DISIDENCIA SEXUAL, IDENTIDADES Y “LO TRANS”

DISIDENCIA SEXUAL, IDENTIDADES Y “LO TRANS”

Hay muchas maneras feministas de pensar el sexo y la sexualidad, la mía es la anarcofeminista aunque no hablo en nombre de ningún grupo sino exc lusivamente desde mi manera de entenderlo.

A los feminismos actuales les interesa mucho el tema de la identidad de laqs mujeres que han puesto en el centro del debate los movimientos que plantean el fin del  binarismo sexual y la reivindicación de la pluralidad de las formas de vivir el sexo y la sexualidad (entre otros el movimiento trans). Como sabemos, existe el deber de identificarnos con nuestro sexo de nacimiento al que le corresponde el género adecuado. Esa correspondencia es “lo normal” y eso se traduce en un binarismo rígido que patologiza, castiga  y excluye a quien se mueve fuera de la normatividad.

Antes de entrar en el tema creo necesario clarificar que utilizo en este texto el término “trans” consciente de la distinción que se ha hecho entre “transexuales” y “transgénero” como distinción entre “verdaderas y falsas personas trans” (quienes se operan y quienes no). Desde hace pocos años, como señala Julia Serano en “Whipping Girl”, se usa “transgénero” como término paraguas para describir a las personas que desafían las expectativas  y los supuestos sociales en torno a la masculinidad y la feminidad. Esto incluye a las personas trans, intersexuales y no binarias, así como aquéllas cuya expresión de género difiere de su sexo anatómico o percibido. Desde los años noventa se utiliza  el prefijo “trans” especialmente en los movimientos sociales.

Esta definición nos sitúa ya en la gran diversidad de “lo trans” puesto que, como señala Elizabeth Duval en “Después de lo trans”, el término engloba, en una especie de misión imposible, bloques tan distintos entre sí y con prioridades tan diferenciadas  como lo son las mujeres trans, los hombres trans y las personas no binarias. Todo ello sin entrar en las diferencias internas de cada una de esas categorías si se atiende a factores de clase, raciales, generacionales y otros.

Otro término paraguas es “queer”, que pretende englobar al conjunto de la disidencia sexual y es sinónimo de inclusividad de las llamadas sexualidades periféricas (trans, bollos, maricas, drag kings y queens, etc).

En tiendo que el anarquismo considera  que las personas tienen identidades plurales  y fragmentarias que no reducen a las personas a una única condición e identidad. Esta manera de observar las identidades  encaja con la afirmación anarquista de lo múltiple, de la diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad  para construir un mundo sin jerarquías, sin dominación, sin subordinación.

Entre los dos paraguas: el de “lo queer” y el de “lo trans”, el anarquismo feminista se puede mover con cierta comodidad en lo que comparten: que las identidades son un constructo político, histórico, psíquico y lingüístico que las luchas sociales y políticas  pueden utilizar para enfrentarse al poder. Las identidades surgen en contextos determinados y cambian con el tiempo, no permanecen. La identidad normativa regulariza, disciplina, normativiza, obliga, en definitiva, a doblegarse al esquema rígido de los dos sexos, los dos géneros, el deseo normalizado y la heterosexualidad.

Por un lado, el anarquismo centra su atención en cualquier identidad que sea instrumento de dominación y la sexualidad ha sido siempre un tema de interés observada desde diversos puntos de vista. Por otro lado, el debate biología/socialización en torno al género se ha encendido hoy hasta explosionar en los espacios de confluencia feminista. Convendría superar debates simplistas  y estériles y llegar a compromisos si es posible.

Que haya sectores del feminismo (también del anarquista o de sectores trans) que afirmen la existencia de características sexuales biológicas, no significa que no cuestionen que se ordenen esas características del cuerpo en dos únicas categorías (hombre/mujer) o que supongan una disparidad de género esencial.

Paul B. Preciado confía que “lo queer” será capaz de mantener una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera toda ficción identitaria. Esa es la razón por la que el sujeto de la teoría queer rechaza toda clasificación sexual y pretende destruir las identidades gay, lésbica, trans, travesti y heterosexual. El sexo, por tanto, pasa a ser algo elegible, independiente del sexo biológico, la verdadera identidad sexual del individuo se encuentra en el “género sentido”, algo completamente subjetivo.

Diversos sectores del feminismo, entre quienes me incluyo, tomamos en consideración la idea de que el género social no se produce ni difunde de  acuerdo a cómo actuemos nuestro género individualmente, sino que reside en las percepciones y las interpretaciones de los demás. Incluso desde sectores trans se afirma(Serano sería su portavoz más conocida) que hay de hecho  inclinaciones de género naturales e intrínsecas.

La identidad se transforma, es flexible, de manera que según cuál sea la relación de poder que se sostenga en cada momento con el mundo, se activarán los mecanismos de la identidad (relacional o individualizada según explica Almudena Hernando en “La fantasía de la individualidad”). Por tanto, sería difícil entender la identidad en una persona concreta sin tener en cuenta su posición particular con respecto a los ejes de poder y dominación que definen la sociedad. Existen, por tanto, regularidades en la construcción de la identidad personal, lo que nos distancia de las posiciones posmodernas que creen en la particularidad absoluta de cada sujeto.

¿El ser humano puede vivir sin identidades, debemos tender a anularlas por completo? Habitamos en las identidades, en concreto en la de “mujeres” que se define por compartir un lugar en el mundo, experiencias e incluso un destino social y económico que tiene que ver con el patriarcado. Esta identidad nos permite politizar la lucha de las mujeres y sigue siendo operativa dentro del feminismo(s). Hay bastante consenso, eso si, en cuestionar las identidades sexuales y de género como elementos fijos que refuerzan el binarismo, la exclusión y que regulan los deseos, las prácticas sexuales y, ampliando el foco, las relaciones sociales en general. Si olvidamos el carácter instrumental de la identidad de las mujeres, se pueden reproducir las categorías del  poder, esencializándolas y reificándolas.

Estos planteamientos nos llevan al tema conflictivo del sujeto político del feminismo. Y con el tema llega la gran pregunta: ¿Qué es ser mujeres? Como anarquistas debemos entenderlo en términos pluralistas, como señala Chiara Bottici en su “manifiesto anarcafeminista”, solo si los cuerpos de las mujeres son teorizados como procesos, como el lugar de un devenir que se desarrolla a diferentes niveles, seremos capaces de hablar de “mujeres” sin incurrir en la normatividad.

La cuestión “¿Qué es ser mujer?” deberíamos dejarla abierta a todas aquellas personas que son percibidas y se sienten como tal y centrarnos como feministas en el cuestionamiento del poder y de la dominación. Parece importante, por tanto, dejar claro que debemos incluir a personas agredidas en función de su género como es el caso de las personas trns, asimilando maneras menos esencialistas sobre el sujeto del feminismo.

El anarquismo ha manifestado reiteradamente su compromiso contra la dominación, término que incluye una gran cantidad de expresiones y de formas de opresión, exclusión y control. El rechazo a la dominación da lugar a incontables focos de resistencia individual y colectiva que implican la lucha contra la represión y la falta de libertad en cualquier sistema. Para el anarcofeminismo la libertad es el fin y solo podremos alcanzarlo mediante la libertad misma.

Desde este planteamiento el anarquismo centra la atención en la multiplicidad de superposiciones parciales entre diferentes experiencias contra las cuales se lucha, construyendo una categoría general que mantiene una corrrespondencia  entre experiencias que permanecen confinadas en sus propias realidades particulares. Esa es la razón por la que sectores del anarquismo han concluido que el sujeto de la emancipación es la humanidad (o en versión actualizada, el 99%).

Cuestionar el esencialismo de género supone también cuestionar el planteamiento que considera que hombres y mujeres representan dos categorías mutuamente excluyentes, cada una conciertos rasgos intrínsecos y que no se cruzan, algo que la anarquista Emma Goldman ya señaló a principios del siglo XX. Debemos luchar, por tanto, por un mundo más allá de la oposición entre hombres y mujeres, y por ello, como señala Chiara Bottici, más allá del feminismo mismo.

Para concluir, me gustaría pensar que es posible tejer redes de personas y grupos en el amplio espacio de “lo libertario” que cuestionen cualquier tipo de jerarq1uías y que acepten todas las formas de diversidad humana. Partir de ese planteamiento puede facilitar los compromisos y las luchas múltiples, del mismo modo que los cuerpos son plurales y plural es su opresión, plural debe ser también la estrategia para luchar contra tal opresión. Luchas que deberían ser antisistema y anticapitalistas para propiciar que las personas excluidas puedan encajar en un mundo que no cosifique al ser humano convirtiendo sus cuerpos en mercancías, susceptibles de ser desechadas.

LAURA VICENTE

Revista “Al Margen” nº 120

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