“LES GALLINES VIOLADES” Y EL MALTRATO ANIMAL

“LES GALLINES VIOLADES” Y EL MALTRATO ANIMAL

El polémico video colgado por un grupo animalista, tan difundido como atacado, en el que –más allá de la sonrisa perdonavidas que pueden provocar un lenguaje pasado de rosca inclusivo y la adjudicación a nuestros parientes los animales de roles y sentimientos ajenos a sus especies- se denuncia la explotación y los malos tratos que sufren los animales  destinados a la alimentación humana, ha abierto un debate –tan superficial e inútil como la de los que incendian las redes- en el que solamente se habla de los aspectos anecdóticos y se pasa por encima de las cuestiones verdaderamente importantes. Y pocas cosas habrá tan importantes como la salud. Ni siquiera el amor o el dinero… a pesar de que los equipare la famosa canción compuesta por Roberto Sciammorella.

En el anarquismo siempre ha existido una corriente naturista y vegetariana que ha propuesto y practicado una relación respetuosa con el resto de los seres vivos y con el medio natural. Bien es cierto que esas prácticas se han mantenido como una opción libre e individual de cada militante, sabiendo que hay gentes que no comparten esa elección alimenticia pero sí otras muchas propuestas y compromisos de lucha por la libertad y la justicia social.

El sentimiento de superioridad y la falta de empatía con respecto a quienes comen carne, huevos, queso o pescado (aunque sólo sea ocasionalmente) que manifiesta mucha peña vegana, no es la mejor forma de difundir las ventajas de una alimentación basada en  vegetales y minerales y de recuperar para la causa naturista a la población que consume productos de origen animal.

Otra cosa muy distinta es que se hagan campañas de denuncia para poner al descubierto las malas prácticas de la ganadería intensiva y la industria cárnica, que no sólo mantienen  a los animales en pésimas condiciones de vida (falta de espacio, de luz natural, separación o sacrificio de las crías al poco de nacer, etc.) y que provoca grandes sufrimientos a pollos, vacas, ovejas, caballos, etc. durante el transporte y en los mataderos, sino que además ponen en peligro nuestra salud incluyendo en la alimentación que se da en las granjas y en la elaboración de derivados cárnicos productos nocivos para la salud humana, con el único objetivo de aumentar las ganancias de empresas productoras y distribuidoras. Estas malas prácticas ya se han llevado por delante la salud y hasta la vida de muchas personas, como muy a menudo nos cuentan los medios de comunicación.

Pero la falta de respeto a los animales no sólo se produce en granjas y mataderos. También muchos dueños de mascotas infligen tratos indignos a sus animales de compañía; los compran po9rque es una moda o para satisfacer un capricho pasajero y luego no cubren adecuadamente sus necesidades de comida y de cariño o los abandonan. El negocio montado alrededor de esta afición urbanita está poniendo en peligro a especies exóticas, cuyo comercio ilegal produce cuantiosos beneficios a los traficantes.

Y si ya es censurable (o al menos discutible) que se maten animales para comérselos, cuando parece que todas las necesidades nutritivas del ser humano se pueden cubrir con la amplia gama de productos y complementos hoy existentes en el mercado naturista, cómo no vamos a criticar que se asesine o maltrate animales exclusivamente por diversión. Entre estos salvajes espectáculos (aparte de patos, cabras, burros y otros seres “a los que el Creador no dotó de alma”, cuya tortura y sacrificio mancha la geografía española) nada “tan nuestro”, ninguno tan extendido y aplaudido como la tauromaquia (corridas de toros, pero también encierros de vaquillas, toro embolado y otras brutalidades colectivas) que representa la guinda de cualquier programa de festejos que se precie.

Afortunadamente, cada día son más las ciudades y territorios que suprimen los espectáculos taurinos (Barcelona, Galicia, Canarias, etc.) aunque nos corroe la duda de si ese rechazo a las corridas de toros es por lo que representan de sufrimiento para los astados o porque se identifican con lo más rancio del patrioterismo español. Esa tribal postura explicaría que en algunas de las zonas en que han prohibido las corridas de toros se sigan celebrando y promocionando espectáculos tan crueles como las diversas versiones de “bous al carrer”.

La cultura y el progreso social resultan incompatibles con la práctica de divertirse con el sufrimiento de otros seres vivos, por muy tradicional y arraigado que sea el cruel y macabro espectáculo. Si desapareció la popular costumbre romana de echar cristianos a los leones, ahora ya toca suprimir festejos donde se torture o maltrate a otras especies de nuestro reino animal. Antonio Pérez Collado.

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