Contra toda nocividad

CONTRA TODA NOCIVIDAD: UNA EXPERIENCIA DE LUCHA FRENTE AL TECNOMUNDO

Creemos que desde la revolución neolítica no se había producido una revolución tan grande en todas las dimensiones de la vida y, a diferencia del Neolítico, en la que muchos se negaron a “civilizarse”, manteniendo su forma de vida de cazadores recolectores, o, a diferencia de los luditas que se negaron a aceptar los imperativos de la industrialización, hoy casi nadie parece querer rebelarse ante este totalitarismo tecnocrático.

Para nosotros –emulando el título del maravilloso libro de K. Polanyi- nos encontramos en una “Gran Transformación” de todas las dimensiones de la vida. Estamos ante un rediseño y una reconfiguración de todas las dimensiones de la vida, ante una guerra tecnológica contra todo lo vivo. El proyecto tecnocrático que podemos llamar también “Gran Reinicio” o “4ª Revolución Industrial” tiene como finalidad la sociedad transhumanista, la sociedad postbiológica y la artificialización de cualquier fenómeno y proceso natural.

Nos hallamos en un ciclo de hostilidad constante donde los sistemas económicos y políticos están siendo reestructurados por entidades globalistas, quienes pretenden cambiar radicalmente las economías industriales y reemplazarlas por un sistema que alterará dramáticamente los modelos de gobernanza internacional, las formas de comercio y los tipos de trabajo, lo que conducirá a nuevos modelos y normas mercantiles, a nuevas formas de trabajo, consumo, producción… Este rediseño de la economía y la política dejará al mundo en manos de los fondos de inversión, de organizaciones filantrópicas, del Foro Económico Mundial, de las Big Tech, etc. Estos grupos abordan los desafíos económicos y ambientales del mundo mediante el control de los medios de producción y distribución y ejerciendo una influencia significativa sobre los mercados internacionales y las políticas estatales. Podemos decir que los Estados podrían quedar en la práctica en manos de estos tecnócratas que gestionarán y dirigirán nuestras vidas.

Esta gran transformación, en la que nos vemos actualmente inmersos, no se limitará a una serie de cambios superficiales sino que penetrará en lo más profundo del metabolismo de la tierra y de todo lo vivo. Las tecnologías disruptivas ya están transformando la naturaleza y todos sus procesos, al igual que lo humano en todas sus dimensiones. La vida es diseñada en los laboratorios de la racionalidad tecnocrática. Sustituir los organismos por algoritmos, lo vivo por lo mecánico, lo natural por lo artificial, la intuición por el cálculo y la espontaneidad por el método, es el proyecto tecnocrático. Rediseñar el clima, nuestros cuerpos, los materiales, las bacterias, los genes… en definitiva la vida, para artificializarla y tenerla bajo control. Este proyecto no tiene nada de nuevo, lleva fraguándose desde mediados del siglo pasado, simplemente en estos momentos pospandémicos se dan las situaciones ideales, tanto sociales como técnicas, para implementarlo, debido especialmente al miedo generalizado creado continuamente a través de las “emergencias” ya sean sanitarias, económicas, climáticas, etc Todas estas “emergencias” o “catástrofes” que cumplen la misión de crear una serie de imperativos en nuestra vida llevan casi un siglo creando en el imaginario popular la idea de que el mundo se va a la mierda y de que quién mejor que quien ha creado esas catástrofes para salvarnos. En definitiva, el sistema funciona mediante un gobierno de la catástrofe donde las distintas emergencias son los enemigos comunes, y el Estado, la Ciencia y la Tecnología se erigen como salvadores de las problemáticas que la misma lógica y funcionamiento que este sistema producen.

El miedo creado en la población facilita la aceptación de esta gran transformación que, como decíamos, reconfigura el mundo artificializándolo. Así estamos en el proceso de robotización, mecanización y automatización de prácticamente todas las actividades, donde los humanos somos desplazados por la máquina y nos convertimos en siervos de ella. Hoy ya vemos cómo nuestra vida cotidiana en las “Smart Cities” ya está gestionada por la inteligencia artificial o cómo en muchos puestos de trabajo recibimos y aceptamos órdenes de máquinas, desde los empleos precarios de empresas como Uber o Amazon (ésta última, por ejemplo, en 2018 planteó que los empleados de sus almacenes de EEUU utilizaran un brazalete que controlase sus movimientos durante la jornada laboral) a las grandes financieras donde grandes cantidades de dinero corren gestionadas por máquinas dotadas de IA. Estos ejemplos del mundo laboral se extienden al resto de las dimensiones: sanitarias, educativas, agricultura, etc. Especialmente significativa es la agricultura 4.0, donde el campesinado desaparece y el espacio agrícola se llena de sensores, drones, robots, etc. En definitiva, estamos en una sociedad tecnototalitaria que ha declarado la guerra a todo lo vivo, a la libertad y a toda forma de autonomía.

Las tecnologías de Inteligencia artificial, trashumanismo, biología sintética, nanotecnología , son sólo algunas de las que están realizando esa gran transformación de las que hablábamos anteriormente. A estas se les pueden añadir otras cuantas: las nuevas técnicas de edición genética, tecnologías reproductivas, bioinformática, geoingeniería, cibernética y muchas más. Nosotros no le damos más importancia a unas u otras, sino que pensamos que su importancia reside en el punto donde confluyen todas. Consideramos que ese punto es la ingenierización y artificialización de todas las dimensiones de la vida que nos llevan a la sociedad transhumanista y cibernética. Una sociedad donde la política y lo político es sustituido por la técnica y la tecnocracia donde el gobierno de la vida queda en manos de los expertos e ingenieros.

El transhumanismo, a diferencia de las otras (que son tecnologías), es una ideología que pretende el rediseño de la naturaleza y del cuerpo humano. Para nosotros es importante, ya que lo consideramos el gran proyecto de la dominación. Esta ideología se nutre de fuentes filosóficas antiguas que ya contemplaban la inmortalidad del ser humano, así como la perfección del mismo; también de la cosmovisión científica de los siglos XVI, XVII y XVIII, como por ejemplo del “Discurso del método” de Descartes, que ya consideraba el cuerpo humano como algo imperfecto y que debía ser mejorado y al cerebro humano como una máquina, al mismo tiempo que soñaba con una medicina que nos hiciese inmortales y más inteligentes. Y se nutre igualmente de la eugenesia que formó parte del ideario capitalista durante la primera mitad del siglo pasado, se otorga al biólogo eugenista Julian Huxley el término transhumanismo. La tecnocracia persigue el bio mejoramiento humano ya que nos considera imprevisibles, caóticos e imperfectos y todo ello escapa a su necesidad de control absoluto sobre el ser humano y la naturaleza. Busca crear un ser humano que supere todos sus límites, bien mediante modificaciones genéticas, prótesis robóticas, chips neuronales, etc. Como ideología eugenésica pretende el bio mejoramiento del ser humano desde el mismo nacimiento seleccionando (como se hace con el ganado e igualmente sólo por cuestiones instrumentales y utilitaristas) lo que ellos consideran los “mejores embriones” para su modificación genética, en principio y como siempre con la idea de evitar enfermedades, pero que abre el camino a la selección de “humanos perfectos”. Esta ideología pretende, eventualmente la sustitución del cuerpo biológico por uno mecánico y en la actualidad ya son numerosas las técnicas que conllevan este proceso de sustitución de lo orgánico: las terapias génicas de ARNm aplicadas durante la “pandemia” a gran parte de la población, prótesis controladas neuronalmente, optogenética, fabricación de organoides in vitro, tecnología tisular, selección de embriones, tratamientos con células madre, el sueño del útero artificial e incontables técnicas con mejoras graduales que aumenten nuestra inteligencia, nuestra fortaleza, nuestra felicidad, nuestra longevidad… Supone por tanto un cambio ontológico. Su sueño húmedo no es ya que seamos mejorados tecnicamente, sino que seamos colonizados totalmente por la máquina, fusionándonos con ella y dando lugar al cyborg. Algunas de sus pretensiones son fantasiosas y creemos que nunca se darán, como la inmortalidad o el volcado del cerebro en computadoras. Aun así, nosotros no lo vemos como una distopía lejana con pretensiones de ficción, sino como una transformación que aquí y ahora está rediseñando la condición humana. Sin ir mas lejos, la cultura del ser humano optimizado, del rendimiento, del mejoramiento está totalmente implementada en nuestra sociedad.

Señalar igualmente que el transhumanismo nos lleva a un mundo inmaterial donde gracias a la cibernética desaparecen hasta nuestros cuerpos, que son nuestra forma de contacto con el mundo y por lo tanto de aprendizaje y de construir relaciones reales con los otros. Esta pérdida de nuestro cuerpo, convertido en un avatar en nuestra sociedad cibernética nos lleva a una desconexión con el mundo real, a una atomización e individualización que nos aleja de nuestro sueño de libertad y autonomía.

Históricamente buena parte de la izquierda (incluidos el anarquismo y el comunismo) y de sus principales teóricos y organizaciones han sustentado y compartido en general y mayoritariamente los valores del sistema tecnoindustrial, y las ideas de progreso y dominio sobre la naturaleza, erigidas durante la Ilustración y la Revolución francesa como bases de la sociedad que habitamos actualmente.

La izquierda legitimó los valores y comportamientos necesarios para que el sistema social que surgió con la revolución industrial se desarrollase, solventase sus deficiencias y se estabilizase consiguiendo el consentimiento de la gente. Debido al papel que juega en el sistema tecnoindustrial, el izquierdismo es la principal ideología de éste y forma parte de su superestructura. Ésta está constituída por las teorías sobre las instituciones, formas de comportamiento, normas y valores necesarios para el funcionamiento eficaz del enormemente complejo sistema tecnoindustrial: progresismo, ciencia como ideología, solidaridad social, no violencia, igualdad ante la ley, libertad para llevar a cabo actividades sustitutorias controladas por el sistema, responsabilidad social, importancia de los méritos , etc.; en definitiva, la suma de todos los valores que son constantemente vertidos en los medios de información convencionales y en el sistema educativo, y que tratan de convertir a la gente en buenos ciudadanos. Estos valores surgen a medida que la complejidad de la sociedad, el número de personas viviendo físicamente juntas, el número de componentes del sistema y la intensificación de las relaciones entre estos elementos aumenta, ya que permiten al sistema tecnoindustrial sobrevivir, funcionar más eficazmente y ser más fuerte al hacer que millones de personas trabajen juntas de forma coordinada. El izquierdismo no está en contra del sistema tecnoindustrial; al contrario, actúa como un mecanismo de seguridad para éste. Gracias a esta relación con el izquierdismo, el sistema tecnoindustrial se corrige a sí mismo y mejora constantemente la eficiencia de su propio funcionamiento. Todos los aspectos en los que la ideología izquierdista critica al sistema, tales como la desigualdad entre sexos, los problemas étnicos, los problemas medioambientales, la corrupción, el nepotismo, la violencia de unos individuos contra otros en la sociedad, etc, consisten, de hecho, en aquellos problemas a los que el sistema se enfrenta para poder mantenerse, funcionar y desarrollarse sin impedimentos, de modo que, si el sistema los resuelve, funcionará de un modo más eficaz.

A día de hoy vemos como igualmente la izquierda defiende los valores de los proyectos de la tecnocracia como, por ejemplo, la Agenda 2030 que intenta vendernos un mundo resiliente, amable, ecológico, feminista, inclusivo, etc. Palabras vacías de contenido con la única intención de crear la sensación de que vamos hacia un mundo mejor cuando lo único que están preparando es una sociedad tecnototalitaria donde todo está controlado, vigilado y cada vez en manos de menos personas.

Es preocupante que ciertos movimientos refractarios acepten esta ideología “amable” del poder y asuman los discursos de la dominación como propios. Sin duda, la estocada que dió el poder a la lucha de clases a finales de los años 70 del siglo pasado ha dado lugar a un rediseño de algunos movimientos izquierdistas y refractarios, que han adoptado en su ideología parte de la cultura liberal que da lugar a la intrusión de los movimientos identitarios propios de la sociedad posmoderna que ponen por encima de todo al sujeto. Por otro lado, el reflexionar y el accionar políticos están mediados por la sociedad tecnoindustrial, modelados sus valores: como la continua busca del número, la eficacia, la eficiencia, el resultadismo, lo efímero, lo superficial, el progreso… igualmente de estos movimientos surge el rechazo hacia pensamientos no racionales o hacia formas no tradicionales de vida, a rituales, tradiciones, etc.

Este pensamiento racional nos lleva a ver como neutras muchas técnicas de la sociedad industrial que no persiguen otra cosa que la reducción del mundo, y todo lo que habita en él, a una máquina. Por ejemplo: las redes sociales, la IA, la ingeniería genética, etc. Técnicas todas ellas que nos llevan a la desposesión de nuestras vidas, a la negación de la libertad y de la autonomía. Nosotros nos preguntamos, como anarquistas, si pensamos como máquinas, si actuamos mecánicamente, si sólo nos guía el pensamiento racional ¿dónde queda la libertad? Obviamente cada vez más lejos. Sólo la destrucción de la sociedad tecnoindustrial y de toda forma de dominación nos abre el camino a nuestro proyecto anárquico.

Para nosotros es muy importante estar preparados para la próxima emergencia, pandemia o catástrofe que llegará y tendrá consecuencias parecidas. Para nosotros la próxima emergencia que están preparando en los salones de la tecnocracia es la climática, no hay más que ver el terrorismo mediático y la espectacularización que hay alrededor de todo lo relacionado con la “crisis climática”; y los ejemplos de ingeniería social alrededor de ésta los tenemos en nuestro día a día: desde premios a aquellos ciudadanos “ecologistas” que se registran en apps de reciclaje de envases, a la inclusión de bolsas de basura con chips de identificación en algunos barrios de Barcelona para castigar a quien no gestione adecuadamente sus residuos. Esto que parece algo sin importancia está preparado para convertirse en un imperativo social que conlleva además de la monitorización, el premio y el castigo, y nos recuerda a sistemas tan aterradores como el Sistema de Crédito social chino (sistema crediticio que premia o penaliza según el cumplimiento o no de leyes). Si a esto añadimos la capacidad de controlar nuestro consumo energético gracias a las redes inteligentes de agua, luz, gas, etc., junto a la constante monitorización de nuestra vida gracios a los dispositivos computerizados ubicuos que muchos llevan encima, se convierte en una vigilancia total del individuo.

La ceguera y sumisión mostradas durante la “pandemia” por muchos anarquistas y otros grupos revolucionarios ha sido impresionante. Nuestra conclusión es tratar de no caer en el mismo error, al mismo tiempo que es sumamente necesario crear un relato propio de lo que está pasando sin dejarnos llevar por pasajes de ciencia ficción (que algunos llaman “conspiracionismo”), y que en gran medida deslegitiman las luchas. En estos tiempos “entre emergencias” consideramos hacer un análisis crítico de la realidad, formarnos y prepararnos para la siguiente, proyectar un discurso y una praxis antiautoritarias. Una preparación cuya base no sea victimista y no caiga en el discurso del poder de los cuidados o de la solidaridad burguesa, que no nos distraiga y que vaya a la raíz de los hechos.

En medio de esta gran obra de ingeniería social diseñada por la tecnocracia, vimos que, aunque no estuviésemos preparados para esta guerra que nos habían declarado, podíamos de alguna forma responder a la mentira de la “pandemia” aunque fuese a nivel individual, pero con formas que pudiesen ser también generalizables. Por un lado, la desobediencia continua a sus mandatos: desobedecer el encierro, desobedecer medidas sanitarias, etc. Por otro lado, con la “pandemia” el poder desplegó todas sus armas de guerra sin ningún miramiento, desde el ejército en las calles, a la monitorización constante de nuestros movimientos, la represión contra la disidencia, el control de emociones y sentimientos mediante el continuo bombardeo informativo, etc. Destacar igualmente un paso hacia adelante que ha sido el ataque a nuestros propios cuerpos. Si en otras guerras lo principal es derribar infraestructuras o puntos estratégicos aquí hemos observado que el punto estratégico eran nuestros cuerpos, que llegaron a ser privados sensorialmente, emocionalmente, atacados por terapias génicas de ARNm (disfrazadas de vacunas). Esto último supone un salto enorme ya que supone la aceptación de que nuestros cuerpos son moldeables y maleables, y la constante monitorización de los mismos mediante diferentes técnicas: pasaporte covid, medidores de temperatura, extensión de la biometría, etc. el escenario bélico en el que vivimos durante casi tres años nos lleva a la conclusión de que ni mucho menos estábamos preparados para algo así y que debemos aprender de lo vivido para las siguientes que vengan.

Nosotros solo podemos hablar de nuestras prioridades, ya que entendemos que los movimientos son multiformes y cada uno tiene sus proyecciones y prioridades, que deberían ir cambiando en función de los diferentes contextos y por las diferentes transformaciones del poder. Es importante analizar el mundo actual (sin olvidarnos del pasado) para poder actuar sobre él. Si obviamos todas las nuevas transformaciones seremos incapaces de comprenderlo. Consideramos importantísimo no permanecer estáticos, ni seguir mirando ni actuando en el mundo como si estuviésemos a principios de siglo o de la década pasada. Se le atribuye a Lenin el dicho “Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria y viceversa”; pues creemos que este punto es más necesario que nunca. Vemos por todas partes falta de ambas, lo que conllevan un anquilosamiento y una esclerosis de los movimientos revolucionarios, hoy muchos de ellos más preocupados por problemas identitarios (veganismo, identidades de género…) que por destruir lo existente, es decir, más interesados en un consumo de lo existente que por destruirlo. Esto es debido a la introducción de la cultura liberal en los “movimientos revolucionarios” que debido a los complejos de estos a poner límites se ha introducido en las últimas décadas.

Para nosotros la prioridad es que el enfrentamiento se concentre en el campo del progreso tecnológico, puesto que es y será lo que trace las presentes y futuras dinámicas de la dominación sobre todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida: sociales, políticos, económicos y ambientales… Por ello consideramos necesario enfrentarnos a la sociedad cibernética y al mismo tiempo intentar que ésta no modele nuestras vidas. Si Ted Kaczynski hablaba de sobresocialización, hoy gracias a las nuevas tecnologías podemos hablar de exceso de modelización. Así, los movimientos revolucionarios deberían negarse a utilizar las armas con las que la tecnocracia domina nuestros cuerpos y mentes: desde las redes sociales a las terapias génicas de ARNm.

Para nosotros un ejemplo clave en la historia fueron los luditas, en la Inglaterra de principios del siglo XIX. Ante el deterioro que para su forma de vida y sus lazos comunitarios supuso la introducción de innovaciones tecnológicas en las formas de producción, llevaron a cabo un proceso de destrucción de máquinas con el que pusieron en jaque a la reorganización industrial en marcha… La diferencia es que igual nosotros ya no tenemos ninguna vida que defender…

Extraído de la revista libertaria “Ekintza Zuzena” nº 5

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