El Viaje es inherente al ser humano. Es cierto que el ser humano siempre se ha desplazado. Eran viajes difíciles, con un desafío físico, un desafío mental al exponerse a otras costumbres y lenguas, etc. Se buscaban nuevas tierras donde vivir, la expansión militar de los estados, se llevaban a cabo peregrinaciones religiosas más espirituales que las de hoy, el comercio se ampliaba, etc. Antes no se emprendía el viaje si el móvil del mismo no era estrictamente necesario. La aventura significaba exponerse a la fortuna en sus caras negativa y positiva y se contraponía al actual turismo por desconectar.
Lo que ha cambiado mucho es el potencial de los medios de transporte desde el siglo XIX. Nace un viaje por placer y sin necesidad. Un viaje casi sentimental (Italia, Grecia, etc). Los peregrinos de la belleza o aristócratas contemplaban la belleza de las antiguas civilizaciones. Pero la sinceridad en la conversión espiritual a la cultura grecolatina no era muy intensa. Muchos de ellos escribieron diarios de viajes como “Viaje a Italia” de Goethe que afecta a sus lectores y empieza la imitación o el viaje moderno. Esta masificación turística creó malestar ya a finales del siglo XIX.
Con la Revolución Industrial la Naturaleza empieza a estar acosada y contaminada y comienza a apreciarse su valor y el del paisaje. Este descubrimiento de la Naturaleza desvela el viaje interior por el propio país (montañismo, senderismo, etc).
Cuando termina la II Guerra Mundial, durante los treinta gloriosos, se produce un crecimiento económico, una estabilidad laboral, las vacaciones pagadas, los medios de transporte baratos, etc. La clase media y obrera empieza a viajar. El viaje de descubrimiento, experiencia vital o aventura termina aquí. Viajar se convirtió en un transporte acelerado que alienaba su placer.
El turismo ha matado el espíritu del viaje. La industria turística nace de la voluntad de gestionar o controlar ese deseo y convertirlo en otra cosa. Es un proceso por el que el turismo convierte el viaje en un producto comercial. El turismo se hace en enclaves moldeados por él y dotados de halos de encanto y autenticidad. Se transforman en aras de convertirlos en algo artificial mezclando lo antiguo con lo nuevo. Se configuran los espacios (con wifi, jacuzzi, etc) y se explota una tradición que se convierte en dinero y se museifica. La industria turística transforma la realidad de los lugares. El desarraigo desarraiga de todo menos de la necesidad de tener raíces. Se dota de aspecto atrayente para el turismo según criterios comerciales.
El turismo oculta los bastidores en que se gestan los lugares con un equilibrio entre modernidad y folklore. Hay circuitos cerrados en los enclaves turísticos en que se guía de la mano al turista impidiendo una inmersión en el lugar y estando todo controlado. En todos los lugares hay que ver cosas obligatoriamente.
El turismo como evasión es un mecanismo de distracción de las condiciones de nuestra vida. Puede ser que, junto a la televisión y el consumo, viviendo como un rentista y siendo servido en todo se constituya en una pequeña revancha para soportar las vidas monótonas que se llevan normalmente. Muchos turistas sienten la revancha de ser rico en países más pobres (turismo sexual en Tailandia, Magaluf, etc).
El turismo transforma el viaje en una experiencia empaquetada y artificial. Esto tiene grises pues hay muchos tipos de viajes. El viaje apresado en las garras de la industria perece y languidece el descubrimiento de lo otro.
La movilidad es uno de los caramelos envenenados de la vida moderna. Hay un proceso por el que la movilidad se considera lo deseable tras la II Guerra Mundial. La movilidad es la religión de los treinta gloriosos años de 1945 a1975. Se consideraba una libertad por abandonar la moral y costumbres opresivas de un lugar. La literatura de EEUU (“On the road” de Keruac) identifica movilidad y libertad. Sin embargo, la desposesión y la movilidad obligatoria de los proletarios expulsados de los lugares comunales no tiene nada de libertad. Con la crisis de los refugiados se habla del derecho a quedarse en su país más que del derecho a la movilidad voluntaria.
El turismo forma parte de un modelo social más amplio y el modo de vida que representa depende del acceso a petróleo barato con lo que el colapso puede afectar al turismo. El turismo es devastador para la ecología. A pesar de la publicidad verde el turismo devasta (transporte y contaminación, impacto en el agua, residuos, desechos, hormigón y cemento, etc).
La turismofobia ha sido una consigna lanzada por los medios de comunicación y considera normal el turismo. La crítica al turismo es incómoda. Hay varios grados de nocividad del turismo.
El efecto del turismo en los lugares habitados depende de la movilidad forzosa (migraciones económicas, climáticas, laborales, etc) y ha posibilitado introducir espacios de incremento de valor. La estabilidad de los treinta gloriosos explotó con las descolocaciones, la precarización, la sumisión al estado y el mercado desapareciendo el proteccionismo, etc. Y así aparece el turismo como industria salvadora del espacio como en España y Francia. Se pone a rendir el espacio y se toman espacios que se transforman urbano y comercialmente con turistas de clase alta y especuladores. Las guerras han hecho más atractivos para los turistas los destinos europeos. El aumento del turismo ha hecho rentabilizar viviendas y espacios incluso privados. Los barrios cambian su población atrayendo gente con rentas más altas (gentrificación) y se comercializan. Por ejemplo, desaparecen los parques y plazas públicas que daban vida común al barrio. El turismo plantea problemas con múltiples aspectos.