MBS: EL PODER PETROSANGRIENTO

MBS: EL PODER PETROSANGRIENTO

En este siglo XXI , Mohamed bin Salmán y su círculo se ha hecho con el poder en Oriente medio y ha tejido una red de aliados occidentales entre los que se incluyen banqueros, figuras de Hollywood y políticos, todos ellos dispuestos a apoyar al encantador y astuto príncipe heredero de Arabia Saudí. Su trayectoria de corrupción , horrores y mentiras de déspota es reflejo de su régimen de la codicia más absoluta.

Gracias a los llamados “arrestos del Ritz”, MBS controlaba ya el Ejército, la Policía, las agencias de inteligencia y todos los ministerios, además de poseer acciones en muchas de las grandes empresas de Arabia Saudí a través de sociedades estatales. No era rey, pero era uno de los hombres más poderosos de la Tierra.

En 2015 Mohamed bin Salmán tenía 29 años. Llevaba menos de ocho semanas de experiencia al timón de las Fuerzas Armadas saudíes cuando dio una orden sin precedentes: “Desplieguen los F-15”. Los rebeldes hutíes habían tomado buena parte del Yemen, el país vecino de Arabia Saudí, capturando una ciudad tras otra. Su osadía, el apoyo de Irán y la cercanía con Riad convertían a la guerrilla en una peligrosa amenaza para la frontera sur. Para Arabia Saudí no hay mayor amenaza que Irán, cuyos ayatolás consideran Oriente Medio su dominio estratégico. Con los poderosos misiles y el armamento nuclear de Irán, los rebeldes se sentían envalentonados y capaces de plantar cara a las fuerzas saudíes, más numerosas y mejor equipadas. El día antes, un comandante rebelde  había declarado que, si Arabia Saudí intervenía, los hutíes no frenarían su expansión en La Meca, sino que llegarían hasta Riad. Mohamed no estaba dispuesto a oir amenazas y en marzo de 2015 ordenó el inicio de la campaña militar  más ambiciosa de la historia saudí. Igual que a sus propios generales,  la decisión sorprendió a EEUU. Prometió que la intervención sería rápida y brutal: “en un par de meses habrá acabado”. Pero el osado príncipe no poseía formación militar y el Yemen presenta terreno montañoso, población díscola y aguerridos combatientes. El país llevaba un siglo resistiéndose a todas las potencias extranjeras. La Casa Blanca rechazó intervenir, pero ofreció inteligencia y señaló objetivos. Las aeronaves saudíes cruzaron en masa la frontera, sumándose a combatientes de los Emiratos Árabes Unidos y otros aliados árabes para lanzar bombas guiadas por láser sobre reductos hutíes. El Ejército temía un aguerra terrestre porque podía poner al pueblo en peligro, así que priorizó una estrategia de ataques aéreos. La operación “Tormenta Decisiva” fue un desastre. Tras los bombardeos sobre el Yemen, empezó a hablarse tanto del príncipe que al final se tuvo que abreviar su nombre. Se lo llamaría Mohamed a secas( también es conocido mundialmente como “MBS”, sigla resultante de Mohamed bin Salmán). MBS no fue a la universidad de la Sorbona para ser príncipe. Ibn Saúd dijo una vez; “para liderar a los hombres, uno tiene que recibir educación en su propio país, entre su gente, y crecer en un entorno impregnado de las tradiciones y la mentalidad de sus compatriotas”. Aun así, Mohamed, de joven, sentía fascinación por Alejandro Magno. El príncipe invirtió dinero en acciones de EEUU y, al cabo de unos años, cuando Arabia Saudí inauguró su propia bolsa, también invirtió en ella.  El Tadawul, como fue llamada no tenía muchas empresas en el mercado y la mayoría estaban sujetas a decisiones del gobierno. Y para alguien que se pasaba el día entero en la Corte Real era muy fácil recibir información privilegiada. Mohamed también empezó a crear empresas y a adquirir participaciones en otras. Mohamed también se metió en el sector de la promoción inmobiliaria. Aquello funcionó pues ningún terrateniente ni constructora podía decir que no al hijo del gobernante. Mohamed  empezó a establecer contactos extranjeros. Ya estaba casado con una prima suya, Sarah bint Mahshur, y habían empezado a t4ener niños. Sería padre de dos hijos y dos hijas. Habiendo leído tanto sobre historia, Mohamed había terminado viendo el mundo en términos de confrontación. Le carcomía que una potencia como EEUU pudiera ejercer control sobre Arabia Saudí de un modo que recordaba a la época colonial. A principios de los dos mil, Mohamed dijo sobre las potencias occidentales: “No nos convienen”. Mohamed inspiraba lealtad gracias al poder de su padre y a su propia ambición, pero sobre todo a través de su carisma, esa habilidad de los políticos para hacer que la gente que entra en su órbita se sienta especial. Las in9iciativas locales de Mohamed sí iban viento en popa y empezaron a generar millones de dólares, lo que engrosó  la caja con un dinero que se necesitaría para mostrar magnanimidad con las grandes tribus y las causas religiosas. Todo eso hacía falta para sumar seguidores y sentar una base que apoyara la candidatura de su padre al trono. Una vez dijo que su modelo era Maquiavelo. Entre los enemigos de Mohamed, la corpulencia, el mal temperamento y la desaliñada barba que recorría su garganta le habían valido el apodo de “Oso Extraviado”. En toda la familia había ido ganándose la fama de ser muy mordaz. Según  una anécdota muy trillada y siempre contada con una nueva variación, le envió una bala a un funcionario del catastro que se había negado a reconocerlo como titular de una parcela que él le había exigido. Eso le mereció otro apodo; “Abu Rasasa”(“padre de la bala”). Gracias  al tiempo que había invertido a observar las audiencias con su padre, día tras día, Mohamed también había descubierto los entresijos del poder en su país. Soñaba con Visión 2030, su Plan de Transformación Nacional para Arabia Saudí, cuyo propósito era abandonar la economía b asada en el petróleo en solo dos décadas. Mohamed  decidió crear su propia fundación, MISK o Fundación Mohamed bin Salmán bin Abdulaziz. A principios de 2015, con su padre en el trono, todas las ideas de Mohamed  pasaron a ser de máxima prioridad. Cuando su padre llevaba seis días como rey, Mohamed fue nombrado presidente de una nueva entidad llamada  Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo, uno de los dos comités que lo supervisaban casi todo en el país. Tenía carta blanca para reformar los planes económicos y de desarrollo. Dos meses después ya había escogido el PIF como la institución que iba a situar Arabia Saudí en el mapa global de inversión y que iba a liderar muchas de las reformas. En abril absorbió la principal fábrica de dinero del país, Saudi Aramco. Mohamed estaba asumiendo el control de la compañía más grande y rentable del mundo. El rey Salmán anunció que Mohamed sería el nuevo príncipe heredero segundo, sólo por detrás de su primo Mohamed bin Naif. Mohamed  ya era príncipe heredero segundo y comandante de las Fuerzas Armadas. También controlaba los grandes y borboteantes pozos petrolíferos.

En julio de 2015 MBS se pegó un fiestón en las islas Maldivas con 150  modelos femeninas, el rapero Pitbull, la estrella coreana de pop Psy y Afrojack, uno de los pinchadiscos más famosos  del mundo. Mohamed estaba cultivando una imagen de reformista y no quería que lo equipararan a los miembros reales consentidos de su generación. Infringir las normas islámicas mientras se imponían estrictas leyes al pueblo era una manera rápida de malbaratar el apoyo popular. Cada vez que se descubre a un príncipe derrochando millones de dólares en fiestas con alcohol y modelos ligeras de ropa, se agranda la brecha entre los gobernantes y los gobernados. Muchos saudíes vivían cerca del umbral de la pobreza, e incluso los mejor formados tenían problemas para encontrar trabajo en las ciudades más pequeñas y en la Provincia Oriental, más pobre y con mayoría chií. Las bases de la inestabilidad ya existían, por lo que Mohamed procuraba no alimentarlas dándole al pueblo un nuevo motivo de animadversión hacia la familia real. Durante la primavera Árabe le había visto las orejas al lobo. Entonces, los Hermanos Musulmanes –un movimiento islamista nacido hacía noventa años-se hicieron temporalmente con la presidencia de Egipto, denunciando que el despilfarro y el alcoholismo de los monarcas saudíes evidenciaban la corrupción de los regímenes del golfo. Mohamed iba a pagar unos 50 millones de dólares para irse de vacaciones con su séquito a Velaa. Las fiestas duraban hasta el amanecer. Un medio local filtró la noticia del viaje de Mohamed  y las agencias de noticias  financiadas por Irán se hicieron eco de ella. Menos de una semana después de empezar el viaje, Mohamed y su delegación se fueron. Entre sus caprichos alquiló  durante medio día el Serene, un yate de 130 metros de eslora que en 2014 alquiló Bill Gates por 5 millones de dólares a la semana. Tenía un mirador submarino para ver peces, un jacuzzi, dos helipuertos y una sala de reuniones de estilo ejecutivo. Por 429 millones de euros, más o menos el doble de su coste original, invirtió en un palacete francés cerca de Versalles, con fuentes y majestuosos jardines y un foso. Para rehacer el país de arriba abajo, necesitaría reclutar a la juventud, ya que más del 60% de la población tenía menos de 30 años. Era la franja de edad con menos poder del país. Muchos no encontraban trabajo y sufrían la nula cultura de emprendimiento de Arabia Saudí. Pero estaban más preparados y superaban holgadamente en número a los  interesados ideólogos religiosos y los enfurruñados príncipes. Con la chispa de la Primavera Árabe, la juventud también podía amenazar al gobierno de los Saud. O un gobernante reformista podía seducirlos y transformarlos en la base de su poder. Parece que a los enemigos de Mohamed no se les ocurrió este ardid, sino que priorizaron los métodos tradicionales de acumular poder, encandilando a los viejos líderes religiosos y señores tribales. Fue un craso error. Para ganarse a los jóvenes, Mohamed necesitaba conectar con ellos en el entorno donde pasaban más tiempo: internet. En una sociedad que prohibía la interacción pública entre hombres y mujeres, el consumo de alcohol, el baile, los conciertos, el cine o incluso la cachimba, el mundo virtual era una vía de escape crucial para la juventud, y también una manera de confraternizar. Por su  parte, el gobierno saudí invirtió millones de dólares en comprar software de espionaje, para encontrar a disidentes concretos. En Twitter Mohamed  necesitaba aumentar su presencia y esforzarse más por lavar su imagen y atacar a los que intentaban mancillarlo. El ahínco de Mohamed para dominar Twitter dio sus frutos. Uno de los que empezaron siendo conversos a MBS fue Jamal Khashoggi, veterano periodista y exfuncionario saudí con más de un millón de seguidores en Twitter. Era un personaje entrañable y astuto, medio periodista, medio relaciones públicas y, luego, medio disidente. El plan reformador según Mohamed: el país instauraría por primera vez impuestos locales, cortaría las subvenciones a la electricidad y fomentaría la contratación de saudíes en el sector privado, hasta entonces basado en la mano de obra extranjera. Se reconduciría la riqueza  que manaba del petróleo a inversiones extranjeras  para dejar de depender  casi exclusivamente de los ingresos del crudo. Mohamed viajó a Rusia para verse con Putin. Las imágenes de éste y Obama con él fueron la prueba de su importancia en el extranjero y reforzaron su pretensión al trono.

El 11 de septiembre de 2015 unas grúas se inclinaron y cayeron en la Kaaba matando a 111 feligreses, muchos de ellos peregrinos egipcios y bengalíes, y con más de 400 heridos. Fue el peor accidente de grúa de la historia. Fue un mazazo para la reputación de Mahamed y del país. El rey es el guardián de los santos lugares del islam, por lo que la calamidad golpeó de pleno en el corazón  de la confesión. La Meca y Medina, las ciudades sagradas, también son la segunda fuente de ingresos para e4l Gobierno tras el petróleo. Aportan miles de millones de dólares al año. Para MBS la tragedia fue una oportunidad de aumentar su poder. Estrechó el cerco sobre los funcionarios corruptos y los operadores del sector privado que se habían llenado los bolsillos mediante el cohecho. Mohamed entendía que, a varios niveles, la clave del poder en Arabia Saudí era el dinero. Gracias al control sobre las finanzas estatales  Mohamed podía escoger quién ganaba  y quién perdía en su nueva economía. Quería vender una parte de la petrolera estatal, la compañía más grande del mundo. La liquidez resultante se usaría para invertir en otros sectores. La estrategia les ofrecería una mejor rentabilidad que el triste petróleo.

MBS , en enero de 2016, había decidido vender parte de la sociedad en la mayor salida a bolsa de la historia. Unos meses después, Aramco sufrió el peor desastre petrolero en años, un accidente causado por la negligencia dolosa de la compañía a la hora de aplicar  medidas básicas de seguridad. En total fallecieron 10personas. El historial de problemas de seguridad disuadía a los inversores. Si la compañía salía a bolsa, el temor a los accidentes y los consiguientes litigios costosos podía mermar el precio de las acciones. ¿Qué pensarían los inversores extranjeros sobre tener  que confiar su dinero a una empresa cuyos beneficios se utilizaban para subvencionar  a la población, en vez  de para pagarles dividendos a los accionistas? La venta de una parte de Aramco  suponía un cambio radical de las viejas tradiciones saudíes  y no era más que el primer paso en la estrategia de Mohamed para  alejarse del petróleo, diversificar la economía y garantizar nuevos empleos y más libertad  social para al flamante juventud. La clave para convencer a los líderes era que sin ese plan, la familia corría el peligro de perder el control sobre Arabia Saudí debido a la inevitable crisis económica. Por otro lado, para el gobierno saudí, los chiíes son herejes,  y sospechosos de empatizar  con Irán, el archienemigo del país. Así que en enero de 2016 un dirigente chií y otros  47 presos de esa minoría fueron asesinados. El plan para refundar la economía saudí se llamó “Visión 2030”. Financieramente, la realidad  para los inversores del golfo era que las grandes empresas norteamericanas siempre  se llevan las gangas con la ayuda de los bancos de Nueva York. Los segundos mejores negocios son para los europeos. Y los más ruinosos  se empaquetan y rebautizan pensando  en los “millonarios tarugos” de Oriente Medio.

Aparte de las oportunidades financieras, Mohamed estaba abriéndole de par en par  las puertas al turismo. El país podía ser una gran destino de vacaciones pues contaba con  dos mil kilómetros de costa en el Mar Rojo, con arrecifes de coral y poseyendo yacimientos históricos. Así que construyó un enorme complejo playero  llamado Proyecto Mar Rojo. Y una Ciudad del Entretenimiento  casi tan grande como Las Vegas  en las afueras de Riad llamada Quiddiya. Era el nuevo líder más querido por el pueblo, aunque oficialmente no se le reconociera  con el título de gobernante. Mohamed invirtió 45.000 millones de dólares en Vision Fund,  el mayor fondo de capital privado de la historia de las tecnológicas. Por otro lado, las personas con dinero solían salir del territorio para gastarlo.  Iban a Dubái a pasarlo bien,  a París a hacer turismo y a Londres, suiza o EEUU a tratarse. El turismo nacional brindaba pocas opciones. Para Mohamed, la nación estaba dejando escapar  dinero. Se había obcecado  con la idea de que los petrodólares saudíes se estaban gastando fuera y estaban secando la economía nacional. El Gobierno colmaba a la ciudadanía de  subvenciones y trabajo, pero los beneficios se iban del país, no recirculaban por los negocios y tiendas. Mohamed se había dado cuenta de que Arabia Saudí llevaba medio siglo presa de los mismos hábitos. Extraía crudo, lo vendía y gastaba el dinero fuera. Pero la población iba creciendo a toda velocidad  y el petróleo se estaba agotando, o al menos la demanda internacional del mismo. Por otro lado, planeó construir una ciudad de nueva planta  en su redescubierta frontera, sin encontrar muchos escollos, que llamó NEOM. Mohamed decidió erigir no sólo una ciudad, sino un minirreino. Tendría tecnología punta y sanidad y toda la energía sería solar. No dependería del petróleo. Cerca habría playas paradisíacas, yates y montañas para practicar ala delta, escalar e incluso esquiar, una vez los ingenieros empezaran a fabricar nieve para complementar las que salpicaban las cumbres en invierno. Sus tribunales se regirían por la ley islámica, pero no wahabita. Las mujeres no tendrían que cubrirse el pelo ni el cuerpo e incluso podría beberse alcohol. Y todo el mundo respondería ante Mohamed: los jueces, los burócratas y las autoridades financieras. El príncipe prometía invertir 500.000 millones de dólares. Aunque la región no tenía agua dulce podía convertirse en una “referencia hídrica mundial” instalando plantas desalinizadoras. Uno de los proyectos más codiciosos de NEOM era “una nueva forma de vivir desde el nacimiento hasta la muerte a través de mutaciones genéticas para incrementar la fuerza e inteligencia humanas”. Su socio financiero japonés Masayoshi llegó a tildar a MBS de “el Steve Jobs beduino”.

Las fotografías posando con Trump, “para ganar legitimidad al trono”, eran importantes para demostrar que podía ser la persona indicada  para revitalizar la dañada relación con EEUU.

Arabia Saudí había sido un baluarte del inmovilismo en la región. Había pagado miles de millones e dólares  para proteger de los problemas a líderes como Mubarak o el rey jordano Huseín, y había usado la mayor arma de todas, la influencia religiosa, para atraer a la población musulmana  internacional hacia su interpretación conservadora  y enrarecida de lo que significa llevar una buena vida islámica. Los imanes wahabitas solían advertir en sus sermones que los buenos musulmanes nunca se oponían a sus líderes, oir muy graves que fueran sus errores o transgresiones morales, de lo contrario, dividirían a la población musulmana(un concepto conocido como “fitna”). Los Hermanos Musulmanes  discrepaban de los wahabitas y se habían opuesto siempre a las monarquías del golfo. Las tildaban de extravagantes e impías, cuando los árabes de a pie apenas llegaban a fin de mes. Catar acogía a líderes islámicos que menospreciaban regularmente a los miembros de la realeza y que cuestionaban su fe. También mantenía lazos con grupos, como Hizbulá, terroristas, y financiaba un canal de televisión que hacía investigaciones al estilo occidental para menoscabar todas las dinastías de la región salvo la de sus Zani. A los cataríes les gusta equipararse a una Suiza medioriental que mantiene el contacto con todas las facciones para facilitar las negociaciones y traer paz a la zona. También había tensiones con Egipto. Para contrarrestar la revolución egipcia de 2011, los saudíes y emiratíes respaldaron en secreto a un general, Abdulfatah al Sisi, en su asalto al poder, consumado con un golpe de Estado y una represión sangrienta contra los islamistas de El Cairo que acabó con cientos de fallecidos. Al final, todos los países resolvieron sus diferencias  firmando un documento secreto llamado Acuerdo de Riad, por el que Catar se comprometió a no adoptar una política exterior tan intervencionista. Para 2022 el país de Catar acogería la Copa Mundial de la FIFA, la competición deportiva más famosa del mundo tras los Juegos Olímpicos. Catar entrañaba un peligro mortal para la estabilidad regional y para la capacidad de sus  familias de mante4ner el poder en sus años venideros. Para  evitar que Oriente Medio cayera presa de movimientos antisistema atizados por cientos de millones de jóvenes pobres y desempleados, era importante que sus regímenes mantuvieran un delicado equilibrio con los países árabes más pobres e inestables como Egipto, el Líbano y Jordania y, en menor medida, los países del norte de África. Se boicoteó a Catar pero solo sirvió para acercarle a quienes querían alejarlo, Irán y Turquía. La lucha fue una guerra informática.

En junio de 2017, su último rival, Bin Naif, fue prisionero desprovisto de funciones y riqueza, expulsado de la línea de sucesión y sometido a arresto domiciliario.

Salmán al Ouda, era un clérigo que tenía trece millones de seguidores en Twitter y una conocida reticencia a conformarse con los dictados de la familia real. El predicador y otros imanes de mentalidad reformista fueron detenidos e incomunicados en septiembre de 2017. Mohamed creía que no había margen para la disidencia pública mientras impulsara grandes cambios económicos y sociales. Durante años, la prioridad de Mohamed y sus secuaces fue controlar el discurso en las redes sociales difundiendo noticias positivas y usando programas de espionaje, dinero y amenazas para cortar de raíz las opiniones negativas. Por ello en el caso de Khashoggi Mohamed no sabía si era un amigo o un enemigo. Khashoggi no podía criticar y ser leal a la vez; tenía que elegir entre apoyar sin reservas  a Mohamed o ser un enemigo. Con más de 1,5 millones de seguidores en Twitter y una red de contactos repleta de periodistas, diplomáticos y empresarios extranjeros podía ser un gran aliado. Twitter era una de las únicas maneras de pulsar la opinión real del pueblo respecto al nuevo príncipe heredero. La gente no podía opinar sobre las decisiones y su libertad estaba a merced del capricho de un solo hombre. En la cárcel había más de una docena de escépticos o críticos acusados por el gobierno de colaborar con potencias extranjeras para socavar a Arabia Saudí. Khashoggi pensaba que esos arrestos no estaban justificados. Pero tuvo relación el periodista con una investigadora norteamericana que la Casa Real podía considerar un caso de alta traición, algo punible con la muerte.

En octubre de 2017 se celebró el llamado “Davos del Desierto” donde se aglutinaron los grandes nombres del dinero, la banca y la política.  La organización adoptó el eslogan “el pulso del cambio”. Se anunció NEOM, hasta entonces guardado en secreto. Mohamed prometió de todo corazón devolver el país a la situación que vivía antes del auge del extremismo religioso en 1979. Era la primera vez que un líder saudí moderno prometía en público arrebatarle el poder al clero saudí: era la “Visión 2030”. Pero todo era un castillo en el aire. En teoría, el objetivo de la Iniciativa de  Inversión Futura era que los demás invirtieran en Arabia Saudí, pero el país estaba  invirtiendo más que nunca en empresas extranjeras. El fondo soberano quería invertir dos billones antes de  2030.

En la madrugada del 4 de noviembre de 2017 el rey solicitó la presencia en una importante reunión con todos los miembros de la familia Saúd. Se estuvieron produciendo operaciones similares por todo el país y parte del extranjero. Mientras los convoyes enfilaban hacia el Ritz-Carlton, readaptado para servir como prisión para los superricos, se clausuraron las terminales de  aviones privados y se ordenó a los bancos que congelaran todas las transacciones  pendientes de más de trescientas ochenta personas, incluidos miembros ilustres de la Casa Real. Este potente antídoto contra la corrupción fue denominado por Khashoggi como una “noche de los cuchillos largos”, una injusta referencia a la brutal purga de Adolf Hitler de 1934, con la que había consolidado el poder asesinando a más de 700 personas. Algunos desaparecieron, otros murieron, sufrieron torturas o fueron encarcelados en sórdidas prisiones o centros de detención clandestinos. Muchos devolvieron el dinero y se fotografiaron con Mohamed, en lo que fue una práctica humillante que se repitió con todos los detenidos del Ritz. Servía para recordarles que podían considerarse libres, pero que siempre estarían a merced del capricho de Mohamed. Mohamed nombró a un nuevo ministro del Interior y a un nuevo director de la Guardia Nacional. Eran amigos suyos de la infancia y tenían treinta y pocos años. Era una señal más de que Mohamed había acabado de consolidar su poder. Mohamed, a la vez, comandaba dos de las tres ramas de las Fuerzas Armadas.

El indicio más claro de que en Occidente se trataba a Mohamed como a un jefe de Estado fue el 9 de noviembre de 2017, mientras los líderes del mundo empresarial y político hacían lo imposible por descubrir por qué muchos de sus contactos sauditas de toda la vida estaban encerrados en un hotel de lujo, el presidente francés Emmanuel Macron cogió un vuelo urgente a Riad para reunirse con el príncipe heredero. La represión interna se había convertido en una crisis geopolítica después de que los dirigentes saudíes encerraran al primer ministro del Líbano y lo forzaran a dimitir. Fue un golpe contra un primer ministro elegido democráticamente, el jefe de un Ejecutivo que había logrado una paz precaria en el Líbano. Con ese paso, Mohamed generaba aún más inestabilidad y lo estaba haciendo a plena luz del día. Mohamed estaba desestabilizando El Líbano en el marco de su guerra por el poder con Irán. Macron comunicó que había invitado a toda la familia Hariri a París. Puso a Mohamed entre la espada y la pared. No podía decir que no, así que Saad fue a París con su esposa y sus hijos y luego a Beirut, donde se desdijo de su dimisión. Al príncipe le salieron los colores. Incluso después de capar económicamente a Saad, de destruir su negocio familiar y de forzarlo a dimitir ante la comunidad internacional, Mohamed no logró destituirlo. El príncipe salió debilitado y Hizbulá, reforzado. En la guerra regional por el poder, fue una victoria para Irán.

Mohamed compró el “The last Da Vinci”, un cuadro de Jesucristo Salvador de Da Vinci llamado “Salvator Mundi”. La subasta en la galería Christie`s tocó la fibra en Arabia Saudí,  donde había un Mohamed obsesionado con las grandes ideas y el patrimonio. El joven príncipe se sentía atraído  por lo superlativo y se moría de ganas de jugar  en la misma liga que los primeros ministros y los oligarcas. El cuadro costó 450 millones, más que todo el presupuesto de la campaña  electoral presidencial  de Obama de 2012. En 2018 fue el año en el que impulsó s8us planes de transformación social y económica a un ritmo vertiginoso y a ojos de todo el mundo. Prometió una y mil veces que iba a apostar por la realidad virtual, la energía solar y el urbanismo vanguardista. “El líder árabe más influyente. Una fuerza del cambio internacional con solo 32 años”. La otra cara del año de Mohamed tuvo lugar en las sombras, con una intensificación de la vigilancia, los arrestos, los secuestros y la violencia contra sus supuestos enemigos saudíes y extranjeros. Tomó el osado paso de poner un impuesto al consumo. El país llevaba décadas usando los ingresos del petróleo para financiar las arcas públicas, en vez de los impuestos, por miedo a la posible respuesta popular a tener que tributar sin obtener a cambio representación política. La reacción fue tan virulenta que, al cabo de cinco días, Salmán otorgó una paga  puntual a la ciudadanía. Su mezcla en la convicción de su proyecto de preservar el poder  y la reticencia a tolerar las críticas dio pie a una represión tristemente severa. En la Arabia Saudí de Mohamed, las reformas solo podían venir de arriba. De lo contrario, la ciudadanía llegaría a creer que podía obtener derechos  protestando o criticando sin rodeos a la familia real. Declaró a la prensa que Turquía era parte del “triángulo del mal” junto con Irán y los grupos islámicos extremistas. Mohamed estaba convencido de que la modernización económica, la población rejuvenecida  y el liderazgo innovador atraería a Arabia Saudí a miles de millones de dólares de inversión estadounidense. Pero la mayoría de las compañías  no veían suficientes ventajas  para justificar la inversión de miles de millones en un país con tribunales opacos, leyes restrictivas para las mujeres  y la amenaza constante de algún escándalo mediático. Todos los hombres con los que se veía Mohamed en EEUU tenían algún plan para usar la gigantesca riqueza saudí, pero no hablaban mucho de invertir su propio dinero.  El príncipe sorprendió declarando que Israel tenía derecho a existir y su intención de  “moderar” el islam en Arabia Saudí. En lo realmente importante, Mohamed era un conservador. Podía beber, peo solo en privado. Y sus reformas (el sí a Occidente, la ruptura con la clase dirigente religiosa y la legalización de las mujeres al volante) pretendía satisfacer a una población joven que podía causar problemas. Todo lo había hecho con el objetivo histórico de los Saúd en mente: mantener el poder sobre el país. No había hecho grandes progresos en su propósito de conseguir inversiones, pero si había causado sensación como inversor, prometiendo más de 20.000 millones de dólares para armas, proyectos petroquímicos e inversiones en tecnológicas y compañías del entretenimiento. El hombre más rico del planeta, Jeff Bezos, llevaría  una de sus empresas más potentes a su país sería muy positivo para su imagen. En junio se levantó de forma oficial la prohibición de conducir impuesta a las mujeres. La “haia”, la fuerza policial de barbudos religiosos que deambulaban por los centros comerciales de Riad castigando a las mujeres que llevaban el “abaya” abierto, había empezado a desaparecer de la vía pública  en 2016. Tras años y años de prohibir los conciertos y los cines, Arabia Saudí fue invadida  por nuevas formas de entretenimiento. Mientras, Omar Abdulaziz y el disidente Khashoggi estaban armando un grupo de personas críticas con Mohamed para plantear una oposición organizada como nunca se había visto en el país.

En tres años Khashoggi había pasado de ser un influyente adepto de los Saúd, pese a sus ocasionales críticas, a ser una grave amenaza para la seguridad nacional, según la Corte Real. Ese cambio no se había debido tanto a lo que había dicho o escrito en la prensa, sino a la percepción de los analistas de seguridad de Mohamed, para quienes Khashoggi se estaba irguiendo en el gran unificador de los saudíes contrarios a las reformas y  a la gobernanza del príncipe heredero. Para algunos aliados del príncipe, los lazos de Khashoggi con políticos turcos cercanos a Erdogán eran la prueba de que el escritor estaba colaborando con potencias extranjeras para menoscabar al país. Su íntima amistad con la directora ejecutiva de Qatar Foundation International, Maggie Mitchell Salem, que le  ayudaba a escribir y pulir sus columnas, se consideraba la prueba irrefutable de que se había pasado al bando de los enemigos declarados del Estado. El periodista estaba cofundando un nuevo grupo llamado DAWN(siglas en inglés de “Democracia Ya para el Mundo Árabe”), una iniciativa de lo más provocadora. Sedaron y asfixiaron a Khashoggi cortando en trozos su cuerpo en la embajada saudita en Estambul. La Inteligencia turca tenía perfectamente grabado el terrorífico asesinato, de principio a fin. El asesinato convirtió a Turquía y Arabia Saudí en enemigos públicos, a pesar de que ni Mohamed ni Erdogán lo deseaban. Compartían intereses, como derrotar a los terroristas del Estado Islámico en Siria, y tenían poco que ganar con una hostilidad sin cuartel.

Un miembro del escuadrón de la muerte, había entrado en el país con una sierra  para cortar huesos y había llegado en un jet privado saudí. MBS recibió un nuevo apodo: “El Señor de los Huesos”. “The New York Times” y “The Washington Post” y otros decidieron publicar noticias a diario sobre el asunto Khashoggi y lo convirtieron en una campaña periodística. Los políticos, empresarios yt banqueros extranjeros, a los que Mohamed llevaba semanas intentando convencer de que era un nuevo tipo de líder, se distanciaron. Otros grandes empresarios actuaron con ambivalencia para preservar el vínculo económico.

El deporte internacional tenía que ser un pilar de su revolución social y económica, y los vehículos eléctricos desempeñaban un papel crucial en sus planes. Así que Mohamed hizo de la carrera un espectáculo. Invitó a docenas de famosos del mundo del entretenimiento y los negocios y procuró que su presencia fuera anunciada a bombo y platillo. Fueron  Enrique Iglesias y el futbolista inglés Wayne Rooney. En junio, Agnés Callanmard, la investigadora de la ONU, dio a conocer su informe sobre el asesinato. Una “ejecución deliberada y premeditada” ordenada o consentida por Mohamed. Aún así, los proyectos más importantes de Mohamed no decayeron. Su Ejército siguió bombardeando el Yemen y sus hombres llevaron adelante la salida a bolsa de Aramco, la petrolera estatal. Al fin, el 11 de diciembre de 2019 las acciones de Aramco empezaron a cotizar en el Tadawul. El gobierno  logró recaudar 25.600 millones de dólares con un valor de mercado de 1,7 billones. Consiguió certificar la mayor salida a bolsa de la historia. En septiembre una serie de drones y misiles presuntamente controlados por los rebeldes hutíes del Yemen destruyeron equipamiento clave de las instalaciones de Abqaiq, donde se procesa buena parte del crudo saudí para su exportación. Era algo que los Saúd temían desde hacía tiempo. Tanto Abqaiq como otras instalaciones esenciales se encuentran en el radio de los misiles iraníes y son un punto débil no sólo para la estabilidad nacional, sino para el mercado del crudo internacional. Las agencias de inteligencia concluyeron que el ataque había sido un toque de atención, no un derechazo, y su propósito había sido mostrar  a los saudíes el potencial de Irán. Los saudíes pudieron recuperar la producción de petróleo en pocas semanas porque Irán decidió perdonarles la vida a las instalaciones. Trump declaró: “El ataque fue contra Arabia Saudí, no contra nosotros”. La superpotencia acabó mandando soldados a la región y, en un ataque aéreo realizado meses más tarde, asesinó al poderoso general iraní Qasem  Soleimani. En el evento “Red Sea Week” las reuniones siempre giraban en torno a las oportunidade3s de inversión. Había poca gente en el planeta capaz de mover tal cantidad de riqueza con tanta facilidad. La oportunidad de embolsarse algunos de esos millones, aunque fueran pocos, era demasiado suculenta. Se había convertido en una piedra global de la economía  global, pues controlaba el precio del petróleo con una mano y, con la otra, repartía miles de millones a grandes compañías, permitiéndoles batir a sus rivales. Al fin y al cabo, la Red Sea Week estaba más pensada para saciar el ego de Mohamed que para promover el desarrollo del país. Posteriormente, ordenó a los suyos  que pusieran fin de inmediato al boicot de Catar, que apaciguaran el conflicto yemení y que no repararan en gastos para la cumbre del G20, una cita que Arabia Saudí acogería en octubre de 2020 y que tenía que ser inolvidable.

Llegado el coronavirus Mohamed estaba frustrado por los bajos precios del petróleo. Oscilaban en los 60 dólares, muy por debajo del nivel que necesitaba  para materializar todos los megaproyectos a la vez, sufr4agar el costoso e interminable conflicto en el Yemen y pagar las subvenciones  a las  que el pueblo saudí seguía acostumbrado. El auge de la hidrofracturación en los EEUU había inundado el mercado y había hundido los precios internacionales del petróleo. En marzo ordenó que incrementara la oferta y anegara el mercado. Los precios cayeron más de un 20%. Mohamed confiaba en que la caída de los precios obligara a cerrar algunas empresas responsables del boom de esquisto en los EEUU y presionara económicamente al presidente ruso Vladimir Putin para que restaurara el recorte en la producción. Nada más declarar la guerra de precios, Mohamed ordenó detener a Bin Naif y Ahmed. Tan moribundos estaban que era evidente que no entrañaban ningún peligro ni lo iban a entrañar en el futuro próximo. Simplemente era el momento idóneo para realizar otro paso crucial en el camino hacia el  trono, aprovechando la vorágine de noticias y dramas económicos. Todos los planes del príncipe se fueron al garete con el coronavirus. La economía mundial se resentía. La guerra de precios pudo costarle a Arabia Saudí miles de millones de dólares, pero al menos el príncipe se aseguró de que la gente le tomaba en serio. Y mientras los saudíes se confinaban en casa como el resto del planeta, lo habitual comenzó a ser encontrarse en Twitter y en redes sociales campañas mediáticas que elogiaban al misericordioso monarca y su valeroso hijo. La vigilancia aumentó sin que nadie rechistara y los gobiernos acumularon más poder que nunca, rescatando empresas y repartiendo dinero a millones de parados. La política más eficaz era encerrar a la gente sin dar otra opción.

 

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