Los problemas de la agricultura en una tierra enferma

  • LOS PROBLEMAS DE LA AGRICULTURA EN UNA TIERRA ENFERMA 

    “La verdadera evolución consiste en volver a los orígenes” Nietzsche y Gaudí 

    Juan Valero 

    Voy a escribir en este artículo un resumen sobre el transcurso seguido por los laboreos agrícolas a lo largo de los tiempos con el objetivo de centrar la situación y los problemas capitales y tras ello, exponer las alternativas, pactos y alianzas necesarias que necesitamos, para recuperar a la Tierra de modo salubre, libre y útil al bien común, desde una agricultura regenerativa que aporte el alimento que necesitamos para la población mundial. 

    Siguiendo esta reflexión corresponde puntualizar los inicios y analizar su desarrollo desde aquella procedencia hasta el presente para entender el proceso. 

    En la historia de la progresión de la humanidad la agricultura es una parte esencial, gracias a ella se fijó la población, consiguiendo en las sociedades implicadas el desarrollo exponencial que nos ha traído hasta nuestros días. 

    En la península ibérica hay constancia de las primeras explotaciones desde hace ocho mil años. 

    Durante este periodo esta actividad ha resultado ser vital para nuestra tierra y ha determinado desde el paisaje y la cultura hasta la economía y la política de las diferentes comarcas y comunidades que han poblado Iberia. 

    Desde aquellos antiguos asentamientos vernáculos de agricultura prehistórica hemos llegado hasta la tecnificación de estos últimos decenios, colonizando extensiones enormes, mientras por entremedias se asumían los desafíos para adaptarse a las necesidades de la sociedad a la que tenía que nutrir. 

    La accion para conseguir los alimentos escogidos acababa por variar los aspectos clave del territorio. 

    John Perlin en su obra “Historia de los Bosques” nos demuestra que los bosques precedieron a las civilizaciones y a estas le siguieron los desiertos, especialmente en el Creciente Férftil y en menor o mayor medida  en casi todas las civilizaciones antiguas.  La desmesura de explotación y esquilme de todos los elementos del bosque para abastecer las urbes (agua, madera, caza, frutos, resinas, etc) acababa por desertificarlos y por consecuencia directa esa población migraba o desaparecía al no tener el sustento base. 

    En nuestra península son conocidas estas alteraciones, desde las primeras selecciones sutiles de especies arbóreas favoreciendo los árboles de bellota o resto de frutos silvestres, en detrimento de otras especies, hasta llegar más recientemente a las deforestaciones irracionales y salvajes tales como la de los Monegros, las de una gran parte de Almería o de las campiñas castellanas –por ejemplo- fuese para sembrar más hectáreas de cereal, vender vigas y tablones de sabina, roble, boj, encina , etc a la Armada, o en el caso de Almería para comerciar ¡la ceniza resultante! A los mercados marselleses  para elaborar su jabón. 

    Aunque no sea muy conocido, lo peor por su proporción y método, fue la quema indiscriminada año tras año de extensas zonas de bosque para generar un pasto más adecuado a la alimentación de los millones de ovejas que se agrupaban en el Concejo de la Mesta. 

    Nuestros antepasados íberos y celtas generalmente usaban más la técnica de recolección -especialmente de bellotas y otros frutos del bosque- complementada con pequeñas plantaciones de cereal y alguna legumbre así como de leguminosas y vides. 

    Es con la llegada del Imperio Romano cuando se empiezan a trabajar enormes extensiones especialmente de plantación de olivos y es sobre todo con la llegada de la cultura del Islam donde en estas tierras se alcanza un nivel de excelencia en los manejos y diversidad de producciones de huerta, además de la teorización y divulgación de los conocimientos de esta materia rescatados de los escritos de los antepasados griegos y latinos, toda vez que fue en al Andalus donde se tradujeron y aplicaron las obras de aquellas culturas. 

    En el siglo X, Abulcasis –un médico cordobés- escribía de la agronomía y la medicina (la lógica Hipocrfática: “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina”). En los entornos y huertas de Granada, Toledo, Valencia, Murcia y Sevilla se practicaba esta agricultura integral que compendía el sevillano Abú Zacaría en el siglo XII con su obra “Libro de Agricultura”. 

    El trato de esta producción agricola con el medio para conseguir los rendimientos que necesitaba la población para alimentarse alteraba los entornos pero rara vez los agotaba o los consumía toda vez que se rotaban las producciones con los barbechos, se establecían lindes apropiadas y siembras asociativas para conseguir una mejora constante de los suelos. 

    Es con la llegada del siglo XX cuando la industria pesada resultante de la revolución industrial interviene en  la agricultura, primero de modo casi casual y después con un plan de abordaje y mercantilización espuria sin precedentes, y se entra en la deriva actual que nos tiene a la puerta de un colapso de gran magnitud. 

    Los tractores para usos concretos –trilla sobre todo- se empezaron a usar a finales del siglo XIX, y para labrantíos desde principios del siglo XX, pero es tras las grandes guerras mundiales ante la inmensidad de jóvenes muertos y mutilados cuando decididamente intervienen en la agricultura (22 millones de muertos y 25 millones de mutilados en la I, mientras que en la II fueron de 60 a 90 millones de muertos y más del doble de heridos y o mutilados según las fuentes). Ante esa enorme falta de mano de bra para las tareas del campo en la Europa afectada tras la I Guerra, se reconvirtieron las producciones en aprovechar los pastos y crear una cadena alimentaria en base a los lácteos de vaca y sus crías -poco mantenimiento frente a una notable producción- y por otro lado con cierto sentido práctico decidieron potenciar el tractor y derivados, como herramientas de mecanización, para las labores que esa parte resultante de la población activa –que quedó viva e ilesa y serví apara estos menesteres- pudiese suplir esa carencia con el apoyo de esa nueva tecnología. 

    Si en los años veinte y treinta la industria tuvo un peso singular en este cambio, es tras el fin de la Segunda Guerra Mundial con los EEUU, Rusia, Europa, parte de Asia y Oceanía implicadas cuando entran en acción factores determinantes como la reconversión de la industria de guerra hacia el uso agrario, con el grado de inconsciencia, desconocimiento y perversión que nos trae a estos graves problemas actuales. 

    Bill Mollinson lo precisa en una intervención en la Universidad de Naciones Unidas en su sede central en Tokio: 

    “El gran cambio de la agricultura sobrevino justo después de la Segunda Guerra Mundial y sucedió porque muchas industrias que manufacturaban vehículos, gases nerviosos o explosivos, se quedaron con gran cantidad de excedentes. Y ¿qué se puede hacer con ellos?: puedes inventarte una guerra con un país pequeño y lanzar todas tus bombas (…) y si eso no es suficiente puedes empezar a fabricar venenos que puedan usarse contra la tierra con el pretexto de  desinsectación, que es lo que sucedió con la industria del gas nervioso, que trasladó simplemente su punto de mira a la agricultura”. 

    Esta agricultura industrializada que denominaron, en un alarde formidable de márquetin, como revolución verde, permitió reciclar fácilmente la fabricación de maquinaria de guerra con los vehículos de tracción -tanques: tractores, tanquetas: camionetas- y el empleo de fertilizantes, especialmente de nitrógeno, ocupando en ello a un gran número de industrias que con anterioridad fabricaban explosivos. 

    El exceso de nitrógeno altera los ecosistemas naturales, causando acidificación, desbalance de nutrientes, pérdida de biodiversidad y la consiguiente desertificación y quiebra de la fertilidad de la tierra hasta dejarnos a día de hoy en casi todas las zonas de producción una tierra contaminada, ayermada y enferma. 

    Y si el capitalismo actuó inmisericordemente contra la tierra, su oponente político añadió al marxismo-leninismo el “marxismo-tractorismo” lo que resultó en ser aún más nocivo porque al no existir los límites de la propiedad privada (algunos granjeros no cayeron el la trampa de esta perversión, no querían su tierra y sus ríos enfermos y envenenados) en nombre de la dictadura del proletariado, la URSS y su órbita fusilaba y bombardeaba la tierra con menos compasión y escrúpulos que a sus propios opositores y trabajadores para intentar ganar mercados a base de altas producciones al mínimo coste. 

    La deriva de aquellas decisiones políticas, búsqueda de resultados comerciales a cualquier precio social y medioambiental y ansias de acceder al control de los mercados ofertando productos más baratos nos trae en la actualidad al poder de las grandes compañías que han sustituído el valor noble del comercio justo pore el precio inmoral de la guerra injustificable (menos aún -si cabe- contra la Tierra común) y han conseguido variar los hábitos de consumo desplazando hasta la temporalidad estacional en favor de una oferta limitada en tiempo y productos.  A cambio han controlado los mercados generalmente bajo el efecto Dumping  o estrategias similares e impuesto unos precios al consumidor que además de maniobrar para pagar el mínino los costes de las cadenas de siembra, manufactura y recolección han acaparado la distribución y almacenaje en frío -mediante el control del o0zono en cámaras especializadas-, doblando o triplicando sus márgenes comerciales, empobreciendo a los productores, ejerciendo el caciquismo corporativo, la compra de parte del poder político para obtener leyes a medida de sus intereses y la usura. 

    Vandana Shiva nos contó que la gran industria agroalimentaria, hace unos años, intentó “patentar” para ellos unas decenas de especies de arroz y prohibir el resto 

    : una diversidad de unas cien mil especies en todo el mundo lo que asegura unas  producciones adaptadas a cada territorio  y clima así como servir estas diferencias de fenotipo, entre otras cosas, como un freno ante las plagas. 

    Estos grupos y corporaciones exigen el tipo de producción, el precio y el modo de pago. No es casualidad esta situación, dado que el capitalismo más insensato, pernicioso y déspota nos lo advirtió directamente por medio de uno de sus representantes más significativos: Kissingeer, quien impulsó que los EEUU compraran las acciones de todos los alimentos mundiales y de esta manera controlar el planeta. Él mismo decía: “Podeís elegir a quienes queráis, la gente que os controla es la gente que controla los alimentos que coméis”. Y a esto lo llamaba el “potencial Zap”. 

    En este contexto de abuso por parte de la agroindustria imperante, los agricultores exigen desde una base justa reclamaciones lógicas y adecuadas: 

    Reglas de mercado para que las grandes distribuidoras no les impongan el precio0 ni el modo de pago –a veces hasta por debajo de los propios costes de producción-, atajar la competencia desleal que introduce productos en Europa elaborados sin las garantías fitosanitarias y laborales de las legislaciones avanzadas, ajustar la burocracia desproporcionada –en buena parte- al volumen de su explotación y que el reparto de las ayudas de la PAC (Política Agraria común) sea más justo en favor de  los pequeños productores. 

    Asimismo y especialmente que los precios mantengan un equilibrio razonable entre lo que paga el consumidor y lo que perciben los productores, toda vez que ahora hay incrementos desproporcionados, que oscilan de media entre el 500% hasta el 800%. 

    Además de por sus motivos justificados, estos productores están siendo espoleados y utilizados por un movimiento político reaccionario que impulsa las conocidas consignas de seguir “disparando”, envenenando y empobreciendo los suelos a base de sobrefertilizar, fumigar, no atenerse a las rotaciones de cultivos, barbechos y la creación de lindes. Aparte de exigir el libre uso de buena parte de los pesticidas o fertilizantes de síntesis, aún a sabiendas de que son nocivos para la salud de la tierra y de las personas. 

    La manipulación informativa y la perversión del sistema es tal que están consiguiendo movilizar a una parte de los agricultores contra el llamado pacto verde que les favorece, mientras esa misma extrema derecha y los reaccionarios grupos de la agroindustria son los que firman, votan, promueven, ejercen, mantienen y apoyan los acuerdos comerciales que atentan contra los agricultores. 

    Aquella revolución verde del capitalismo y su alter ego de poder, el “marxismo tractorismo”, se ha agrandado en nuestro país a manera de metástasis hasta un “tracto-bobo-voxismo«, surgiendo de ello una nueva subideología que resulta de la suma de los errores y mala gestión de base de sus antecesores. 

    Ampliados, porque desestiman menospreciando las enormes mejoras técnicas que pueden optimizar los laboreos y la producción con menos insumos. Y redobla su acción negativa añadiendo la necedad de negar el cambio climático en favor sólo del capitalismo más retrógrado. Se proclaman enemigos de los ecologistas de los que dicen “no conocen el campo” mientras que ellos sí, sometiéndolo a sus malas prácticas desde la cabina de su tractor con aire acondicionado, pantallas de apoyo y  una renta básica por las ayudas que reciben de la PAC, y exigiendo seguir, sin necesidad, beneficio o razón, envenenando a la tierra y quemando energías fósiles sin planes de reducción o alternativas en un sinsentido propio de la ignorancia. Reclaman carburante subvencionado, venenos mortíferos, que los camiones con verduras “de los moros” no pasen a Europa y controles laxos para su actividad. 

    Hay que ser muy bobo y necio para defender los intereses de los que van contra ellos, no atender a la ciencia que les propone trabajar menos para producir lo mismo, hasta con menos insumos, y negar las evidencias climáticas adversas que ellos mismos podrían comprobar si bajasen y mirasen desde fuera de la cabina de su tractor y de las redes sociales engañabobos que les diseñan. 

    De acuerdo con lo que escribe el premio nobel en economía Paul Krugman, llevamos decenas de años asistiendo al hedor de la negación del cambio climático; con campañas sistemáticas y variadas de la extrema derecha destinadas a desacreditar, a persuadir desde redes y medios de comunicación creados a tal efecto para generar una manipulación mental favorable a las petroleras y resto de industria vinculada; asentar dudas sin base alguna documentada y difamar e insultar a los científicos que han sido capaces de adelantar con alta precisión los modelos de cambio climático, gravemente desequilibrados. Aumentados por cientos de veces de sus ritmos naturales por la acción humana, en lo que se ha consensuado en llamar el antropoceno. 

    A la par se inventan bulos con soluciones fantásticas -por ahora-, sin base de realidad prácticamente, como la posible inmediatez de un control programado de lluvias a voluntad, la creación de la fisión nuclear, o de unos parasoles a modo de filtro solar situados en el espacio que aminoren la intensidad de los rayos solares (todo trampantojos para convencer y alistar a los bobos a esas divisiones de votantes necios que legitiman a algunos apolíticos a su sueldo como elemento de credibilidad a sus argumentos ignorantes y engañosos). 

    Esa desinformación la generan también para calmar y paralizar a los preocupados, sembrando con todo ello la esperanza de un futuro más falso que una paella valenciana con salchichas de Frankfurt en chucrut y pangolín en adobo, esparciendo la vana esperanza, ante esa masa indolente, de que lo tienen todo controlado, que no hay cambio climático  y que la energía, el efecto invernadero y la contaminación no son un problema capital para la Humanidad. 

    Estamos atravesando una época histórica donde una parte importante de la sociedad no quiere formarse pasando el trance de leer, estudiar, analizar y tener la decencia intelectual de reconocer la verdad empírica de la ciencia: prefieren creer sólo lo que les conviene a sus intereses y lo dan por cierto en tanto esté publicado en algún lugar de la red y un número impreciso de personas –cuando no de perfiles de bots generados por las brigadas informáticas- lo validen con un me gusta. 

    Lo peor es que hay un considerable abono matriz de fondo: según un chiste francés los agricultores propietarios de extensiones de terrenos pequeños y medianos pero con grandes tractores, son de dos grandes ideologías: o son muy, muy de derechas o “por el contrario” son muymuy, pero que muy… de extrema derecha. 

    Y han encontrado un frente abierto al que se suman como entristas marrulleros para negar el cambio climático y sobre esa falsa premisa solicitar descuentos en los precios de los carburantes, exigir seguir envenenando el suelo con pesticidas como el glifosato y fertilizantes de síntesis y continuar imposibilitando una recuperación de la tierra mediante barbechos, lindes y áreas de microrreservas y corredores ambientales, ignorando o repudiando las producciones regenerativas o tratamientos con abonos orgánicos, repelentes naturales para desinsectar plagas, etc. 

    La solución no es fácil y como casi todo para encontrarla y aplicarla hay que partir de una información veraz, unos acuerdos de mínimos entre toda la sociedad sin distingos ideológicos y una educación previa que cambie los hábitos de producción y consumo y nos devuelva a los orígenes, a la autogestión en lo posible del mercado de alimentos básicos, que es bastante más fácil de lo que nos están intentando hacer creer. 

    Las herramientas y métodos están al alcance de la sociedad, están testados y son eficaces y convenientes, pero son temidos y bloqueados porque descentralizan devolviendo el poder al individuo y eso le da mucho miedo a los gobiernos y sobre todo a sus próceres. 

    Volviendo a Bill Mollinson –uno de los creadores de la permacultura- usando una de las técnicas de esa educación que consiste en tornar en favor las fuerzas adversas, sugiere que ofrezcamos pagar medio dólar más por hectárea de lo que ahora cobra esa industria, pero exigiendo que se hagan las cosas bien. Y dar un euro más por hectárea al que quiera hacerlo muy bien. Esa es su dinámica de acción y a nosotros nos corresponde orientarla desde lo posible con un consumo responsable y la presión económica dimanante que forzará a la política. 

    Sin duda hay que solventar esos desequilibrios impuestos para lograr una justeza ecologíco social y laboral y para recuperar la salud del planeta y la fertilidad de la tierra sabiendo que la situación es difícil por el inmenso poder acumulado, las políticas compradas y aplicadas por apesebrados y también por el buen hacer de las cadenas de producción, excelentes y eficaces que se han creado para aportar comida abundante y a buenos precios en origen. Hay que evaluar que las soluciones son vastas y complejas y desde luego que para ser posibles han de ser dialogadas, mixtas, trasdisciplinares y transversales. 

    Crear puentes de entendimiento con acuerdos de base entre los productores de agricultura integrada, la industrial y la regenerativa para que puedan competir libremente mediante el control de los sobrecostes posteriores que es donde la mala especulación genera graves desequilibrios y conflictos. 

    Forzar a los legisladores para emitir y hacer cumplir leyes en favor de los pequeños agricultores y contra el envenenamiento y sobre explotación irracional de las tierras. 

    Educar a la ciudadanía en consumos de temporada, de cercanía y el uso del comercio justo. 

    Acción directa, cocina popular de aprovechamiento, producir alimentos en nuestra ámbito cercano y conservas artesanas de bajo impacto energético, para aprovechar los precios baratos, la abundancia de las épocas de producción y al tiempo comprar los excedentes de las cosechas favoreciendo al productor. 

    Potenciar los grupos de consumo de cercanía, ejercer y desarrollar la soberanía alimentaria y la renuncia a productos de otra estación y continente que poco o nada de valor nutricional aportan a nuestras vidas. 

    Las soluciones progresistas son eslabones de una cadena firme: permacultura, forestería análoga, bosques comestibles, agricultura y ganadería regenerativas, decrecimiento sostenible, autoproducción de alimentos, huertos urbanos y de cercanía, producciones en balcones y terrazas, cooperativismo, etc. 

    Y en tanto a las soluciones más globales, para ir a la raíz de los desequilibrios medioambientales hay que potenciar las opciones de planes de contingencia y adecuación para paliar los efectos de este cambio climático que marca la entrada del antropoceno bajo las soluciones de ingeniería por ecosistemas. 

    Por medio, para poder aplicarlas (ante las catástrofes que afectan a todos y a todas las producciones), será por la presión social fruto de la ciencia, la cultura y la economía. Con diseños que concreten todo lo anterior: no es una quimera, he participado directamente proponiendo y planteando la creación d ela primera empresa conocida con el nombre Ecosystem Engineering Sollutions en el año 2010 con el cometido de copiar los procesos de la naturaleza que son favorables a la Humanidad y adelantar esos ciclos en cientos de años. Con patentes mundiales tales como Cortafuegos Verdes para cortar los incendios forestales con secuencias vegetales, Fuentes de Iberia o Tree Torrents para crear fuentes permanentes a partir de las lluvias estacionales o Módulos Verdes para descontaminar el agua de las calles y carreteras y volverlas limpias a sus  cauces o usarlas para producir lo que requiera cada espacio. 

    Parte esencial en la solución es el componente ideológico y cultural. Jordi Bigues, un gran compañero, quien estuvo con nosotros en Valencia con el movimiento anarquista en la Transición, y ha sido entre otras muchas cosas cofundador de Greenpeace, se define como “ecoartivista” (ecologista activo con implemeddntos imprescindibles de formación cultural y artística en las acciones y en comunicación) y nos explicó desde los “Hábitos de consumo y solidaridad, hacia un nuevo equilibrio” que “la ecología es el Humanismo de estos tiempos”. 

    Y desde esos valores del Humanismo hemos de actuar: sabemos que la economía que es una parte menor de la ecología y que ante esa economía social la colectividad ha de ser posibilista e integradora. La agroecología es nuestra raíz y nuestro único futuro posible –volver a los orígenes- y la agroindustria, que es a su vez una parte menor de la agricultura, es una máquina formidable de producción que hay que ajustar y regular para que pase a ser desde la piedra angular del problema a un pilar base de la solución, aunando los intereses legítimos de quienes tienen su negocio creando alimentos en escala industrial con los que queremos una tierra sana y equilibrada para nuestros descendientes. Por tanto, no hay posible debate entre agroindustria y agroecología: necesitamos de ambas porque nuestros intereses y producciones no son opuestos sino complementarios, no será fácil coincidir de inicio, de hecho no es ni necesario si se establece un reglamento pactado de mínimos para el mantenimiento de nuestra casa común y  unas normas justas y proporcionales para generar la producción y comercio de alimentos para toda la población. 

    La concienciación social y el diálogo junto a la acción directa pueden y deben orientar esta maquinaria. 

    “Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”, también, recursos y conocimientos racionales aportados desde la ciencia ante las acechanzas y problemas del antropoceno, pero tenemos que explicarlo muy bien, obrar en consecuencia y actuar mejor. 

    Por ello debemos entender y atender a Darío Fo quien nos explico que nuestro “voto más útil” en una democracia burguesa es el euro de nuestro bolsillo: 

    El empleo de nuestro dinero es lo más eficaz para orientar con inmediatez estas políticas en tanto se utiliza en lo que corresponde, y nuestra acción más “evolucionaria” es potenciar esta rama de la economía con el añadido determinante de cultivar nuestros propios alimentos y canjear los excedentes con otras personas uniéndonos a redes de consumo responsable, desde el convencimiento de que hay que ir a la propaganda por los hechos y que hemos de realizar acciones locales de modo continuado a consecuencia de un pensamiento global por una sociedad  más solidaria, justa y libre. 

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