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Este moralismo dogmático provoca que las valoraciones personales, lejos de ofrecer una manera de ver y comprender la realidad, una posibilidad o preferencia entre otras muchas formuladas por el resto de interlocutores –una opinión, sin más-, se conviertan en aseveraciones “endurecidas, envueltas casi siempre en r´ñigidas categorías morales y/o cargadas de emocionalidad”. Las opiniones se expresan, cada vez más, y tanto más cuanto que la polarización política de las sociedades es mayor, desde la convicción de que representan y defienden una regla moral ineludible y, por tanto, están exentas de tener que estar argumentadas. En muchos casos, estas opiniones son fruto de otro fenómeno dominante entre nosotros, la hipersensibilidad: si lo siento, es verdad; si lo deseo, es bueno. Se convierten en principio universal: su cumplimiento es mandato y su incumplimiento, una gran injusticia. Desde esta perspectiva, cualquiera que incumpla esos preceptos será puesto en duda, señalado, perseguido, castigado o silenciado: también será cuestionada su salud mental mediante la identificación del sujeto con algún tipo de trastorno irracional, entre un amplio catálogo de fobias: homofobia, transfobia, xenofobia y otras creencias convertidas en tales como el conservadurismo o la fe. Hay una diferencia fundamental entre el tabú propiamente dicho y su apuntada variante posmoderna. En el primero de los casos, es la sociedad entera la que comparte, por razones religiosas, culturales o por mera superstición, el rechazo hacia tabúes de miedo, de delicadeza o de decencia, que imponen el respeto hacia aquello que no se tiene que pronunciar sino mediante eufemismos. Por el contrario, la correcc ión política nace del rechazo a determinadas expresiones que designan realidades ingratas consideradas como tales por un grupo étnico, racial, religioso, político, ideológico o sexual. Es un tabú “sectorial”, no atávico, generalizado, sustantivamente consensuado ni incuestionable”. La pertenencia de sus postulados a una u otra corriente ideológica vendrá determinada por la doctrina que disponga de la hegemonía cultural en cada momento. Esta hegemonía la ostenta en nuestros días, en primera instancia, el posmarxismo, según la defensa de la justicia social y la política de identidades descrita ya y, en segunda instancia, el neoliberalismo. Sus postulados son lo que determina qué es y qué no es “correcto” decir y hacer, especialmente en ámbitos referidos a la raza, el sexo y el género. Mathieu Bock-Coté define corrección política como “un dispositivo inhibidor cuya finalidad consiste en sofocar, reprimir o denomizar a los críticos del régimen diversitario y del legado de los radicales años sesenta”. Axel Kaiser dice que es “una práctica cultural que busca la destrucción reputacional, la censura e incluso la sanción penal de aquellas personas e instituciones que no adhieran, desafíen o ignoren una ideología identitaria que promueva la supuesta liberación de grupos considerados víctimas del opresivo orden social occidental”.
Normalización, conformismo y silencio
La normalización es lo que hace el individuo cuando no es capaz de hayar una respuesta ante situaciones de incertidumbre y el conformismo es la influencia del grupo sobre el individuo cuando este, a pesar de conocer la respuesta, sabe que esta es opuesta a la del grupo. En situaciones para las que no contamos con una respuesta clara, buscamos conocer el consenso social, porque consideramos que la respuesta correcta será la compartida o la defendida por una mayoría de miembros de un determinado grupo, y lo que es más importante, no nos limitamos a copiar esa respuesta mayoritaria, sino que en la interacción con los miembros de la mayoría construimos e interiorizamos un marco o norma de referencia que nos permita establecer y validar nuestros juicios. A partir de ahí, la norma social determina la respuesta adecuada en cada situación. Esta creación de normas sociales y su influencia constante y duradera en los individuos recibe el nombre de “normalización”. La influencia de los demás si se manifiesta en relación a los juicios subjetivos, pero no en relación a los juicios objetivos,, es decir, en lo concerniente a una realidad objetiva e incontestable. La influencia del grupo también se manifiesta en el momento de realizar juicios objetivos, incluso cuando la respuesta correcta es obvia. El cambio de opinión del individuo derivado de ceder a la presión del grupo solo tiene lugar en el ámbito público. En el ámbito privado, el sujeto sigue conservando su propia opinión, de forma que el sujeto es consciente de estar manifestando en público una opinión contraria a la suya. Diversamente, las “safe spaces” o zonas seguras son espacios habillitados por la entidad por convicción propia o a petición de un determinado colectivo, y reservados a personas pertenecientes a estos grupos vulnerables y con un historial de discriminaciones, en los que ninguna creencia o expresión que no sean las compartidas por la generalidad del colectivo puede manifestarse en su círculo de reunión. Y los “trigger warnings”, son avisos sobre el contenido de un libro, película, serie o cualquier otra realidad cultural que se cree puede tener un impacto emocional sobre el individuo. Dejan de tener conexión con la evitación de traumas reales por la edad o condición médica, para convertirse en una advertencia sobre contenidos con los que podrías no estar de acuerdo o sentirte molesto, para ahorrarte leerlos o visualizarlos, y no sufrir el estrés que podría producirte. Los “sensitivity readers” o lectores de sensibilidad, son personas pertenecientes a una minoría o colectivo oprimido que se incorporan al proceso de revisión y edición de una obra literaria para comprobar si la representación de su colectivo podría resultar ofensiva. Todo ello con el objetivo de identificar fragmentos inadecuados para retirarlos del texto final y así evitar polémicas. Esta práctica redunda en la idea de que solo las personas que pertenecer a una raza, sexo u orientación sexual tienen derecho a pronunciarse sobre las causas, efectos y problemáticas de sus colectivos. En el ámbito de la literatura infantil y juvenil las obras son sometidas a censura, sin más. Estas etiquetas segregan, mas que ayudan a generar un verdadero sentido de comunidad en sociedad. Refuerzan la identidad de pequeños grupos aislados-una identidad victimista- a la vez que merman la empatía. El discurso dominante sobre la justicia social y el progresismo se han impuesto en buena medida por normalización y conformismo, silenciando respuestas alternativas a esos nuevos escenarios: Elisabeth Noelle-Neumann dio nombre a la “espiral del silencio”. La hipótesis de la espiral del silencio es que el miedo al aislamiento actúa como una fuerza muy poderosa sobre el individuo. Ante la oportunidad de pronunciarse en contra de la opción que se intuye ganadora, el individuo preferirá guardar silencio antes que exponerse y descubrir su oposición. Las personas captan intuitivamente el grado relativo de aceptación de las opiniones contrapuestas; son capaces de captar el clima de opinión y el espíritu imperante de la sociedad de su época en cada momento. La gente adapta su conducta a la fuerza o a la debilidad aparente de las diversas opciones; se pronuncian cuando confían en que su opinión es la que saldrá victoriosa, pero callan cuando piensan que tienen las de perder.
Información sesgada y lenguaje falaz
El sistema rápido de pensamiento humano tiene sus propios sesgos y es vulnerable a manipulaciones externas que quieran aprovecharse de sus automatismos. El emisor puede crear facilidad cognitiva para los asuntos que quiera reforzar en el receptor. Por ejemplo, la repetición como generadora de familiaridad. Es una forma segura de que la gente crea en mentiras. Estrategias como la sustitución o la disponibilidad, conducen a una situación de facilidad cognitiva que puede ser aprovechada por terceros con objeto de manipularnos y establecer qué es lo sorprendente y y qué es lo normal. Todas ellas pueden potenciarse con el recurso de acompañar las ideas que ponen en juego de sensaciones o emociones positivas, presentarlas en un formato y lenguaje sencillos, o mediante la introducción de datos o informaciones parciales, pero consistentes en si mismos. Esto funciona porque necesitamos resolver la ambiguedad o la duda y creemos que solo hay lo que vemos. También el uso manipulador de las falacias (por omisión, el falso dilema, las ah hominem y ad verecundiam, etc).
Conclusión
Si la evolución del lenguaje es lenta, y necesita años para asentarse. El hecho de que los últimos cambios hayan sido tan bruscos y frecuentes no pueden sino obedecer a un plan preestablecido e intencionado. En política nuestros esquemas conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros esquemas es cambiar todo esto. El cambio de esquema es cambio social. Y mediante el control de las palabras obtenemos el control del cambio social. La ingeniería del lenguaje es una ingeniería social. La palabra es la fuente del pensamiento; quien controla la primera controla el segundo. No confrontar las invenciones que cambian de nombre las cosas supone dejar vía libre a quienes quieren ajustar la realidad a su pensamiento, y no su pensamiento a la realidad de las cosas. Hay que decir la verdad y llamar las cosas por su nombre. La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad, que precisa libertad de expresión y escucha.

La cultura de la cancelación (y IV)
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