Entre La situación de la clase obrera en Inglaterra (1884) de Friedrich Engel y La primavera silenciosa (1962) de Rachel Carson, ha habido una generalización de la conciencia sobre el lado tóxico del desarrollo del capitalismo. Pero lxs trabajadorxs y campesinxs no necesitaban el análisis de Engels o Carson para explicar los residuos nocivos de las fábricas o la violencia terrible de los pesticidas químicos y los fertilizantes.
La basura que se pudre en la superficie de la tierra es la apariencia del problema. La esencia del problema es la necesidad de nuestro sistema socioeconómico de vender mercancías perpetuamente, y luego disminuir su vida útil, de modo que se compren más mercancías para reemplazarlas, y así las mercancías desechadas se unen a sus hermanas en las montañas de basura en la tierra y en las islas de basura en los océanos.
En 1955, el Journal of Retailing señaló que el sistema requería que “las cosas sean consumidas, quemadas, usadas, reemplazadas, y desechadas en un ritmo en permanente aceleración. Necesitamos que la gente coma, beba, se vista, conduzca y viva con un consumo cada vez más complicado y, por lo tanto, cada vez más caro”. Esto es lo que Vance Packard, en Los fabricantes de basura (1960), llamó “obsolescencia programada”. “Hacemos buenos productos”, escribió Packard. “Inducimos a la gente a comprarlos, y luego el año siguiente introducimos deliberadamente algo que volverá esos productos anticuados, arcaicos, obsoletos”.
La basura, desde el punto de vista del capitalismo, es una “externalidad”. Las empresas capitalistas saquean la naturaleza para obtener recursos y botan los desechos de vuelta a la tierra. Los costos de este saqueo y estos desechos no son considerados en el balance de las empresas. Son considerados “costos externos”. La velocidad de la producción de mercancías, como parte de la necesidad por una acumulación interminable de ganancias, genera teorías como la “obsolescencia programada”, poniendo en marcha la creación de basura. En Occidente, los computadores solían durar siete años, los teléfonos cinco; ahora, los computadores son reemplazados cada dos años y los teléfonos cada veintidós meses.
Los procedimientos para disminuir el volumen de basura —a través de la reutilización y el reciclaje— son mínimos. La vida social, impregnada de mercantilización y consumismo, no puede girar fácilmente hacia nuevas formas. El pronóstico de menor crecimiento donde hay una gran cantidad de desechos es bajo. Mientras tanto, ya hay presión sobre los espacios desposeídos para no generar basura, donde están recibiendo más que produciendo la mayoría de la basura del mundo. Esto es como el debate sobre la mitigación del cambio climático: se les dice a los pobres que se aprieten los cinturones, mientras los ricos continúan lanzando carbono a la atmósfera.
En 1987 la Comisión Mundial sobre Medioambiente y Desarrollo de la ONU —la comisión Brundtland— definió el concepto de “desarrollo sostenible” como el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Ciertamente, el uso excesivo ha hecho que a estas alturas el término “desarrollo sostenible” parezca no significar mucho. Pero cuando fue acuñado sí significaba algo. Significaba que el camino del “desarrollo” debía ser concebido como uno que permita a lxs desposeídxs el acceso a algo más que las necesidades básicas, mientras los privilegiados deben disminuir su huella en el planeta. Ese significado, contrario a la lógica del capitalismo, necesita volver a nuestros debates.
Por favor lea la carta de Aeshnina Azzahra. Aquí está la voz de otra persona joven que está profundamente preocupada por el destino de la tierra. Ella necesita que su voz sea amplificada. Necesita que miles de millones de nosotrxs nos neguemos a aceptar el mundo tal como es, un mundo que se está ahogando en su propia basura. Ella, como las ballenas, quiere respirar. |