LOS NUEVOS TIRANOS MANIPULADORES DEL SIGLO XXI(PARTE 4)
- Democracia para dictadores.
Los dictadores de la manipulación usan la democracia para socavarla. Son expertos en la subversión desde dentro. Utilizan las encuestas y las votaciones para atrincherarse y, a pesar de sus altos índices de aprobación, suelen optar por ganar las elecciones con algún tipo de fraude. En ocasiones, los viejos dictadores del miedo afirmaban ser democráticos. Rechazaban la democracia con cualquier forma concreta de elegir al gobierno. Para ellos significaba simplemente la coincidencia entre el propósito de un líder y el de sus seguidores. La democracia exigía que el dictador distinguiera la “verdadera” voluntad del pueblo y se la impusiera. Las elecciones no estaban pensadas para elegir líderes. En primer lugar, servían, como los desfiles y los mítines, para ensalzar al régimen. Representaban la unidad que los dictadores afirmaban tener con el pueblo. Las elecciones también servían como propaganda, sobre todo para los simpatizantes extranjeros del régimen más crédulos. Las elecciones falsas invirtieron la lógica democrática y se convirtieron en una forma de controlar a los ciudadanos. En los comicios democráticos, los votantes evalúan a los dirigentes de su país. En las dictaduras del miedo, los dirigentes evalúan a los votantes. Un ciudadano que rechazaba la “elección unánime” del pueblo se convertía en un “enemigo del pueblo” sujeto a “arresto o aniquilación”. Estos simulacros de elecciones también servían para identificar a los agentes estatales incompetentes. Mostraban lo eficientes que eran los funcionarios locales consiguiendo votos. Llegaron a dejar que se presentaran a las elecciones presidenciales candidatos externos, con la condición de que perdieran. En realidad, permitir que un candidato o un partido de la oposición se presentara, y luego ganarle de manera aplastante, contribuía a desmoralizar a los rivales de la élite. Aunque todos supieran que el gobernante actual era quien inclinaba la balanza, el espectáculo seguía siendo poderoso. Los líderes del PRI mexicano –con sus vistosas campañas, mítines multitudinarios y supermayorías- trataban de cultivar una “imagen pública de invencibilidad”. Los jefes regionales ambiciosos verían que respaldar al partido era la única opción. Los rivales en el ejército también se lo pensarían dos veces antes de ser desleales. Los dictadores que celebran elecciones semicompetitivas se enfrentan a menos intentos de golpe de Estado. Los dictadores de la vieja escuela no tenían intención de ceder el poder. Aun así, algunos asumieron riesgos reales de vez en cuando y permitieron que se presentaran a las elecciones partidos de la oposición creíbles. Algunos lo hicieron por desesperación, para evitar que se interrumpiera la ayuda occidental. Otro motivo era impedir una rebelión. Para los opositores que planeaban revueltas armadas, las elecciones multipartidistas suponían una alternativa pacífica-aunque limitada- para acceder al poder. Las probabilidades de victoria eran escasas, dado el dominio de la intimidación y del fraude que tenía el gobernante. Aun así, se producían victorias inesperadas. Y siu la penalización a la que se enfrentaban los aspirantes por perder en las urnas era baja- en lugar de la muerte en una revolución fallida-, merecía la pena probar la vía electoral. Al igual que otros fenómenos políticos, las elecciones de los dictadores del miedo estuvieron ligadas a la violencia. Sin embargo, durante la mayor parte del tiempo, la violencia se mantuvo cómodamente soterrada. Las elecciones “anestesiaban” a la sociedad. El espectáculo se representaba, la gente bebía y asistía a conciertos, y luego todo el mundo se iba a casa.
Para dictadores de la manipulación como Chávez y Putin, las elecciones adquirieron un nuevo significado. Dejaron de ser meros rituales para honrar al gobernante o poner a punto la maquinaria del terror y se convirtieron en mecanismos para transformar la popularidad en otras formas de poder. Sirvieron de registro de los índices de aprobación que mostraban el atractivo del dictador entre las masas y lo convirtieron en ventajas institucionales y políticas. Para estos líderes que no querían parecer violentos, las urnas podían sustituir a los golpes de Estado y las revoluciones como camino elegido para llegar al palacio presidencial. Una vez llegad9os allí, cultivaban el apoyo con el que contaban y lo cosechaban en las votaciones. Hitler, Stalin y otros dictadores como ellos se propusieron construir “nuevos órdenes”: el comunismo, el imperio ario, la dictadura corporativista o cualquier otro. Los dictadores de la manipulación dicen estar comprometidos con la democracia, sólo quieren adaptarla a las condiciones locales o dirigirse hacia ella poco a poco. A diferencia de sus predecesores, los dictadores dela manipulación simulan deferencia hacia los parlamentos y fingen esperar en vilo los resultados de las elecciones. En lugar de admitir su autoritarismo, los autócratas recientes han llenado las constituciones de derechos políticos. En la práctica, estos derechos rara vez se garantizan. Pero los dictadores abusivos pueden enseñar a los críticos unos compromisos que parecen liberales. Los dictadores de la manipulación intentan, en mayor medida que sus predecesores, que las elecciones parezcan competitivas. Los dictadores del miedo clásicos prohibían los partidos y los candidatos de la oposición. Por el contrario, los de la manipulación permiten que algunos se presenten. Y mantienen la ficción de que el resultado es incierto. Los nuevos dictadores prefieren victorias menos aplastantes y más verosímiles, con un margen que suele estar entre el 60 y el 75 por ciento. El verdadero reto es no obtener demasiado. Estas victorias amplias, pero menos extremas, refuerzan el control de los líderes de varias maneras. En unas elecciones parlamentarias, las victorias aplastantes pueden hacer que el número de escaños obtenidos por el gobierno supere el umbral para realizar reformas constitucionales. Normalmente se necesitan dos tercios de los votos. Las grandes mayorías parlamentarias también contribuyen a acelerar la aprobación de otras leyes. Al mismo tiempo, las victorias arrolladoras producen un efecto psicológico temporal: movilizan el apoyo a los proyectos del dictador y le permiten reivindicar un mandato, al mismo tiempo que desmoralizan a la oposición. En democracia, los ganadores piden un mandato para impulsar medidas políticas. En la dictadura de la manipulación, los vencedores suelen reclamar el respaldo de los votantes para eliminar los controles sobre su poder. Los tiranos como Stalin y los matones como Mugabe vincularon las elecciones a la violencia. Los dictadores de la manipulación saben que la represión explícita socava su aspiración de ser populares. En especial cuando se acercan las elecciones, intentan no mancharse las manos. De hecho, acusan a sus oponentes de violencia. Cuando utilizan la fuerza, los nuevos dictadores simulan que están defendiendo el gobierno libre. Al rechazar la violencia, recurren a otras alternativas. Para los dictadores de la manipulación, las campañas electorales son, operaciones especiales que utilizan tecnologías mediáticas. La propaganda y la censura, cuidadosamente gestionadas en todo momento, se ponen a toda máquina cuando se acerca la votación. Emplean muchos de los trucos sucios usados por las democracias occidentales y añaden otros nuevos de su invención. Aun así, siempre que fue posible, utilizaron métodos legítimos para no provocar a la oposición. Los dictadores primero establecen las reglas y luego las explotan. Si bien permiten que se presenten políticos de la oposición que resultan inocuos, excluyen a los candidatos populares con tecnicismos. Luego entorpecen su campaña electoral. Presionan a los medios de comunicación para que los ignoren y a las empresas para que les nieguen lugares de reunión, a la vez que difunden rumores y desinformación para desacreditarlos. Además, manipulan las circunscripciones con total descaro. En casi todos los sistemas electorales existe cierta disparidad entre los votos y los escaños. Para asegurarse y mantener esa ventaja, los autócratas revisan continuamente los procedimientos. Orbán también fue el primero en utilizar otra estratagema: hinchar el electorado con partidarios de la diáspora. En lugar de enfrentarse a verdaderos políticos de la oposición, a veces los dictadores ponían a sus rivales. Otros dictadores de la manipulación han captado, o se han limitado a secuestrar, a los partidos de la oposición existentes. En la Rusia de Putin, los partidos que han sido absorbidos tienen un nombre especial: el Partido Comunista, Rusia Justa y el nacionalista Partido Demócrata Liberal de Rusia se denominan “oposición sistémica” para distinguirlos de los opositores que de verdad son contrarios al gobierno y no se limitan a fingir que lo son mientras votan a favor de su legislación. El poder de los dictadores de la manipulación depende de su popularidad. Así que la controlan mucho. Los nuevos estudian con atención los datos de las encuestas. Al igual que hacen en las elecciones, los dictadores de la manipulación utilizan los resultados de las encuestas para justificar su apropiación del poder. Cuando los encuestados respaldan alguna medida antidemocrática o ilegal, los líderes actúan. Fujimori insistió en que no había dado un golpe de Estado, sino que había actuado democráticamente. La democracia, dijo, significaba “el respeto a la opinión pública”. La credibilidad de los encuestadores independientes, como sucede con la de los periódicos de la oposición o los blogueros, también puede ser explotada. En las democracias, los políticos utilizan las encuestas para determinar las políticas que prefiere la sociedad y adaptar sus programas en consecuencia. En ocasiones, los dictadores de la manipulación hacen lo mismo. Pero, en general, los nuevos autócratas utilizan las encuestas de manera bastante distinta: para comprobar la efectividad de sus manipulaciones. “Cuando los medios de comunicación están controlados, las encuestas sólo pueden reflejar hasta qué punto se control resulta efectivo. Es como si tuvieras a una persona enferma, la infectaras con nuevos virus y le tomases la temperatura. El termómetro revela cómo le están afectando los virus. Las encuestas no son un motivo para cambiar las políticas. Sólo muestran cuánta gente ha recibido tu señal”. Cuando son populares, los dictadores de la manipulación suelen dejar que se publiquen encuestas. Pero, cuando sus índices de aprobación disminuyen, se enfrentan a un dilema. Permitir que se informe de ellas es una amenaza para su imagen. Pero si restringen la publicación, los ciudadanos pueden deducir que su popularidad ha bajado. De hecho, pueden pensar que la caída es mayor de lo que realmente es. La mejor estrategia –como siempre- es censurar de forma que no parezca censura.
Con esos altos índices de aprobación, estos líderes podrán haber ganado las elecciones de manera honesta. Y, sin embargo, casi siempre optaron por hacerlo con cierto grado de fraude, a veces apenas disimulado. Está claro que el objetivo no sólo era ganar, ya que a menudo lo hacían por un amplio margen. En esos casos, el fraude no se utilizó para ganar, sino para ampliar la ventaja del dictador. Tal vez los dictadores no confiaran del todo en los sondeos que les daban ventaja. En la mentalidad de Putin cualquier riesgo debe reducirse a cero. Los dictadores no sólo utilizan la manipulación para ganar las elecciones ajustadas, y el fraude, con frecuencia , aumenta el riesgo. Las elecciones amañadas han desencadenado levantamientos que derrocaron a los gobernantes. Si el objetivo fuera la seguridad, los dictadores probablemente ocultarían las huellas. La finalidad del fraude podría ser convencer a los burócratas de que el gobernante ganará con seguridad y, por lo tanto, estará en posición de recompensarles o castigarles más tarde. Pero cuando se sabe que los gobernantes son muy populares, hay poco misterio sobre el resultado de las elecciones. Los dictadores cometen fraude –y lo hacen muy abiertamente- para desmoralizar a los posibles rivales. Si las elecciones parecen libres y justas, los opositores tienen incentivos para intentar ampliar sus apoyos y presentarse. Pero si el gobernante deja claro que utilizará el engaño para aferrarse al poder, la oposición y sus donantes pueden considerar que organizar una campaña es inútil. Asimismo, los votantes contrarios al régimen tal vez no se molesten en votar si están seguros de que no pueden cambiar el resultado. Y, para cerrar el círculo, si los votantes de la oposición no se molestan en votar, entonces, finalmente, el gobernante no necesita recurrir demasiado al fraude. Los dictadores recurren al fraude porque los márgenes hinchados ayudan a los gobernantes a monopolizar el poder. Por ejemplo, pueden proporcionar la supermayoría necesaria para hacer reformas constitucionales. Un victoria clara, incluso aunque se consiga rellenando las urnas con votos, también puede reducir el poder de negociación de quienes apoyan al dictador. Si el resultado es ajustado, todos podrían afirmar que han supuesto una ventaja esencial y exigir más a cambio. Incluso la élite y los medios de comunicación de la oposición pueden resultar más fáciles e captar tras una gran victoria. Les parecerá más difícil incitar a la gente a la revuelta que si el gobernante hubiera ganado por muy poco, y estarán más dispuestos a llegar a un acuerdo. Hay una segunda razón más paradójica: aunque se crea que no son del todo limpias, las grandes victorias pueden aumentar la legitimidad del gobernante. Puede aumentar la confianza en el resultado de las elecciones. En estos casos el fraude refuerza la fe en el resultado presentado. Y eso puede disminuir la posibilidad de que los votantes se rebelen. No porque el fraude intimide a los votantes al demostrar la determinación del régimen de ganar a toda costa, sino porque les da la seguridad de que ha ganado el candidato “correcto”. Al mismo tiempo, los indicios de que se han hecho trampas pueden no perjudicar a las pretensiones democráticas del gobernante porque en las autocracias muchos ciudadanos piensan que el fraude también es habitual en las democracias. Los dictadores de la manipulación suelen hacerse con el poder después de periodos de gobierno popular caótico, cuyas elecciones tampoco son fiables. En comparación con éstas, los abusos del dictador pueden parecer normales e incluso moderados. Y su propaganda afirmará que los líderes occidentales también manipulan. El fraude suele considerarse peligroso para la posición internacional de un dictador. Corre el riesgo de provocar la condena de los observadores internacionales y que los gobiernos extranjeros impongan sanciones. Pero, al menos cuando la manipulación es moderada, es probable que se exageren esos riesgos. De hecho, los observadores suelen adoptar una actitud flexible por miedo a desencadenar protestas violentas o debido a los intereses estratégicos de sus países. Y los gobiernos occidentales tienden a mirar para otro lado siempre que los líderes sigan el juego. Sin duda, el fraude puede ser peligroso para los líderes impopulares. La lógica de la opinión generalizada sobre el fraude electoral parece ser la contraria. En realidad, resulta útil a los populares y a menudo es peligroso para los impopulares, a los que les convendría más negociar con las fuerzas de la oposición que arriesgarse a una revuelta coordinada.