Cuando el árbol nos impide ver el bosque

T O M Á S   I B Á Ñ E Z

La insoslayable presencia del árbol El actual panorama socio-político abunda en eventos que cautivan nuestra mirada, suscitan nuestra indignación, y promueven nuestras legítimas protestas. Reforma laboral, ley mordaza, recortes de prestaciones, vulneración de derechos sociales, guerras desatadas por las grandes potencias, muros levantados frente a las personas refugiadas y a las migrantes, preocupante auge de la extrema derecha en diversos países, etc.
Sin embargo, por intolerables que sean esos eventos y por incuestionable que sea la necesidad de combatirlos,
tan solo representan diversas ramas del árbol que nos fascina y que nos impide ver el bosque. Esa afirmación puede resultar chocante y hasta inaceptable para quienes consideran que cualquier planteamiento que distraiga nuestra atención de los apremiantes problemas sociales solo sirve para desactivar las luchas populares. Aun así, mantengo la convicción de que mientras nuestra mirada permanezca fascinada por el árbol, el bosque continuará proliferando, preparando el más sombrío de los futuros.

Disimulándose tras ese árbol que cautiva nuestra mirada están creciendo unos vigorosos brotes que deberían alertarnos sobre la increíble potencia de los fenómenos socio-políticos, económicos, y tecnológicos que están empujando nuestras sociedades hacia una nueva y hegemónica forma de totalitarismo que tornará insignificante el árbol contra el cual luchamos actualmente.

En el camino hacia esa nueva modalidad del totalitarismo la fuerte demanda de Seguridad se une a la exigencia
de Prevención para construir un dispositivo de poder sociopolítico que asegura la permanente transparencia de las personas y su total vulnerabilidad frente a los aparatos represivos. Se perfila así una sociedad salpicada de amenazantes riesgos globales donde el creciente desconcierto de las poblaciones en cuanto a su futuro más inmediato les disuade de incidir en la esfera política desde planteamientos transformadores.

Los nutrientes del bosque En un reciente referéndum el 65,5% delo electorado suizo se ha pronunciado a favor de que los servicios de seguridad incrementen la vigilancia de la población. Ese dato se suma a otros de parecido tenor para avisarnos de que la inseguridad propia de la sociedad de riesgo en la que vivimos está empujando las poblaciones a tolerar, e incluso a exigir, la restricción de las libertades, a dar carta de naturalidad al estado de excepción permanente, a aceptar la violación de la privacidad por parte de las instituciones, y a otorgar al Estado el derecho a matar sin juicio previo.

Para explicar la generalización del sentimiento de inseguridad se suele aludir al hecho de que va calando en la
conciencia colectiva la existencia de unos riesgos globales que van desde la posibilidad de destrucción nuclear total o parcial, hasta la catástrofe del cambio climático, pasando por extensas pandemias (Sida, Ebola, Gripe aviar, etc.)
y por el previsible agotamiento de los recursos naturales (agua potable, petróleo etc.). También se suele considerar
que la espectacularidad de los atentados realizados en zonas consideradas hasta ahora como seguras, contribuye
a alimentar ese sentimiento.Sin embargo, no se suele prestar la misma atención al papel que desempeñan en la conformación del sentimiento de inseguridad la fuerte aceleración y la gran magnitud de los cambios sociales. La aceleración de los cambios que experimenta nuestro entorno de vida fomenta la desorientación y el desconcierto de las poblaciones porque impide que se pueda proyectar el presente sobre el futuro, o inferir el futuro a partir del presente. En cierto sentido se puede decir que el futuro ya no es cosa nuestra, que se escapa de nuestra posibilidad de intervenir en su configuración y, en esa medida, también el presente va dejando de ser cosa nuestra puesto que no atinamos a ver cómo actuar en su seno para configurar el mañana. Es en esa opacidad del futuro más o menos inmediato donde radica sin duda una de las grandes diferencias con una épocas anteriores en las que, por decirlo de alguna manera, los cambios se tomaban su tiempo.

La proliferación de los riesgos no solo fomenta el sentimiento de inseguridad sino que también promueve, inevitablemente, la necesidad de la prevención, es decir, la presión para actuar antes de que el riesgo devenga daño.
Para instalarse en la sociedad el nuevo totalitarismo que se avecina requiere que prospere, tanto como sea posible,
el discurso cruzado del riesgo y de la prevención, hasta crear una auténtica cultura de la prevención que sea ampliamente asumida por las poblaciones. Paradójicamente, hasta las más loables de las iniciativas políticas, como
son, por ejemplo, las propuestas ecologistas contribuyen a construir esa cultura y a fortalecer el paradigma de la
prevención que esta en la base del nuevo totalitarismo.

Ahora bien, la prevención requiere una vigilancia exhaustiva y permanente para controlar la evolución de
los riesgos y para procurar abortarlos. Por supuesto, la preocupación por la prevención y por el control de los
riesgos no constituye ninguna novedad, sin embargo, la diferencia con épocas anteriores radica en que se dispone
hoy de una extraordinaria innovación tecnológica, la informática, que eleva esa capacidad de prevención y de
vigilancia hasta unas cuotas inimaginables, a la vez que imprime una aceleración inaudita al ritmo de los cambios
que acontecen en la sociedad, con las consecuencias que ya hemos apuntado.

Nadie duda de que la revolución informática está construyendo un nuevo mundo, eso es tan obvio que las incógnitas giran exclusivamente en torno a la forma que éste tomará. Ahora bien, más allá del antiguo y manido debate acerca del carácter liberticida o emancipador de la informática, los cambios que se han producido estos últimos años apuntan de forma indubitable hacia la instauración de un mundo marcadamente totalitario. Intentaré argumentarlo ciñendo el análisis a dos grandes ámbitos: la esfera de la comunicación y de la vigilancia por una parte, y el campo de las biotecnologías por otra parte.

Conviene precisar previamente que al hablar de revolución informática no hay que pensar en términos de ordenadores, sino en todos aquellos sectores y aspectos en los que la informática está incidiendo, es decir, en la
esfera de la economía, de la política, del derecho, de la medicina, de la cirugía, de la agricultura, de la alimentación,
de los servicios, de la comunicación, de las relaciones sociales, de los conflictos bélicos, de la producción y distribución de objetos, de las transacciones comerciales, de los flujos financieros etc. Aunque no utilicemos los
ordenadores y no participemos en las redes sociales estamos de lleno en el mundo que la informática e internet
están construyendo, no es preciso estar “conectados”, ni poseer un ordenador, una Tablet o un móvil para formar
parte de ese mundo.
Comunicación, Redes y Datos, en tiempos de Vigilancia Armada Tanto por su rapidez como por su magnitud el impacto de la revolución informática en el ámbito de la comunicación y de la información es sencillamente colosal.
En cuanto a su rapidez basta con recordar que el omnipresente Google no apareció hasta los albores del los años
2000, que Gmail nació en 2004, y que Google Earth data de 2005, ni siquiera han transcurrido dos décadas desde
que nacieron unos servicios que hoy nos parecen imprescindibles.
Lo mismo ocurre con los llamados teléfonos inteligentes y con sus aplicaciones de uso masivo ya que no tienen más de una década de existencia. Recordemos que Facebook salió en acceso libre en 2006, año en el que también se lanzó Twitter, mientras que WhatsApp no apareció hasta el año 2009.

En cuanto a la magnitud del impacto basta con recordar que se evalúa en unos 3000 millones los usuarios de teléfonos inteligentes, que se mandan diariamente por WhatsApp unos 35000 millones de mensajes, incluidos
1000 millones de fotos, que hay más de 1600 millones de usuarios activos de Facebook, más de 400 millones
de usuarios de Gmail, y que Google registra unos 2 billones de consultas anuales lo que representa más de 5000
millones de consultas diarias.
Más allá de esa cifras vertiginosas lo realmente importante son los efectos que se desprenden de esos dispositivos
tecnológicos, por ejemplo, las consecuencias políticas resultantes de que se pueda conocer en tiempo real,
segundo a segundo, las preocupaciones, los intereses, las reacciones de la población ante un determinado acontecimiento o ante una determinada decisión política. Algunos de los efectos más comentados son los que
afectan a las relaciones sociales, por una parte, y a la economía, por otra.

En cuanto a las relaciones sociales es conocidos que gracias a internet y a los móviles la circulación masiva de
imágenes, de textos, de comentarios, de fotos, de videos, de música etc. ha convertido el ciberespacio en un autentico
espacio social que modifica nuestras relaciones nuestras identidades, o nuestra visión de la realidad.
En cuanto a la economía, también es conocido que la enorme producción de información que los miles de millones
de usuarios del ciberespacio realizamos cada minuto, ha engendrado mediante potentes programas de tratamiento
de datos masivos (Big Data), una pujante economía digital que requiere, a la vez que promueve, nuestra
total transparencia frente a los grandes dispositivos del poder económico, incrementando, de paso, el control
social al que estamos sometidos.
Otros efectos, menos conocidos pero no menos importantes, se pueden ilustrar a partir del actual uso de los Drones. Analizando el fenómeno de la vigilancia armada el sociólogo Grégoire Chamayou1 nos ayuda a entender cómo, lo que denomino “el paradigma de la prevención”, se articula a partir de un ingente acopio de datos y de un meticuloso tratamiento de los mismos que transforman las identidades personales en “perfiles”.

En la época de la guerra del Vietnam el ejercito norteamericano utilizaba vehículos aéreos no tripulados, los
llamados Drones, que, equipados con cámaras fotográficas efectuaban misiones de información. Esos aparatos
cayeron en desuso, pero a principios de los años 2000 tanto los Estados Unidos como Israel los equiparon con
misiles para transformarlos en armas capaces de destruir objetivos y de eliminar personas. De los 6000 Drones que
posee actualmente el ejercito norte americano unos 160 son del tipo Predator, una arma con la que se han perpetrado centenares de asesinatos selectivos. Dirigidos desde el seguro refugio de sus despachos militares por un
amplio contingente de operadores de Drones, los Predator ilustran perfectamente la “doctrina Obama” que consiste
en matar en lugar de apresar, en asesinar en lugar de torturar en Guantánamo.

Si fuese tan solo un objeto volador no tripulado, el Drone ya necesitaría la informática para sus misiones, pero como ese dispositivo ejecuta, además, un complejo conjunto de funciones, su existencia resultaría totalmente imposible sin los avances de la informática y de sus aplicaciones. Unos avances y unas aplicaciones que, como muy bien explica Chamayou, tienen implicaciones sobre aspectos tan diversos como las relaciones entre el aparato estatal y los sujetos, o la forma en que se gestionan los conflictos y las poblaciones.Los Drones ejemplifican perfectamente algunas de esas implicaciones en cuanto a la construcción del nuevo totalitarismo. Así, por ejemplo, es notorio que algunos Estados que se reivindican orgullosamente como Estados de Derecho no dudan en actuar preventivamente mediante la eliminación profiláctica de los elementos potencialmente peligrosos, lo que en román paladino significa que se otorgan el derecho de asesinarlos sin demostración de culpabilidad ni juicio previo, aunque fuese sumarísimo.
Ahora bien, una de las consecuencia jurídicas de la eliminación de los “culpables” antes de que hayan hecho algo de lo que se les pueda culpar, es que la diferencia entre “sospechoso” y “culpable” se diluye hasta desaparecer
por completo. En la medida en que para actuar preventivamente es preciso tratar el sospechoso como si fuese culpable, la nueva formula jurídica que nace del paradigma de la prevención asume la igualdad: “sospechoso
= culpable”. Una formula de carácter matemático donde no cabe, ni por asomo, el concepto de presunción de inocencia ya que no se sanciona por lo que se ha hecho, sino por lo que quizás se hubiera hecho (la operación policial
Pandora lanzada contra colectivos anarquistas es un buen ejemplo de este tipo de practicas). Eso significa que hoy en día se vuelve a castigar en base a las supuestas intenciones de cometer un acto sin aguardar a que este se produzca. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría antaño, para prevenir el acto delictivo ya no se precisa interrogar las intenciones del sujeto, y ni siquiera es preciso que exista intención alguna, basta con recurrir a los algoritmos del tratamiento de datos.
En efecto, el riesgo ya no se detecta a partir del comportamiento del individuo, sino a partir de unos algoritmos
de tratamiento de la información que detectan configuraciones de conductas de riesgo. Cualquier persona se convierte automáticamente en sospechosa si su perfil la incluye en una de esas configuraciones.
Es más, ya no se actúa sobre una persona en base a la información proporcionada por su actividad, sino que se
procesan cantidades ingentes de información sobre una determinada población, y a partir de esa información se
configuran unos patrones de riesgos que permiten chequear posteriormente cuales son las conductas individuales
que encajan en esos patrones, dibujando así determinados perfiles de riesgo. El individuo que encaja en uno
de esos perfiles se transforma automáticamente en un individuo que hay que localizar, vigilar y, si es preciso,
eliminar antes de que tenga la posibilidad de desarrollar una eventual actuación. Hoy, el hecho de coincidir con
un determinado perfil puede equivaler a una condena a muerte y a una pronta ejecución.
Es obvio que para conseguir las informaciones queposibilitan una actuación preventiva se precisan excelentes excelentes sistemas de vigilancia permanente de los factores de riesgo. En las ciudades una parte de esa vigilancia se lleva a cabo mediante una tupida red de videocámaras que hoy ocupan lugares fijos en el espacio urbano, pero que muy pronto pasarán a ser móviles. En efecto, unos pocos Drones equipados con dispositivos que multiplican los ángulos de visión mediante la interconexión de nueve cámaras, permitirán, gracias al almacenamiento total de las imágenes, a sofisticados programas para buscarlas, y a programas de totalización de las perspectivas, rastrear las imágenes hacia atrás para ver, por ejemplo, de donde venia tal persona captada en tal lugar y con quienes se había relacionado. Lamentablemente, no se trata de ciencia ficción.
Los Drones están diseñados para captar información de tipo principalmente visual y, algunos de ellos, para localizar y destruir los objetivos que se les asignan. Ahora bien, la información que se les proporciona para ejecutar sus misiones proviene de muchas otras fuentes, tales como las comunicaciones verbales o escritas que se recogen
exhaustivamente y que quedan archivadas para siempre (conviene saber que la agencia nacional de seguridad
de los Estados Unidos, almacena cada día cerca de 2000 Millones de correos electrónicos, llamadas telefónicas, y
mensajes de WhatsApp etc., y conviene no olvidar que un teléfono móvil indica en todo momento el lugar donde se
encuentra, y que cada uso de internet esta ligado a una precisa identidad numérica). Por si eso fuese poco estamos avanzando además hacia una situación en la cual la información no emanara solamente de las y los internautas sino de una plétora de objetos interconectados, de biosensores, de nano detectores, algunos de ellos implantados en el propio cuerpo de los individuos como ya empieza a ocurrir hoy con los microchips RFID (identificadores por radio frecuencia) o con los NFC (comunicación de campo cercano).

Creo que no se precisan muchos más datos para llegar a la conclusión de que el nuevo totalitarismo que se
avecina, y que ya empieza a configurarse en el presente, dispondrá de imponentes recursos tecnológicos para
implementar y desarrollar sus practicas, una de las cuales consistirá en eliminar de un plumazo unos principios jurídicos que habían tardado siglos en construirse y en asentarse en la sociedad con el fin de sustraer las personas al
reino de la más pura arbitrariedad.
La materia biológica y el porvenir transhumanista Es sabido que el ser humano es un ser auto transformador
cuyas creaciones, invenciones, y producciones técnicas han incidido sobre su propia evolución desde la prehistoria
hasta nuestros días. Se han modificando de esa forma tanto sus características morfológicas como sus capacidades cognitivas, pasando por su resistencia/vulnerabilidad a las enfermedades, o su esperanza de vida etc.

En ese sentido el ser humano, tal y como se presenta hoy, es ya un ser artificial que, bien lejos de constituir un mero
producto de la naturaleza, resulta, en parte, de los artefactos que él mismo ha construido a lo largo del tiempo.
Si en el pasado la incidencia del ser humano sobre sus propias características era una consecuencia involuntaria
de algunas de sus actividades, este se encuentra, hoy, en disposición de incidir deliberadamente sobre su propia
evolución, ya que los nuevos recursos biotecnológicos elaborados gracias a la informática y a las nanotecnologías
permiten aumentar y modificar voluntariamente las capacidades del ser humano.

A semejanza de lo que ocurre en el campo de la comunicación y de la información, la rapidez con la cual avanzan
las tecnologías en el campo de la biología, así como la magnitud de los cambios que producen, son propiamente espectaculares. Han transcurrido poco más de veinticinco años desde que en 1990 se inició el Proyecto Genoma Humano, y poco más de una década desde que en 2003 concluyó la secuenciación del genoma y se elaboró el Mapa del Genoma Humano, proeza que, dicho sea de paso, hubiera sido totalmente imposible sin la informática. Un plazo de tiempo bien corto para abrir un campo de posibilidades tan gigantesco. Hoy, un complejo dispositivo que combina las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas (“NBIC”) ofrece una doble línea de aplicaciones que la potentísima industria médica ya ha empezado a explotar. Se trata, por una parte, de recurrir a un uso terapéutico, consistente en corregir ciertas deficiencias y en prevenir ciertas enfermedades o malformaciones, y se trata, por otra parte, de poner en obra un uso ameliorativo que consiste en mejorar las capacidades humanas en todos los planos (motores, sensoriales, cognitivos….).

Si bien la aplicación terapéutica, cuya afinidad con el paradigma de la prevención no escapará a nadie, se suele
considerar muy favorablemente, sin embargo, la segunda posibilidad que consiste en mejorar el ser humano es más
controvertida a pesar de entroncar con una antigua confianza en el progreso ininterrumpido de las capacidades
humanas, que ya se manifestaba en tiempos de la ilustración y que hoy se plasma en el discurso transhumanista.

Los recelos ante la perspectiva de mejorar el ser humano   son comprensibles, sin embargo, desde los postulados
libertarios se puede suscribir perfectamente buena parte del discurso transhumanista que tomó impulso con la
creación en 1998 de la “WTA” (Asociación Mundial Transhumanista), rebautizada en el 2008 como “Humanity +”.
Recordemos que ese discurso, marcado por un fuerte componente laico, ilustrado y progresista, sostiene que la
necesaria lucha contra las desigualdades no tiene porque limitarse al ámbito social y a la acción sobre las estructuras
sociales. Si bien es necesario contrarrestar los efectos de la lotería social que reparte las oportunidades según la condición socio-económica y el lugar donde nos ha tocado nacer, también se debe combatir la lotería genética y las
desigualdades biológicas que esta impone, redistribuyendo los recursos, no solo en el terreno social sino también
en el ámbito genético. Se trata pues de intervenir sobre la constitución biológica de las personas para mejorar ciertas
capacidades que la lotería genética no ha favorecido.

De hecho, se argumenta que no hay ninguna razón para conformarse con lo que proviene de la pura casualidad
frente a lo que resultaría de una intervención deliberada, y que el juego del mero azar genético debe dar paso a una
elección racionalmente fundamentada. Junto con el propósito de luchar contra las desigualdades deparadas por la lotería genética, también se manifiesta la convicción de que, en lugar de sacralizar la forma biológica actual del ser humano, no hay porque aceptarla como definitiva y necesaria, y que es licito recurrir a las tecnologías biomédicas para modificarla y mejorarla.
Dando un paso más se transita desde la idea de “modificar para mejorar“, hasta la idea de “modificar para ampliar
el margen de autonomía” de cada ser humano respecto de sus propias características, ofreciéndole la libertad de
modificar su propio cuerpo sin tener que respetar necesariamente “lo dado” morfológico y biológico. En defensa
de la autonomía de la persona se considera que esta debe ser libre de modificar su cuerpo, y de no tener que aceptar
como definitiva e intocable una morfología que la ha sido otorgada de forma contingente. Por lo tanto se trata de
favorecer la autoconstitución de la persona, escapando de las determinaciones no deseadas, y de adueñarse del
propio cuerpo para construirlo, en la medida de lo posible, según las decisiones y las apetencias personales.
Es obvio que tanto los usos terapéuticos como los usos ameliorativos de las tecnologías genéticas y biológicas,
que, repitámoslo, requieren de la informática para ser posibles, auguran una mutación de muchos de nuestros
valores y de nuestras concepciones y actitudes respecto de la vida, de la muerte, de la procreación etc. Ahora bien,
con independencia de que el discurso tranhumanista ofrezca buenas razones para aceptar las intervenciones sobre la constitución biológica de las personas, su validez queda en entredicho tan pronto como se especifica el tipo de sociedad en el que se ubican dichas intervenciones. A su vez, esa especificación permite vislumbrar el rumbo que las intervenciones genéticas están imprimiendo a la sociedad. Ese rumbo va en la misma dirección que la que traza la informatización de la comunicación y de la vigilancia es decir, la de un nuevo totalitarismo.

La razón es simple y se basa en tres argumentos principales. En primer lugar, la ingente magnitud de los recursos
necesarios para intervenir sobre la constitución biológica del ser humano hace que estos solo estén en manos de la
potentísima industria médica, del mismo modo en que la extraordinaria complejidad de los conocimientos y de las
habilidades técnicas que se requieren hace que esos saberes teóricos y prácticos solo estén en manos de un numero
más o menos reducido de especialistas. Eso significa que en el futuro, que ya se va construyendo actualmente, la
capacidad de decisión de la población sobre esas intervenciones será prácticamente nula, abonando así una de las
vertientes del totalitarismo que no es otra que la de dejar en manos de unos pocos la exclusividad de unas decisiones
que afectan de manera crucial la vida de muchas personas.

En segundo lugar, como el sistema en cuyo seno se realizan esas intervenciones es de tipo capitalista, está claro que será el mercado el que mandará, y, por lo tanto las intervenciones genéticas se diseñarán según criterios de beneficios económicos y de máxima rentabilidad. Las modificaciones genéticas que se privilegiarán serán las
que proporcionen los mayores beneficios, con total independencia de lo que puedan opinar o desear las personas,
cercenando así su libertad.

En tercer lugar, al amparo del paradigma de la prevención que se está configurando, es obvio que el peso
determinante de los criterios de seguridad, hará que se contemplen preferentemente entre las modificaciones
que se practicarán sobre el ser humano, aquellas que permitan que éste sea más fácilmente controlado, más estrechamente vigilado y muestre mayor sumisión.

Conclusiones
Aunque solo hemos repasado aquí algunas de las consecuencias de la informatización generalizada de la sociedad en tan solo dos grandes áreas, sobran los indicadores que apuntan hacia la emergencia de un nuevo totalitarismo cuyos avances parecen imparables e ineluctables. Ahora bien, como la única lucha que se pierde con total seguridad es la que no se emprende, si le plantamos cara su victoria aunque sea previsible no estará garantizada.
Lo cierto es que no resulta fácil dibujar líneas de resistencia y vislumbrar que herramientas podrían ser efectivas, sin embargo, puesto que de lo que se trata es de adelantarnos a lo que puede suceder, es decir, a la instauración del nuevo totalitarismo, quizás convendría inspirarnos del propio paradigma de la prevención que está en su base, procurando apropiárnoslo dándole la vuelta.

Si, como lo recalca ese paradigma, para modificar el futuro hay que saber discernir sus trazas en el presente y actuar sobre ellas, está claro que no podemos inhibirnos de luchar contra ese totalitarismo aquí y ahora aunque sus efectos aun no nos golpeen directamente y aunque éste aún no nos atenace. Por supuesto, eso no nos dice como hacerlo, (aunque la comunidad hacker quizás nos esté indicado algunas vías), sin embargo, si de una cosa tengo la plena seguridad es que para intentar desactivar ese nuevo totalitarismo que viene una primera actuación sobre el presente consiste en propagar en su seno una clara conciencia de su inminencia y de su naturaleza.

Ayudar a ver el bosque que el árbol esconde, quizás constituya una de las tareas más urgentes que se deberían acometer en el ámbito de la las luchas sociales emancipadoras.

 

 

 

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