EGOLOGÍA(II): LAS PARADÓJICAS FUENTES DE LA ECOLOGÍA

Egología (II): Las paradójicas fuentes de la ecología

Primer capítulo del ensayo “Egología”.

Para leer el prólogo: https://www.briega.org/es/especial/egologia-ecologia-individualismo-busq…

Las paradójicas fuentes de la ecología

Frente a la angustia contemporánea, las distintas familias de la ecología política ofrecen una gran variedad de respuestas. Lejos de limitarse a la cuestión del medio natural, la ecología es una ideología global, que se interesa por las condiciones colectivas del bienestar individual. Se preocupa por el impacto sobre nuestra salud fisiológica y mental de un medio ambiente degradado y de un modo de vida tóxico. El mundo está contaminado por productos químicos o radiactivos y por ondas electromagnéticas. El sedentarismo, la falta de sueño y el estrés enferman nuestros cuerpos. Nuestras mentes no andan tampoco muy bien. La fragmentación de los espacios y de las tareas nos priva de nuestros sentidos, lo que la mayoría de nosotros tratamos de suplir con el consumo de objetos, lugares (turismo), obras de arte o encuentros sexuales –a cada cual su divertimiento, lo importante es multiplicar las satisfacciones inmediatas para evadirse un poco. La prevalencia de leves y graves enfermedades mentales no es un hecho universal y ahistórico: la depresión, una enfermedad ligada a la imagen de sí mismo, está extendida en contextos en los que el individuo es juzgado (o teme serlo) en relación a la libertad de la que goza y los fracasos de los que se culpa. Frente a la libertad de autorealizarse, está la vergüenza de no poder hacerlo.

La ecología política francesa se constituyó por la confluencia de numerosas influencias intelectuales, políticas y espirituales. Los textos de pensadores hoy considerados clave, las críticas de la técnica Jacques Ellul y Bernard Charbonneau, datan de la preguerra. Los historiadores de la técnica del siglo XIX incluso apuntan a identificar tradiciones más antiguas. Críticos del desarrollo, como Ivan Illich, o marxistas, como André Gorz, han alimentado un pensamiento proteiforme que se desarrolló plenamente durante los años 1970 en contacto con la contracultura proveniente de las universidades estadounidenses. El periódico La Gueule ouverte, los ecologistas con jerséis rojos en las campañas electorales, la “vuelta a la tierra”, datan de esa época, y forman los contornos de una “ecología subversiva”, según el psicólogo Serge Moscovici. La alternativa ecológica es, de tal manera, un pelín libertaria, experimental, pero sobre todo alegre. A veces del lado de la “liberación” de los deseos, otras veces preconizando un cierto ascetismo o sentido de los límites frente a al exceso consumista, la ecología duda.

Lo que está claro es que el cambio concreto, material, de los modos de consumo, viene acompañado de un cambio de relación con el mundo mucho más profundo, una reconsideración radical de nuestros valores más profundamente anclados. “Descolonización del imaginario” según el economista Serge Latouche, “buen vivir” según el ensayista Paul Arìes… “¡Menos bienes y más vínculos!” resumen los adeptos del decrecimiento. La acumulación de objetos está en el corazón del problema (ecológico, psicológico): nos refugiamos en valores materiales para suplir nuestras carencias. El dinero, el consumo, el trabajo, el prestigio social, las imposiciones publicitarias, el confort material deben ser reconsiderados. Incluso el éxito social, en vez de llenarnos, nos deja igualmente frustrados. No solo no hay receta milagrosa para volvernos felices sino que nuestro malestar aumenta porque la imposición de tener que alcanzar el éxito social genera un mundo social más duro, en el que las personas están cada vez más aisladas. Por ejemplo, la decohabitación es un lujo que tiene un coste medioambiental elevado. Y si bien vivir solo es deseable para reducir los problemas que surgen en la vida colectiva, es también un modo de vida sinónimo de soledad. Por el contrario, compartir vivienda tiene la doble virtud de inducir un uso más razonable de los recursos y de ser una práctica creadora de vínculos. A decir verdad, nos dicen algunos ecologistas, vernos obligados a consumir menos, o compartir, es un destino envidiable. Lejos del catastrofismo en el que se tiende a aislarla, la ecología podría ser una fuente de felicidad.

“¿Cómo realizar esa transición y a la vez ser feliz? Se pregunta un investigador en ciencias políticas. Movimiento nacido en el Reino Unido, dónde las municipalidades están menos politizadas que en Francia, la transición ecológica tiene como objetivo pragmático la resiliencia frente al cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales, sin que se produzca un cambio de orden político o social. La transición solo ofrece, a priori, gratificaciones alejadas en el tiempo. “Cambiar nuestros modos de vida, abandonar cierto confort material, supone tener en perspectiva una imagen, un discurso positivo adaptado a este nuevo estado ecológico, para orientarse hacia una sobriedad elegida”, para “que el camino sea lo más alegre que se pueda”. Entre estrategia bien pensada y respuesta juiciosa frente al desarraigo contemporáneo, la ecología se presenta como una ideología alegre y beneficiosa.

Una de las contribuciones de la ecología a esta visión global de la armonía entre el ser humano y su medio es la ecopsicología, una “ecología del amor” según el historiador Theodore Roszak, su principal teórico. Se trata de una reflexión sobre la influencia de la organización social sobre nuestro psiquismo, a caballo “entre las tres crisis productoras de injusticias medioambientales, injusticias sociales y de alienación”. En su crítica de la megamáquina o de la sociedad administrada por la tecnología, la ecopsicología “pone en evidencia la relación entre la acumulación de objetos en el espacio inmediato del individuo y el empobrecimiento de la vida psíquica. El enfoque de la ecopsicología cuestiona e incluso deconstruye la legitimidad de los mecanismos sociales que maltratan al ser humano –en su singularidad y en su carácter social– y su hábitat. La intención es loable pero tiene demasiados escollos.

El primero lo apunta el filósofo Mohammed Taleb; su vulnerabilidad a una reinterpretación como una ·”ecopsicología práctico-práctica” que conciba la espiritualidad “menos desde una perspectiva de emancipación social que desde la de un confort (conformismo) individualista, de un cocooning…”. Esto está bien ilustrado por la presencia invasiva de prácticas de bienestar en las tiendas eco y más ampliamente por la influencia de lógicas de desarrollo personal en los ambientes eco-alternativos. Volveremos sobre ello.

El segundo deriva del prisma contracultural de Roszak, que le hace concebir la ecopsicología en términos de una revuelta –la de una juventud blanca y pequeño burguesa– que es muy ambigua. Como es una influencia importante, desde la ecología política, pasando por el partido de los Verdes hasta los decrecentistas, queremos detenernos un momento sobre ello. La lucha de los estudiantes contra los poderes establecidos, lejos de buscar la emancipación de todos, era quizás solo una manera de reclamar la satisfacción de sus propios deseos. Para autoras femeninas como Sheila Jeffreys, historiadora de los discursos sexológicos, la revolución sexual es fruto de una juventud acomodada y masculina que se levanta contra el capitalismo y el conservadurismo. Impone un hedonismo liberal que no menciona en ningún caso las relaciones de poder (especialmente entre hombres y mujeres o entre hombres y niños) que pueden expresarse en la sexualidad. Los artífices de la revolución sexual, muestra Jeffreys, claman por la liberación de mujeres y niños a condición que permanezcan bajo control (y aseguren el placer) de un hombre adulto. Este movimiento contracultural es quizás una liberalización –más que una liberación– de la sexualidad y con ello no sería más que una mutación del capitalismo hacia una relación consumista hacia los otros y hacia el mundo. Esta influencia de los movimientos contraculturales de la pequeña burguesía estadounidense, la “ecología del amor” de Roszak la comparte con los pensamientos ecológicos actuales. Lleva a la ecología en direcciones a veces contrarias, que piensan de manera ambivalente la relación entre individuo y sociedad.

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