Tecnofeudalismo(II)

  • TECNOFEUDALISMO de YANIS VAROUFAKIS(II) 

    El auge de los “nubelistas” y la desaparición del beneficio 

    El mundo del dinero se ha disociado del mundo capitalista. Con la pandemia, los bancos centrales de los países capitalistas, imprimieron dinero para dárselo a los financieros que no lo usaron para invertir en la economía real sino que invirtieron en capital en la nube. Las grandes tecnológicas invirtieron el dinero de los bancos centrales y crearon nuevos puestos de trabajo, pero la inversión se destinó a aumentar su capital en la nube y los empleos creados fueron de proletarios en la nube. 

    Las tecnologías que engendraron el capital en la nube han desarrollado capacidades que nunca tuvieron los anteriores tipos de bienes de capital. Se han convertido, al mismo tiempo, en captador de atención, fabricante de deseos, impulsor del trabajo proletario, desencadenante de una mano de obra gratuita y masiva y, además, en creador de espacios de transacción digital privatizados en los que ni los compradores ni los vendedores disfrutan de las opciones que tendrían en los mercados normales. Como resultado, los nubelistas se han convertido en una clase revolucionaria de lo más alto del orden jerárquico de la humanidad. Los nubelistas se financiaron cogiendo los ríos de dinero que estaban imprimiendo los bancos centrales de los Estados capitalistas desarrollados. Este nuevo tipo de capital social en la nube tiene el superpoder intrínseco de lograr que miles de millones de personas lo reproduzcan en beneficio de sus propietarios nubelistas de manera gratuita, e intensifica el poder para extraer plusvalía de los proletarios que trabajan por salarios menguantes y en condiciones cada vez peores, pero también de los capitalistas obligados a retirar sus mercancías de los mercados tradicionales y venderlas a través del capital en la nube. 

    Desde 2008 los bancos centrales, por iniciativa propia, han estado imprimiendo dinero y canalizándolo hacia los financieros, salvando el capitalismo por el cambio de contribuir a financiar el capital en la nube. Además de salvar a los bancos quebrados y los ahorros de la gente, rescataron a los banqueros delincuentes y sometieron a los trabajadores y a la clase media a una austeridad total. La austeridad no solo es mala para los que precisan ayuda del Estado en las crisis sino que acaba con la inversión. No hay nuevas inversiones, pero si mucho mas poder en manos de los poderosos. 

    La inflación es la subida generalizada del precio de las cosas y reduce el valor de cambio del dinero. Durante la pandemia el dinero conservó su valor de cambio, pero al mismo tiempo se desplomó su precio (es decir, el tipo de interés) y llegó a ser negativo en muchas ocasiones. Esto reflejaba la nula inversión de los empresarios y su mínima demanda de dinero. Además, los fracasados banqueros tenían el control absoluto sobre todo el mundo y consiguieron que el Estado los rescatara al quebrar y les diera una línea de descubierto abierta. Por no invertir en la economía real la economía se estancó. 

    Por primera vez, el beneficio dejó de ser el motor del capitalismo mundial impulsando la inversión y la innovación, y alimentar la economía, lo asumió el dinero de los bancos centrales. El beneficio siguió siendo el fin de todo capitalista pero la acumulación de capital se desvinculó de los beneficios. En este período empresarios intrépidos y talentosos como Jeff Bezos y Elon Musk pudieron construir su capital en la nube, supercaro y ultrapoderoso, sin necesidades tradicionales como pedir préstamos a bancos, vender parte de su negocio a otros o generar grandes beneficios. Su riqueza, entre 2010 y 2021 pasó de menos de 10000 millones de dólares a unos 200000 millones de dólares cada uno. Ambos sabían que el beneficio era irrelevante. Lo importante era aprovechar la oportunidad de establecer un dominio total del mercado. Los nubelistas apenas ganaron beneficios pero revalorizaron sus acciones enormemente y se llevaron muchos millones del circuito financiero. 

    Esta “recapitalización de dividendos” es lo que los saqueadores, que no crearon un valor nuevo, se limitaron a desvalijar. Es un caso clásico en que la renta feudal derrota al beneficio capitalsta. La extracción de riqueza por parte de quienes ya la poseen triunfa sobre la creación de nueva riqueza por parte de los empresarios. El éxito de ese plan depende de que, tras la destrucción de la empresa original, los saqueadores sean capaces de vender filiales a un precio suficientemente alto. Cuando el dinero de los bancos centrales sustituyó al beneficio como combustible de la economía y el “todo sube” aumentó  aún más el precio de las filiales, el capital de inversión fue capaz de hacerse, de una sola vez, con el control de tantas empresas capitalistas como pudo, y de liquidarlas con éxito. El socialismo para financieros dio lugar a otro grupo de superseñores financieros que competían con los nubelistas-tres compañías estadounidenses con un poder superior al del capital de inversión y el de todos los capitalistas terrestres juntos: Black Rock, Vanguard y State Street. Estas empresas gestoras de activos, las “Tres grandes”, son de hecho las dueñas del capitalismo estadounidense. Gracias al dinero de los bancos centrales estas compañías disfrutan de un poder de monopolio sin precedentes sobre sectores enteros y la capacidad de ofrecer a los ultraricos un elevado rendimiento con comisiones muy bajas. Esto les permite extraer rentas cuantiosísimas. Los bancos centrales han financiado una nueva forma de capital en la nube que está acabando con los mercados y haciendo que los consumidores pasen de ser agentes soberanos a juguetes de algoritmos que escapan al control efectivo de los mercados, de los gobiernos y quizá incluso de sus inventores. 

    Así, la gran transformación de nuestro tiempo ha sido cómo la privatización de los bienes comunales de internet, ayudada por la crisis de 2008 que hizo que los bancos centrales abrieran las puertas al dinero estatal, engendraría un nuevo y superpoderoso tipo de capital; cómo este capital en la nube daría lugar a una nueva clase dominante; en qué medida esa nueva clase dominante resultaría revolucionaria, al aprovechar su capital en la nube para hacer que casi toda la humanidad trabajara para ella, gratis o por una miseria, incluidos muchos capitalistas; y, sobre todo, que retroceso supondría todo eso en el gran plan para emancipar a la humanidad y el planeta de la explotación. 

    Tecnofeudalismo 

    El capitalismo está muriendo, está siendo víctima indirecta y merecida de su mayor creación: los nubelistas, no el proletariado. Y poco a poco, los dos grandes pilares del capitalismo-el beneficio y los mercados- están siendo sustituídos. Lo que está sucediendo es la historia de cómo las rentas-el rasgo económico definitorio del feudalismo-ha protagonizado un notable resurgimiento. No se diferencian aritméticamente: tanto la renta como el beneficio son el dinero que queda una vez que se han pagado los costes. La diferencia es más sutil, cualitativa, casi abstracta: el beneficio es vulnerable a la competencia de mercado, y la renta no lo es. El motivo estriba en sus diferentes orígenes. La renta deriva del acceso privilegiado a bienes cuya oferta es rígida, como el suelo fértil o las tierras que contienen combustibles fósiles; no se pueden producir más recursos de este tipo, por mucho dinero que se invierta. El beneficio, por el contrario, acaba en los bolsillos de los empresarios que han invertido en cosas que de otro modo no existirían. El hecho de que estas mercancías hayan sido inventadas y creadas por alguien, y de que, por lo tanto, otra persona pueda inventar y crear una inversión mejor, es lo que hace que el beneficio sea vulnerable a la competencia. Al rentista le favorece la competencia en el mercado. El capitalismo triunfó cuando los beneficios superaron a las rentas aunque estas nunca desaparecieron del todo. Después de la Segunda Guerra Mundial, la renta superviviente volvió a expensas de la incipiente tecnoestgructura-el nexo de conglomerados con inmensos recursos, capacidad productiva y alcance de mercado que surgió de la economía de guerra-. Fueron los innovadores expertos en marketing y los imaginativos publicistas empleados por la tecnoestructura quienes lo permitieron al crear algo ingenioso: la lealtad a la marca. La fidelidad a una marca permite a su propietario subir los precios sin perder clientes. Esta prima de precio equivale a rentas de marca. En la década de 1980, las marcas alcanzaron tal poder de extracción de renta que a los jóvenes aspirantes a empresarios les importaba más poseer las marcas adecuadas que quién producía los bienes, y dónde o cómo lo hacía. La aparición de la renta en la nube en la década del 2000 hizo regresar las rentas a lo grande. Apple desempeñó un papel destacado en esto. Antes del iPhone, los artilugios de Steve Jobs eran un caso paradigmático de mercancías de lujo que pagaban precios elevados, los cuales reflejaban unas importantes rentas de marca. La empresa sobrevivió a una brutal competencia gracias a productos de diseño bonito y facilidad de uso que, permitieron cobrar importantes cantidades en concepto de renta de marca. Sin embargo, su gran avance, el que la convirtió en una empresa de un billon de dólares, fue el iPhone, no sólo porque era un gran producto sino porque dió a Apple la llave de un tesoro completamente nuevo: el alquiler de la nube. En el caso de Steve Jobs, el golpe genial que desbloqueó la renta de la nube fue su idea radical de invitar a “desarrolladores externos” a utilizar el software gratuito de Apple para producir aplicaciones que se venderían a través de Apple Store. Sólo con esto, la empresa formó un ejército de trabajadores no asalariados y capitalistas vasallos cuyo duro trabajo creó multitud de capacidades disponibles exclusivamente para los propietarios de iPhone en forma de miles de aplicaciones deseables, cuya variedad o volumen los ingenieros de Appel nunca habrían conseguido por si solos. Sus competidores no crearon su propia tienda porque era demasiado tarde. El precio de usar Apple Store era un alquiler del 30 por ciento de renta del suelo sobre todos sus ingresos que pagaban a AppelAsi creció una clase capitalista vasalla a partir del suelo fértil del primer feudo en la nube: la Apple Store. Sólo otro conglomerado consiguió convencer a una parte significativa de esos desarrolladores para que crearan aplicaciones para su tienda: Google. Dispuesto a explotar su situación dominante en la nube, en vez de fabricar un teléfono que compitiera, desarrolló Android, un sistema operativo que podía instalarse gratuitamente en los smartphones de cualquier fabricante que pudiera utilizarlo. Al aumentar de tamaño con los competidores de Iphone creó una nueva tienda: Google Play, la única alternativa seria a Apple Store. El abundante capital en la nube de Google actuó como un imán para los desarrolladores externos, sujetos a una renta, que ahora producían aplicaciones a la venta en Google Play. Es la renta de la nube. Durante esa misma década, Amazon perfeccionó su fórmula para vender bienes físicos por medio de una cadena de distribución global a través de su propio feudo en la nube. Gracias a la fórmula algorítmica de comercio electrónico de Amazon, la renta de la nube ya no se limitaba al mundo digital. Financiados por el dinero de los bancos centrales y respaldados por el capital de inversión, estos nubelistas extendieron sus feudos en la nube por todo el mundo, extrayendo unas gigantescas rentas de la nube, tanto de los capitalistas vasallos como de los siervos de la nube. Todos los capitalistas vasallos, a pesar de conservar su poder de mando, por definición, dependen en mayor o menor medida de la venta de sus mercancías a través de un sitio de comercio electrónico, ya sea Amazon, eBay o Alibaba, y una parte considerable de sus ingresos netos se lo llevan los nubelistas de los que dependen. Otros nubelistas centraron su atención en el “precariado”. Empresas como Uber, Lyft, Grub Hubetc conectaron sus feudos en la nube a una gran variedad de conductores, repartidores, limpiadores, restauradores, trabajadores a destajo y sin un salario a los que cobraban una comisión fija de sus ingresos. Una renta de la nube. Todo capitalista vasallo sabe que si se elimina un enlace de su sitio en la nube podría perder el acceso a la mayor parte de sus clientes. Y con la eliminación de uno o dos enlaces del motor de búsqueda de Google o de un par de páginas de comercio electrónico y redes sociales, podrían desaparecer por completo del mundo online. El tecnofeudalismo se fundamenta en un tecnoterror aséptico. 

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