Macrogranjas de cerdos. Sufrimiento animal y destrucción de la naturaleza y la vida rural
Por Todo Por Hacer
El ministro de Consumo hace una crítica a las macrogranjas (quedándose corto, diríamos) y la industria cárnica se revuelve y saca las garras y habla de ataque a la economía nacional. Su crítica, por cierto, no era antiespecista, pues defiende la ganadería extensiva. Mientras, 50 millones de cerdos mueren cada año en España después de una vida de encierro y tortura y las macrogranjas destruyen el ambiente, acuíferos y comunidades. Queda todo por hacer.
En el año 2018, en el Estado español fueron sacrificados más de 50 millones de cerdos y existían más de 15 millones de ovejas y cabras y 6 millones y medio de vacas. En cuanto a las aves de corral, al igual que ocurre con los peces, es prácticamente imposible dar una cifra del número de animales existente, puesto que para la industria no se mide en individuos sino en toneladas. Como dato para hacernos una idea, en 2015 se sacrificaron 356 millones de aves destinados a consumo humano, la gran mayoría pollos seguido a mucha distancia de pavos y en 2018, 43 millones de conejos.
Nuestro país es el mayor productor de carne de cerdo de Europa y el tercero mundial, solo por detrás de China y Estados Unidos, países con muchísima mayor superficie y población, y el tercero de Europa en número de vacas.
Lógicamente, ese extraordinario número de animales choca con las imágenes de vacas pastando en verdes prados de los anuncios de leche y de esos alegres lechones revolcándose en el fango y nos lleva a enormes infraestructuras mecanizadas en las que se engorda a decenas de miles de animales amontonados sin ver la luz del sol.
Por eso, mientras la producción de animales aumenta año a año, el número de explotaciones ganaderas va disminuyendo, lo que evidencia la desaparición de las granjas más pequeñas y de la cría para consumo familiar y la concentración del negocio en cada vez mayores granjas industriales.
Como consecuencia directa de esta expansión de macrogranjas, se necesita una nueva forma de dar muerte de manera masiva a estos animales, por lo que se están construyendo macromataderos como el de Binéfar, capaz de acabar con 32.000 cerdos al día. A analizar los efectos sobre el clima, el empleo y la población rural, nuestra salud y, por supuesto, sobre los animales, dedicaremos este artículo.
La concentración de la industria
Si bien el número total de granjas de porcino en nuestro país ha disminuido de forma drástica (entre 1999 y 2009 desaparecieron más de 110.000 explotaciones, un 61,4% en tan solo una década), el número de animales no ha dejado de aumentar. En ese periodo, el censo de cerdos se incrementó en un 12,3%, de los que el 90% de ellos pertenecía a una granja industrial, y el tamaño de estas no para de aumentar: en 2009, la media de cerdos por granja era de 120 animales y en 2013 ascendía ya a 467. En 2019, las granjas con más de 10.000 cerdos suponen solo el 2,5% del total, pero albergan a más del 40% del porcino español.
Tan solo seis provincias, Lleida, Huesca, Zaragoza, Murcia, Barcelona y Segovia, acogen a la mitad de los cerdos del país. Lleida, con una población de 443.029 personas, contaba con casi 10 cerdos por habitante en 2015 y en su comarca de La Noguera, la media era de 23 cerdos por persona.
La construcción de estas macrogranjas continúa su auge. En Guadix, Granada, está planeada una instalación que engordará a 126.000 cerdos al año, que llegarán pesando 20 kg y saldrán con 100 kg tras 5 meses de sufrimiento para acabar en el matadero. Para abastecer a esta fábrica de engorde, en La Puebla de Fadrique,a 100 km, nacerán 549.000 lechones al año.
Despoblación y desempleo rural
Como decíamos, se están construyendo enormes recintos de cría y engorde de animales por todo el territorio español. Al igual que con otros proyectos nocivos para la naturaleza y el ser humano, el mantra de la creación de empleo nos es repetido una y otra vez para tratar de parar la oposición a estas construcciones.
Pero según un artículo de Ecologistas en Acción, enmarcado en su campaña de acción y difusión Stop Ganadería Industrial, “se observa que la ganadería industrial no solo no frena el proceso de despoblación sino que, por el contrario, en las comparativas realizadas entre municipios con esta industria y otros que se están dedicando a otros sectores económicos (como la pequeña transformación artesanal, la ganadería extensiva o el turismo rural sostenible) los primeros pierden mucha más población que los segundos”. Lejos de la creación de empleo, Garaballa, el municipio con mayor censo porcino de la provincia de Cuenca (55.000 cerdos), ha perdido el 51 % de la población entre 2001 y 2017 y Castillejar (Granada), con una población de 1.344 habitantes y una gran explotación de Cefusa-El Pozo de 21.000 madres reproductoras y una producción de 645.000 lechones al año, ha reducido su población entre 2006 y 2017 en un 20% y aun así el paro se ha incrementado del 7,25% al 18,01% en el mismo periodo. Lo mismo ha ocurrido en otras localidades centradas en las macrogranjas, como Cancarix, en Albacete, con una reducción de la población en un 28% en diez años o en Balsa de Ves, también en Albacete, con un 40% menos de población y un aumento del paro del 9,7% al 26,4%.
Según datos del Ministerio de Agricultura, en el año 2013, solo un 2,1% de los gastos de producción correspondían a mano de obra, lo que desvela claramente la falacia de la creación de empleo. A modo de ejemplo, el proyecto de la macrogranja de Guadix, de las mayores de España, plantea crear solo 11 empleos con un sueldo de 18.000 euros anuales.
Y es que la alta mecanización de estos trabajos hace que se necesiten muy pocos/as trabajadores/as (alrededor de un trabajador a jornada completa por cada 5.000 cerdos) y que la contaminación de acuíferos y tierras y los malos olores hagan muy difícil su compatibilidad con otras actividades económicas, lo que manifiesta que dos de los impactos más importantes de la ganadería industrial para el mundo rural son la pérdida de empleo y de población.
Salud y medioambiente
La ganadería industrial también conlleva graves problemas para la salud humana y del planeta. Entre ellos, el desmesurado consumo de agua de las instalaciones industriales ganaderas (cada kilogramo de carne de cerdo requiere 5.000 litros de agua) y la contaminación por nitratos procedentes de los purines (excrementos de los animales que en la ganadería extensiva sirve como abono natural pero que en la intensiva es altamente peligroso).
Según datos de 2015, cuando en el Estado solo había 28,5 millones de cerdos, éstos produjeron casi 61 millones de metros cúbicos de purín. Esta cantidad de residuos orgánicos podría llenar más de 23 veces el estadio del F.C. Barcelona, el Camp Nou y supone que los cerdos de todo el país produjeron más excrementos que los 46,5 millones de personas que viven en él (en torno a los 41,8 millones de metros cúbicos cada año).
La contaminación del aire por amoniaco y las emisiones de gases de efecto invernadero que provoca directamente la ganadería industrial, e indirectamente la agricultura intensiva asociada a la producción de piensos y la comercialización de insumos y productos, son otro de los grandes problemas identificados. En total, según datos de la organización internacional GRAIN, el modelo ganadero industrial genera entre el 23% y el 32% de los gases de efecto invernadero a nivel mundial.
Asimismo, la contaminación de suelos, aire y aguas a causa de la expansión de la ganadería industrial tiene efectos negativos demostrados en la salud pública. La población local cercana a las explotaciones intensivas se ve afectada cada vez más por problemas respiratorios que, según estudios médicos del personal del Área de Neumología del Hospital Universitario de Albacete, están asociados al amoniaco y a las micropartículas procedentes de este tipo de ganadería. Además, la dieta con un alto porcentaje de productos de origen animal está asociada a enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer colorectal y obesidad.
Por último, cabe destacar la resistencia a antibióticos que es, en gran parte, una consecuencia de este tipo de dieta. Esta resistencia se genera en los propios organismos de los animales sometidos a un abuso de estos medicamentos para tratar de disminuir su mortandad, y se traslada a los seres humanos a través del consumo de los productos alimentarios. Si bien la Unión Europea prohibió la utilización de los antibióticos como método para acelerar el crecimiento, se siguen utilizando para la prevención de enfermedades. En 2017 la cifra de muertes por resistencia a antibióticos fue de 35.000 personas en España, más que por muertes por accidente de tráfico, y según la Organización Mundial de la Salud, en 2050 la mortalidad asociada a la resistencia a antibióticos superará a nivel mundial a la relacionada con el cáncer y será la primera causa de muerte por enfermedad.
A todo esto hay que añadir las consecuencias en los países del sur: la presión ejercida para conseguir grandes cantidades de maíz, soja (no, no son los/as veganos/as los/as que deforestan el Amazonas para fabricar tofu) y otros cereales para los piensos de los que depende este modelo, conlleva acaparamiento de tierras y el consecuente desplazamiento de comunidades, y la intimidación, e incluso la muerte, de líderes campesinos/as; además de enfermedades diversas para quienes viven cerca de los monocultivos, en unos entornos empobrecidos debido a la deforestación.
Sufrimiento animal
Si bien toda la ganadería supone explotación, dominio y muerte de los animales, la ganadería industrial ha llevado esto al máximo exponente. En las modernas macrogranjas, el animal no es un individuo, sino la parte de una tonelada destinada a ser sacrificado en un matadero industrial. El hacinamiento, la vida en jaulas, la falta de luz, el largo transporte al matadero… supone un sufrimiento inimaginable.
En la Unión Europea 120 millones de conejos al año pasan su vida encerrados en una jaula que no les permite apenas movimientos, la mitad de los 400 millones de gallinas ponedoras viven en el espacio de una hoja de papel A4, 40 millones de patos y ocas viven confinados y son alimentados a la fuerza para la producción de foie grass y 140 millones de codornices viven igualmente encerradas. Hay alrededor de 12 millones de cerdas dedicadas a la crianza, que viven la mayoría del año enjauladas en recintos donde no pueden ni girarse. Pasan la gestación y el parto encerradas y amamantan a los lechones a través de los barrotes. Tras el destete, son nuevamente inseminadas y comienza de nuevo el cruel ciclo.
Investigaciones realizadas en el Estado español, como las de Igualdad Animal infiltrándose en decenas de granjas de cerdos, conejos y patos o como la que llevaron a cabo junto al equipo de Salvados en granjas pertenecientes a El Pozo, han puesto sobre la mesa las condiciones de vida en estos lugares y han llevado a que parte del movimiento animalista inicie campañas para la mejora de la vida de los animales de granja, que se han traducido en algunas victorias, principalmente en cuanto al encierro de gallinas ponedoras y conejos.