituiría técnicamente una caída, que perjudicaría solamente a los ahorradores norteamericanos que hubieran invertido en títulos rusos, en vista de que Rusia, teniendo dinero para pagar, no tendría ningún problema en encontrar compradores para nuevos títulos emitidos por cualquier entidad financiera china.

También el bloque del comercio es un arma inútil. Rusia exporta sobre todo materias primas e hidrocarburos, necesarios tanto para las industrias occidentales como para las chinas. Probablemente para las materias primas producidas también por otros países cambiarán los flujos de mercancías con  algunos países, que venderán menos en China y más en occidente, y Rusia venderá más en China. Para las materias primas de las que tiene el monopolio o casi, recurrirá a países interpuestos que no aplican las sanciones. Es el caso de los fertilizantes nitrogenados (de los que Rusia es el primer productor mundial) y de los fertilizantes potásicos y de fosfatos (de los que es el segundo productor mundial). Estos ya se habían visto perjudicados por el embargo de la Unión Europea posterior a la invasión de Crimea. Turquía y Egipto, que no se adhieren al embargo, se han puesto a “producir” fertilizantes importándolos de Rusia como semielaborados, empaquetándolos y revendiéndolos a mayor precio a la Unión Europea. Lo mismo sucederá con la mayor parte de los productos (petróleo incluido) con dos excepciones significativas: el gas y los cereales.

El gas es una materia prima con un comercio “rígido”: viaja de los lugares de producción a los lugares de consumo a través de gasoductos, que tienen una capacidad limitada y no se pueden construir de un día para otro. Incluso el transporte por mar está condicionado a la existencia de estructuras de licuefacción del gas en los lugares de producción y de regasificación en los de consumo. Antes del estallido de la guerra en Europa había habido una subida de los precios del gas (debido a la especulación sobre ETS) con diferencias abismales entre Europa y EEUU. En febrero, el precio del gas al TTF holandés (donde se comercia el gas en Europa) era de 83,07 euros por MWh, mientras al Henry Hub de Louisiana (el equivalente del mercado en EEUU) se cotizaba a 2,62 euros por MWh. Con la guerra de Ucrania, la diferencia se ha hecho más grande. La continuación de la guerra en Ucrania comportará que la industria manufacturera europea tendrá costes para el gas (y en consecuencia para la energía) treinta veces superiores a la de su competencia estadounidense. Este es uno de los motivos por los que EEUU quiere que la guerra continúe.

El otro grupo de mercancías cuya escasez tras la guerra determinará consecuencias internacionales devastadoras es el de los cereales. Esto causará, en breve, una crisis alimentaria que se abatirá sobre las poblaciones, en particular africanas y de la cuenca sur y este mediterránea, donde el precio del pan ya se ha duplicado. Dada la magnitud de la crisis y de sus consecuencias, será oportuno dedicar una profundización específica a este tema más adelante.

Que las sanciones no son eficaces está demostrado también por un hecho que lo evidencia inequívocamente: el rublo se ha revalorizado. El 20 de febrero se necesitaban 80 rublos para comprar un dólar. Dos semanas después de la invasión, el 7 de marzo, se podría comprar un dólar por 140 rublos. El 20 de mayo, casi tres meses después de la invasión, y tras las “devastadoras” sanciones que han desplegado sus efectos, el rublo es más fuerte que antes: bastan 62 rublos para comprar un dólar. Del período precedente a la invasión a día de hoy el rublo se ha revalorizado un 30 por ciento frente al dólar.

La opción criminal del estado ruso, aparte de la invasión de Ucrania, es proseguir el conflicto para evitar la puesta en discusión del actual aparato de poder. La opción de los occidentales es mantener a Ucrania en estado de guerra permanente para seguir haciendo negocio. En la propaganda se ha pasado del “paremos la invasión rusa” al “derrotemos a Rusia”.

Es necesario diferenciar entre la población y los estados. El problema no son los rusos sino el estado ruso militarista y asesino; la solidaridad es para la población residente en Ucrania, no para el estado oligarca ucraniano ni para los estados títeres del Donbás. Quien sufre y está pagando un precio altísimo en esta guerra es la población residente en Ucrania. Por ello es necesario que la guerra se acabe ya.

La guerra no se acaba mandando armas. La guerra termina cuando los soldados dejan de combatir. De las diferentes medidas tomadas por otros países contra esta guerra, no se ha considerado una de las pocas que habría podido ser realmente eficaz: el reconocimiento del estatus de refugiado para todos los militares desertores de todos los ejércitos. Un ejército que deserta es un ejército que no hace la guerra.

Fricche

Periódico “Tierra y Libertad” Julio 2022 nº389

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