El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger recoge la escena en su El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, Anagrama (1998) -publicado originalmente en Alemania en 1972:
“Mientras la columna Durruti avanzaba hacia Aragón, encontró en el camino un campamento de gitanos. Familias enteras acampadas al aire libre. Era inquietante porque a esta gente no le preocupaba en lo más mínimo la posición del frente y pasaban de un lado a otro cuando se les ocurría. No se excluía la posibilidad de que fueran utilizados como espías a favor de Franco. Durruti reflexionó sobre el problema. Después fue a ver a los gitanos y les dijo: `Para empezar, señores, os cambiaréis de ropa y os vestiréis como nosotros´. Por aquel entonces los milicianos usaban monos, a pesar del calor del mes de julio. Los gitanos no estaban precisamente entusiasmados. `¡Sacaos esos trapos! Llevaréis la misma ropa que llevan los obreros´. Los gitanos notaron que Durruti no estaba para bromas, y se mudaron sin chistar. Pero eso no fue todo. `Ahora, ya que lleváis ropas de trabajador, también podéis trabajar´, prosiguió Durruti. Y allí fue el llanto y el rechinar de dientes. `Los campesinos del lugar han fundado una colectividad y han decidido construir un camino para que su pueblo pueda comunicarse con la carretera principal. Aquí tenéis vuestras palas y picos, ¡vamos!´. A los gitanos no les quedaba otra alternativa. Y de cuando en cuando venía Durruti a ver cómo seguía el trabajo. Se alegró infinitamente de haber logradio que los gitanos usaran las manos. `Allí está el señor Durruti´, susurraban los gitanos con su acento andaluz, y levantaban la mano con el saludo antifascista, es decir, levantaban los brazos con el puño cerrado, y Durruti comprendía muy bien lo que querían decir con eso”. (1)
Al leerlo me vino a la cabeza aquella imagen de La delgada línea roja en la un aborigen melanesio deambula por la selva con la más absoluta indiferencia en medio del fragor de la batalla de Guadalcanal. De igual manera podía uno imaginar a los gitanos cruzando con sus carromatos la línea del frente de esta guerra de payos en la que nada les iba ni les venía, cambiando colores en banderas y banderillas y el saludo a la FAI por el de la FAIlange, según se terciara. Los gitanos, a sus cosas (hasta que por allí se les cruza el “señor Durruti” con su maldita ética del trabajo). La indiferencia nacía, según parece, del escarmiento que veían sufriendo en sus carnes desde tiempo inmemorial. Vamos, que no podían esperar nada bueno:
“Si ganaban los que `aluego´ ganaron nos iban a hinchar a palos y nos iban a tirar (echar) de todas partes. Y si quedaban los otros, nos iban a matar trabajando en cualquier mina de por ahí y hasta que nos quitarían a nuestros hijos, decían. Ni unos ni otros respetaban nuestras cosas. ni siquiera a nuestros muertos. Así es que el tío X y yo, que íbamos juntos, le cambiábamos la banderilla al burro según pasábamos por aquí o por allí”.
La diferencia inquietante, Teresa San Román; Siglo XXI (1997)
En España era difícil, si no imposible, encontrar una familia que no hubiera sido tocada en mayor o menos grado por la guerra civil. Basta ver la que se montó en años muy recientes con lo de la memoria histórica. Nietos que buscaban a abuelos por las cunetas. Hay quien dice que las heridas de una guerra civil no se cierran hasta que desparece la generación que recibió el relato de viva voz de quienes la sufrieron. Y, sin embargo, en este trauma tan ancho y nada ajeno, los gitanos apenas hacían acto de presencia.
Google nos da 137.000 entradas al teclear “gitanos guerra civil”, pero a poco que desbrocemos la selva de búsquedas, los nombres y las historias se repiten.
Helios Gómez, el artista de la corbata roja
En el bando republicano sobresale la figura de Helios Gómez, nacido en Triana (1905), gitano más por vocación que por sangre, afamado pintor, cartelista y poeta. Su peripecia vital contiene los ingredientes del artista-revolucionario español en el primer tercio del siglo XX.
Huyó de la Dictadura de Primo de Rivera para instalarse en París de donde fue a su vez expulsado por sumarse a las protestas contra la ejecución de Sacco y Vanzeti. Pasó por Bruselas, Amsterdam, Viena, Berlín y la Unión Soviética antes de regresar a España y hacerse comunista. Durante la guerra civil fue comisario político de la UGT, se embarcó en la desastrosa expedición de Bayo para liberar Mallorca, combatió en el Guadarrama, Madrid, Andalucía y hay quien cuenta que “durante la batalla de El Carpio (Córdoba) mató a un capitán de su propio ejército por una disputa ideológica y tuvo que regresar a las filas anarquista como miliciano de la 26 División, la antigua Durruti, con la que pasó a Francia en 1939”.
Sorprende que este anarco-comunista, artista y gitano regresara a Barcelona en 1942; fecha temprana como para esperar magnanimidad franquista. Y no obstante, vivió a cara descubierta. Expuso pintura surrealista en la Galería Arnaiz y realizó murales para el Jazz Colón y la Residencia San Jaime de Barcelona. Pagó su activismo, su pasado o su atrevimiento con penas de cárcel a finales de los 40 y principios de los 50. Fue durante su estancia en la Modelo de Barcelona cuando pintó un oratorio conocido como La Capilla Gitana. Murió en 1956, dos años después de abandonar la prisión. Tenía 51 años.
Helios Gómez, corbata roja y puño en alto, en el asalto al Cuartel de la Montaña (1936)
Fue el propio Helios Gómez quien reivindicó en un panfleto de guerra el papel de los gitanos en los primeros enfrentamientos:
“En Sevilla, los gitanos de la Cava, de Pagés del Corro y del Puerto de Camaronero estuvieron diez días batiéndose desesperadamente contra Queipo de Llano. En Barcelona, los gitanos de Sants, la barriada de mayor significación proletaria, fueron los primeros que se movilizaron, y con escopetas de caza, viejos pistolones y navajas cortaron el paso en la Plaza de España, a las fuerzas del cuartel de Pedralbes. Luego he visto gitanos batirse como héroes en el frente de Aragón, en Bujaralóz y en Pina. Gitanos vinieron en la columna Bayo a Mallorca y desembarcaron en Puerto Cristo, y allí, en una centuria del PSUC, había gitanos que pelearon como leones en un parapeto que se llamó de la Muerte. Y ahora mismo, en una columna de caballería que se está formando, los primeros en inscribirse con gitanos”.
Una reivindicación “exaltada, anacrónica y emocionante”, a juicio de los autores que citan el panfleto del cartelista. Una “exaltación” que no puede estar más lejos de la indiferencia y/o invisibilidad de los gitanos en la larga bibliografía de la guerra civil. Descontado Helios Gómez, sólo dos nombres se repiten en la historia de la guerra civil: Ceferino Jiménez Malla, “El Pelé”, fusilado en Barbastre en agosto del 36. Por su ferviente catolicismo y por defender, dicen, a un sacerdote perseguido. Juan Pablo II lo beatificó en una sonada ceremonia en el Vaticano en 1997. Era el primer gitano en ascender a los altares. El otro es el albañil Mariano Rodríguez Vázquez “Marianet”, secretario general de la CNT entre 1936 y 1939. En algunos sitios lo dan por ahogado en un río cercano a los campos que concentraron el exilio español en el sur de Francia; en otros sostienen que murió exiliado en México en 1974. A saber. Tal es la falta de datos e interés al respecto.
El beato Ceferino Jiménez “El Pelé”
Si dejamos a un lado a los gitanos de trayectoria señalada, la memoria del resto, la inmensa mayoría, se ha desvanecido en el aire y el silencio. Algún testimonio se puede encontrar en documentales como Yo me acuerdo… gitanos aragoneses en la guerra civil. De ahí sale la “lección” que el señor Antonio Nieto saco de la guerra civil de los payos: