SINHOGARISMO Y CORONAVIRUS

Sinhogarismo y la crisis de la Covid-19: nada debe volver a ser como antes
Sin un giro radical en las políticas de vivienda y de garantía de rentas, en los próximos meses, los servicios sociales y otras entidades van a desbordarse tratando de parar una hemorragia con tiritas
Albert Sales 6/04/2020
photoheuristic.info
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Cuando la mejor protección frente a la emergencia sanitaria es quedarse en casa, las dificultades de acceso a la vivienda se convierten en un factor multiplicador de las desigualdades sociales. No es lo mismo pasar el confinamiento de la cuarentena en las casas con jardín que lucen algunas personalidades del deporte o de la televisión, que en un piso de 80 metros cuadrados, que con una familia de cuatro personas conviviendo en un apartamento de 45. No es lo mismo tener una vivienda digna mínimamente cómoda que vivir en una habitación alquilada. Y no es lo mismo disponer de vivienda que sobrevivir en la calle.
A medida que las calles se han vaciado de actividad, la visibilidad de las personas sin techo ha ido creciendo. Venimos de una década fatídica en relación al aumento del número de personas durmiendo en las calles de toda Europa. En Bruselas se duplicó en tan solo dos años (2014-2016) llegando a 707 personas. En el último recuento de personas sin hogar realizado en París en febrero del 2018 se registraron 2.952 personas durmiendo en la calle. En el Reino Unido, el número de personas que duermen al raso se ha incrementó en un 135% entre los años 2010 y 2018.
En Barcelona, de las 658 personas que dormían en la calle en 2008 se ha pasado a las casi 1.100 detectadas por los equipos de calle justo antes del inicio de la pandemia
En Barcelona, de las 658 personas que dormían en la calle en 2008 se ha pasado a las casi 1.100 detectadas por los equipos de calle justo antes del inicio de la pandemia. En paralelo, el número de personas que duermen en recursos residenciales públicos y privados de la ciudad ha pasado de 1.190 en 2008 a 2.171 en 2019. Ampliar las plazas en alojamientos especializados ha servido para contener una parte del crecimiento, pero no para frenarlo. ¿Qué tipo de reacción se puede articular entonces en medio de una emergencia sanitaria como la actual?
Puede parecer una obviedad, pero un refugio, un lugar donde permanecer durante el día y durante la noche y en el que se puedan cubrir las necesidades básicas es ahora más necesario que nunca. Las ciudades vacías ofrecen menos oportunidades para sobrevivir. No hay bares, ni restaurantes abiertos para comer, las entidades sociales han tenido que bajar el ritmo debido al impacto del virus entre su voluntariado y su personal, no hay centros cívicos ni bibliotecas para cargar el móvil o para sentarse un rato a descansar de la calle. Las calles solitarias dificultan las actividades que permiten a mucha gente sobrevivir de las migajas del sistema económico. Se complica desde pedir limosna, hasta la recuperación de materiales aprovechables de las basuras, pasando por la venta o reventa de toda clase de productos. Y la obligatoriedad del confinamiento facilita que se identifique a las personas que permanecen en la calle como sujetos de riesgo y puede promover conflictos con los cuerpos policiales y pulsiones represivas. En una ciudad todavía más hostil que de costumbre, ofrecer refugio, garantizar la alimentación, el acceso a la higiene personal, a internet o a la corriente eléctrica para cargar el teléfono se convierte en más indispensable que nunca.

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