PENSANDO EL ANARQUISMO, LA ANARQUÍA…(I)

El anarquismo es movimiento, que decía Tomás Ibañez, y se ha de declinar en plural. No es la clásica doctrina que tenga un libro de instrucciones, ni se guíe por textos canónicos que hayan de ser seguidos al pie de la letra y/o ser citados cada dos por tres a modo de mantras.
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El anarquismo es movimiento, que decía Tomás Ibañez, y se ha de declinar en plural. No es la clásica doctrina que tenga un libro de instrucciones, ni se guíe por textos canónicos que hayan de ser seguidos al pie de la letra y/o ser citados cada dos por tres a modo de mantras. En este orden de cosas el espíritu libertario asoma en no pocas movilizaciones del presente en las que, aun no revindicándose abiertamente, puede verse en la acción, teniendo en cuenta que su presencia se ve reflejad en los medios, sin tener que esperar al gran día; así podría mantenerse que existe una cierta moral anarquista /del latín mos, moris =costumbre) que se traduce en las maneras de actuar en proceso transformador del mundo y del ideario mismo. Lo dicho no supone, de ninguna de las maneras, que el recuerdo de los hechos y los nombres de protagonistas del pasado esté de sobra, lo que significaría renunciar al patrimonio acumulado a lo largo de la historia de la emancipación.

En este orden de cosas, tengo entre manos un par de obras recientes en las que se deriva por los pagos de la anarquía, de las anarquías, y añado este plural para subrayar las pluralidad reinante, y necesaria, en las luchas del presente: una debida a un antropólogos y destacado activista, la otra a una profesora universitaria de filosofía.

Un teórico en acción

No es la primera vez que en esta red, o en las que la preceden, que se habla de David Graever (Nueva York, 1961-Venecia, 2020), quien tras finalizar sus estudios en su país natal, ejerció como profesor en Londres e igualmente en algún campus de su país, que rescindió su contrato, al considerar peligrosa su docencia; su presencia, no obstante, no se ceñía a los límites académicos o a sus publicaciones sino que su implicación en las luchas era pública y notoria en las protestas contra el Foro Económico Mundial o en el movimiento Occupy Wall Street.

Ahora ha visto la luz, inaugurando una nueva colección de la editorial Diaphanes, de significativo título Anarchies, un libro que presenta sus conversaciones con Mehdi Belhaj Kacem, filósfo hors norme, Nika Dubrovsky, activista numérica, y la videógrafa y ex-alumna Assisa Turquier-Zauberman: «L´anarchie pour ainsi dire». No me resisto a recurrir a la presentación que los directores de la colección, Mehdi Belhaj Kacem y el recientemente fallecido Jean-Luc Nancy, exponen, ya que expresa el espíritu del hombre del que hablamos, por lo que precisamente a él le eligieron para poner en marcha la colección. «Anarchies y no anarquismo. Los ismos desafilan siempre el filo de un vigor», para destacar después, que an-archie, siempre supone un origen diseminado y fracturado, indicando que eso no supone, de ninguna de las maneras, ocultar las simpatías hacia las luchas históricas, nombrado la Comuna de París, la huelga general de 1906, la revolución española, mayo del 68 y los situacionistas…reivindicando una «heterogeneidad efectiva, en abismo fracturado, de todas esas prácticas y pensamientos an-arquicos, que intentará dar razón, en su medida, la presente colección» (no evitaré, ya que me parece significativo el señalarlo, que estas breves notas introductorias se nombra a dos filósofos de renombre: Reiner Schürmann y Jacques Derrida).

El libro que presento estaba en marcha cuando la muerte se llevó a David Graeber, y se desarrolla en diálogo, lo que supone un intercambio, aspecto destacado por los participantes en él, al reivindicar tal género como el propio de la filosofía desde los orígenes antes de que se diese el giro hacia dotar de privilegio a una voz a la que obedecer,no jugo un papel de orden menor en esta transformación la Iglesia.

A lo largo de las conversaciones se nos dan a conocer aspectos relacionados con la propia vida de Graeber, su padre participó el las Brigadas Internacionales en la guerra del 36, siendo testigo de que los anarquistas eran capaces de hacer funcionar amplias comunidades, contradiciendo las leyendas que la falta de autoridad conduciría al caos, a pesar de lo cual el señor no se convirtió en anarquista lo que no quita para que en su casa el joven David nunca viese que la anarquía se considerase como una locura.

El tono de cercanía que se da entre las preguntas y las respuestas, y obviamente entre quienes las hacen, facilita una cercanía de quien lea las páginas de este incesante intercambio de ideas, y a lo latgo de las páginas iremos conociendo el modo de pensar, y de actuar, de Graeber, las distinciones que establece entre el anarquismo que no se guía por héroes al contrario del marxismo que los necesita, recurriendo de manera habitual a su autoridad; queda subrayado que las diferencias que se dan en las filas de los anarquistas más que por cuestiones doctrinales se deben a problemas de organización,concretándose esta variedad en cuestiones como el sindicalismo, el consejismo, la acción directa o la autogestión, no sin embrago en saber si uno es seguidor de Malatesta o de Kropotkin. Perfilando lo que no es la anarquía, se arriba a la conclusión de que no es una actitud, ni una visión del mundo, ni un conjunto de prácticas sino de un proceso, de ida y vuelta, en el que se combinan los tres. En referencia a las diferencias entre comunismo y anarquismo, a pesar de la atracción por el primero que Graeber no oculta, marca la diferencia en el carácter productivista del primero, que santifica el trabajo, en contraposición por cierto a la definición que Marx hacía de la libertad como la capacidad de elección de la actividad, a modo de juego, basando la libertad en la verdadera libertad no se alcanza más que si se supera el dominio de la necesidad.

Ajusta cuentas con las posturas puritanas que se dan en la izquierda americana y otras, y las tendencias culpabilizadoras sobre las ventajas y privilegios propios, en comparación con otros a los que la vida les va peor, lo que conduce a una mortificación y un desprecio hacia sí mismo…es parecido a aquello que se ha solido decir del comunismo de la alpargata, nivelar a todos por abajo, convirtiendo a cada cual en policía de sí. Graeber llama a practicar la libertad. Señala por otra parte, el uso que se ha hecho de los especialistas, de manera especial de los antropólogos, para sostener el discurso del imperialismo, y frenar las revueltas de diferentes países, apostando él por una antropología que se acerque a los humanos, no idealizados sino tal cual son, manteniendo en alto la bandera libertaria que en su momento alzó Pierre Clastres, y en menor medida el propio director de su tesis Marshall Sahlins, especialista en sociedades dichas primitivas; y si Émile Durkheim hablaba de la sociología como la ciencia del socialismo, Graeber mantiene que la antropología podría ser considerada como la ciencia del anarquismo, pero en una onda anti-utópica, lejos de visiones angelicales.

El diálogo se despliega por las nociones de libertad, por las teorías del deseo, considerando que la primera ha de comportarse como lo hacen los juegos, en el caso que ocupa a las contertulios, el ejercicio de la libertad supondría entrar en las relaciones de reglas y limitaciones, para salir de nuevo, superación que amén de fortalecer al sujeto que emprende dicho riesgo, fortalece su capacidad de oponerse a las reglas.

Imposible dar cuenta de todos los temas tratados y de todas las ideas expuestas, en este libro que bien sirve para conocer el pensamiento de David Graeber en sus diferentes ramificaciones: así vemos el papel del Estado como vigilante de que las cosas sigan como están, se disecciona los diferentes tipos de trabajo, trabajos de mierda, los trabajos idiota, los trabajos inútiles de los job, y del imperio de los trabajos serviles que constituyen la clase cuidadora (social, salud, educación), denunciando las visiones que solo centran su mirada en la producción olvidando los trabajos no pagados, como el de las mujeres… y los engaños del Capital, con el apoyo nada desdeñable de la casta burocrática, al vender e imponer una sociedad de consumidores, pillados en la deuda permanente y creciente, en vez de de ciudadanos. Se incide también en la concepción del trabajo como castigo divino, pecado original mediante, y en la labor de reglamentación y control que juega, ya que el tiempo libre, combinado con una actividad creativa, es el camino de la perdición para quienes dominan el cotarro, que son quienes se guardan para ellos el trabajo creativo como juego, reservando a los de abajo, la obligación de trabajar aunque la labor desempeñada sea absolutamente superflua…salvando todas las distintas, vienen a la cabeza el retrato que Bruno Bettelheim hacia del universo concentracionario y el papel del trabajo, monótono en su inutilidad, con el fin de domesticar a los detenidos.

Por cierto de la media docena de libros traducidos al castellano, el último de ellos, editado por Errata Naturae, el año pasado, El Estado contra la democracia, desvela en el terreno de la política el rapto de la democracia y la cultura que las élites han llevado a cabo con el fin de convertirlas en su propiedad, evitando la auténtica democracia que era considerada como un poder caótico de la turbamulta.

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