MARÍA LOZANO MOLINA Y ÁNGEL MOMBIOLA

El anarquismo, solidario y fraternal, frente al fascismo y la ignominia letal del capitalismo.

En los ambientes anarquistas de la España del siglo XX, surgían con frecuencia encendidos debates sobre el mejor modo de organizarse y combatir la brutal realidad que tocaba sufrir a la clase trabajadora. Uno de los temas más controvertidos era el de la violencia armada y, concretamente, su inevitable uso por el pueblo insurgente frente a los poderosos de toda laya, en situación de mortal amenaza e injusticia insoportable. Esta es la historia de una joven pareja anarquista, ambos antimilitaristas, ambos militantes hacia un ideal de paz y armonía social.

Hacia 1931, en el tiempo que en España los republicanos se hacían con el poder del estado e inauguraban la II República, en una conocida casa de huéspedes de Zaragoza, en la que con frecuencia se alojaban militantes anarquistas de paso, se conocieron dos jóvenes aragoneses.

Él, Ángel Pedro Mombiola, de 22 años, era militante de las Juventudes Libertarias y desde 1930 de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), en su Sariñena natal, en la provincia de Huesca, llegando a ser presidente de la organización local anarcosindicalista. Ella, María Lozano Molina, con 17 años, era la hija de los dueños de la hospedería zaragozana. Ambos, antimilitaristas convencidos, unidos en el ideario común por la libertad y la solidaridad armoniosa entre los oprimidos del mundo, alejada de toda agresiva violencia, decidieron al año siguiente, 1932, unir sus vidas. Poco después tuvieron una hija.

Su visión de resistentes al militarismo, en favor de la fraternidad universal, se verá enfrentada al hecho del levantamiento militar de 1936. Pese a los sentimientos pacifistas de María y Ángel, apenas dudaron un segundo sobre lo que debían hacer en esa encrucijada: incorporarse sin demora en las milicias anarquistas que, con las armas que pudieron lograr, se dispusieron a combatir el fascismo e impulsar la revolución social, que sustituyese el dolor universal del capitalismo explotador y el autoritarismo político por la fraternidad social del comunismo libertario.

Tras participar en los actos de resistencia callejera que siguieron al 18 de julio, los dos jóvenes se incorporaron a la Columna miliciana Durruti, en la que Ángel, rechazó de plano el ofrecimiento de comandar un Batallón, pues, eso dijo “No quiero ordenar a nadie. Quiero ser un luchador y nada más”. Y añadió, “no me incorporaré a ningún ejército … lucharé con todas mis fuerzas y con mi vida, en las milicias sin jefes, ni mandos … solo entre compañeros”. En defensa de estas ideas, Ángel se opuso a la militarización de las Milicias y su incorporación al Ejército republicano, continuando su lucha contra Franco en el frente como dinamitero en un grupo anarquista. En ese puesto se mantuvo hasta la disolución del grupo por falta de suministros y cobertura, no teniendo otra opción que incorporarse a la Columna Durruti, ahora integrada en la 26ª División del ejército republicano.

Mientras tanto, María, tras seguir el avance de la Columna Durruti por la comarca de los Monegros, al llegar a Sariñena, la villa natal de su compañero, se incorporó a la organización de la Colectividad campesina local.

Tras la derrota de la revolución social primero y del ejército republicano, en 1939, Ángel y María, tuvieron que emprender el camino del exilio. Sin embargo, nada más llegar a Francia, las autoridades los separaron. A él, lo llevaron al campo de confinamiento disciplinario de Vernet d’Ariège, en la región pre-pirenaica, junto con sus compañeros sobrevivientes de la antigua Columna Durruti y, después, lo incorporaron en una compañía de Trabajadores Extranjeros en la región del Hautte Garonne, cercana a su capital, Toulouse. A María la llevaron el campo de internamiento de Gaillac, en la región del Tarn. Pero nada más conocer el destino de su esposo, huyó del encierro y, tras sortear la vigilancia de las tropas alemanes y los colaboracionistas franceses, pudo encontrarse con su esposo en las cercanías de Toulousse. A partir de aquí, la pareja se incorporó al maquis francés en lucha contra los nazis, pero esto ya será historia de la próxima hojita genofontiana.

La joven pareja anarquista aragonesa, María Lozano y Ángel Mombiola, nada más conocer el alzamiento militar franquista, se incorporaron de inmediato a las milicias anarquistas que con las armas que pudieron lograr y extraordinario coraje, en julio de 1936, se dispusieron a “combatir el fascismo e impulsar la revolución social, que sustituyese el dolor universal del capitalismo explotador y el autoritarismo político por la fraternidad social del comunismo libertario”.

Tras la derrota de la revolución social primero y la del ejército republicano que muy pronto le siguió,Ángel y María, amenazados de violencia sin límite por las tropas del fascismo vencedor, tuvieron que emigrar, rumbo al exilio en Francia. Tal como reseñamos, pese a
todas las dificultades de la invasión de Francia por las tropas de Hitler, la pareja, internacionalista convencida (su única patria, la lucha contra la opresión y el compromiso imperecedero de la libertad), al igual que otros muchos exiliados españoles, reanudó su lucha internacional contra el fascismo incorporándose a la Resistencia francesa.

Ángel y María se integraron en el maquis de Grenada, una formación francoespañola, que tenía como centro de operaciones el bosque de
Bouconne. En esa comarca, la pareja continuó el combate contra el fascismo hasta el fatídico día del 20 de agosto de 1944, cuando Ángel y otros dos compañeros, miembros de la CNT como él, Francisco Aguado y Ricardo García, se disponían a volar un puente sobre el rio  Garonna, con el objetivo de impedir el paso de las tropas invasoras. Sorprendidos por los alemanes, fueron detenidos y poco después fusilados. En el lugar donde fueron ejecutados, los compañeros de la Resistencia, colocaron una placa y un monumento dedicado a su memoria y al conjunto de los españoles muertos por la liberación de Francia: “Ellos no quisieron morir, pero murieron, murieron porque luchaban, por la libertad de los pueblos”.

Tras el asesinato de su compañero, María continuó la lucha en la Resistencia francesa hasta que, con el fin de la gran guerra, ya instalada en Toulousse, en 1945, María cruzó clandestinamente los Pirineos hacia Zaragoza con la intención de buscar a su hija de trece años, que seguía en España al cuidado de familiares y llevarla con ella a su nuevo hogar en Francia. Lo que no se esperaba es que su hijita no quisiera acompañarla. La decepción la llevó a perderse en la cadena montañosa durante la vuelta, y a sufrir duros momentos hasta que
consiguió llegar por fin, desorientada y abatida, a una casa amiga.

De nuevo en Toulousse, María siguió militando en la CNT, convirtiendo su casa y lugares sólo por ella conocidos, en lugares de refugio y auxilio de los militantes anarquistas y anarcosindicalistas, que mantenían viva la lucha clandestina en España a través de los pasos fronterizos. Y siempre había un hueco para el clandestino, el buscado, el guerrillero, buscándole escondites y alojamientos seguros, ocultos a los ojos tanto de la policía secreta franquista como de la gendarmería francesa. De hecho, su casa siguió siendo refugio años después, en la década de los sesenta, para militantes del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) (al parecer allí reposó Puig Antic), o a los de los Grupos de acción Revolucionaria Internacionalistas (GARI).

Pese a que los años pasaban, no cedía en su pundonor. Seguía yendo a charlas, manifestaciones, mítines… .Alternaba la militancia con
la escritura, tanto de poemas como de textos en publicaciones libertarias. En 1972 participó en la fundación en Toulouse del archivo de documentación libertaria Centre de Recherche sur l’Alternative Sociale (CRAS, Centro de Investigación sobre la Alternativa Social), cuya presidencia mantuvo hasta su muerte, incorporándose como una luchadora más a todas las luchas sociales y antinucleares de la región,  como la movilización contra la central nuclear francesa de Golfech realizada por el colectivo Retonda.

Finalmente, el 19 de febrero del año 2000, María se fue apaciblemente, a sus 86 años, desde su humilde apartamento de la rue de Pargaminières. La militancia anarquista de Toulousse colocó una placa dedicada a aquella mujer que nunca desfalleció en la defensa de los ideales, pese a amenazas, violencias y desalientos. La placa fue retirada tiempo después, con la excusa de los propietarios de proceder a restaurar el edificio, lo que fue consentido por autoridades locales. De este modo, las democracias occidentales reescriben lo que sus  jecutivos llaman “memoria histórica”, “memoria democrática”.

 

M. Genofonte

 

Share