EL FUTURO “DUST BOWL” DE OCCIDENTE: LA INMINENTE CRISIS ALIMENTARIA MUNDIAL

El futuro «Dust Bowl» de Occidente: la inminente crisis alimentaria mundial

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2020-02-04

(Publicado inicialmente en Insurge Intelligence. Traducido por Moisès Casado, revisado por Manuel Casal Lodeiro. Las imágenes del artículo original han sido sustituidas por otras de libre uso, seleccionadas por Moisès Casado.)

Introducción

Un granjero y sus dos hijos durante una tormenta de polvo en el condado de Cimarron, Oklahoma, 1936. Foto: Arthur Rothstein.

Un granjero y sus dos hijos durante una tormenta de polvo en el condado de Cimarron, Oklahoma, 1936. Foto: Arthur Rothstein. Fuente: Wikimedia Commons.

Una investigación patrocinada por la agencia de calificación crediticia mundial Moody’s concluye que para finales de siglo, partes de los Estados Unidos y de Europa están destinadas a experimentar graves reducciones de las precipitaciones equivalentes al “Dust Bowl” estadounidense de los años 1930, que devastó la agricultura del Medio Oeste del país durante una década. Estas consecuencias están ahora aseguradas como consecuencia de las emisiones de carbono que ya hemos acumulado en la atmósfera.

Pero eso no es todo. Una serie de nuevas investigaciones científicas publicadas hasta el año 2019 han arrojado luz sobre los riesgos a corto plazo de una crisis alimentaria mundial en las próximas décadas, como el fallo múltiple de las principales zonas productoras de alimentos mundiales, debido no sólo al cambio climático, sino a una combinación de factores que incluyen el crecimiento de la población, la degradación del suelo por la industria, el aumento de los costos de la energía y el agotamiento de las aguas subterráneas, entre otras tendencias.

Tomado en contexto junto con una serie de modelos de cambio climático elaborados durante la última década, el mayor riesgo de sequías en la década de 2020 significa que una crisis alimentaria global podría ser inminente. Más de 1.700 modelos climáticos que han sido analizados por la Universidad de Leeds señalan el riesgo de una crisis alimentaria mundial después de 2030; y 12 modelos apuntan a este riesgo emergente cada vez mayor en tan solo tres años.

Ninguna de estas investigaciones indica que los impactos destructivos en las sociedades humanas sean inevitables. Con previsión, planificación, mitigación, adaptación y cooperación, es posible no sólo construir la resiliencia ante las crisis venideras minimizando las disrupciones y protegiendo a las poblaciones vulnerables, sino también allanar el camino para un sistema alimentario sostenible que pueda funcionar como una solución a la catástrofe climática.

Los impactos del cambio climático que se avecinan van a producir impactos graves en las sociedades durante las próximas décadas, de acuerdo con esta nueva investigación patrocinada por una de las agencias financieras más grandes del mundo. Entre esos impactos, la degradación de los suministros mundiales de agua dulce en particular, amenaza con desestabilizar el sistema alimentario mundial. Las emisiones históricas de carbono parecen haber hecho inevitable que para finales de este siglo algunos de los productores agrícolas más importantes del mundo experimenten condiciones similares al Dust Bowl, el peor desastre ecológico inducido por el hombre en la historia de los Estados Unidos.

El nuevo informe procede de la empresa de datos de riesgo climático Four Twenty Seven, afiliada a una de las tres mayores agencias de calificación crediticia del mundo, Moody’s. Explora los riesgos sociales del impacto de las pasadas emisiones de dióxido de carbono que implican que ciertos niveles de calentamiento global son ahora inevitables. El informe está diseñado para alertar a los inversores financieros de los impactos inevitables debidos a las emisiones de carbono del pasado, así como de los peligros probables de las emisiones continuadas.

“Ya estamos atrapados en impactos sustanciales porque las emisiones del pasado continuarán contribuyendo al calentamiento sin importar las reducciones de emisiones que se hagan hoy” concluye el informe, publicado en noviembre de 2019 pero no reportado hasta ahora. “Como analogía, el efecto de reducir significativamente las emisiones de GEI es similar a pisar los frenos en un camión que circula a gran velocidad.”

La próxima crisis alimentaria

Entre los impactos físicos identificados, el más alarmante incluye el aumento de la escasez de agua en áreas del sur de Europa, el Mediterráneo, el suroeste de los Estados Unidos y el sur de África. Para finales de siglo, esas regiones experimentarán “reducciones del 10 al 20 por ciento en las precipitaciones de la estación seca, reducciones equivalentes a las dos décadas en torno al Dust Bowl estadounidense”.

Nik Steinberg, Director de Análisis de Four Twenty Seven y autor del nuevo informe sobre el riesgo climático de la consultora, me comentó que estas condiciones ahora son inevitables. Ocurrirán como “un efecto del calentamiento ya comprometido” que está “efectivamente fijado y que se espera que ocurra para el 2100, independientemente de cualquier resultado de la mitigación antes de esa fecha”.

Semejante incremento del estrés hídrico tiene “implicaciones nefastas para la seguridad alimentaria, la disponibilidad de agua y el riesgo de incendios forestales”, agrega su informe, titulado: Demystifying Climate Scenario Analysis for Financial Stakeholders. Estas consecuencias se encuentran entre las muchas que ahora están aseguradas como resultado directo de las emisiones de carbono que ya están en la atmósfera.

Maquinaria enterrada en un establo en Dallas, Dakota del Sur, Estados Unidos durante el Dust Bowl, un desastre agrícola, ecológico y económico en la región de las Grandes Llanuras de América del Norte en 1936

Maquinaria enterrada en un establo en Dallas, Dakota del Sur, Estados Unidos durante el Dust Bowl, un desastre agrícola, ecológico y económico en la región de las Grandes Llanuras de América del Norte en 1936. Fuente: Wikimedia Commons

El Dust Bowl estadounidense fue un período de enormes tormentas de polvo y olas de calor que produjeron la peor sequía en Norteamérica en mil años, destruyendo los cultivos del Medio Oeste. De 1933 a 1939, la producción de trigo disminuyó en porcentajes de dos dígitos, con vastas consecuencias económicas y sociales, erosionando el valor de la tierra en todos los estados de las Grandes Llanuras y desplazando a millones de personas.

Un estudio anterior en Nature reveló que una sequía de la escala del Dust Bowl en la actualidad tendría efectos igualmente destructivos en la agricultura del país a pesar de los avances tecnológicos modernos.

El informe de Four Twenty Seven concluye que incluso si cesáramos inmediatamente todas las emisiones hoy mismo, el escenario de la tormenta de polvo ya es inevitable para algunas partes de Occidente a finales de este siglo. Para eludir este resultado, necesitaríamos no sólo detener la contaminación mundial de los combustibles fósiles ahora mismo, sino secuestrar de alguna manera el carbono que ya hemos emitido a los océanos y la atmósfera, y almacenarlo de manera segura.

A lo largo del camino, en las próximas décadas, las áreas de mayor altitud en el norte de Canadá, Rusia, los Himalayas, los Andes y los Alpes experimentarán temperaturas hasta un 25% más cálidas, según el informe. Las olas de calor disruptivas sin precedentes que se observaron en Estados Unidos, Japón y Europa en 2019 también son una muestra de lo que vendrá, según el informe de Four Twenty Seven, que advierte de “eventos significativamente más graves” para mediados de siglo, que también se encuentran ya asegurados, debido a las emisiones pasadas.

¿Riesgos a corto plazo?

El informe de Four Twenty Seven basa parte de su análisis del estrés hídrico en los datos de una nueva herramienta publicada en noviembre, Aqueduct Food, creada por el Instituto de Recursos Mundiales (WRI). Los datos de la nueva herramienta —financiada por Cargill, el mayor productor de alimentos del mundo por ingresos— revelan que para 2040 hasta el 40% de todos los cultivos de regadío sufrirán un estrés hídrico grave.

Esto podría afectar a varios cultivos importantes. Sara Walker, quien lidera el programa de calidad del agua global del WRI, me explicó que el arroz, el trigo y el maíz se verán significativamente afectados.

Captura de pantalla de la herramienta Aqueduct Food tool

Captura de pantalla de la herramienta Aqueduct Food

Alrededor del 70% de la producción de arroz y un tercio del trigo se cultiva con irrigación. “Para 2040, prevemos que el 72% de la producción de trigo se enfrentará a un estrés hídrico extremadamente alto”, dijo Walker. En China, alrededor de las tres cuartas partes de la producción de maíz son irrigadas, y para 2040, se espera que hasta el 80% del maíz regado sufra un “estrés hídrico extremadamente alto”.

Esto, a su vez, podría tener un impacto dramático en la disponibilidad de alimentos en todo el mundo, ya que se estima que el 90% de la población mundial vive en países que importan más de cuatro quintas partes de sus cultivos alimentarios básicos de regiones que irrigan los cultivos agotando acuíferos subterráneos.

Como resultado, mucho antes de que alcancen las condiciones del Dust Bowl para finales de siglo, dentro de tan solo dos o tres décadas las principales zonas productoras de alimentos de México, Sudáfrica y el sur de Europa se encontrarán entre las principales regiones agrícolas “que sufrirán para cultivar alimentos debido a la escasez más frecuente de agua”, según Nik Steinberg. Al igual que las proyecciones de reducción de las precipitaciones a más largo plazo, estas consecuencias a más corto plazo también están “definitivamente de camino”, dijo.

Un 80% de la población mundial ya sufre serias amenazas a la seguridad hídrica, según datos que me aportó Steinberg. El cambio climático exacerbará esta situación al disminuir la disponibilidad de fuentes fiables de agua, lo que provocará cambios en el vapor de agua atmósferico, en los patrones de las precipitaciones, intensificará los fenómenos meteorológicos extremos, reducirá la cobertura de nieve y cambiará la humedad del suelo.

Uno de los impactos más preocupantes podría darse en los recursos de agua subterránea, la fuente principal para la agricultura de muchas de las principales zonas productoras de alimentos en el sur de Asia. Steinberg explicó que actualmente no hay nada en marcha para “asegurar que los agricultores no succionen los acuíferos hasta dejarlos completamente secos”.

Citando una estimación del IPCC que advierte de que una cantidade personas equivalente a la población total de África tendría que emigrar debido a la escasez de agua, Steinberg pintó un panorama sombrío:

Las implicaciones van mucho más allá de la seguridad alimentaria… Los agricultores convertidos en refugiados climáticos tendrán que hacer las maletas, encontrar un nuevo trabajo y apoyar a familias y hogares que de repente se encuentrarán desarraigados y con pocos medios para empezar de nuevo.

Estos riesgos pueden presentarse de diferentes maneras, en algunos casos provocando conflictos o disturbios civiles.

Según Steinberg, los sistemas alimentarios mundiales podrían experimentar escasez de alimentos y aumentos de precios como consecuencia directa del cambio climático. Estos podrían “afectar primero a los agricultores y luego dar lugar al nivel de desempleo e inseguridad que se ha observado recientemente en Somalia y Siria”.

Las malas cosechas en determinadas regiones también obligarán a que la producción se desplace a diferentes zonas del mundo. Esto afectará a los países que dependen en gran medida de los ingresos procedentes de la exportación de esos cultivos, lo que dará lugar a una pérdida de PIB.

“Honestamente, de todas las amenazas que el cambio climático plantea a la humanidad, ésta es la que me mantiene despierto por la noche”, me confesó Steinberg.

¿El cénit de las aguas subterráneas en 30 años?

Varios estudios científicos recientes han intentado modelar las crecientes presiones sobre el sistema alimentario mundial en las próximas décadas.

Un modelo cuyos resultados se publicaron en abril de 2019 en la revista Science of the Total Environment examinó a fondo una de las cuestiones clave estudiadas en el informe de Four Twenty Seven: las consecuencias del agotamiento de las aguas subterráneas para la agricultura de regadío.

Muchos de los principales acuíferos de agua dulce del mundo se están explotando de manera insostenible, y se prevé que algunos de ellos se aproximen a los límites de extracción de agua no seguros para el medio ambiente en el siglo XXI. Dado que el agotamiento de los acuíferos tiende a producirse en importantes regiones productoras de cultivos, la perspectiva de que se agoten supone una importante amenaza para la seguridad alimentaria mundial.

La investigación, financiada por la Oficina Científica del Departamento de energía de los EE. UU., concluyó que varias regiones productoras de alimentos probablemente experimentarán grandes pérdidas de cosechas entre el momento actual y el 2100, debido simplemente a la disminución de la disponibilidad de agua subterránea. Pero las fuentes de agua subterránea no se agotarán necesariamente por completo debido a que la extracción de agua será cada vez más costosa a medida que pase el tiempo.

La conclusión más interesante del estudio es que las extracciones de agua subterránea a nivel mundial van camino de llegar a su cénit máximo entre 2050 y 2060, y después de eso entrarán en una fase de declive.

Relación entre las extracciones anuales totales de agua y el suministro renovable anual total disponible, que representa el uso de consumo aguas arriba. Fuente: Instituto de Recursos Mundiales

Relación entre las extracciones anuales totales de agua y el suministro renovable anual total disponible, que representa el uso de consumo aguas arriba. Fuente: Instituto de Recursos Mundiales. Mapa realizado por Sampa, con material descargado de Aqueduct, World Resources Institute. Fuente: Wikimedia Commons

“Los mayores impactos absolutos sobre la producción de cultivos los experimentan el noroeste de México, el oeste de los Estados Unidos (California y las cuencas del Misuri), Oriente Medio, Asia Central, el sur de Asia (particularmente la cuenca del Indo y el noroeste de la India) y el norte de China (cuenca del Río Amarillo)”, pronostica el estudio dirigido por el Profesor Sean Turner del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico, en relación con el escenario realista del modelo para suministros de agua restringidos.

En algunas de estas regiones, la agricultura simplemente se derrumbará:

… la Península Arábiga (donde el agua subterránea se está haciendo costosa) y California (donde el agua subterránea alcanza su límite ambiental) experimentan una pérdida casi total de arroz y de tierras de cultivo diversas, respectivamente.

En otras regiones, el colapso de la agricultura de regadío impulsaría la expansión de las tierras de cultivo de secano. Como resultado, el sistema agrícola mundial se vería obligado a transformarse y los cultivos se trasladarían a nuevas regiones en las que se puedan mantener. “El arroz se desplaza desde Pakistán e India hacia China y el sudeste asiático”, escriben los autores del estudio. “El trigo se desplaza desde Pakistán y China a casi todas las demás regiones”.

Aquellas áreas que pierdan la producción debido a los impactos climáticos “probablemente sufrirán pérdidas económicas significativas”. Mientras tanto, los impactos de la producción obtenida en otros lugares estarán tan “dispersos” que ninguna región por sí sola experimentará un beneficio económico significativo.

Según el autor principal del estudio, el profesor Turner, el modelo no ha considerado el cambio climático y cómo podría afectar a otros problemas de estrés hídrico, incluyendo las sequías extremas. Los principales impulsores del agotamiento de las aguas subterráneas examinados son “el crecimiento de la población, que aumenta la demanda mundial de alimentos y, por consiguiente, la demanda de agua de riego”, explicó Turner. Estos factores impulsan la demanda de agua en otros sectores como la producción de electricidad y la extracción de recursos.

Las simulaciones muestran que la población mundial aumenta hacia finales de siglo, cuando comienza a estabilizarse; se prevé que el rendimiento de los cultivos y el uso del agua de los mismos aumente gradualmente en general, a pesar de algunas reducciones importantes a nivel local y regional. “Por lo tanto, el cénit de extracción de agua subterránea que se obtiene en la simulación no es necesariamente causado por la falta de agua subterránea. Podría reflejar simplemente el cénit de la demanda mundial de agua”, según aclaró Turner. Sin embargo, agregó:

Cuando restringimos de manera realista el agua subterránea, sin embargo, empezamos a observar los efectos de la escasez. Algunas regiones se quedan sin recursos y en otras regiones la extracción cesa porque el exceso de extracción hace que el recurso sea antieconómico. Esto es lo que causa que el cénit ocurra antes en el escenario restringido.

El estudio del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico afirma que en su escenario limitado, si los cultivos de secano y otras regiones toman el relevo mientras otras regiones dependientes de las aguas subterráneas se enfrentan al colapso agrícola, todavía sería posible sostener la producción agrícola mundial a través del comercio: la agricultura terminaría desplazándose a zonas donde los suministros de agua dulce renovable siguen siendo abundantes.

El grueso de las pérdidas de producción de cultivos puede entonces “ser reemplazado por una modesta expansión de la agricultura de secano y de regadío en otras regiones donde el agua es más barata o más abundante”, escriben los científicos, aunque advierten de que el período posterior a los 2100 no está incluido en la simulación: “… no está claro cuánto tiempo más podrá continuar esta tendencia más allá del siglo actual”.

En otras palabras, tal vez sea posible adaptarse a estas condiciones restrictivas, pero para ello el sistema alimentario tendrá que cambiar.

En todos los escenarios, el modelo muestra que las extracciones mundiales de agua subterránea alcanzan su punto máximo alrededor o poco después de la mitad del siglo y después comienzan a disminuir, de manera más lenta o más rápida, dependiendo de los supuestos.

Pero quizás lo más preocupante es que el modelo se centra exclusivamente en el agotamiento de las aguas subterráneas. No sólo se excluye el impacto del cambio climático, sino que no forma parte del modelo la forma en que el clima podría intensificar la ocurrencia de sequías extremas en todo el mundo.

Turner advirtió de que “los efectos del cambio climático en el agua son altamente inciertos” y “pueden diverger significativamente en las proyecciones del modelo”. En muchas regiones, los impactos climáticos podrían disminuir la presión sobre los recursos de aguas subterráneas al aumentar las precipitaciones. Turner me explicó que un impacto del cambio climático ampliamente aceptado es que, independientemente de los eventos extremos como las sequías en regiones particulares, en general es probable que veamos un aumento adicional del 2-3% en el total de las precipitaciones a nivel mundial por cada grado de calentamiento. La otra complicación, agregó, es que “los eventos hidrológicos extremos no son bien capturados y proyectados” en los modelos climáticos globales.

Pero ¿qué sucede si las sequías inducidas por el clima ponen en peligro simultáneamente la agricultura de secano mientras la extracción de agua subterránea alcanza su punto máximo y disminuye?

¿Tenemos a la vuelta de la esquina otra crisis alimentaria mundial?

Investigaciones científicas previas sugieren que podríamos empezar a ver los impactos sobre la producción mundial de alimentos más temprano que tarde debido a las sequías inducidas por el clima.

En 2010, el Centro Nacional estadounidense para la Investigación Atmosférica (NCAR) concluyó que casi todos los Estados del país (excepto los Estados del Atlántico medio y el noreste), junto con el sur del Reino Unido, partes del norte de Europa, gran parte del sur de Europa y Australia, podrían enfrentarse a una grave sequía, acercándose a condiciones de “sequía extrema”, hacia 2040. Para el 2100, en nuestra actual trayectoria de emisiones, tales condiciones empeorarían y se extenderían a gran parte del planeta.

Extracciones totales de agua alrededor del año 2000, en mm / año (promedio 1998-2002). 1 mm es equivalente a 1 l de agua por m². La resolución es 0.5 ° de longitud x 0.5 ° de latitud (equivalente a 55 km x 55 km en el ecuador). Calculado por el modelo global de agua dulce WaterGAP.

Extracciones totales de agua alrededor del año 2000, en mm / año (promedio 1998-2002). Calculado por el modelo global de agua dulce WaterGAP. Fuente: Wikimedia Commons

El modelo del NCAR fue corroborado por un estudio del Instituto de Potsdam publicado en Proceedings of the US National Academy of Sciences en 2013, en el que se determinó que “la combinación de un cambio climático no mitigado y un mayor crecimiento demográfico expondrá a una fracción significativa de la población mundial” a una “escasez crónica o absoluta de agua”.

Si las temperaturas medias mundiales aumentan 2,7ºC, la cantidad de personas que viven bajo “escasez absoluta de agua” (menos de 500 m3 per cápita por año) aumentaría en un 40%, y según algunos modelos, en más del 100%.

Mientras áreas concretas como el sur de India, el oeste de China y el este de África podrían ver un aumento de agua disponible, otras como el Mediterráneo, Oriente Medio, el sur de Estados Unidos y el sur de China, verían una “acusada disminución de agua disponible”.

Un estudio realizado por la Universidad de Leeds en 2014, analizando los datos de más de 1.700 simulaciones publicadas, concluyó que el cambio climático comenzaría a socavar seriamente los rendimientos de los cultivos mundiales después de 2030, es decir, en aproximadamente una década a partir de ahora.

“Hay un consenso mayoritario de que los cambios en el rendimiento serán negativos a partir de la década de 2030”, escribieron el profesor Andy Challinor y sus coautores en su artículo en Nature Climate Change, con condiciones que empeoran en la segunda mitad del siglo.

Para el período de 2030, un tercio de las proyecciones climáticas presagian disminuciones de rendimiento superiores al 10%, y una décima parte de las proyecciones son superiores al 25%. Para las décadas de 2040 y 2050, la mayoría de las proyecciones climáticas (más del 70% de ellas) muestran disminuciones en el rendimiento, cuya magnitud aumenta con el tiempo. A lo largo de la segunda mitad del siglo, el 67% de las disminuciones de rendimiento previstas son superiores al 10%, y el 26% de las disminuciones de rendimiento proyectadas superan el 25%.

Algunos de estos impactos pueden estar “ya asegurados” debido a las consecuencias de las emisiones de carbono del pasado. Todavía podemos evitar algunos de estos impactos, pero se requerirá un cambio drástico. La adaptación de los agricultores a principios del siglo XXI, escribieron Challinor y sus colegas, “puede mejorar algunos, pero no todos, los riesgos de las reducciones de los rendimientos”. Sin embargo, si queremos tener la oportunidad de evitar “reducciones significativas” de los rendimientos medios en la segunda mitad del siglo, tendremos que buscar “adaptaciones más sistémicas o transformadoras”.

El pasado mes de septiembre, un equipo científico dirigido por la Universidad de Arkansas analizó 27 modelos climáticos, cada uno de los cuales tenía tres escenarios diferentes. Descubrieron que en el peor de los casos, en el escenario business as usual, hasta el 60% de las actuales áreas de cultivo de trigo en todo el mundo podrían sufrir sequías simultáneas, graves y prolongadas después de mediados de siglo, a causa del cambio climático.

Esto es especialmente alarmante dado que el trigo es el mayor cultivo de secano por superficie cosechada, suministrando alrededor del 20% de todas las calorías consumidas por los seres humanos.

Los científicos, que publicaron sus investigaciones en Science Advances, concluyeron además que, incluso si logramos reducir las emisiones de carbono según los objetivos del Acuerdo de París, hasta el 30% de las zonas de producción mundial de trigo podrían sufrir sequías simultáneas entre 2041 y 2070.

“Si sólo es un país o región la que sufre una sequía, el impacto es menor”, comentó Song Feng, profesor asociado de geociencias en la Universidad de Arkansas. “Pero si varias regiones se ven afectadas simultáneamente, puede afectar a la producción mundial y los precios de los alimentos, y llevar a la inseguridad alimentaria”.

Los países occidentales no estarán exentos de las consecuencias, e incluso pueden experimentarlas de forma bastante directa.

Un estudio de la Universidad de Cornell publicado en mayo pasado concluyó que el estrés por calor inducido por el clima podría jugar un papel aun más importante que la sequía en la pérdida de rendimientos de las cosechas de los Estados Unidos. El equipo de Cornell se basó en más de tres décadas de registros de rendimiento de cultivos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, así como en datos meteorológicos del Grupo Climático de PRISM de la Universidad Estatal de Oregón, y en instantáneas tomadas cada hora por la NASA y la NOAA del contenido de humedad del suelo a intervalos de nueve millas en toda América del Norte.

Las conclusiones fueron impactantes. Incluso en el escenario de clima más benigno, se prevé que los rendimientos de los seis principales cultivos de los Estados Unidos —maíz, algodón, sorgo, soja, trigo de primavera y trigo de invierno— disminuyan entre un 8 y un 19% debido al cambio climático entre 2050 y 2100. En el peor de los casos, las reducciones en el rendimiento de los cultivos oscilan entre el 20 y el 48% durante este período.

Debido a que estos impactos están principalmente relacionados con el estrés por calor, y no con la escasez de agua, lo que quiere decir es que muchas regiones productoras de alimentos en los EE. UU. podrían terminar siendo más secas debido al calor estival, incluso con aumentos en las precipitaciones. Cuando se combina con los impactos de la escasez de agua, el panorama potencial parece catastrófico.

Entrando en zona de peligro en 2022

Tormenta de polvo acercándose a Stratford, Texas

Tormenta de polvo acercándose a Stratford, Texas. Fuente: Wikimedia Commons

Aunque muchas de estas proyecciones climáticas son para después de mediados de siglo, con algunos impactos que comenzarán a producirse después de 2030, hay pruebas convincentes que apuntan a importantes riesgos a corto plazo que podrían incluso surgir dentro de unos pocos años.En 2012, un estudio realizado, entre otros científicos, por un autor principal del IPCC, el profesor Piers Forster de la Escuela de la Tierra y el Medio Ambiente de la Universidad de Leeds, advirtió que grandes zonas de Asia responsables de la producción de gran parte del trigo y el maíz del mundo experimentarían graves sequías en un plazo de 10 años. Ahora estamos a sólo unos pocos años de esta línea temporal.

Sin embargo, algunas de estas regiones coinciden con las que en el estudio del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico se esperaba que pudiesen recibir la migración de la agricultura dependiente de las aguas subterráneas.

Basado en 12 modelos climáticos diferentes “de última generación”, la investigación concluyó que después de principios de la década de 2020, en promedio las sequías en toda Asia de más de tres meses de duración serían más del doble de graves en términos de su déficit de humedad del suelo, en comparación con el período 1990-2005. Esto podría suponer un riesgo grave e inminente para el suministro mundial de alimentos, reveló la investigación. Ya en 2022, según el informe…

… las sequías, en promedio, se volverán meses más largas y marcadamente más graves (132% y 154% de media, para el trigo y el maíz) en toda Asia … El mayor riesgo de sequía constituye una amenaza inminente para la seguridad alimentaria a escala mundial.

Los países más afectados serían China, India, Pakistán y Turquía, según el informe, titulado Near future projections of the impact of drought in Asia, y publicado por Centre for Low Carbon Futures, con sede en el Reino Unido.

“Nuestro trabajo nos sorprendió cuando vimos que la amenaza a la seguridad alimentaria era tan inminente; el aumento del riesgo de sequías graves está a tan solo 10 años de distancia para China e India”, dijo hace 8 años el coautor del informe, el Dr. Lawrence Jackson. “Estas son las poblaciones y los productores de alimentos más grandes del mundo; y, como tal, esto representa una amenaza real para la seguridad alimentaria”.

Si el análisis de la Universidad de Leeds es preciso, el riesgo de que las sequías inducidas por el clima en algunas partes de Asia desencadenen una crisis alimentaria mundial podría comenzar a agudizarse ya en 2022, es decir, dentro de dos años.

Gran parte del sudeste asiático ya está empezando a experimentar sequías como norma y no como una excepción. En 2019, Australia se vio obligada a importar trigo por primera vez en 12 años debido a la sequía en los estados orientales del país.

El colapso del sistema alimentario mundial

Riverina Sheep (during drought)

Ovejas en Riverina, Australia, durante una sequía. Fuente: Wikimedia Commons

Dos nuevos estudios en Nature Climate Change complementan este análisis al observar el peligro de los fallos de múltiples regiones productoras de alimentos: los extremos climáticos que afectan a más de una región importante productora de alimentos al mismo tiempo, dando como resultado una producción agrícola mundial inusualmente baja.Un estudio realizado por Franziska Gaupp y sus coautores confirma que la probabilidad de que se produzcan fallos múltiples en las principales regiones productoras de alimentos ha aumentado en las últimas décadas debido al cambio climático. Esto sólo va a empeorar. Un estudio publicado en 2018 en Proceedings of the National Academy of Science concluyó que si las temperaturas medias globales aumentan en 2°C, hay una probabilidad estimada del 7% de pérdidas simultáneas en los graneros de maíz del mundo; la probabilidad aumenta dramáticamente al 86% en un escenario de calentamiento de 4°C.

Este es el escenario hacia el que nos dirigimos actualmente. Según el informe de Four Twenty Seven para Moody’s, las trayectorias reales de las emisiones de carbono se dirigen hacia un mundo de 3-4°C para 2100.

Esto podría ser una subestimación. Como informé anteriormente para VICE, ocho nuevos modelos que están siendo desarrollados para la Sexta Evaluación del IPCC sugieren que las temperaturas podrían aumentar hasta 7°C para el 2100 con las actuales tasas crecientes de explotación de combustibles fósiles, debido en gran parte a la amplificación de las retroalimentaciones entre los ecosistemas cuya complejidad no fue capturada por los modelos más antiguos.

Otro estudio realizado por Kai Kornhuber y sus colegas concluyó que un patrón recién identificado en la corriente en chorro del norte, conocido como ondas de Rossby, podría desencadenar olas de calor e inundaciones simultáneas en partes de América del Norte, Europa y Asia, poniendo en peligro el suministro mundial de alimentos. Las ondas de Rossby son enormes movimientos ondulatorios de la atmósfera y los océanos que se extienden cientos de kilómetros horizontalmente a través del planeta en dirección oeste. Son tan grandes y masivas que pueden cambiar las condiciones climáticas de la Tierra.

A su vez, el calentamiento de la Tierra parece amplificar el patrón sinuoso de las ondas de Rossby, aumentando así la probabilidad de que las configuraciones climáticas extremas se fijen simultáneamente a través de múltiples regiones productoras de alimentos. “Encontramos un aumento de 20 veces en el riesgo de olas de calor simultáneas en las principales regiones productoras de cultivos, cuando estas pautas de viento a escala mundial tienen lugar”, explicó el Dr. Kornhuber del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.

Si bien estos estudios por sí solos no nos dicen mucho acerca de lo cerca que estamos de un riesgo de fracaso múltiple en las principales regiones productoras de alimentos, en el contexto de la otra investigación comentada en el presente artículo, podemos ver que este riesgo es real a corto plazo, y que se vuelve cada vez más probable en una trayectoria business-as-usual en las próximas décadas”.

El cambio climático podría contribuir a matar de hambre a la mitad de la población mundial en cuarenta años

Los riesgos para el sistema alimentario mundial pueden parecer abstractos, especialmente cuando se centran en medidas como los porcentajes de reducción del rendimiento. Pero podrían tener impactos humanos verdaderamente devastadores, experimentados por millones de personas en todo el mundo.

En 2016, Climatic Change publicó un estudio histórico que pasó desapercibido hasta ahora, que modelaba las consecuencias de los escenarios climáticos del business-as-usual para obtener los niveles de hambre en el mundo. Las cifras son abrumadoras.

El estudio, cuyo autor principal es Terence Dawson, profesor de Cambio Medioambiental Mundial en el Kings College de Londres, concluyó que incluso sin el cambio climático, basándonos únicamente en el crecimiento de la población mundial proyectado en función del uso de las tierras agrícolas, unos 2.500 millones de personas —el 31% de la población mundial— corren riesgo de sufrir desnutrición dentro de las limitaciones de un sistema alimentario mundial profundamente desigual.

Actualmente, según la ONU, unos dos mil millones de personas ya experimentan niveles moderados de inseguridad alimentaria, es decir, no tienen acceso regular a alimentos seguros, nutritivos y suficientes. Esto significa que a menudo se enfrentan a la incertidumbre en su capacidad para obtener alimentos, lo que les obliga a tomar decisiones difíciles entre la calidad y la cantidad de los mismos.

Esta cifra incluye a una de cada nueve personas, más de 820 millones, que padecen hambre como consecuencia de no tener con regularidad suficiente para comer, cifra que ha aumentado desde 2014 en unos 37 millones.

Pero cuando los impactos climáticos en la producción mundial de alimentos se incorporan a estos modelos, el estudio sobre el Cambio Climático encuentra que “un 21% adicional (1.700 millones de personas) está en riesgo de desnutrición para 2050”.

Esto significa que continuar dentro del actual sistema alimentario mundial sin ningún cambio de rumbo, y mantener nuestra dependencia crónica de los combustibles fósiles, nos llevará a un mundo en el que más del 50% de toda la población humana —4.200 millones de personas— correría el riesgo de sufrir desnutrición en 2050. En este horrible escenario, las reducciones en el rendimiento de los cultivos infligidas por el cambio climático agravarían un sistema alimentario ya profundamente cuestionado.

Área afectada por la sequía en Karnataka, India

Sequía en Karnataka, India. Fuente: Wikimedia Commons

Y esto no sólo afectaría a los países pobres del Sur mundial, sino que impactaría cada vez más a las naciones ricas e industrializadas. El estudio sobre el cambio climático concluye que “algunas partes de Europa, el sudeste asiático, EE.UU. y Rusia verán un aumento de la población en riesgo de desnutrición”.

En otras áreas, la situación será mucho peor. Por ejemplo, “la mayor parte de Sudamérica y África, Australia y Asia central verán al 50% o más de la población en riesgo de desnutrición”. Aunque no es tan malo en algunos países occidentales, la seguridad alimentaria será un problema en auge:

Por ejemplo, Australia y el Reino Unido, que muestran una subnutrición importante para 2050, han proyectado aumentos de población del 50 y el 23% respectivamente para 2050, mientras que la producción de cultivos (trigo) para estos países disminuirá de forma significativa debido a las condiciones climáticas desfavorables (60 y 16% de disminución reportada para Australia y el Reino Unido respectivamente).

Incluso en los Estados Unidos, donde la producción de trigo podría aumentar inicialmente en las próximas décadas en un 24% según este modelo, la producción será superada por “un crecimiento demográfico del 40%” que forzará el suministro de alimentos.

Los sistemas alimentarios en la encrucijada

Si bien algunos de los impactos climáticos a largo plazo esbozados en el informe de Four Twenty Seven son ya inevitables, ¿qué pasa con estas otras proyecciones? ¿Cuánto podemos cambiar y cuánto podemos evitar?

La mayoría de los expertos están de acuerdo en que todavía no es demasiado tarde para cambiar la forma en que producimos alimentos en todo el mundo de manera que pueda conducir a un sistema más estable y resiliente. Incluso si se producen varios impactos, podemos asegurarnos de que se minimicen sus consecuencias. Pero hacerlo requiere repensar fundamentalmente nuestra relación con los alimentos y el planeta.

Según Sara Walker, del Instituto de Recursos Mundiales, una de las áreas más rápidas y eficaces en las que podemos actuar es en relación con el desperdicio de alimentos. Un tercio de todos los alimentos producidos a nivel mundial se pierden o se desperdician. Parte de esto ocurre a lo largo de la cadena de suministro; en gran parte en Occidente ocurre en el punto de consumo. Según la Rapid Transition Alliance, en Norteamérica, el 58% del desperdicio de alimentos se produce en el momento del consumo, en comparación con sólo el 6% en el África subsahariana. Pero en esta última, el 36% de los residuos se producen en el almacenamiento y la manipulación, en comparación con sólo el 6% en Norteamérica.

Fotograma de 'Interstellar' (2014)

Tormenta de polvo. Fotograma de la película de ciencia ficción ‘Interstellar’ (2014)

Una cuarta parte de toda el agua utilizada para la agricultura se gasta en alimentos desperdiciados. Si se eliminara el desperdicio de alimentos, esto por sí solo contribuiría enormemente a reforzar la estabilidad del sistema alimentario y a satisfacer las necesidades de los más vulnerables.Walker también indica que necesitamos “cambiar las dietas hacia alimentos menos intensivos en agua. Estos son generalmente los mismos alimentos sugeridos para las dietas saludables: se trata de hacerlas más basadas en vegetales”.

Así mismo, reclama que los gobiernos y las empresas inviertan en prácticas agrícolas más sostenibles diseñadas para “restaurar los suelos para que retengan más agua, capturar el agua de lluvia para su reutilización, utilizar el riego por goteo y elegir cultivos adecuados para cada zona agrícola”.

Algunos de estos cambios se enmarcan en la “agroecología”, que intenta aplicar los principios ecológicos a la agricultura y un enfoque regenerativo al uso de los recursos naturales, así como a los contextos sociales y económicos de la producción.

Un artículo reciente publicado en Nature Climate Change concluyó que las prácticas agrícolas regenerativas pueden contribuir a extraer el carbono de la atmósfera, secuestrarlo y restaurar los suelos, hasta un 30% de la mitigación global necesaria cada año para mantenernos dentro de los 1,5ºC para 2050.

El verano pasado, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la ONU publicó un importante informe de su Grupo de Alto Nivel de Expertos en Seguridad Alimentaria y Nutrición (HLPE, por sus siglas en inglés), en el que se pedía que se siguieran métodos agroecológicos como clave para la sostenibilidad de los sistemas alimentarios.

“Los sistemas alimentarios están en una encrucijada”, advertía el informe. “Se necesita una profunda transformación para abordar la Agenda 2030 y alcanzar la seguridad alimentaria y la nutrición (SAN) en sus cuatro dimensiones de disponibilidad, acceso, utilización y estabilidad, y para hacer frente a los desafíos multidimensionales y complejos, incluyendo el crecimiento de la población mundial, la urbanización y el cambio climático, que impulsan el aumento de la presión sobre los recursos naturales, afectando a la tierra, el agua y la biodiversidad”.

En la presentación del informe en Roma, el jefe del equipo del proyecto del grupo de alto nivel de expertos en seguridad alimentaria y nutrición, el Dr. Fergus Sinclair, dijo a los asistentes que se necesita urgentemente un cambio para evitar la crisis: “A menos que realicemos una gran transformación de los sistemas alimentarios que afecte a lo que la gente come y a cómo se produce, transporta, procesa y vende, no vamos a resolver los problemas actuales”.

Y ni siquiera hemos abordado muchos otros elementos críticos de la crisis, como la catastrófica disminución de las poblaciones de abejas entre otros polinizadores, que según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se debe a una combinación de prácticas agrícolas industriales intensivas, entre ellas el monocultivo (cultivar un solo cultivo en una zona, en lugar de cultivar mezclas de cultivos o rotar diferentes cultivos), el uso excesivo de plaguicidas y fertilizantes, la contaminación y el cambio climático; o la erosión del suelo bajo prácticas industriales, que para 2050 puede reducir por sí misma hasta un 10% los rendimientos de los cultivos según la FAO; o la eficiencia decreciente y el aumento de los costes de producción de los insumos de combustibles fósiles en la agricultura industrial, que no sólo está llevando las emisiones de carbono a niveles peligrosos, sino que implica que la producción agrícola industrial está destinada a ser cada vez más cara e ineficiente con el tiempo.

Las crecientes pruebas sobre la próxima crisis alimentaria mundial demuestran lo ineficaces y poco sistemáticos que son nuestros enfoques actuales. Seguimos pensando y actuando en arraigados bunkers disciplinares y sectoriales, e incluso nuestras evaluaciones científicas son extremadamente estrechas, capaces en gran medida de centrarse en una sola dimensión de la crisis a la vez, e incapaces de comprender sus consecuencias sinérgicas.

Si se consideran en conjunto, es evidente que en las próximas décadas se producirá una escalada de presiones convergentes en el sistema alimentario mundial que aumentará la probabilidad de que se produzcan fracasos año tras año, y así será incluso cuando intentemos hacer la transición a algo mejor.

La transición a los métodos agroecológicos sostenibles significa mucho menos énfasis en las máquinas y los combustibles fósiles, y más énfasis en las personas. Un estudio publicado en noviembre en Frontiers in Sustainable Food Systems por un equipo de expertos en ciencias de la alimentación de EE. UU., reclama que se reconozca que “la gestión intensiva en combustibles fósiles y químicos” debe ser reemplazada “por una gestión intensiva en conocimientos”.

Traducción: esto significa que “el mayor desafío de sostenibilidad para la agricultura bien podría ser el de reemplazar los recursos no renovables con personas ecológicamente capacitadas, y hacerlo de manera que se creen y apoyen los medios de vida rurales deseables”.

Sikkim, un estado de la India en el Himalaya, ha pasado con éxito de la agricultura industrial a la agroecológica.

Sikkim, un estado de la India en el Himalaya, ha pasado con éxito de la agricultura industrial a la agroecológica. Fuente: Wikimedia Commons

Por eso, según el biólogo y agricultor estadounidense Dr. Jason Bradford, Presidente del Consejo del Post Carbon Institute (PCI), “el futuro es rural”. Bradford también fue autor de un informe del PCI con este título a principios de 2019. No podemos alimentar al mundo dentro del sistema alimentario actual, afirmó, porque su objetivo es “maximizar las ganancias en lugar de administrar la tierra y mejorar los servicios de los ecosistemas”.

En otras palabras, la próxima crisis alimentaria mundial es el síntoma de un problema más profundo, de todo un paradigma económico que se está deshaciendo lentamente.

Por lo tanto, en el futuro, el nuevo sistema alimentario viable “estará mucho más orientado a lo local, dependerá mucho más de la mano de obra como factor de producción y reducirá en gran medida la intensidad energética del sistema actual que se destina al procesamiento y envasado de alimentos”, explicó Bradford.

También es probable que veamos la necesidad de transformar los espacios urbanos en regiones productoras de alimentos, en medio de una mayor migración a las zonas rurales.

Podríamos ver “una revitalización de las ciudades más pequeñas en áreas de alta biocapacidad, por ejemplo, el Medio Oeste rural de los Estados Unidos, además de un aumento en el número de personas que realmente participen en actividades productivas y que vivan en lugares rurales”, según Bradford. El punto central es que “las ciudades no son el lugar de donde proviene nada materialmente importante y, por lo tanto, siempre dependerán de las zonas rurales del interior para el flujo de bienes hacia ellas y de los lugares donde los desechos deben terminar eventualmente”.

Sólo el tiempo dirá cómo se desarrolla exactamente esto, pero Bradford ve un futuro de más producción local, un crecimiento de las zonas rurales así como de una agricultura urbana en la que más consumidores tomen el control y se involucren en la producción de alimentos de manera sostenible.

Para cada variedad de planta, hay una temperatura óptima para el crecimiento vegetativo, y el crecimiento disminuye a medida que las temperaturas aumentan o disminuyen. Del mismo modo, hay un rango de temperaturas a las cuales una planta producirá semilla. Fuera de este rango, la planta no se reproducirá. Como muestran los gráficos, el maíz no se reproducirá a temperaturas superiores a 95° F (35° C) y la soya por encima de 102° F (38,8° C).

Para cada variedad de planta, hay una temperatura óptima para el crecimiento vegetativo, y el crecimiento disminuye a medida que las temperaturas aumentan o disminuyen. Del mismo modo, hay un rango de temperaturas a las cuales una planta producirá semilla. Fuera de este rango, la planta no se reproducirá. Como muestran los gráficos, el maíz no se reproducirá a temperaturas superiores a 95° F (35° C) y la soya por encima de 102° F (38,8 ° C). Fuente: Wikimedia Commons.

Estos son los temas sobre los que debemos reflexionar e innovar tanto la industria alimentaria, las organizaciones sin fines de lucro, los empresarios y los responsables de las políticas como los ciudadanos comunes.

Quizás la lección más importante de todo esto es que la próxima crisis alimentaria mundial es un síntoma del hecho de que nuestros sistemas industriales mundiales están profundamente desincronizados con el mundo natural. Los nuevos sistemas agrícolas agroecológicos que debemos promover en su lugar, de acuerdo con el estudio de Fronteras, serán aquellos que “imitan los ecosistemas naturales, creando ciclos estrechamente acoplados de energía, agua y nutrientes”.

La estructura actual del sistema alimentario mundial forma parte de un paradigma materialista extremo y reduccionista que está degradando los ecosistemas naturales para seguir maximizando los beneficios año tras año: opera al servicio de una forma de ser y una visión del mundo que fetichiza el crecimiento material sin fin en beneficio de una minoría cada vez más estrecha.

A medida que nos acercamos al final del siglo, seguiremos viendo la evidencia de la autodestrucción de este paradigma fallido. El desarrollo de nuevos enfoques sostenibles para la producción y distribución de alimentos es uno de los puntos de entrada clave para el surgimiento de un nuevo paradigma posmaterialista diseñado para regenerar los ecosistemas planetarios, satisfacer las necesidades humanas y apoyar el bienestar.

A lo largo del camino, el colapso del viejo sistema alimentario generará ciertas consecuencias inevitables. Éstas podrían causar un daño significativo a muchas personas, tanto en los países en desarrollo más pobres como en los países industrializados más ricos, pero aún no es demasiado tarde para evitar los peores escenarios y crear resiliencia ante lo que se avecina. Es necesario que comencemos ahora.


Publicado originalmente por Insurge Intelligence, un proyecto de periodismo de investigación

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