SUICIDIOS: ¿SÓLO UN PROBLEMA DE SALUD MENTAL?

Suicidios: ¿Sólo un problema de salud mental?

No podemos considerar sinónimos trastorno mental y suicidio, porque no todas las personas que se suicidan tienen un trastorno mental”.

(José Antonio Luengo, Decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid)

Rafael Silva

Durante estos últimos meses, afortunadamente, el asunto de la salud mental en nuestro país viene siendo objeto de debate político. En efecto, es evidente que se necesita, desde el enfoque público, un mayor grado de protección para las personas con este tipo de problemas, dotando a las plantillas de los Centros de Salud y de los Hospitales  de un mayor número de psicólogos y de psiquiatras, para que puedan atender debidamente a las personas que lo necesiten. Y es que al igual que otras facetas de la salud pública, la salud mental es una de las que se encuentra más desprotegida en nuestra sociedad, por parte del Sistema Público de Salud. De esta forma, hoy día, los problemas relacionados con el acoso, el estrés, los trastornos alimentarios, la ansiedad, la depresión, el refugio en el trabajo, y otras muchas manifestaciones de desequilibrio, se manifiestan en un porcentaje cada vez más elevado de la población, y sin embargo, el Sistema Público de Salud no contempla o se ve desbordado para amparar a las personas que sufren este tipo de problemas.

Pero lo más grave y perverso de esta situación, es que en muchas ocasiones, algunas de estas personas llegan a tal grado de desolación, a tal punto de abatimiento y desesperación, que se quitan la vida, recurriendo al suicidio de cualquier forma. Básicamente, esta situación extrema se produce cuando la persona en cuestión no encuentra salida, ni dispone de la ayuda para poder buscarla. Su termómetro vital ha alcanzado tal temperatura que, simplemente, entienden que la única forma de liberarse de tanto sufrimiento es dejar de existir. Y así lo hacen. Y lo hacen porque el sistema no les protege, es cierto, pero también lo hacen porque es este mismo sistema quien crea las condiciones para que determinadas personas, abandonadas a su suerte, alcancen tal grado de desesperación vital. Una situación límite que no saben, que no pueden gestionar, que les colapsa y les bloquea de tal modo que únicamente mediante el suicidio son capaces de ponerle fin.

Las estadísticas en este sentido son terribles: más de 3.000 personas se suicidan anualmente en nuestro país, lo cual arroja un ratio diario de unas 10 personas por día. Es decir, que cada día del año, diez personas se quitan la vida, diez vidas son autoaniquiladas, en cualquier punto de España (y en mundo lo hacen un millón de personas cada año, lo cual significa un suicidio cada 40 segundos). Pensémoslo más fríamente: un lunes, desde 10 puntos de nuestra geografía, esas personas acaban con su vida, y el martes otros 10, y el miércoles los 10 siguientes, etc. Es una estadística absolutamente demoledora, que no nos podemos permitir como sociedad. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los 15 y los 29 años, y su principal causa de muerte no natural, y a causa de la pandemia, han aumentado en un 250%. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2019 se suicidaron en España 2.771 hombres y 900 mujeres, que según el Colegio de Psicología de Madrid, es una cifra que debiera estar multiplicada por dos o tres, ya que muchos de estos casos se registran como accidentes, como otro tipo de muerte, o bien son enmascarados bajo el silencio, el estigma o el tabú.

El pasado sábado, 11 de septiembre, y por primera vez, la plataforma Stop Suicidios organizó en Madrid una manifestación para llamar la atención sobre este problema (https://zonaretiro.com/salud/manifestacion-suicidios-madrid/). Ojalá haya concienciado la mente de muchas personas sobre el asunto, y sobre todo, de muchos de los políticos que tienen en sus manos poder prevenir estas terribles situaciones. Su reivindicación principal ha sido la de exigir al Gobierno un Plan Nacional de Prevención del Suicidio (sólo 28 países en el mundo lo poseen). Esperemos que se diseñe, y que se cumpla. La manifestación ha sido apoyada por el Colegio de Psicología de Madrid. Pero intentando ir un poco más allá de la fría estadística, sería bueno preguntarse por las causas que originan estas terribles situaciones, plantear la gravedad de este fenómeno, y preguntarnos qué aspectos deberíamos cambiar, como sociedad, para evitar o prevenir estas situaciones límite. Quizá debamos comprender, y los psicólogos avalan esta idea, que no se trata de un fenómeno exclusivamente clínico, sino que también posee una vertiente económica y social de suma importancia. Abundando en ello, podríamos llegar a la conclusión de que las herramientas de prevención, que tanta falta hacen, no debieran centrarse únicamente en los aspectos de la salud mental, sino también en los aspectos económicos y sociales.

Veamos: es evidente que, debido a cualquier tipo de problema mental, originado desde cualquier causa (un desengaño amoroso, un fracaso profesional, una decepción personal, un refugio en el trabajo, la pérdida de un ser querido…), alguien puede llegar a estas terribles situaciones límite. Incluso existen personas que, fisiológicamente, poseen niveles bajos de determinadas sustancias, lo cual les provoca cierta tendencia hacia estados anímicos proclives a estas situaciones. Está claro, entonces, que la prevención clínica es fundamental (al igual por ejemplo que la prevención hacia cualquier tipo de cáncer), para poder llegar a ayudar, a tiempo, a estas personas. Pero ¿son éstas las únicas situaciones que conducen a la gente al suicidio en nuestro modelo de sociedad? Creemos que no. Pensamos que existen muchas más situaciones, que conducen igualmente a la extrema desesperación a las personas que las padecen, pero cuya etiología no se encuentra en la casuística anterior, sino en las propias situaciones vitales y personales a las que el sistema aboca a estas personas. En estos casos, aunque no posean ningún trastorno mental, entienden que la muerte, la desaparición, el escapar definitivamente, es la única liberación a su situación.

Los informes de diversas ONG’s, año tras año, denuncian la tremenda situación de precariedad vital que sufren muchas personas en nuestro país, personas solas o acompañadas, familias con o sin hijos, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, que simplemente, experimentan un grado de desesperación causado por estas situaciones de precariedad vital. La falta de trabajo, la falta de ingresos mínimos para poder proveer los necesarios suministros, la pobreza energética y alimentaria, la pérdida de sus viviendas, los desalojos y desahucios, muchas veces incluso desde una falta de colchón familiar que les proteja, los aboca a situaciones absolutamente desesperadas, ante las cuales no encuentran otra salida que el suicidio. Pero entiéndase bien: no estamos haciendo apología de este terrible fenómeno, estamos intentando explicar sus causas. No estamos justificando a los suicidas, estamos intentando comprenderlos, asimilar las razones y los motivos que les conducen a acabar con sus vidas de forma trágica.

La prevención del suicidio pasa, por tanto, no sólo por el desarrollo de un músculo sanitario y clínico que tenga la suficiente capacidad pública como para atender a todas las personas que lo necesiten, sino y sobre todo, por eliminar las terribles situaciones de desprotección social y de precariedad vital que pueden conducir a determinadas personas a recurrir al suicidio como solución a sus problemas, o mejor dicho, como liberación ante los mismos. En este sentido, debemos desarrollar políticas públicas que incidan en la protección social absoluta, de tal forma que ninguna persona llegue a encontrarse en situación de pérdida total de sus apoyos o círculos sociales y económicos. Se deben desarrollar mecanismos que, ante la falta de empleo, o ante la existencia de trabajos precarios, protejan mediante una Renta Básica Universal a todas las personas, se deben desarrollar planes de construcción de Vivienda de Protección Social (hoy día absolutamente ridículos o inexistentes) que garanticen el derecho humano fundamental a una vivienda asequible según el nivel de renta, se deben garantizar de forma universal e indefinida los suministros básicos a toda la población (energía, transporte…), y se deben robustecer los recursos dedicados a la Sanidad Pública y a la Educación Pública, de tal forma que nadie quede excluido de los mismos, por ningún motivo, o ante ninguna pérdida de ingresos.

Estamos firmemente convencidos de que, el día en que seamos capaces de diseñar un modelo político, económico y social lo suficientemente robusto como para no dejar a nadie atrás, en el que todo el mundo vea garantizados sus derechos fundamentales y sus necesidades básicas, y donde nadie tenga que sufrir situaciones de precariedad vital, ese día el número de suicidios descenderá de manera importante. Por supuesto que continuará habiendo suicidios, eso no podremos evitarlo nunca, pero además de evitarlos desde la protección sanitaria pública (ante los casos que efectivamente provienen de una enfermedad mental), los evitaremos también desde la óptica de la falta de referentes de protección social y económica. La desesperación, el abatimiento y la desolación más absoluta también llegan por estas vías, también provocan suicidios, y también podemos evitarlos. Ya lo hemos afirmado muchas veces, y aquí viene de nuevo a colación: el capitalismo mata. También provocando suicidios.

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