Los tratados de libre comercio, hoy en día, otorgan la mayor fuerza y potencialidad económica a quien posee la mayor producción, a quien es más grande, a las empresas y países con una mayor producción. Las economías multinacionales que van detrás, que producen en cualquier lugar donde los costos son más bajos, con costes de producción fijos mínimos, en lugares subdesarrollados, con capital humano y mano de obra retribuidos mínimamente y como un mal necesario, y retribuidos según el máximo beneficio esperado, supone que las retribuciones y salarios siguen una curva descendente. Sólo cuando la intervención del capital humano es imprescindible es retribuido, si el modelo de negocio depende del talento humano, y el resto tiene retribuciones descendentes. El Capitalismo que se rige por la maximización del beneficio impone la curva descendente de la retribución. Según el economista liberal Milton Friedman, solo cuenta la maximización del beneficio y cualquier otro factor a considerar es irracional. En el Capitalismo la lógica social de la empresa no rige. Si se crea pobreza, eso no importa. Los salarios se reducen al nivel de subsistencia con empleos precarios. Cada vez una mayor parte de la población tiene trabajos más temporales y precarios. Los tratados de libre comercio persiguen que economías muy grandes tengan libre acceso a economías pequeñas, incapaces de poder competir en volumen de producción, en excedente y capacidad para poder contrarrestarlas.
El comercio ha existido siempre con completa libertad. Las economías se protegían de que otros los inundaran con sus productos para anularlos. El modelo liberal está repleto de hechos que evidencian una mentira enorme que está empedrada de falsas teorías y promesas torticeras. El modelo liberal capitalista evoluciona y deja víctimas. Algunos dicen que esto es lo que hay y oponerse es negar el futuro.
El libre comercio anuncia libertad y elimina competencia únicamente porque es su lógica por definición. Se generan unas víctimas humanas, una miseria mayor. Hay gobiernos que sirven a empresas y no a personas salvando a bancos y autovías y no a desahuciados.
Los acuerdos de libre comercio e inversión tienen un modelo de que van a generar riqueza y, por la teoría del desparrame, benefician a todo el mundo. Pero esto es falso para la gente. Hay que preguntarse si después de la aplicación de estos tratados se constata realmente cómo afecta a los derechos de la gente, cómo viven, cómo están los derechos humanos, cómo está la agricultura, si comen, como está el medio ambiente, etc. Hay que evaluar sus resultados desde el punto de vista de los derechos de la gente. Sólo se valora la acumulación de riqueza. Pero la tasa de beneficio de las empresas ha descendido. El Capitalismo tiene problemas para crecer y está permeado por el calentamiento climático y el agotamiento de los combustibles fósiles. La crisis del crecimiento supone sobreexplotar a los trabajadores para tener beneficios. Agudiza la expulsión por desposesión echando a la gente de los territorios con la agroindustria, la minería, la energía, etc. La tierra vale más que los seres humanos en América y África, y ahí empieza el horror. Se implementa la necropolítica matando a la gente. Quien no es útil al Capitalismo por no producir o consumir se les deja morir al no ser funcionales al Sistema. Se precisa emigración para bajar salarios y crear una guerra entre pobres. Se precisa, además de la sobreexplotación, atacar los últimos reductos de la población, y a esto vienen el CETA y el TTIP y los tratados de libre comercio de última
generación, para mantener la tasa de beneficios sin crecimiento de las economías, no hay una clara reproducción del Capital. Se quiebran los servicios públicos y los blindajes sanitarios y laborales para aumentar la tasa de beneficio. El Sistema ha apostado por mercantilizar la vida y aumentar los beneficios de unos pocos frente a la explotación o pobreza de las mayorías sociales, crear un excedente de población. La riqueza se acumula en unas pocas manos y para mantener esto tiene que instrumentalizar los poderes públicos, el poder político, y acumular poder de una forma esencialmente violenta. Con guerras horizontales para que el capitalismo se apropie de bienes estratégicos. La competitividad entre empresas y estados tenía el límite de los derechos humanos, laborales y ambientales, y esto ha sido roto (con explotación infantil, falta de seguridad e higiene…). La competitividad manda sobre los derechos humanos. Los derechos de inversión y comercio deben degradarse jerárquicamente bajo los derechos humanos. Sino, esto lleva a que la gente muera de hambre. La lógica de la acumulación de unos pocos está contra las mayorías sociales.
Los tratados de libre comercio desregulan el entorno financiero y ya no hay coto a burbujas y enriquecimientos de la nada. Los estados y las sociedades no pueden limitar la especulación con una indefensión enorme. Las víctimas humanas no tienen ingresos monetarios y son puros gastos que sobran. Se achaca la culpa a los propios pobres y no al sistema que los crea. Las víctimas asumen la culpa y se autodestruyen (en España el suicidio ha aumentado un 200% desde 2006).
El Capitalismo usa la violencia estructural muy fuertemente, es un sistema criminal. La vulneración de derechos humanos es sistemática con responsabilidad de la clase política. Las multinacionales se benefician de esto junto a los ricos y a la clase política, diplomática, mediática, financieros… Las multinacionales tienen el resguardo de algunos estados y esto es una “pista de despegue” que con los tratados de libre comercio benefician a los políticos. Cuando las multinacionales llegan a los países receptores de la inversión cuentan allí con el apoyo del aparato del estado y las oligarquías locales. Se aprueban aparatos jurídicos que aterrizan en países sin obligaciones y solo con derechos de su parte. Los tratados de libre comercio son normas imperativas que las hacen irrevocables. Es muy difícil deshacerse de la armadura jurídica de estos tratados siendo un tremendo golpe a la soberanía popular. Estas normas “duras” hay que contrastarlas con lo “blandas” que son las normas de derecho internacional. Es una simetría y desigualdad absoluta. El derecho internacional de los derechos humanos ha quedado arrinconado. No puede competir con el derecho del comercio, que no tiene cláusulas sobre derechos humanos y medioambientales. Las cláusulas de derechos humanos son puramente retóricas sin poder vinculante alguno.
Los gobiernos y la clase política, como en el bipartidismo español, son parte del Sistema y maximizan sus cartas siguiendo la política liberal. Son, de hecho, irresponsables de la pobreza que causan e imponen los intereses de las multinacionales. Venden el estado y este, cada vez más débil, tiene menor poder de resistirse a las grandes empresas. Las personas estorban y se fomenta la lucha entre pobres para que sean más débiles. ¿Cómo se puede pelear contra esto?
Hay que luchar por la dignidad del ser humano. Es difícil ser cómplice de este modelo y ser feliz ante tanta destrucción. Hay que tejer alianzas político-sociales que crean que el
Capitalismo no nos hace felices. La alianza de organizaciones y movimientos plurales, veteranos y nuevos, para resistir. También se precisan acciones concretas e inculcar que se necesita un comercio de complementariedad entre iguales y no de guerra de todos contra todos. Poner el comercio local y regional sobre el global (la soberanía alimentaria), reterritorializar el comercio. También blindar los derechos humanos del derecho internacional. Hay que avanzar sobre servicios públicos intocables. Los estados deben controlar y pedir responsabilidades a las empresas. El consumo responsable, etc. Hay alternativa, otra manera de entender el comercio. Hay que limitar la propiedad privada al servicio de las personas y no todo se debe comprar y vender. Hay que luchar en la vida cotidiana contra el poder corporativo. Las multinacionales tienen que perder ganancias si no respetan los derechos humanos. Hay que obligar a repartir a los que acumulan a costa de la pobreza de la gente.
Los medios de comunicación masivos están manipulados y dan informaciones distorsionadas. Calan el miedo. La gente aprende a evadirse y la mayoría no quiere saber y actuar en consecuencia según sus intereses. Esto impide el cambio social. Hay que presionar pues la resistencia legal es residual. Las conductas individuales son la base pero han de contagiar a la gente ajena o que se vea contraria. La ignorancia permite la falsedad e impide el cambio.
La política discute realidades paralelas a los problemas de la gente y al colapso de nuestra civilización. Hace falta un programa radical y claro que movilice a la gente. Hay que ir a la raíz del problema. El espectáculo despista y se precisa coherencia. Hay que combatir el miedo comprendiendo que el futuro terrible va a llegar a uno. El miedo es síntoma de complicidad con el modelo liberal. El desempleo, el déficit de asistencia sanitaria, las pensiones insuficientes, etc, nos van a tocar a cada uno. La política no debe frenar la movilización y las prácticas. Estar en la calle es organizarse y la historia demuestra que es posible. Desobedecer la norma injusta es buscar otra legitimidad (la de los derechos humanos). Pero es una carrera de fondo. Tenemos la verdad y la utopía deja de serlo cuando empezamos a trabajar por ella.
Los contrarios al cambio blindan el miedo y se precisan radicales claros con la verdad de las personas en el centro y sin relativismos. Si nos engañamos, nos ganan. Si no nos cohesionamos en torno a la idea, ésta está muerta. La guerra de todos contra todos solo nos anula y aniquila. El cambio no es fácil y es casi imposible, pero la esperanza dice que hay que intentarlo socialmente.