DISPUTAR EL PRESENTE

DISPUTAR EL PRESENTE

Tomás Ibáñez

Breve contextualización de la coyuntura sociopolítica actual

Perdonad si me tomo la libertad de unas breves consideraciones preliminares que remiten a una postura filosófica resueltamente contextualista frente a todos los absolutismos.

Lejos de ser independientes las tres preguntas que formula Ekintza están tan íntimamente entrelazadas que responder a cualquiera de ellas implica haber formulado ya un principio de respuesta a las otras dos.

Tomando como ejemplo la primera de ellas, resulta que la descripción del actual contexto sociopolítico varía según sea nuestra visión del ¿Qué hacer y con qué finalidad? La razón estriba, sencillamente, en que no hay descripción de un contexto que no dependa del contexto de la descripción. Es este el que nos indica hacia dónde debemos dirigir nuestra mirada para describir el contexto y cuáles son las características  de la coyuntura que conviene seleccionar.

Por lo tanto, es en buena parte mi respuesta  a la segunda pregunta sobre el qué hacer la que orienta la siguiente descripción de la coyuntura socio política y de sus probables líneas evolutivas a corto y medio plazo.

Un primer aspecto, cuya evidencia a nadie puede escapar, es que esa coyuntura se caracteriza  por el empobrecimiento de las capas más humildes de la sociedad y por el incremento de las llamadas  bolsas de pobreza en buena medida debido (peo no solo) a las repercusiones económicas de la guerra en Ucrania que provocan un incremento del coste de la vida y una disminución de la actividad económica con sus repercusiones negativas sobre el mercado laboral. Todo ello propicia un incremento del malestar social cuyas manifestaciones pueden ser de signo opuesto.

Por una parte, es previsible un incremento de las protestas y de la conflictividad social que favorezca el desarrollo de una concienciación política antagonista en algunos sectores del tejido social, así como una radicalización de las luchas en el ámbito laboral. Pero, por otra parte, ese mismo malestar y la conflictividad resultante pueden facilitar la penetración de postulados de extrema derecha en las poblaciones más castigadas. Así mismo, la precarización de las condiciones laborales, junto al temor de perder el puesto de trabajo pueden propiciar una paralización de las luchas en el ámbito laboral, una paralización a la que contribuirá  sin duda el endurecimiento de aquella parte de la patronal que también se ve perjudicada  por la presente crisis.

A mi entender, aunque sean de signo contrario esos dos conjuntos de consecuencias  se producirán simultáneamente. Ahora bien, son tantos los factores circunstanciales parcialmente aleatorios que concurrirán para hacer que uno de ellos prevalezca sobre el otro, que resulta prácticamente imposible fundamentar hoy una previsión acerca de la evolución de la actual coyuntura.

Un segundo aspecto relevante es que, en una sociedad donde las discriminaciones  de corte patriarcal se tornan cada vez más visibles e insoportables, cabe pronosticar que se intensificarán  las luchas feministas en clave  nítidamente antipatriarcal, a la par que también se expandirán  las luchas de los diversos segmentos de la población que son discriminados por sus identidades sexuales y de género diferentes de las que dictan las normas dominantes.   Esas luchas contra las imposiciones normativas y sus secuelas jurídicas se extenderán muy probablemente en los segmentos más jóvenes de la sociedad, como bien lo argumenta  Paul B. Preciado en su libro “Dysforia Mundi”.

A nadie escapa que otra de las constantes de la actual coyuntura sociopolítica es la generalizada preocupación por  la degradación medioambiental. Sin embargo, tanto esa preocupación como las movilizaciones de protesta  acompañadas de la exigencia  de tomar medidas para revertir, o por lo menos detener, el deterioro medioambiental, que eran extraordinariamente intensas  hasta hace poco, están perdiendo fuerza dejando  paso a preocupaciones más apremiantes en lo inmediato, y es difícil que vuelvan a repuntar con fuerza  mientras no se atenúen  los riesgos más inmediatos.

Entre los diversos factores  de la actual coyuntura sociopolítica no se pueden obviar los efectos, ya presentes, de las próximas contiendas electorales. Todo parece indicar que las derechas ganaran espacios electorales en detrimento de las izquierdas, regresando además a un bipartidismo que nunca se fue del todo pese a que las franjas extremas de los dos principales partidos del arco parlamentario campan hoy en sus límites externos en lugar de seguir enclavadas en su interior. Como es habitual, esa escaramuza electoral desviará durante un tiempo la atención prestada por una parte de la población a las luchas sociales, y también contribuirá a blanquear aún más las formaciones de extrema derecha, limando diferencias con el resto de los partidos en base a que serán percibidos como similares por su común aceptación del juego electoral.

Siguiendo con las contiendas electorales, aún resulta más preocupante que los dos efectos mencionados (blanqueo de la extrema derecha y menor atención a la cuestión social) el hecho de que el populismo haya pasado a ser la ideología ascendente del presente siglo.  Bien sabemos que tanto si son de derechas como de izquierdas los movimientos populistas ti8enen como característica común la de promover en las poblaciones un pensamiento político que sobre-simplifica la realidad social mediante el procedimiento de su división binaria al estilo de la dualidad teorizada por Carl Schmitt entre amigos/enemigos.  Por otra parte, los populismos también dan alas  al electoralismo llamando al pueblo a acudir masivamente a las urnas y llenarlas con las papeletas de sus respectivas formaciones políticas. Otra de sus características comunes es que fetichizan a un pueblo que, concebido como una unidad homogénea y compacta, tan solo existe en unos discursos populistas que enmascaran deliberadamente su diversidad constitutiva.

Ahora bien, cuando acceden al poder y pasan de ser movimientos a ser regímenes, su talante autoritario y represor se manifiesta con toda claridad. Es cierto que conservan apariencias democráticas y no son propiamente dictaduras, sino una mezcla que el neologismo democraturas, contracción de democracia y dictadura, califica bastante bien.

NI qué decir que los populismos de derechas encontrarían abundante abono para sus tesis xenófobas y racistas en el previsible desarrollo de los grandes flujos migratorios que las disparidades económicas entre las regiones del mundo suscitan en permanencia, pero que alcanzarán previsiblemente enormes dimensiones en los próximos años. Sin duda incidirá en esos flujos  la galopante expansión demográfica, que, si ya es preocupante en sí misma, adquiere dimensiones catastróficas al acompañarse de una concentración urbanita que, entre otros muchos efectos negativos, incrementa los riesgos biológicos favoreciendo la rápida expansión de unas pandemias que reaparecerán de forma esporádica en los próximos años.

Contextualizar la presente coyuntura socio política también requiere rastrear las líneas de fuerza que, como si de tectónica de placas se tratase, la empujan en determinadas direcciones. Entre esas líneas de fuerza figura, por supuesto, la gran reestructuración geopolítica del planeta que ya está en pleno desarrollo y de la que forma parte ese peón  que es la guerra en Ucrania. Esa reconfiguración de las relaciones de fuerza a nivel mundial va a marcar las próximas décadas con la reconstitución de un mundo bipolar que no enfrentará países sino grandes coaliciones formadas por China y sus socios frente a EEUU y los suyos.

Ese enfrentamiento de carácter multidimensional para intentar ser el polo dominante en la esfera económica, política, militar, tecnológica, etc. constituirá el contexto en el que se desarrollará la vida de las poblaciones, sus luchas y sus sometimientos. Por cierto, la lectura de los informes de la CIA sobre la evolución del mundo de aquí a 2040 es sumamente útil para saber  cómo se perciben desde esas instancias  las líneas evolutivas del mundo, aun sabiendo que dichos informes  solo divulgan una parte de la información de la que disponen.

Por último, pero no menos importante, la cuarta revolución tecnológica  que acontece en el siglo XXI, caracterizada por el desarrollo de la inteligencia artificial, la ciber-física, es decir la incorporación de la  informática en la materia física, la proliferación de los objetos conectados, a lo que se añade como herencia de la tercera revolución, la revolución informática acaecida en la segunda mitad del siglo XX, el tratamiento masivo constante y en tiempo real de enormes flujos de datos, augur aun totalitarismo de nuevo tipo que ya se está perfilando y al que episodios como el de la Covid  19 ayudan a instalarse.

En definitiva, tanto en sus aspectos más inmediatos como en sus líneas más estructurales la actual coyuntura sociopolítica y su proyección en los años venideros arrojan tantas luces y sombras  sobre las luchas emancipativas que se torna bien compleja la cuestión del “¿qué hacer?”.

¿Qué hacer para qué? Cuáles son los objetivos que podemos plantearnos  y los retos que hay que afrontar. Sobre qué área es necesario incidir

Para decidir qué hacer hay que saber, en  primer lugar, cómo es el terreno que estamospisando, y, en segundo lugar, hacia dónde queremos que nos lleven nuestros pasos.

Eso significa que para no quedarnos en el reino de las abstracciones la pregunta  sobre el ¿qué hacer? Debe entenderse  como una pregunta sobre ¿qué hacer en la situación sociohistórica actual? Y no en el etéreo mundo de nuestras desideratas.  Es tan obvio como lo son las perogrulladas que  ¿qué hacer? no requiere la misma respuesta  en el contexto del siglo XIX que en el del siglo XXI, de ahí la importancia de la pregunta anterior.

También   significa que hay que precisar la finalidad perseguida  por ese hacer sobre  el cual nos interrogamos: hacer, sí, pero, ¿para qué? Es obvio, aquí también, que la respuesta será bien distinta  si el objetivo planteado consiste, por ejemplo, en propiciar una revolución social tal y como la concibe el imaginario revolucionario clásico, o si de lo que se persigue consiste  en llevar a cabo una actividad revolucionaria enmarcada  en una concepción de la revolución acorde con las exigencias del nuevo imaginario revolucionario.

Si partimos, como pienso que hay que hacerlo, del segundo planteamiento resulta que la revolución, tal y como se entiende hoy desde el nuevo imaginario revolucionario de carácter  anarquista, ha dejado de ser lo que está por venir algún día, afectando a la sociedad como totalidad, es decir, desde una perspectiva totalizante, sino que es lo que acontece en el presente, en el día a día de las luchas libertarias, y en las realizaciones locales, pero, radicales y eminentemente plurales  que consiguen implementar los colectivos libertarios.

La toma en consideración de la totalidad de la sociedad es algo que sólo debe concernir nuestra lucha desde la perspectiva de su destrucción, dejando que su eventual sustitución global resulte de otros procesos que los que competen a la lucha revolucionaria. Desde esa perspectiva el ¿para qué? De nuestro hacer ya no aspira a activar un poder constituyente que construya un nuevo modelo de sociedad en sustitución del existente, sino que se ciñe a articular una destitución permanente, es decir, una constante destrucción de lo que nos apresa aquí y hoy sin buscar a construir su substituto en un plano general, sino a eliminarlo de los espacios donde se manifiesta, para llenar esos espacios con otras formas de vida.

En ese sentido, no estaba muy desencaminado Max Stirner cuando contraponía la idea de insurrección a la idea de revolución, ya que esta última pretende dar origen a nuevas instituciones, aunque sean de un tipo distinto, mientras que la insurrección, entendida en el sentido de Stirner, sólo incita a abrir caminos fuera de lo instituido, para vivir al margen de sus coordenadas y tan lejos como sea posible de sus redes de poder.

Por lo tanto, se trata de multiplicar y de diseminar los focos de resistencia, ya sea desde el enfrentamiento directo con los dispositivos de dominación, ya sea sustrayendo espacios donde desarrollar prácticas y formas de vida alternativas. Se trata de desarrollar la inservidumbre voluntaria, es decir, un arte de no ser gobernados ni gobernadas que define una manera de estar en el mundo, donde el sujeto está constantemente enfrentado al poder, y donde pugna por ser ingobernable desde una ética de la revuelta permanente que le empuja a abrir grietas en el sistema, tantas como pueda, y a procurar sabotear sus  funcionamientos en cada  oportunidad que se presenta, poniendo al descubierto las relaciones de dominación en cada momento y en cada lugar donde acontecen.

Si se pretende luchar de forma realmente revolucionaria, es decir, sin reproducir en la lucha contra la dominación aquello mismo contra lo cual se lucha, está claro que pensar ¿qué hacer? implica contemplar al mismo tiempo la cuestiónde ¿qué no hacer?  Es precisamente un aspecto de ese qué no hacer que acabo de comentar a propósito del rechazo a los planteamientos totalizantes.

En ese qué no hacer entra también la pretensión  de resucitar un siglo obrero por el que podemos sentir cierta nostalgia, pero que ya se había agotado incluso antes del inicio del siglo XXI. Eso no significa que haya que dejar de impulsar las luchas obreras, o dejar de implicarnos en ellas, pero sin investirlas de una supuesta  potencialidad revolucionaria que han dejado atrás para siempre. Considerando el creciente malestar social por la carestía de la vida, por el auge de la precarización laboral, y por las amenazas  sobre los puestos de trabajo, es obvio que debemos estar presentes en tantas agrupaciones populares como sea posible, desde los sindicatos de inquillinos, hasta los colectivos de jubilados o de usuarios de la sanidad pública, o de plataformas contra los desahucios, así como en los sindicatos libertarios alentando las resistencia obreras y preservando al máximo la autonomía y la horizontalidad de las luchas.

Ya no es tanto el conflicto de clase lo que provoca hoy los estallidos insurreccionales y lo que atiza las luchas, como las consecuencias de un velo mal puesto, o las agresiones machistas, o la brutalidad policial, o los ataques a las libertades, es decir, todo aquello que se vive como vulneración de ciertos valores y que despierta intensos sentimientos de injusticia.  Eso significa que nuestra lucha consiste también en defender y propagar valores, desplegándose en el ámbito cultural para polinizar el imaginario popular. Ahora bien, esa lucha no pasa por multiplicar los discursos propagandísticos, apologéticos o pedagógicos, sino por desarrollar prácticas concretas que sean portadoras de los valores que nos animan.

Uno de los campos en los que debemos volcar nuestras energías, aún más de lo que ya lo hacemos, es, por supuesto, el de las luchas de carácter feminista porque la lógica en la que se basan los mecanismos de dominación de las mujeres es la misma lógica  que está actuando de forma más general y la que se trata de destruir. Luchar contra el patriarcalismo, como lo ha visto con claridad un sector del anarcofeminismo, es luchar contra una opresión que no hace distinción de sexo ni de género y eso nos convoca a todos y todas y más.

Estrechamente relacionadas  con la lucha antipatriarcal, aunque tienen un alcance mucho más general, figuran las prácticas de desubjetivación para producir una subjetividad que sea  radicalmente refractaria al tipo de sociedad que vivimos. Esas prácticas de desubjetivación  son imprescindibles para dejar de ser lo que nos ha hecho ser, cambiando hasta nuestros propios deseos para que dejen de ser unos deseos  que se lo ponen muy fácil al capitalismo para seducirnos y atarnos a él porque requieren del propio capitalismo para ser satisfechos.

En cuanto a los grandes flujos migratorios, no solo deben incitarnos a movilizar  redes de solidaridad y apoyo a las personas migrantes, sino que debemos incrementar  aún más nuestra implicación en la lucha  contra la xenofobia y el racismo que sin duda se agudizarán  y que padecerán esas personas.

Es obvio que poco podemos  incidir sobre las grandes maniobras  de reestructuración geopolítica sin embargo, en la medida en que estas irán acompañadas de conflictos bélicos será importante que no desfallezca  nuestro radical antimilitarismo, sin dejarnos arrastrar por las múltiples presiones  para alinearnos con cualquiera de los bandos enfrentados en cada conflicto que se desate, manteniendo siempre que no hay guerra justas, que no hay guerras que sean buenas y otras malas. De paso, eso implica desarrollar  una actividad política enfrentada  a todos los nacionalismos, porque tampoco hay nacionalismos buenos, que se autodefinen a veces  con el término independentismo, y otros que sean malos.

Y, por fin, con el máximo grado de urgencia, es preciso desarrollar la lucha contra el totalitarismo de nuevo cuño que se está instalando a marchas forzadas y donde poco a poco van quedando atrapadas nuestras vidas. Hoy el principal peligro totalitario no radica tanto en el auge de la extrema derecha, por preocupante que eso pueda ser, como en los múltiples dispositivos tecnológicos vinculados a la informática que se encuentran esparcidos por todo el mundo, en todos los ámbitos, y que más allá de captar la información y tratarla de forma casi instantánea, sometiéndonos a una vigilancia constante y ubicua, están tejiendo la tela de araña de una nueva forma de subyugación total. No resulta fácil saber cómo hacer frente  concretamente a ese nuevo totalitarismo, pero lo que es seguro es que el paso previo para hallar formas de resistencia consiste en formarnos una clara conciencia de ese peligro y de su importancia. A esa concienciación deberíamos volcarnos en el seno de todos los colectivos anarquistas.

¿Cómo organizarse? (con qué bases ético-políticas y con qué métodos-estructuras o formas organizativas)

Hay quienes sueñan con una potente organización anarquista  que agrupe sino a todos, por lo menos a la mayor parte de los colectivos libertarios pensando que eso dotaría al anarquismo con una mayor capacidad de incidencia en las luchas por la emancipación social. Sin embargo, exc eptuando las organizaciones anarcosindicalistas, la realidad del actual panorama anarquista refleja, no sólo aquí, sino en todo el mundo, una enorme fragmentación, un auténtico mosaico de pequeños colectivos diseminados por toda la geografía y complementados en algunos lugares por pequeñas confluencias organizativas.

Es perfectamente comprehensible el desasosiego de quienes achacan a esa dispersión y a esa fragmentación las dificultades para lograr que el anarquismo consiga ser una fuerza transformadora decisiva. Sin embargo, el deseo de una organización potente, capaz de suscitar y de orientar las luchas, topa a su vez con importantes problemas. Uno de ellos es que ese tipo de organización entra en contradicción con el firme compromiso del anarquismo de promover y defender la autoorganización y la autonomía de las luchas, olvidando que si estas son realmente autónomas no toleran que se inyecte en ellas nada que provenga de fuera de ellas mismas. Y eso da al traste de manera radical con cualquier forma de vanguardismo incluido el que impregna cualquier gran organización de carácter anarquista que se implique en las luchas.

Un segundo escollo radica en el hecho de que la creación de grandes estructuras organizativas conduce, inevitablemente, a reproducir formas de dominación, vulnerando así esa peculiaridad genuinamente anarquista que consiste en no engendrar dominación en el proceso mismo de luchar contra ella, porque como muy bien lo refleja el concepto anarquista de políticas prefigurativas los medios a los que se recurre nunca pueden ser contrarios a los fines que se persiguen.   Es cierto que se puede minorar ese efecto mediante una serie de medidas tales como la rotación en los cargos y su permanente revocabilidad mediante asambleas, etc. Sin embargo, este no se puede eliminar porque es el precio que hay que pagar para disponer de una gran organización donde, entre otras cosas, crece la distancia entre quienes ejercen responsabilidades de carácter general y el resto de la militancia a medida que aumenta su tamaño.

Otro problema se debe a que todas las organizaciones requieren medios materiales y humanos para su mantenimiento que resulta tanto más costoso cuanto mayor es su tamaño, absorbiendo así parte de los recursos disponibles y de las energías militantes en ese menester, y en el de velar por su continuo crecimiento y fortalecimiento. Ocurre incluso a veces que la pervivencia de la organización se convierte en su principal objetivo, pasando por alto que solo representa un instrumento para alcanzar determinadas finalidades.

Por encima de todos los problemas con los que tropieza el modelo clásico de la gran organización anarquista, y de los que solo he enumerado una parte, se encuentra el que es sin duda alguna el más decisivo porque apunta al desfase entre ese modelo y lo que exige una inserción eficaz en la realidad actual y en las luchas del presente.

En efecto, todo indica que la realidad actual, que se está volviendo cada vez más movediza y líquida, exige para poder combatir la dominación que la caracteriza unos modelos organizativos mucho más flexibles, mas fluidos, orientados por simples propósitos de coordinación para realizar tareas específicas y desarrollar luchas concretas. Cuando toman la forma de redes  que nacen de forma autónoma en función de las exigencias del momento, que se autoorganizan, que cristalizan, se transforman y se desvanecen, sin ninguna apetencia por su posible solidificación, las nuevas resistencias anarquistas están proporcionando, precisamente, el tipo de respuesta que las nuevas formas de la dominación requieren para poder ser combatidas.

Resulta totalmente ilusorio pensar que una organización pueda alcanzar la potencia suficiente para poder competir en un enfrentamiento directo con las fuerzas de los Estados. No solo porque el desequilibrio  de fuerzas es abismal, sino porque también conseguir vencer  en ese enfrentamiento requeriría  unos recursos de parecida magnitud, y de similar naturaleza, a los que utiliza el propio sistema establecido, con lo cual sería el propio objetivo perseguido por la lucha el que quedaría anulado. Solo el llevantamiento masivo de toda una población desbordando cualquier organización podría  eventualmente doblegar al Estado, y por eso tenemos que participar activamente  en todas las grandes movilizaciones de protesta.

Mientras el totalitarismo de nuevo cuño al que me refiero en otros textos no lo impida, es claro que lo que resulta más incontrolable y más demoledor para el sistema es la multiplicación de focos de resistencia esparcidos por todo el tejido social y desvinculados de lazos orgánicos entre ellos, aunque no de vías de comunicación ni de transitorios medios de coordinación.

Estoy convencido de que la tentación de romper la fluidez y la fragmentación que dibujan esas nuevas modalidades organizativas conduciría, muy probablemente, al movimiento anarquista hacia una nueva eclipse después de su incuestionable repunte a nivel internacional estos últimos años.

(Extraído de la revista “Ekintza Zuzena” número 49)

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