LAS ÉLITES NO SALVARÁN AL PLANETA

Las élites no salvarán al planeta

En la COP26, las élites mundiales pronunciaron largos sermones sobre la reducción de los daños que ellas mismas han causado. La gente que se enriquece destruyendo el planeta no será nunca la que lo salve.

Desde 1995, las Naciones Unidas organizan periódicamente cumbres sobre el clima, supuestamente para facilitar la cooperación entre las naciones para limitar las emisiones. Los datos del Centro de Investigaciones Climáticas muestran que, en esos eventos, los políticos siempre han estado acompañados por una importante presencia empresarial, y algunos grandes contaminadores han enviado delegaciones más numerosas que naciones enteras.

En cierto modo, la 26º Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) representa simplemente más de lo mismo. Después de todo, es un evento patrocinado oficialmente por Scottish Power, National Grid, SSE, Hitachi, Microsoft, NatWest, GSK, Reckitt, Unilever y Sainsbury’s.

Sin embargo, uno de los principales aspectos que distinguen a esta conferencia de las anteriores es que, en esta ocasión, muchas más empresas han llegado a la conclusión de que las energías renovables son rentables. Por ello, el antiguo negociador de Australia, Richie Merzian, calificó la COP26 de «feria comercial» del cambio climático.

Con cada vez mayor frecuencia, los comentaristas se entusiasman con la perspectiva de que las grandes empresas adopten nuevas tecnologías para sacar al planeta de un desastre climático. Pero no nos dejemos engañar: las grandes empresas no van a salvar el mundo.

Una cuestión de consumo

El problema no es simplemente que las empresas mientan con frecuencia utilizando la retórica medioambiental para «maquillar» su imagen, en lo que se conoce como greenwashing. Es algo mucho más profundo que eso.

El capitalismo no puede dejar de crecer. Su búsqueda ciega de beneficios conduce al desastre, pero aún así el sistema seguirá olfateando oportunidades de expansión, indiferente a la experiencia pasada o a las consecuencias futuras. Como resultado de ello, incluso las medidas que podrían aliviar la crisis medioambiental se convierten inmediatamente en armas contra el planeta.

Por ejemplo, los paneles que producen electricidad solar han mejorado a un ritmo notable, ofreciendo una tentadora visión de un futuro alimentado por la energía ilimitada del sol. Los avances realizados en las energías renovables y las tecnologías asociadas (como el almacenamiento en baterías) desempeñarán un enorme papel en cualquier respuesta seria a la crisis medioambiental.

Sin embargo, los investigadores Richard York y Shannon Elizabeth Bell advierten que el capitalismo ya ha pasado por muchas transiciones energéticas anteriores: de los biocombustibles (como la madera) al carbón, del carbón al petróleo, del petróleo al gas natural y ahora, potencialmente, de los combustibles fósiles a las renovables. Advierten que ninguna fuente de energía establecida ha sufrido un declive sostenido simplemente porque una nueva esté disponible. Lo más habitual es que, en lugar de sustituir a la fuente más antigua, la nueva se utilice inmediatamente para intensificar el crecimiento y, por tanto, termine acarreando un mayor uso energético global.

En muchos casos, la adición de nuevas fuentes ha aumentado en realidad el consumo de los tipos de energía anteriores. La adopción de los combustibles fósiles condujo, en términos relativos, a un descenso de los biocombustibles. Sin embargo, en términos absolutos, el uso del petróleo en los camiones madereros y en los aserraderos intensificó en gran medida la deforestación, produciendo un aumento neto del uso de la madera. Del mismo modo, el aumento del petróleo no redujo el comercio de aceite de ballena, sino que fomentó una dramática intensificación de la caza, en parte porque los barcos balleneros se volvieron mucho más eficientes y en parte porque la industria desarrolló nuevos usos (como en la margarina) para sus productos.

Queda por ver si las energías renovables tendrán el mismo efecto. Las cifras disponibles muestran un cambio significativo hacia las energías renovables en términos de nueva capacidad, con una inversión que supera a la de los combustibles fósiles. Sin embargo, a nivel internacional, el porcentaje de energía renovable en relación con la electricidad y otras energías ha cambiado muy lentamente. El consumo de energía renovable ha aumentado, pero el consumo global de energía ha aumentado muchísimo más. No hay ningún misterio sobre las razones.

En 1865, William Stanley Jevons publicó un libro titulado The Coal Question (La cuestión del carbón). El interrogante principal se centraba en la respuesta de Gran Bretaña al rápido agotamiento de sus reservas de carbón, pero el libro es más recordado hoy por el rechazo de Jevons a las afirmaciones de que la eficiencia energética impulsada por la tecnología aliviaría la escasez: «Es una completa confusión de ideas suponer que el uso económico del combustible equivale a una disminución del consumo. La verdad es precisamente lo contrario».

Lo que quería decir era que la eficiencia disminuye el precio y, por tanto, fomenta el uso, lo que lleva a un rebote que anula el supuesto ahorro. La llamada «Paradoja de Jevons» se ha demostrado una y otra vez en los años posteriores. Un ejemplo prosaico es el de los frigoríficos, cuyas mejoras de los nuevos modelos no se corresponden con una disminución del impacto medioambiental global de los electrodomésticos, sino que fomentan un enorme auge de la industria y, con este, un aumento total masivo tanto del consumo de energía como de la producción de dióxido de carbono. Como el capital debe expandirse, las tecnologías que en abstracto deberían reducir el uso de recursos se convierten en la base de una reorganización que permite una nueva acumulación.

La primera generación de usuarios de ordenadores recordará la afirmación de que el uso de las pantallas haría innecesario el papel, algo que no ocurrió, ya que la informatización proporcionó nuevos mercados para el suministro de impresoras domésticas y de oficina.

Del mismo modo, la invención de alternativas sintéticas no significó que las fibras naturales dejaran de utilizarse, sino que su producción se expandió masivamente en paralelo a las nuevas opciones.

Los entusiastas del «capitalismo verde» insisten en que, a medida que las economías maduran, su «huella material» —la medida de su impacto medioambiental— disminuye. En la era digital, dicen, el progreso tecnológico desvincula el crecimiento capitalista del daño ecológico, permitiendo que el sistema se expanda con seguridad hasta el infinito.

Sin embargo, aunque algunas economías individuales han reducido su dependencia de los recursos no renovables, generalmente lo han hecho mediante la externalización de las industrias sucias. Como dice un metanálisis de 179 estudios realizados entre 1990 y 2019, «no existen actualmente pruebas del tipo de desacoplamiento necesario». Por el contrario, los materiales utilizados por la economía mundial superaron los 100 000 millones de toneladas al año, un nuevo e inquietante récord, totalmente contrario a la «desmaterialización».

«No solo no hay pruebas empíricas que respalden la existencia de una disociación entre el crecimiento económico y las presiones medioambientales a una escala cercana a la necesaria para hacer frente al colapso medioambiental», explica un importante informe de 2019 para la Oficina Europea de Medio Ambiente, «sino que, además —y quizás más importante— parece improbable que esa disociación se produzca en el futuro».

Pensemos en los vehículos eléctricos (VE), un modo de transporte mucho menos destructivo que los motores de combustión interna. Al igual que la energía solar, los VE desempeñarán sin duda un papel importante en un futuro sostenible. Sin embargo, bajo el capitalismo han sido aprovechados por la industria del automóvil para preservar y extender la cultura del automóvil. En lugar de reducir los residuos y desvincular el transporte de los insumos materiales, las empresas automovilísticas ven oportunidades para renovar viejos mercados en Europa y Norteamérica y para abrir otros nuevos en lugares como China.

Su éxito en la venta de vehículos privados de alta tecnología, en consecuencia, impedirá opciones sostenibles como las bicicletas y el transporte público, empujará a las ciudades a mantener la infraestructura derrochadora diseñada en torno a los coches y fomentará una nueva y ruinosa carrera por el litio, el cobalto, el níquel, el manganeso y otros materiales raros necesarios para las baterías.

Contra el ecologismo empresarial

Si la tendencia del capitalismo a responder a las crisis con más capitalismo otorga al sistema un empuje desastroso, también proporciona a los propios capitalistas la posibilidad de blindarse de las consecuencias de sus acciones. La intensificación de la mercantilización resultante de cada nueva calamidad crea oportunidades para que aquellos con riqueza disponible se aseguren de que sus propias vidas y las de sus seres queridos permanezcan más o menos inalteradas.

Puede que el planeta se esté volviendo insoportablemente caluroso, pero si se tiene dinero, se puede seguir viviendo con aire acondicionado en un lugar agradable. En medio de la extinción masiva, los ecoresorts de lujo y los zoológicos privados permiten a los adinerados contemplar tigres, orangutanes y elefantes. Por eso, ni siquiera un apocalipsis inminente les motivará, por sí mismo, a cambiar de rumbo.

La tecnología para prevenir el cambio climático existe, y cada vez es mejor. Lo que no tenemos es un sistema social que nos permita utilizarla.

El fracaso de los líderes mundiales en la obtención de resultados políticos significativos en la COP26 dará a los empresarios «verdes» más espacio para postularse como una alternativa significativa. En ese contexto, resulta crucial que los activistas no caigan en la trampa del ecologismo corporativo, sino que construyan un movimiento independiente, que priorice las necesidades humanas sobre la lógica capitalista.

 

  • Este texto es un fragmento editado de Crimes Against Nature: Capitalism and Global Heating.

 

(Jacobin)

Las élites no salvarán al planeta

En la COP26, las élites mundiales pronunciaron largos sermones sobre la reducción de los daños que ellas mismas han causado. La gente que se enriquece destruyendo el planeta no será nunca la que lo salve.

Desde 1995, las Naciones Unidas organizan periódicamente cumbres sobre el clima, supuestamente para facilitar la cooperación entre las naciones para limitar las emisiones. Los datos del Centro de Investigaciones Climáticas muestran que, en esos eventos, los políticos siempre han estado acompañados por una importante presencia empresarial, y algunos grandes contaminadores han enviado delegaciones más numerosas que naciones enteras.

En cierto modo, la 26º Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) representa simplemente más de lo mismo. Después de todo, es un evento patrocinado oficialmente por Scottish Power, National Grid, SSE, Hitachi, Microsoft, NatWest, GSK, Reckitt, Unilever y Sainsbury’s.

Sin embargo, uno de los principales aspectos que distinguen a esta conferencia de las anteriores es que, en esta ocasión, muchas más empresas han llegado a la conclusión de que las energías renovables son rentables. Por ello, el antiguo negociador de Australia, Richie Merzian, calificó la COP26 de «feria comercial» del cambio climático.

Con cada vez mayor frecuencia, los comentaristas se entusiasman con la perspectiva de que las grandes empresas adopten nuevas tecnologías para sacar al planeta de un desastre climático. Pero no nos dejemos engañar: las grandes empresas no van a salvar el mundo.

Una cuestión de consumo

El problema no es simplemente que las empresas mientan con frecuencia utilizando la retórica medioambiental para «maquillar» su imagen, en lo que se conoce como greenwashing. Es algo mucho más profundo que eso.

El capitalismo no puede dejar de crecer. Su búsqueda ciega de beneficios conduce al desastre, pero aún así el sistema seguirá olfateando oportunidades de expansión, indiferente a la experiencia pasada o a las consecuencias futuras. Como resultado de ello, incluso las medidas que podrían aliviar la crisis medioambiental se convierten inmediatamente en armas contra el planeta.

Por ejemplo, los paneles que producen electricidad solar han mejorado a un ritmo notable, ofreciendo una tentadora visión de un futuro alimentado por la energía ilimitada del sol. Los avances realizados en las energías renovables y las tecnologías asociadas (como el almacenamiento en baterías) desempeñarán un enorme papel en cualquier respuesta seria a la crisis medioambiental.

Sin embargo, los investigadores Richard York y Shannon Elizabeth Bell advierten que el capitalismo ya ha pasado por muchas transiciones energéticas anteriores: de los biocombustibles (como la madera) al carbón, del carbón al petróleo, del petróleo al gas natural y ahora, potencialmente, de los combustibles fósiles a las renovables. Advierten que ninguna fuente de energía establecida ha sufrido un declive sostenido simplemente porque una nueva esté disponible. Lo más habitual es que, en lugar de sustituir a la fuente más antigua, la nueva se utilice inmediatamente para intensificar el crecimiento y, por tanto, termine acarreando un mayor uso energético global.

En muchos casos, la adición de nuevas fuentes ha aumentado en realidad el consumo de los tipos de energía anteriores. La adopción de los combustibles fósiles condujo, en términos relativos, a un descenso de los biocombustibles. Sin embargo, en términos absolutos, el uso del petróleo en los camiones madereros y en los aserraderos intensificó en gran medida la deforestación, produciendo un aumento neto del uso de la madera. Del mismo modo, el aumento del petróleo no redujo el comercio de aceite de ballena, sino que fomentó una dramática intensificación de la caza, en parte porque los barcos balleneros se volvieron mucho más eficientes y en parte porque la industria desarrolló nuevos usos (como en la margarina) para sus productos.

Queda por ver si las energías renovables tendrán el mismo efecto. Las cifras disponibles muestran un cambio significativo hacia las energías renovables en términos de nueva capacidad, con una inversión que supera a la de los combustibles fósiles. Sin embargo, a nivel internacional, el porcentaje de energía renovable en relación con la electricidad y otras energías ha cambiado muy lentamente. El consumo de energía renovable ha aumentado, pero el consumo global de energía ha aumentado muchísimo más. No hay ningún misterio sobre las razones.

En 1865, William Stanley Jevons publicó un libro titulado The Coal Question (La cuestión del carbón). El interrogante principal se centraba en la respuesta de Gran Bretaña al rápido agotamiento de sus reservas de carbón, pero el libro es más recordado hoy por el rechazo de Jevons a las afirmaciones de que la eficiencia energética impulsada por la tecnología aliviaría la escasez: «Es una completa confusión de ideas suponer que el uso económico del combustible equivale a una disminución del consumo. La verdad es precisamente lo contrario».

Lo que quería decir era que la eficiencia disminuye el precio y, por tanto, fomenta el uso, lo que lleva a un rebote que anula el supuesto ahorro. La llamada «Paradoja de Jevons» se ha demostrado una y otra vez en los años posteriores. Un ejemplo prosaico es el de los frigoríficos, cuyas mejoras de los nuevos modelos no se corresponden con una disminución del impacto medioambiental global de los electrodomésticos, sino que fomentan un enorme auge de la industria y, con este, un aumento total masivo tanto del consumo de energía como de la producción de dióxido de carbono. Como el capital debe expandirse, las tecnologías que en abstracto deberían reducir el uso de recursos se convierten en la base de una reorganización que permite una nueva acumulación.

La primera generación de usuarios de ordenadores recordará la afirmación de que el uso de las pantallas haría innecesario el papel, algo que no ocurrió, ya que la informatización proporcionó nuevos mercados para el suministro de impresoras domésticas y de oficina.

Del mismo modo, la invención de alternativas sintéticas no significó que las fibras naturales dejaran de utilizarse, sino que su producción se expandió masivamente en paralelo a las nuevas opciones.

Los entusiastas del «capitalismo verde» insisten en que, a medida que las economías maduran, su «huella material» —la medida de su impacto medioambiental— disminuye. En la era digital, dicen, el progreso tecnológico desvincula el crecimiento capitalista del daño ecológico, permitiendo que el sistema se expanda con seguridad hasta el infinito.

Sin embargo, aunque algunas economías individuales han reducido su dependencia de los recursos no renovables, generalmente lo han hecho mediante la externalización de las industrias sucias. Como dice un metanálisis de 179 estudios realizados entre 1990 y 2019, «no existen actualmente pruebas del tipo de desacoplamiento necesario». Por el contrario, los materiales utilizados por la economía mundial superaron los 100 000 millones de toneladas al año, un nuevo e inquietante récord, totalmente contrario a la «desmaterialización».

«No solo no hay pruebas empíricas que respalden la existencia de una disociación entre el crecimiento económico y las presiones medioambientales a una escala cercana a la necesaria para hacer frente al colapso medioambiental», explica un importante informe de 2019 para la Oficina Europea de Medio Ambiente, «sino que, además —y quizás más importante— parece improbable que esa disociación se produzca en el futuro».

Pensemos en los vehículos eléctricos (VE), un modo de transporte mucho menos destructivo que los motores de combustión interna. Al igual que la energía solar, los VE desempeñarán sin duda un papel importante en un futuro sostenible. Sin embargo, bajo el capitalismo han sido aprovechados por la industria del automóvil para preservar y extender la cultura del automóvil. En lugar de reducir los residuos y desvincular el transporte de los insumos materiales, las empresas automovilísticas ven oportunidades para renovar viejos mercados en Europa y Norteamérica y para abrir otros nuevos en lugares como China.

Su éxito en la venta de vehículos privados de alta tecnología, en consecuencia, impedirá opciones sostenibles como las bicicletas y el transporte público, empujará a las ciudades a mantener la infraestructura derrochadora diseñada en torno a los coches y fomentará una nueva y ruinosa carrera por el litio, el cobalto, el níquel, el manganeso y otros materiales raros necesarios para las baterías.

Contra el ecologismo empresarial

Si la tendencia del capitalismo a responder a las crisis con más capitalismo otorga al sistema un empuje desastroso, también proporciona a los propios capitalistas la posibilidad de blindarse de las consecuencias de sus acciones. La intensificación de la mercantilización resultante de cada nueva calamidad crea oportunidades para que aquellos con riqueza disponible se aseguren de que sus propias vidas y las de sus seres queridos permanezcan más o menos inalteradas.

Puede que el planeta se esté volviendo insoportablemente caluroso, pero si se tiene dinero, se puede seguir viviendo con aire acondicionado en un lugar agradable. En medio de la extinción masiva, los ecoresorts de lujo y los zoológicos privados permiten a los adinerados contemplar tigres, orangutanes y elefantes. Por eso, ni siquiera un apocalipsis inminente les motivará, por sí mismo, a cambiar de rumbo.

La tecnología para prevenir el cambio climático existe, y cada vez es mejor. Lo que no tenemos es un sistema social que nos permita utilizarla.

El fracaso de los líderes mundiales en la obtención de resultados políticos significativos en la COP26 dará a los empresarios «verdes» más espacio para postularse como una alternativa significativa. En ese contexto, resulta crucial que los activistas no caigan en la trampa del ecologismo corporativo, sino que construyan un movimiento independiente, que priorice las necesidades humanas sobre la lógica capitalista.

 

  • Este texto es un fragmento editado de Crimes Against Nature: Capitalism and Global Heating.

 

(Jacobin)

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