CHILE: ¿DE QUÉ LADO ESTAR? ANTINEOLIBERALISMO Y ANTICAPITALISMO EN TIEMPOS DE LA REVUELTA

Chile. ¿De qué lado estar? Antineoliberalismo y anticapitalismo en tiempos de la revuelta

Por Joaquín Hernández A. Publicado el Feb 25, 2020

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El neoliberalismo está en crisis terminal, por lo tanto no tiene sentido plantearse como “antineoliberal”. El capitalismo se puede reestructurar bajo otro ordenamiento, o bien podemos contribuir a su caída ¿de qué lado estaremos?

«En resumen, él [Lenin] decide que la política es el arte de lo posible. Sin embargo, la política para los trabajadores es el arte de la revolución»

(Otto Rühle)

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  1. Introducción

Estamos viendo el fin de un horizonte, de algo que quizás vimos como eterno e imposible de abatir, pero que se está cayendo a pedazos. Se trata del neoliberalismo, tal vez el ordenamiento del capitalismo más brutal luego del fascismo, pero que no por su brutalidad y salvajismo hace que las otras formas que se ha organizado el capitalismo no sean ni nefastas ni opresivas.

Desde Chile al Medio Oriente, pasando por Francia a las crecientes protestas en Nueva York, el pueblo se está alzando contra el neoliberalismo, y ese brazo del Estado que dicho modelo acepta y promueve: la brutalidad policial y el sistema represivo/punitivo. En distintas partes, el pueblo, de manera espontánea, y sin una coordinación internacional (salvo la emulación y el ejemplo), ha salido con furia a las calles en contra de las políticas de la austeridad y la privatización de la vida.

Son hechos puntuales, pero dichos hechos, como los 30 pesos del pasaje en el Metro de Santiago de Chile o el paquetazo en Ecuador promovido por el Fondo Monetario Internacional, no son la causa, sino la gota que rebalsó el vaso de un pueblo que siente que ya no tiene el control de sus vidas. Viviendo de las deudas y con la imposibilidad de ni siquiera ganar laboralmente lo necesario para vivir, es que no parece haber otro horizonte lógico que la revuelta. Esta puede esperar, como la tensión entre dos placas tectónicas, pero eso no indica que un terremoto o un remezón no sea inminente. Tarde o temprano, alrededor del mundo, los pueblos oprimidos, endeudados, pisoteados, con adultos mayores que caen con sus pensiones bajo la línea de la extrema pobreza, se levantarán.

El levantamiento es una certeza, puesto que como se señaló al principio, el modelo neoliberal se descascara, y terminará por caer, territorio por territorio a lo largo del mundo. La misma crisis climática hace del neoliberalismo un proyecto inviablei, no a largo, sino a mediano plazo, y los elementos más lúcidos de la clase dirigente ya entiende y prevén esto. El asunto no es la caída del neoliberalismo, el asunto de fondo (y más importante) es cómo dicho modelo encuentra un reemplazo dentro del sistema capitalista, o si bien, los pueblos vuelven a adquirir (aprendiendo de las anteriores derrotas) el protagonismo que tuvieron 100 años atrás, pero esta vez logrando acabar con este sistema perverso para siempre.

  1. Las posibles salidas

En Chile y en otras partes del mundo, el neoliberalismo lucha agónicamente por su supervivencia. Basta que en una parte del mundo se presencie su caída estrepitosa para que, como efecto dominó, caiga en todos lados. Su poder simbólico, de ser inexpugnable, lo mantiene aún de pie. Pero incluso de no ser ni acá ni en otro país, el mismo capitalismo de Estado de China ya demuestra que el neoliberalismo es un viejo corcel que es incapaz de llegar antes de la meta que el gigante asiático. En el mismo marco de la economía global capitalista, el neoliberalismo exuda su desgaste frente a un sistema semi centralizado, que es capaz de organizar (y explotar) su fuerza laboral de manera más eficiente.

Sin embargo, el capitalismo, ese enemigo que si debemos apuntar y enfrentar, puede buscar tantos reacomodos o variaciones como sea imaginable. Desde el mismo modelo chino, a variantes fascistas, o posiciones que incluyan un Estado Garantista de derechos, el capitalismo puede seguir jugando su juego, quizás con otras reglas, tal vez más favorables para nosotros, o quizás menos.

Y tal vez la opción podría llegar a ser esa. Presionar como pueblo, en la dirección mas favorable en cuanto al reacomodo del capitalismo podamos imaginar: derechos garantizados, una vejez digna, 40 horas de trabajo a la semana, una mejor salud y educación. Todo aquello ofrecido bajo la promesa de una nueva Constitución Política. Y quizás aquello sea mejor de lo que tenemos, y quizás nuestras vidas sean menos miserables. Y sin duda es una opción por mucho preferible a un posible giro autoritario, fascista, que esclavice aun más al pueblo trabajador.

Pero también existe, de manera aparentemente más lejana y difícil de lograr, la posibilidad de presionar por cambios y transformaciones que vayan más lejos que aquello. Aquel camino que no se encuentra en apelar a la institucionalidad en decadencia para que nos dé respuesta, sino que consiste en que el mismo pueblo se vaya organizando, aprendiendo y, en definitiva, adquiriendo poder. Es un camino más largo, más sinuoso, más riesgoso en cuanto a sus inciertas posibilidades de éxito, pero es el único camino que nos puede llevar a nuestra verdadera libertad, y no a disputar vivir nuestra esclavitud en mejores términos.

  1. El proceso reconstituyente

Hasta ahora, desde la revuelta iniciada en Chile el 18 de octubre, el pueblo no ha logrado su soberanía. En cambio, le han ofrecido, en una suerte de acto solemne que, en un gesto de “unidad nacional” agrupó a sectores del reformismo de izquierda, de la social democracia, sectores liberales y conservadores, que durante la noche del 14 y la madrugada del 15 de noviembre, terminó nuevamente delegando la soberanía popular (que huelga decir, existe solo como palabrerías en las democracias burguesas) nuevamente a un órgano que, de ser elegido, tendrá como fin no la constitución de un nuevo orden político y económico, sino la reconstitución de un orden que permita a la clase dirigente seguir controlando la tierra, los recursos, los medios de producción y, por supuesto, a nosotras y nosotros.

El proceso, que erróneamente se le llama constituyente, tiene límites y fronteras claras de las cuales, aun en los mejores escenarios (electorales) no se podrán traspasar. Incluso, dentro de los márgenes de la crisis del neoliberalismo que presenciamos internacionalmente, lo que puede llegar a resultar de dicho proceso sería muy conservador.

Se trata en realidad un Proceso Reconstituyente, en cuanto busca mediante el mismo, recuperar el poder perdido por el Estado, sus órganos y la clase dirigente del país, que no han podido ni sabido restablecer su orden (que bajo ningún motivo es el nuestro) nuevamente en el territorio. Se trata de un proceso lleno de instancias democráticas (en la lógica de las democracias burguesas, por supuesto), pero lo suficientemente protegido para entregar una nueva Constitución Política para el fin del gobierno de unidad nacional de Sebastián Piñera, acuñada en una supuesta democracia, con elementos más progresistas y garantistas que aseguren la estabilidad institucional por al menos algunas décadas.

Se trata, de entre todas las opciones, la salida a la crisis más moderada y menos convulsionada de entre todas, y por ello preferida por muchos. De los sectores políticos presentes en el espectro institucional, son pocos los que se muestran opuestos o reacios al proceso, puesto que como ya se mencionó, es la salida más segura, menos confrontacional, y la que menos afecta al modelo. Sin embargo, desde los sectores más a la derecha del espectro constitucional promueven su rechazo en parte por una ciega fe en la mantención del status quo (inviable al menos a mediano o largo plazo) o bien buscar promover un giro autoritarioii.

Otros sectores progresistas y reformistas apuntarán a intentar desplazar el Proceso Reconstituyente lo más posible al campo de uno con reales características de Constituyente. Buscan, bajo sus propias lógicas, modificar la institucionalidad y el Estado en pos de algunas mejoras y de un ordenamiento capitalista más amigable, más responsable con los oprimidos y quienes realmente generan la riqueza: la clase trabajadora y el pueblo.

¿Pueden lograrse mejorías? Sin duda. ¿Es un avance del pueblo en su camino a la liberación? No, aunque tampoco representa necesariamente un retroceso. Lo que si es un retroceso es la centralidad en un eventual Proceso Constituyente (que como tal, hoy no existe), y no en los elementos que realmente pueden que el pueblo se guíe a sí mismo a su liberación.

  1. La (auto)organización del pueblo: la tarea fundamental

El 18 de octubre del 2019 marcó un antes y un después en el territorio chileno, eso es indudable. Chile parecía ser uno de los verdaderos “oasis” en donde la variante neoliberal del capitalismo era incuestionable, invencible. Existía una aparente calmada resignación, a la vez que el modelo se profundizaba más y más, en políticas de facto de austeridad y una constante pérdida de derechos y precarización de las condiciones de vida, sumado a una irracional rigidez del sistema político. Sin embargo, la olla a presión estalló, bastó el cierre del mayor servicio de transporte de la mayor ciudad del país en un viernes durante la hora de punta para que la ira brote en forma de llamas, saqueos, enfrentamientos con la policía, etc. Y cuando el resto de las ciudades y localidades en el territorio se levantaron, ya no había vuelta atrás.

De las mismas protestas, y en los mismos territorios, fueron con las horas surgiendo experiencias de organización: asambleas y cabildos. De la falta de un movimiento y de espacios más políticos, las sociabilidades existentes devinieron en espacios organizados del pueblo: las barras de fútbol, los amigos y amigas en bicicleta, las amigas y amigos del barrio, toda sociabilidad se convertía en organización ad hoc para el incipiente combate.

De las asambleas y cabildos, su camino es azaroso. Las hay las que existen y prosperan, las que resisten de su agonía y las que han desaparecido. Las hay las que entraron de lleno en incidir en un eventual Proceso Constituyente, y las que se enfocan más que nada en la organización y lucha en el territorio. Es necesario reconocer los avances (inestimables si comparamos a antes de la revuelta), pero también evitar idealizaciones pues es un camino que recién está comenzando.

Los sindicatos institucionalizados han demostrado ser lo que históricamente son hace alrededor de medio siglo o más: un órgano negociador entre la masa de trabajadoras y trabajadores y la patronal. Los sindicatos, los pocos que hay y con la baja afiliación que tienen, han demostrado ser mayormente ausentes, y en el caso de sectores como los de Unidad Social, sus dirigencias sindicales tomaron ese mismo rol: intentar hacer de mediadores del pueblo frente al gobierno y la clase empresarial. Luego de dos huelgas generales con relativo éxito, han tomado nuevamente la retaguardia. El pueblo trabajador y las dirigencias de los sindicatos han demostrado en este estallido ser dos cosas aparte, salvo honrosas excepciones. La inacción de dichas dirigencias es tal que es bien probable que en los meses venideros veamos la realización de huelgas salvajes a sus espaldas, y que de ahí se emprenda un camino distinto pero más efectivo hacia una huelga general indefinida.

En ese entramado entre azaroso y caótico, el pueblo está adquiriendo experiencia y dando sus primeros pasos organizativos luego de mucho tiempo. Debe fortalecerse a la vez que debe rechazar la tentación de delegar su fuerza a organizaciones políticas que reclaman y declaman ser su “vanguardia”. Deberá también aprender de sus triunfos y decepciones, e ir con cada vez mayor claridad, buscando el camino de su propia liberación.

De esta organización, la tarea constituyente es otra. Constituirse como pueblo, como voluntad de organizarse y tomar el control de las propias vidas. Dejar de apelar al Estado como horizonteiii, tanto en peticiones como en querer dirigirlo (como pretenden sectores de la izquierda institucional como el Frente Amplio), sino por el contrario, debilitar su poder y apelar al control colectivo y popular de los servicios públicos. Generar localmente instancias que sean capaces de suplir las necesidades populares.

Es probable que esta revuelta popular no sea la instancia definitiva, pero si puede ser el momento inaugural para experimentar nuevas formas de organización, para establecer desde el pueblo mismo las necesidades y los caminos a recorrer. Pueden que las asambleas terminen dormitando con los meses o los años, pero es experiencia acumulada que será útil cuando nuevamente se salga a las calles.

  1. Por un verdadero Anticapitalismo

La izquierda chilena, casi en la totalidad, ha eludido plantearse realmente como anticapitalista. De ahí la cómoda elección de algunos de señalarse como “antineoliberales”, que como se señaló al principio de este texto, es simplemente sentarse a esperar a que pase lo inevitable.

Lo que realmente requiere la participación popular, y una claridad política que buena parte de la izquierda carece, es para derrocar este sistema basado en la contradicción entre capital y trabajo, y fundamentado en la esclavitud asalariada. Ante un capitalismo que ha tenido tal flexibilidad que ha sabido reinventarse incluso en la Rusia postrevolucionaria, el enfoque de combatirlo debe ser claro.

La falacia del combate contra el neoliberalismo hace plantear la lucha entre lo privado y el Estado, entre un Estado Subsidiario y un Estado Garantista, y no en la abolición de un sistema de trabajo que nos tiene sumidos en las deudas y en la pauperización, que nos plantea la dicotomía de trabajar para el enriquecimiento de alguien más, o morir de hambre sin techo ni abrigo.

El horizonte es ese, cómo abolir ese sistema, no en transformarlo. Si bien tampoco hay que obstaculizar las variaciones de este sistema que pueden ser menos duras, la tarea es otra, es ir sembrando las condiciones para que este sistema caiga y sea reemplazado por otro en donde el mismo pueblo tenga el control de sus vidas, de su trabajo y del producto de este, y no hay variación del sistema capitalista que nos acerque o aleje de dicho objetivo.

¿De qué lado estar? Es la pregunta que debe hacer todo aquel que se plantee realmente como anticapitalista. El camino debe ser ese, organizarse y luchar como pueblo por la abolición de este sistema injusto, por muy largo o sinuoso que sea dicho camino. Hoy, ese camino tiene reales proyecciones de prosperar.

Todo el poder al pueblo. A organizarse.

i El capitalismo como sistema general también es inviable a la vista del cambio climático, pero aún presenta salidas temporales: el giro “sustentable” a energías renovables (con negocios extractivistas potenciados como el litio y las tierras raras), o bien posturas ecofascistas.

iiA estos últimos sectores, decepcionados del gobierno, es que la agenda de Sebastián Piñera en cuanto al aumento de las capacidades represivas, de inteligencia y de capacidad del uso del poder armado apunta a conquistar. El mismo gobierno no solo se ve amenazado por sectores a la izquierda que buscan derrocar a su gobierno, sino también busca cautivar y desactivar a sectores de la extrema derecha que lo están viendo también como parte del problema, y como un escollo para la implementación de un giro autoritario que interrumpa el proceso popular que se está dando. Para el mismo Piñera, el Proceso Reconstituyente, más concesiones a los sectores más extremos de la derecha en cuanto a leyes represivas, parece ser el único pasaje que tiene para poder llegar al fin de su gobierno.

iiiAl menos en Chile, el Estado ha trasparentado toda su funcionalidad al sistema capitalista y a la clase dominante. Desde el gobierno, pasando por el Congreso que sistemáticamente ha legislado a espaldas al pueblo, pasando por un sistema judicial, que junto a la Fiscalía se ha encargado de criminalizar la protesta y encarcelar a miles durante esta revuelta. También ha mostrado su sed de ejercer, a toda costa y a todo costo, su monopolio de la violencia, al servicio del orden de los ricos, con fuerzas policiales y militares que han agredido, mutilado, violado y asesinado.

 

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